Índice

Prólogo de Francisco Salmerón

Prólogo de Enrique Gavilán

Agradecimientos

Abreviaturas

Los muchos mensajes contradictorios sobre las vacunas

La desinformación imperante en internet
Muertes y otros daños graves con y sin vacunas
Los conflictos de intereses de las organizaciones provacunas

El sarampión

Un debate cancelado en California
El repugnante fraude de Wakefield
Una película catastróficamente mala de Andrew Wakefield
Wakefield, ese héroe
Las declaraciones de Physicians for Informed Consent (PIC)
¿Por qué es tan importante la vacuna contra el sarampión?

¿Deben ser obligatorias las vacunas?

Principios para la argumentación ética

La gripe

Las recomendaciones oficiales carecen de base científica
Información estacional
Tamiflu y Relenza para el tratamiento de la gripe
¿Hay algún motivo para vacunar a los sanitarios?
Otros mensajes engañosos de los CDC
Más cifras impresionantes pero engañosas
La vacunación durante el embarazo
¿Qué riesgos tienen las vacunas contra la gripe?
Las sorpresas de las vacunas
Conclusiones sobre la vacuna contra la gripe

El papilomavirus humano (PVH)

La deficiente evaluación de la EMA sobre los daños de la vacuna
La EMA confió en las farmacéuticas
Ensayos sin grupo de control con placebo
Se sabe muy poco sobre los daños de los adyuvantes de las vacunas
La mala conducta editorial en los estudios con animales del adyuvante de hidróxido de aluminio
La EMA ocultó sus búsquedas bibliográficas a sus propios expertos
Incidencia de daños graves observada frente a la prevista
La EMA desconfiaba de la investigación independiente
Los conflictos de intereses de la EMA
La caza de brujas posterior
La revisión Cochrane sobre las vacunas contra el PVH fue deficiente e incompleta
El imperio Cochrane contraataca
Nuestra revisión sistemática de los ensayos sobre la vacuna contra el PVH
Las reacciones del público a nuestros resultados
¿Hay que vacunar a las niñas?
¿Hay que vacunar a los niños?

La encefalitis japonesa: un ejemplo práctico

Los programas

La difteria, el tétanos, la polio, la tosferina y la gripe por Haemophilus influenzae de tipo b
Las paperas
La rubéola
La polio
El rotavirus
Las infecciones neumocócicas
La meningitis meningocócica
La hepatitis
La varicela

Otras vacunas

La viruela
La fiebre amarilla
El dengue
La rabia

Conclusiones

La pandemia coronavírica de 2019

¿Hay que hacer todo lo posible?
¿Está justificada la pandemia de pánico?
La política internacional y la censura china
¿Por qué ha habido tantas muertes?

Sobre el autor

 

Prólogo de Francisco Salmerón

 

 

El libro que has empezado a leer por este prólogo es sin duda un libro espléndido, que aconsejo digerir con paz y espíritu abierto, y, puestos a hacer recomendaciones, que reflexiones acerca de él y, siempre que puedas, busques y leas la bibliografía que acompaña cada capítulo, pues es también magnífica.
El libro es exactamente lo que dice su título y, por tanto, no busca una revisión de todas las vacunas, sino que se centra en aquellos temas que han levantado más polémica en los últimos tiempos. Aproximadamente un 60 % de sus páginas se centran en el sarampión, la gripe y el del papilomavirus humano (PVH).
Más que hacer un comentario acerca de estos temas, prefiero aportar lo que afirma el propio autor al inicio del capítulo sobre el PVH: «Como ha quedado expuesto en los capítulos anteriores, he llegado a la conclusión de que todo el mundo debería vacunarse contra el sarampión y, en cambio, nadie tiene por qué vacunarse contra la gripe. El caso de la vacuna contra el PVH es mucho más complejo […]».
Aconsejo a aquellas personas que son contrarias a la vacunación frente al sarampión que lean el capítulo dedicado a este virus, donde se explica detenidamente el fraude que supuso la asociación de la vacuna del sarampión con el autismo. Después de esa lectura estoy seguro de que la mayor parte de ellas modificarán su rechazo a esta vacuna.
En muchos de estos temas, el autor se ha implicado personalmente de manera intensa, a veces sufriendo las consecuencias de no doblegarse a la presión de los diversos intereses en juego. Estos intereses, defendidos a menudo desde posiciones extremas, pueden adoptar distintas direcciones. Si bien los más evidentes corresponden a las grandes compañías, los grupos antivacunas también pueden tener sus propios intereses.
En este libro, el autor no se limita a defender su propio criterio, sino que también presenta, de un modo no sesgado, la argumentación de las distintas partes. Recoge asimismo la bibliografía que apoya los argumentos de unos y otros.
Lo que sí queda claro es que el ambiente en muchas de estas refriegas va cargado de olor a pólvora, como si de una guerra se tratara. Si uno se mete en ella, puede recibir algún resto de metralla, como lo ejemplifica el injusto despido del que fue víctima el autor del libro.
En la novela San Quintín, la compañera del que llegaría a ser maestre de campo de los Tercios, Julián Romero, decía: «Cuando me lié contigo —casi rio Constance—, ya sabía qué vida iba a llevar. Si me asustara la guerra, me hubiera buscado un contable o un mercader de lanas».
Peter C. Gøtzsche posee una amplia e impresionante trayectoria como científico. Ha firmado más de setenta y cinco artículos en revistas de prestigio (British Medical Journal, Lancet, Journal of the American Medical Association, Annals of Internal Medicine y New
England Journal of Medicine), y sus trabajos son profusamente citados. Algunos de los libros que ha escrito, como Medicamentos que matan y crimen organizado. Cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud (2013) o Cómo sobrevivir en un mundo sobremedicado. Busca la evidencia por ti mismo (2019), describen bien los caminos que ha transitado. Todos estos caminos precisan de experiencia, de conocimientos, de altura ética y de valor. Esto último, el valor, es algo que todos necesitamos, pero a quien más se le está exigiendo es al modesto personal sanitario que está luchando en primera línea en Afganistán contra los virus salvajes de la polio. En esa zona huele a pólvora, pero de la de verdad.
Una virtud adicional del libro es que valora con cariño la mayor gesta de la vacunación: la vacuna de la viruela. Cuando uno vuelve a leer lo que era el mundo antes de esa vacuna, se da cuenta de que algunas de las discusiones actuales están fuera de la realidad. La vacuna ha hecho desaparecer un virus que en los últimos cien años de su existencia mató a quinientos millones de personas. El autor recuerda que en 1798 Edward Jenner no recibió el permiso para presentar sus resultados a la Royal Society en Londres por no ajustarse a los conocimientos ortodoxos de la época (casos como este hay y ha habido muchos a lo largo de la historia de la ciencia).
El libro analiza las evidencias y los posicionamientos frente a las vacunas en un contexto realista, teniendo en cuenta no solo el desarrollo científico, sino también los inevitables intereses comerciales, que pueden sobrepasar las barreras de la verdad científica y de la ética de la sociedad actual. Por ello resulta crucial asegurar la independencia de los comités.
Todo esto ocurre en una sociedad que está regada por mucha información no contrastada que circula a toda velocidad en internet. Hay de todo, incluida mucha información que busca calificar como «antivacunas» a cualquiera que ose criticar los aspectos más dudosos en el manejo de las mismas. Por ello, y para salvaguardar la imagen del autor, me gustaría citar aquí un párrafo de su libro: «Las vacunas son otra historia totalmente distinta. Se trata de compuestos muy específicos dirigidos hacia un microorganismo concreto, solo deben administrarse unas cuantas veces, ofrecen muchos años de protección o hasta inmunidad de por vida, y es raro que presenten efectos secundarios graves. Además, suele ser considerablemente más barato vacunarse que medicarse».
No parecen las ideas de un peligroso antivacunas.
Dicho esto, al autor no le gusta el término antivacunas y suele utilizar la palabra inglesa deniers, que podríamos traducir como «negacionista» y que será la que utilizaré en adelante.
En general, Gøtzsche trabaja sobre la revisión de informaciones publicadas.
Inevitablemente, estas informaciones pueden tener deficiencias o prestarse a interpretaciones particulares, por lo que, siempre que puede, en los temas más importantes prefiere analizar los informes clínicos originales. Pero incluso esa medida prudente y de alta exigencia va a depender de decisiones ya tomadas por otros. Yo mismo, en mi experiencia profesional, fui testigo de un incidente con la vacuna contra el PVH que atestigua este hecho: parecía que se había generado un daño posvacunal, pero, gracias a la fortuna de poder contar con un excelente especialista en el tipo de cuadros presentado, se pudo clasificar la reacción como lo que era: un síndrome de conversión.
Todo el libro este recorrido por la desconfianza de que algunos aspectos están envueltos en decisiones tomadas al calor de intereses y de presiones, y a lo largo del mismo se analizan varios incidentes que se describen con detalle y con suficiente grado de verosimilitud.
Hay críticas a algunas decisiones que se han tomado a nivel de la EMA (Agencia Europea de Medicamentos), de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos), de los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) e incluso de la Organización Mundial de la Salud. En algunos casos puede tratarse de equivocaciones, pero en otros el autor opina que responden a posicionamientos influidos por los intereses de la industria, que ejerce sobre los citados organismos una constante presión.
Por lo que yo conozco, en el caso de la EMA mi impresión es que, si bien puede haber presión, no llega a haber influencia, aunque la EMA, como cualquier persona o institución, puede errar en su juicio.
Dicho esto, en el caso de las vacunas inactivadas, y en especial referido al PVH, se apunta a que en los ensayos clínicos no se utilizó el placebo adecuado (por ejemplo, solución salina), empleándose una vacuna o la suspensión de adyuvante de la vacuna. El autor reclama una garantía de que no se ha producido, por esta vía, una reducción de los efectos adversos más severos, quedando de algún modo enmascarados por los que generan los excipientes. Este no es un tema fácil, pero la argumentación que utiliza es consistente y por lo tanto no debe ser ignorada. Entiendo que, en general, esta circunstancia no debería afectar al análisis riesgo- beneficio, especialmente en relación con el PVH. Sin embargo, en el caso concreto de su uso en situaciones en que la enfermedad no tiene una tasa de ataque alta, y en las que por tanto el número de daños severos evitados por la vacuna es pequeño, sí podría generar una afectación del equilibrio riesgo-beneficio.
El tema, en cualquier caso, conviene ser estudiado sin lanzar mensajes precipitados en una dirección u otra a los ciudadanos. Las señales existen, pero no son determinantes, y si no se manejan con cuidado, pueden generar una reducción de las tasas de vacunación, lo cual no obsta para que se siga investigando al respecto.
El autor se manifiesta abiertamente contrario a la vacunación frente a la gripe. En este punto debo reconocer que el hecho de que yo iniciara mi actividad profesional produciendo vacuna de la gripe en el Centro Nacional de Microbiología de Majadahonda (Madrid) hace que mantenga una relación especial con esta vacuna y que no pueda valorarla con el suficiente equilibrio. Es cierto que su carácter temporal obliga a suspender su producción durante largos periodos, y que cuando esta se reanuda genera una actividad desbordante. Sin embargo, no habiendo antivirales específicos de gran nivel, la vacuna es lo único de lo que disponemos, al margen de algunos consejos para dificultar individualmente la infección.
Al inicio de mi carrera, alterné el trabajo en la vacuna de la gripe con la investigación sobre el virus de la polio (con el tiempo pasaría a dirigir el laboratorio de serología de enterovirus), pues en aquella época todavía había casos de polio en España. Debido a esta última actividad, me midieron los anticuerpos de los tres tipos de virus de la polio y se constató que tenía anticuerpos fruto de la infección natural y por lo tanto estaba protegido para siempre. En el caso de la gripe, por el contrario, una persona puede infectarse sucesivamente; por ello no es fácil producir una vacuna a semejanza de las otras. En definitiva, podemos decir que la vacuna de la gripe es peculiar.
Desde el punto de vista de la experimentación clínica, el hecho de que las cepas cambien cada año obliga a manejar la vacuna de un modo distinto. Incluso los estudios de seguridad pueden verse afectados con el cambio de la cepa. Todas las dudas que se exponen en el libro sobre la bondad de los estudios realizados al respecto proceden de esta situación particular. Nunca un ensayo clínico será definitorio, ya que otra cepa, en otra temporada, puede hacer que los resultados varíen. Hay datos que indican que la vacuna funciona con una baja eficacia. En general, hay más protección frente a gripes comunes que frente a gripes severas o con internamiento en hospital. Quizá los mejores y más fiables estudios se han hecho con mujeres embarazadas y niños. No obstante, en una situación límite, con una cepa muy virulenta, una pequeña ayuda puede ser muy importante. Teniendo en cuenta lo que significó la «gripe española», cualquier movimiento debe hacerse con prudencia. Probablemente la vacuna de la gripe siempre será imperfecta; no obstante, a día de hoy, no estamos en condiciones de prescindir de ella.
Salvo que alguien dé con una vía original, habrá que seguir investigando en nuevos antivirales. Lo que no es posible, o resulta muy difícil, es improvisar una producción en una situación límite sin que haya previamente una infraestructura ya rodada.
En mi opinión, este libro tiene interés para los especialistas en vacunas, los farmacólogos clínicos, el personal regulatorio y clínico y los que trabajan en diversas actividades asociadas a la salud pública. Al personal clínico que pueda tener pacientes «negacionistas» le recomiendo leer con detenimiento el capítulo 1, y en especial el apartado sobre «Muertes y otros daños graves con y sin vacunas», donde encontrará una información muy ajustada. La lectura de este apartado también es en mi opinión muy conveniente para aquellos particulares que, habiendo leído sobre intervenciones muy agresivas y extremas en internet, quieran conocer la opinión contrastada de una persona que, además de tener profundos conocimientos, ha demostrado a través de su historia personal que no se pliega a las influencias de la industria. Tal como está escrita, esta parte resultará fácil de leer para el público en general.
El autor toca también un tema de moda, la obligatoriedad de las vacunas, posicionándose claramente en el grupo de los que piensan que no se debe forzar la vacunación con multas o prohibiciones de acceder a los colegios. Otra cosa es que en un determinado lugar, frente a un problema muy especial y por un tiempo igualmente concreto, pueda ejercerse presión para conseguir la vacunación. Este tema es tratado en el libro de acuerdo con criterios éticos. Lo que está claro es que, aun respaldando las opiniones del autor, se puede llegar a convencer a los reacios a las vacunas, pero para ello hay que hacer llegar la información adecuada a zonas donde sus habitantes viven de algún modo segregados o donde, por diversos motivos, no alcanzan a disfrutar de las ventajas que debe ofrecer una sociedad bien organizada.
En la parte final del libro, Peter C. Gøtzsche repasa la situación de las vacunas que se utilizan en los calendarios de vacunación. En su país, Dinamarca, los calendarios no incluyen en general tantas vacunas como en los Estados Unidos, pero comenta que ha habido numerosas presiones para incluir la vacuna del rotavirus, que no se introdujo debido fundamentalmente a que en el país no existe mortalidad por esa infección. La vacuna del rotavirus sería de gran utilidad, por ejemplo, en Afganistán, donde por el precio de una vacuna en Dinamarca se podría vacunar a doce personas.
Para mí ha sido un auténtico honor escribir un preámbulo para un libro tan excelente, cuyo autor es un científico que ha tenido que sufrir el acoso de la industria y al que, por ello, le brindo toda mi solidaridad. Solo me queda insistir en que resultará de interés para un amplio espectro de profesionales ligados a la salud pública, pero también —especialmente algunos capítulos— para el público en general. Para lectores más especializados, recomiendo prestar especial atención a la extraordinaria bibliografía que aporta.
También para los altos directivos de la industria el libro ofrece una enseñanza: es más fácil comprar la opinión de un deshonesto que intentar quebrar el alma de una persona honorable. Y para todos los lectores, un mensaje hecho de metralla y purpurina:
Nunca tengas miedo a no lograrlo. Ten miedo,
mucho miedo,
a no llegar a intentarlo.
DR. FRANCISCO SALMERÓN

 

Prólogo de Enrique Gavilán

 

 

Si alguien me preguntara cuáles son los principales problemas de la sociedad actual, sin ser sociólogo contestaría: el exceso de información y el miedo. El uno va de la mano del otro, además. Pensábamos que cuanta más información, más libres, pero es más bien al contrario: la sobrecarga informativa nos mantiene presos en la incertidumbre y nos condena a las tinieblas. Queremos estar al día de todo y entender a golpe de clic la complejidad de la actualidad y de los fenómenos sociales, pero no queremos perder un segundo en digerir e interpretar la información. Exigimos que se nos muestre de forma comprimida, con lo que se nos escapa una gran cantidad de matices por el camino. Por si fuera poco, hemos ido perdiendo habilidades para filtrar o poner en tela de juicio la información que recibimos, y la damos por válida a las primeras de cambio porque reafirma nuestras convicciones, por ser más socialmente aceptable o porque va revestida de autoridad y no nos atrevemos a —o no tenemos argumentos para— cuestionarla. Como consecuencia, estamos expuestos al vaivén del carrusel de las últimas noticias, a merced de los que manosean la información en su propio interés, y esta situación es fácil que genere inseguridad y, por último, miedo.
El de las vacunas es uno de esos temas en los que la información es abundante y, a menudo, contradictoria. Muchas personas buscan algo de luz para tomar la decisión correcta. Padres que dudan si hacerle caso al pediatra y comprar «la vacuna que no entra en el calendario oficial», o que tienen miedo de poner a sus hijas esa que «ha matado a algunas adolescentes». Enfermos crónicos que deberían vacunarse de la gripe y que no lo hacen porque tienen la cabeza llena de mitos, o, al contrario, sanos empedernidos que si les dejáramos se pondrían todas las vacunas habidas y por haber por pánico a perder la salud. En cada una de estas circunstancias circulan en internet argumentos y opiniones a favor y en contra de las vacunas, y esto genera confusión y recelo. Lejos de contribuir a aclarar el panorama, hasta los propios profesionales sanitarios y las asociaciones científicas alentamos a veces este desorden de ideas con informaciones y consejos dispares.
En el debate público sobre las vacunas se ha declarado una guerra que enfrenta a dos posturas contrapuestas e irreconciliables. No hay cabida para ninguna postura intermedia ni se permite la crítica. O conmigo o contra mí. Si te atreves a dudar de alguna vacuna, en seguida te sitúan con violencia en el lado de los antivacunas; si te muestras proclive a su uso, te acusan de autoritarismo o de estar vendido a intereses comerciales. Abundan los profetas y los sabiondos, y escasean los análisis minuciosos, sosegados y equilibrados.
Lo cierto es que se trata de un debate falso: no se puede estar a favor o en contra de las vacunas, como no se puede estar a favor o en contra de los medicamentos, o del arte abstracto, así, en general. Hay vacunas imprescindibles y otras innecesarias, y en algunos casos, sencillamente, hay dudas. Pero para clasificar cada una en su categoría tendremos que tener en cuenta siempre de qué circunstancias y de qué población estamos hablando. Todo el mundo entiende que hay fármacos que pueden ser inútiles e incluso dañinos en determinadas personas, e indudablemente beneficiosos en otras. Con las vacunas ocurre exactamente lo mismo. Por tanto, todo aquel que ofrezca en torno a este tema una única y definitiva respuesta, un «todo o nada», estará faltando a la verdad.
Peter C. Gøtzsche ha conseguido encontrar la fórmula para darle a cada vacuna lo que se merece. ¿Cuestión de magia? No, simplemente independencia de criterio y rigor científico. Gøtzsche no se posiciona en ningún bando. Denuncia sin cortapisas las falacias de los que reniegan ciegamente de las vacunas y de los que las adulan sin ningún atisbo de crítica. Por eso es capaz de analizar, una por una, un puñado de las vacunas más nombradas y con mayor controversia (PVH, gripe, sarampión, neumococo, rotavirus, meningococo…) sin eludir su veredicto final. Por tanto, se trata de un libro valiente y necesario, que no solo responde —con tino— a muchas preguntas, sino que también, como todos los buenos libros, abre otros muchos interrogantes.
El contenido de Vacunas: verdades, mentiras y controversias se centra en dos aspectos: la crítica a una industria de la ciencia contaminada por intereses y prácticas que minan su credibilidad y rigor, y la información al ciudadano sobre las bondades y riesgos de las vacunas. En lo primero, Gøtzsche ya nos ha mostrado en sus obras anteriores pruebas de su enorme valía. Es un terreno donde se mueve como pez en el agua. No en vano, ha dedicado la mayor parte de su vida profesional a trabajar como investigador y conoce como nadie las virtudes y vergüenzas de la ciencia. Donde despunta ahora como divulgador de categoría es en el segundo plano. Y lo hace con valentía y solidez. Sin embargo, nos descoloca. Exige que abandonemos el rol pasivo de mero consumidor de consejos categóricos del tipo «sí, haz esto» o «no hagas lo otro». Nos invita a leerlo con el mismo celo y la misma atención por los matices que él tuvo al escribirlo. Este es, precisamente, el principal valor del libro. Gøtzsche demuestra así su compromiso con la idea de que disponer de la mejor información es la única forma de tomar decisiones lo más acertadas posible.
Si estás perdido y no sabes si poner a tu padre, a tu hijo o a ti mismo esa vacuna de la que tanto se habla, sobre la que tanta información y desinformación hay, y que levanta tanto rechazo como entusiasmo, sin duda este es tu libro.
ENRIQUE GAVILÁN,
médico de pueblo
Plasencia, 19 de febrero de 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agradecimientos

 

 

Agradezco la información que he recibido de muchos investigadores y defensores del paciente, como Alberto Donzelli y Manuel Martínez Lavín. También, y especialmente, a Peter Aaby, un astuto observador que dice lo que piensa sin dejarse llevar por los paradigmas imperantes, en ocasiones a costa de un alto precio personal, y a Rebecca Chandler por su crítica de la primera versión de este libro.

 

Abreviaturas

 

 

BCG: vacuna contra la tuberculosis
CDC: Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos CR: cociente de riesgos
DTP: vacuna triple bacteriana contra la difteria, el tétanos y la tosferina EMA: Agencia Europea de Medicamentos
FDA: Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos GMC: Consejo Médico General del Reino Unido
IC: intervalo de confianza
NHS: Servicio Nacional de Salud del Reino Unido OMS: Organización Mundial de la Salud
POTS: síndrome de taquicardia postural ortostática PVH: papilomavirus humano
SDRC: síndrome de dolor regional complejo
SPR: vacuna triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubéola

 

Los muchos mensajes contradictorios sobre las vacunas

 

 

Este libro te ayudará a navegar entre la confusa y a menudo contradictoria marea de información que rodea a las vacunas. Sin embargo, aunque los datos que doy te permitirán participar en discusiones provechosas con conocimiento de causa, no pretenden sustituir a la atención médica. Además, si bien te animo a que tomes tus propias decisiones, no seré yo el responsable de lo que hagas ni de lo que acabe sucediendo. En pocas palabras, estas son las conclusiones a las que he llegado tras analizar las pruebas disponibles, pero es posible que otros investigadores piensen de otra manera, ya que siempre habrá un elemento inevitable de subjetividad.
Algunas vacunas son tan beneficiosas que debería ponérselas todo el mundo, mientras que otras deben reservarse para ocasiones especiales. Unas cuantas son tan polémicas que muchos profesionales sanitarios se niegan a ponerlas en contra de las recomendaciones oficiales, como ocurre con la vacuna antigripal.
Por lo tanto, debemos estudiar cada caso con detenimiento y de forma individual, sopesando sus pros y sus contras, igual que hacemos con otros medicamentos, y así decidir si conviene inmunizarse o recomendarlo a los demás.
Las cuestiones clave son las siguientes: ¿cuál es el riesgo de infección y cuál el de sufrir daños graves o morir a causa de la vacuna?, y ¿qué posibilidades hay de evitar la infección y cuál es el riesgo de sufrir daños graves o morir?
En cuanto al resto de las medidas preventivas, no resulta fácil dar consejos fundamentados que puedan aplicarse a toda la población, ya que la prevalencia de la enfermedad es un factor importante que tener en cuenta antes de tomar cualquier decisión. Todos los fármacos producen efectos secundarios, por lo que si el riesgo de infección es muy bajo, quizá no merezca la pena arriesgarse a sufrir perjuicios, por improbables que sean. En otros casos, las ventajas son tan evidentes con respecto a los daños que casi todo el mundo debería vacunarse, a menos, por ejemplo, que se padezca una inmunodeficiencia grave y la vacuna esté elaborada con microbios vivos atenuados, o que exista una alergia a alguno de sus componentes.
Todo lo anterior está muy claro y suscita poco debate, pero el motivo de que haya tanta confusión sobre las vacunas se debe a que se han convertido en un caballo de batalla. Por desgracia, hay extremistas en ambos bandos que hacen caso omiso de los datos probados o que los manipulan en su beneficio. Cuando las autoridades sanitarias piensan que el fin justifica los medios, las recomendaciones oficiales pueden ser engañosas, y las consecuencias, muy graves. Al descubrir el engaño respecto a una vacuna concreta que genera dudas, es posible que la sociedad decida rechazar todas las vacunas en bloque. Este libro incluye muchos ejemplos de por qué no hay que fiarse siempre de las recomendaciones de los organismos oficiales ni de su manera de interpretar los datos.
Además, los extremistas del otro bando también hacen mucho daño. Los más enconados rechazan todas las vacunas por una cuestión de «principios», y ejercen una influencia considerable a través de las redes sociales. En realidad, posicionarse en contra de todas las vacunas es una insensatez sin base científica, como lo sería oponerse a todos los medicamentos o a todas las personas. Hay gente buena y gente mala, pero si rechazáramos a todos nuestros congéneres, nuestra vida no tendría sentido, y si rechazáramos todos los tratamientos médicos, como las transfusiones de sangre cuando más se necesitan, correríamos el riesgo de morir.
Los más fanáticos están en contra hasta de la vacuna del sarampión, a pesar de que haya salvado y siga salvando millones de vidas (véase el capítulo siguiente). Esa postura romántica de «volver a la naturaleza», según la cual sería mejor dejar que nuestros hijos padezcan el sarampión en vez de evitarlo con una vacuna, no solo es errónea, sino que puede provocar numerosas muertes y graves lesiones cerebrales. En el caso del sarampión, como en el de otras enfermedades infecciosas, la inmunidad colectiva tiene suma importancia. Para prevenir la epidemia del sarampión es necesario vacunar al 95 % de la población, de modo que tenemos la responsabilidad mutua y conjunta de inmunizarnos por el bien de los demás. Si no estás de acuerdo, no tires el libro todavía y lee al menos el siguiente capítulo. Es posible que te haga cambiar de opinión.
A quienes rechazan todas las vacunas, son inmunes a los argumentos racionales y desprecian los descubrimientos científicos se los suele llamar «antivacunas» (anti-vaxxers en inglés). Sin embargo, a mí no me gusta calificar a nadie de ser antinada. Aquellos que critican el consumo exorbitado de psicofármacos por motivos científicos válidos son denominados «antipsiquiatría» por los psiquiatras, pero no es cierto; en realidad, son «propersonas». Yo prefiero el término
negacionistas de las vacunas, puesto que lo que hacen es negar la ciencia, igual que hay negacionistas del Holocausto y de la llegada del hombre a la Luna. A los del otro bando los llamo defensores de las vacunas, pese a que es una denominación demasiado amable para quienes se muestran tan irracionales como los negacionistas al afirmar que debemos aceptar todas las vacunas sin rechistar.
El discurso de ambas facciones es mordaz, no solo el de los negacionistas, también el de los defensores de las vacunas. Por ejemplo, el ministro de Sanidad británico dijo una vez: «Quienes hacen campaña en contra de la vacunación están en contra de la ciencia, y la ciencia es muy clara […]. Los que defienden el mito antivacunas cometen una falta moral, son profundamente irresponsables y tienen las manos manchadas de sangre».[1]
El debate suele estar tan polarizado que el diálogo sensato termina siendo imposible. En cuanto se plantean preguntas legítimas, el bando provacunas se alza al grito de «¡Antivacunas!» y te pregunta si estás a favor o en contra de su postura.
Por desgracia, los negacionistas tienen tanto poder en los Estados Unidos que los científicos han optado por censurarse a sí mismos en lugar de buscar la verdad. Un periodista del New York Times relató así su experiencia:[2] «Cuando intenté informar sobre los aspectos inesperados y controvertidos de la eficacia y seguridad de las vacunas, muchos científicos no quisieron hablar conmigo. Cuando conseguía que se pusieran al teléfono, ocurría algo preocupante: tenían tanto miedo que medían sus palabras, les quitaban importancia a los datos negativos e incluso evitaban hacer estudios que pudieran arrojar resultados indeseados. Del mismo modo, aquellos que incumplen esas dos reglas tácitas son objeto de críticas. Su objetivo parece consistir en proteger a la población asegurando que más gente acepte las vacunas, pero se trata de un enfoque que fracasará a largo plazo. De hecho, nuestro arsenal de vacunas es excepcional, pero siempre puede mejorar. El progreso exige rigor científico y la valentía necesaria para hacer preguntas incómodas».
En efecto, un investigador dejó de ser invitado a las reuniones de su gremio tras publicar un artículo que demostraba que la vacuna de la gripe no resultaba demasiado eficaz entre la tercera edad. Otra investigadora y sus colegas canadienses hallaron datos que sugerían que podía aumentar el riesgo de infección frente a otras cepas de la misma enfermedad. Después de repetir las pruebas en cinco estudios distintos y difundir los resultados entre sus compañeros de confianza, «se enfrentaron a una gran oposición y algunos llegaron a cuestionar la validez de los descubrimientos»,[3] aunque terminaron publicándolos de todos modos.[4]
No cabe duda de que reprimir la investigación científica es mucho más peligroso que la difusión libre del conocimiento, ya que lo primero conduce a la selección oportunista de datos, que es exactamente lo que hacen los negacionistas.[5] «Las vacunas no pueden perfeccionarse si los investigadores pasan por alto los descubrimientos inoportunos. Además, al escoger la transparencia frente a la censura, los vacunólogos lograrán ganarse la confianza de la sociedad y disipar así sus miedos infundados».
Debemos intentar comprender cuáles son los motivos que originan el rechazo a las vacunas. Los padres de los niños con trastornos congénitos como el autismo buscan una explicación que los justifique. Por lo tanto, no es de extrañar que se cuestionen la seguridad de una vacuna recibida poco antes de la aparición de los síntomas, ni es justo calificarlos de antivacunas por ello. Tampoco debería sorprendernos que haya miles de padres en esa situación, ya que se vacuna a miles de millones de niños al año. No obstante, su número no es prueba de nada. La teoría de que la vacuna del sarampión produce autismo se ha refutado de manera satisfactoria, y se ha demostrado que el estudio que le dio pie era un fraude (véase el capítulo siguiente).
La defensora del consumidor Kim Witczak ha comparado la industria de las vacunas con la de los antidepresivos, describiendo sus vivencias con palabras muy duras.[6] De hecho, inició su activismo como resultado de una negligencia médica, cuando a su marido le recetaron antidepresivos para tratar el insomnio y los terribles efectos secundarios que padeció lo empujaron al suicidio.[7] Ambas industrias y sus aliados a sueldo entre los médicos se dedican a atacar a cualquiera que critique sus productos. Si dijeras, basándote en las pruebas más fiables, que los antidepresivos no parecen dar resultado, y que encima llevan a algunas personas, tanto niños como adultos, al suicidio o la violencia, los profesores de Psiquiatría te tildarían de «antipsiquiatría» para defender los intereses de su gremio. A mí mismo me ha pasado varias veces frente a interlocutores que no contaban con ningún argumento válido en respuesta.[8]
Witczak ha sido acusada de pertenecer a la Iglesia de la Cienciología en diversas ocasiones, como cuando Ted Kennedy la invitó a declarar ante el Senado estadounidense para discutir las posibles mejoras de la FDA y el control posventa de los medicamentos.[9] Al recoger sus pertenencias después de la sesión, le dijeron que uno de los miembros de la Alianza Nacional de Enfermos Mentales (quienes se denominan a sí mismos como una organización de base) había ido a hablar puerta por puerta con todos los senadores para advertirles de que no creyeran ni una palabra de ella porque era ciencióloga. Pues bien, resulta que dicha Alianza Nacional recibe una financiación tan elevada por parte de la industria farmacéutica (doce millones de dólares entre 1996 y 1999) que podemos considerarla corrupta sin temor a equivocarnos.[10]
En todo caso, existen buenas razones para mostrar escepticismo ante las vacunas en general, o al menos para cuestionarlas. Lo cierto es que el modelo de negocio de las farmacéuticas recae en el crimen organizado, ya que el fraude es una práctica habitual en los ensayos clínicos y en el marketing, lo que ha provocado cientos de miles de muertes a lo largo de los años.[11] También está claro que no podemos confiar en las autoridades sanitarias, puesto que aprueban la comercialización de demasiados medicamentos peligrosos y tardan demasiado tiempo en retirarlos, aunque se acumulen las pruebas de su letalidad.[12]
Tampoco genera mucha confianza el hecho de que las recomendaciones oficiales sobre vacunación, como las que emiten las juntas de salud nacionales y la OMS, se basen en los resultados de estudios patrocinados por las mismas farmacéuticas y en los comunicados de las autoridades sanitarias, ni el de que muchos de los implicados tengan conflictos de intereses por su relación con los fabricantes de vacunas.
Otro motivo de sospecha es que casi ninguno de los principales ensayos clínicos sobre las vacunas incluye un grupo de control sin tratar. Uno de los requisitos para que se apruebe un medicamento es que se hayan hecho ensayos clínicos aleatorizados en los que un grupo recibiera el tratamiento y otro grupo de control recibiera un placebo o nada. De esta manera, se pueden evaluar tanto los efectos positivos como los negativos. Así, después de haber pasado décadas investigando medicamentos, cuando me puse a estudiar la vacuna contra el PVH (papilomavirus humano), me horrorizó descubrir que los requisitos para su aprobación eran mucho más laxos. En casi todos los ensayos de la vacuna contra el PVH hay un grupo de control que recibe la vacuna contra la hepatitis o un potente adyuvante inmunológico, lo que impide discernir cuáles son los daños que produce la vacuna (véase el capítulo 5).
Por otro lado, hay mucha gente que desconfía porque cree ver una relación causal cuando alguien enferma tras ser vacunado, pero ni esa relación existe ni es motivo de escepticismo. En una ocasión, una negacionista de las vacunas estadounidense me escribió para contarme que su vecina le había puesto la SPR (triple vírica frente al sarampión, las paperas y la rubéola) a su hijo de 2 años, y que un par de semanas después el niño había tenido fiebre, no paraba de quejarse y se daba de cabezazos contra la pared. Lo que le respondí fue: «Puede que el niño del que habla pillara una infección al mismo tiempo. Son cosas que pasan». En realidad, es muy improbable que la enfermedad del niño se debiera a la vacuna (véase el capítulo siguiente).
Esa misma persona también me preguntó si tenía pruebas que demostraran que la triple vírica era segura, una pregunta vacua porque ningún fármaco es seguro. Si queremos usar medicamentos, tenemos que aceptar que algunas personas sufrirán efectos secundarios. A fin de cuentas, empleamos fármacos que nos hacen más bien que mal, y no hay duda de que la triple vírica entra dentro de esa categoría.
Por último, la señora me recomendó que leyera la página 43 de un estudio de 1978 sobre la SPR que se envió a la FDA antes de la aprobación de la vacuna y que había publicado en su página web el productor del documental Vaxxed, Del Bigtree (véase el capítulo siguiente).[13] La carta continuaba así: «Ese estudio dice que el 54 % de los niños de los grupos de control se pusieron muy enfermos, y que solo se llevó a cabo un seguimiento durante cuarenta y tres días». Sin embargo, en la página 43 de dicho documento no ponía que los pequeños «se pusieron muy enfermos»; se indica que se produjeron infecciones respiratorias y gastrointestinales en un 40 % y un 55 % de los vacunados, respectivamente. Pero tales porcentajes no nos sirven de nada, dado que no sabemos cuántos niños habrían sufrido esas infecciones sin haberse vacunado. Puede que en ese momento hubiera una epidemia en las guarderías. Además, los padres firmaron un consentimiento informado y sabían que debían notificar cualquier problema que tuvieran sus hijos, lo que es probable que degenerara en un exceso de informes.
El sistema inmunitario es de una complejidad tremenda, por lo que no es posible saber a ciencia cierta qué efectos imprevistos puede producir una vacuna concreta. De hecho, las vacunas pueden afectar a otras enfermedades infecciosas de manera tanto positiva como negativa. El profesor danés Peter Aaby lleva cuarenta años realizando estudios pioneros en este campo.[14] Su grupo de trabajo ha publicado muchos artículos que refuerzan su tesis de que las vacunas atenuadas reducen la mortalidad total, mientras que las vacunas inactivadas (elaboradas con microbios muertos) la aumentan. Por ejemplo, la vacuna contra el sarampión reduce la mortalidad mucho más de lo que puede explicar su efecto preventivo. La secuencia de administración de la vacuna también parece ejercer una influencia considerable sobre la mortalidad, y siempre es mejor finalizarla con microbios vivos. Por desgracia, tales observaciones no hacen que sea más fácil tomar una decisión.
Es probable que las vacunas contra la tuberculosis (BCG, por el bacilo de Calmette y Guérin) y el sarampión reduzcan la mortalidad derivada de neumonías y síndromes sépticos. Por el contrario, se sospecha que la triple bacteriana contra la difteria, el tétanos y la tosferina (DTP) duplica la mortalidad general en los países de ingresos bajos, algo preocupante porque la neumonía y el síndrome séptico causan más víctimas en esos lugares que las enfermedades a las que está dirigida la vacuna[15],[16] (más información en el capítulo 7). Como es lógico, estos descubrimientos de Aaby no sentaron muy bien en la sede de la OMS. Cuando se obtienen resultados tan inesperados, que además se confirman con estudios posteriores, las autoridades sanitarias se ven en un serio aprieto para salir del paso.
Las vacunas presentan diferencias importantes con respecto a otros medicamentos. Por ejemplo, su efecto puede variar con el tiempo. Es posible que surjan nuevas cepas de virus o bacterias, así como también que existan discrepancias genéticas, epidemiológicas, demográficas o ambientales entre la población que afecten a su eficacia.
En estos casos, mi regla general se basa en que si la vacuna forma parte del programa oficial de inmunización de algunos países, pero no de otros comparables, entonces no es importante que te vacunes o que vacunes a tus hijos. Un ejemplo de ello sería la vacuna antirrotavírica contra la diarrea, que no se incluye en el programa oficial danés a pesar de que hay un grupo de presión que la promociona apasionadamente. Como suele ocurrir, no es posible emitir recomendaciones a escala mundial. En los países de ingresos bajos, donde la diarrea es una causa de muerte importante, la antirrotavírica puede ser positiva (véase el capítulo 7).
Creo que deberías conocerme un poco antes de seguir leyendo. Soy médico especialista en medicina interna y he trabajado en el Servicio de Enfermedades Infecciosas del Rigshospitalet, un hospital universitario de Dinamarca. Realicé un curso de tres meses sobre Medicina Tropical y me hice profesor de Diseño y Análisis de Investigación Médica en 2010. Fui uno de los fundadores de la Colaboración Cochrane en 1993, una organización que ha publicado más de diez mil revisiones sistemáticas o protocolos de futuras revisiones sobre los daños y beneficios de distintos procedimientos médicos. El único objetivo que tengo con respecto a las vacunas, y con cualquier otra área de la salud, es el de acercarme todo lo que pueda a la verdad. Como científico que soy, no tomo partido por nada ni por nadie. Lo que hago es estudiar las pruebas existentes y basar mis conclusiones en ellas, sean cuales sean las consecuencias. Mis críticas a la prestigiosa revisión Cochrane de la vacuna contra el PVH fue uno de los motivos principales de que me expulsaran de la organización en 2018 tras un simulacro de juicio, como explico en mi libro Death of a
whistleblower and Cochrane’s moral collapse.[17]

 

La desinformación imperante en internet

 

La red está plagada de datos erróneos sobre las vacunas. Una búsqueda del término «vacuna» en Amazon en 2019 demostró que quince de los primeros dieciocho resultados de libros y películas incluían contenido negacionista.[18] Algunos dejaban clara su postura desde el mismo título, como los documentales We Don’t Vaccinate! (¡No ponemos vacunas!) y Shoot ‘Em Up: The Truth About Vaccines (¡Pínchalos! La verdad sobre las vacunas).
Los algoritmos que determinan los resultados de las redes sociales y las recomendaciones de Amazon no están diseñados para distinguir entre la información de calidad y la desinformación. Por ello, los bulos y las falacias han tenido la oportunidad de extenderse y crecer sin cortapisas.
Por dar otro ejemplo, las sugerencias de autorrelleno de Facebook dirigen a los usuarios hacia más desinformación.[19] Aunque usemos un término neutral, como «vacunación», los resultados están dominados por la propaganda negacionista: los doce primeros iban en contra de las vacunas, liderados por dos grupos con más de 140.000 miembros cada uno, Stop Mandatory Vaccination y Vaccination Re-education Discussion Forum. Además, Facebook vende espacios publicitarios, con lo que las mentiras llegan aún más lejos. De hecho, los anuncios del grupo Stop Mandatory Vaccination incluyen falsedades evidentes como la de que «las vacunas matan bebés».
En YouTube, que pertenece a Google, los usuarios que buscan información sobre vacunas también son dirigidos hacia más desinformación, diseñada en gran medida para asustar a los padres. Aunque se termine encontrando contenido científico, como un vídeo publicado por la Clínica Mayo (primer resultado de la búsqueda «vacuna SPR»), la opción «A continuación» enlaza a un vídeo negacionista.[20] También se ha acusado a YouTube de recomendar vídeos basándose en el historial de visionado del usuario, lo que contribuye a extender la confusión.
Afortunadamente, tanto Facebook como YouTube han empezado a tratar la desinformación, que tanto daño puede causar, como una categoría especial que merece un escrutinio adicional. Pero, mientras tanto, los peligros de estos bulos sobre las vacunas continúan amenazándonos. Un estudio británico reciente descubrió que la mitad de los padres de niños pequeños están expuestos a desinformación negacionista en las redes sociales.[21] Repito: ¡la mitad de los padres!
Esta desinformación generalizada puede tener consecuencias terribles. En efecto, se han producido demasiadas muertes innecesarias a causa de ella, incluidas las de los más indefensos, nuestros niños.
En esta guerra de relaciones públicas, los charlatanes y timadores han vencido a los científicos.
He consultado bastantes páginas web y me he dado cuenta de que muchos individuos (entre los que se incluyen profesionales sanitarios) se han enriquecido gracias a sus mentiras mortales. Hay médicos que están en contra de los antibióticos, mientras que otros recomiendan homeopatía en vez de vacunas (una auténtica estupidez porque esos productos no contienen ni una sola molécula activa), o suplementos de hierbas a precio de oro que curiosamente venden ellos mismos, pero que tampoco sirven de nada.[22] Muchos de estos farsantes se describen como «practicantes de medicina holística», aunque debo señalar que, después de haber retado a unos cuantos a que explicaran qué significaba eso, he descubierto que es una manera bonita de decir: «No sé lo que estoy haciendo, pero me saco una pasta engañando a incautos».
Según los editores del New York Times, los antivacunas cuentan con cientos de páginas web para difundir su mensaje, un plantel de influencers expertos en redes y un agresivo brazo político en el que hay al menos doce comités de acción. «La defensa ante este ataque ha sido exigua», y los pocos estudiosos que se han atrevido a combatir su seudociencia han sido bombardeados con críticas y hasta con amenazas.[23]
En 2015, un equipo de investigadores estadounidenses analizó cuatrocientas ochenta páginas antivacunas.[24] Tal como pudieron comprobar, contenían una infinidad de falsedades: el 66 % afirmaba que las vacunas eran peligrosas; el 62 %, que producían autismo, y el 41 %, que producían lesiones cerebrales. Este tipo de páginas suele hacer uso de anécdotas para sustentar sus argumentos.
En cuanto a lo que recomiendan, se centran en la medicina alternativa (19 %), la homeopatía (10%), la alimentación sana (19 %) u orgánica (5 %) y la eliminación de toxinas (7 %). Menuda patraña. No existe nada en el mundo que iguale la excelente labor que desempeñan nuestros órganos depurativos, el hígado y los riñones, para eliminar toxinas. Pero hay más. En los grupos cerrados de Facebook se disemina información errónea, muy a menudo por parte de personas con evidentes intereses económicos en desacreditar las vacunas.[26] Así, impidiendo el acceso a los demás, pueden transmitir sus mentiras sin censuras. Se trata de grupos grandes y sofisticados, como el de Stop Mandatory Vaccination, con más de 150.000 miembros aprobados.
El grupo privado Vitamin C & Orthomolecular Medicine for Optimal Health declara no ser antivacunas, pero cualquiera de sus 49.000 usuarios puede encontrar abundante material que pone en duda la seguridad de las vacunas. También se recomiendan remedios alternativos que supuestamente protegen contra las enfermedades, pero no es más que otra farsa. La administradora del grupo, Katie Gironda, es dueña de una empresa digital de Colorado que vende vitamina C en altas dosis. Los miembros de su grupo cerrado pueden «comprar ya», con un solo clic que enlaza directamente a su página, Revitalize Wellness, en la que ofrece vitamina C en polvo en grandes cantidades y propone administrar hasta tres gramos al día a niños de 2 años. Esto es, sin duda, un peligro. La cantidad diaria recomendada es de quince miligramos, y la vitamina C puede provocar muchos daños. Busca en Google «efectos secundarios vitamina C» para comprobarlo. Según la Clínica Mayo, «las dosis altas de vitamina C se han relacionado con múltiples acontecimientos adversos. Por ejemplo, coágulos sanguíneos, la muerte (por problemas cardiacos), piedras en el riñón, efectos oxidantes, trastornos digestivos y la destrucción de glóbulos rojos». Hay muchos charlatanes en el mercado de la vitamina C que aseguran que puede curarlo casi todo, como el cáncer, las enfermedades del corazón, la tuberculosis y el mortal virus del Ébola.[27]
Revitalize Wellness advierte de que sus productos «no están pensados para tratar, diagnosticar ni prevenir enfermedades»,[28] pero Gironda dice lo contrario cuando habla con los miembros de su grupo privado de Facebook: «La vitamina C es fantástica para combatir las mismas enfermedades que las vacunas». Una milonga más. En otra publicación, afirma evitar todas las vacunas.
Gironda también aparece como administradora de otro grupo de Facebook, llamado Vitamin C Against Vaccine Damage, en el que asevera que «la vitamina C es el método más seguro y eficaz para protegerse de los daños de las vacunas». Cuando el diario británico The Guardian se puso en contacto con ella, el grupo pasó de ser privado a secreto. Esta maniobra lo situó en una categoría mucho más oculta que lo elimina de las búsquedas, impidiendo que nadie, aparte de sus miembros, pueda verlo.
No tengo más remedio que repetir que semejantes embustes pueden matar niños, y es muy probable que lo hayan hecho.
Además de albergar tantos grupos privados en contra de las vacunas, Facebook ha cobrado miles de dólares en publicidad de quienes se dirigen específicamente a los padres, muchas veces con bulos aterradores para sembrar la duda en ellos.
Los argumentos que emplea el movimiento antivacunas apenas sí han variado en el último siglo. De hecho, calan tan hondo porque parecen intuitivos, pero se desmontan fácilmente. En lugar de pasarlos por alto, una buena campaña provacunas debería hacerles frente de manera directa, tantas veces como sea necesario.[29]
Por desgracia, las vacunas más eficaces son víctimas de su propio éxito. Como han suprimido tantas infecciones, casi ningún médico vivo, por no hablar de los padres, se acuerda de lo terribles que eran esas enfermedades.[30] En la mayoría de los países, no solo hemos eliminado la viruela, la difteria, la polio y el sarampión (que fue declarado erradicado en los Estados Unidos en el 2000, aunque ahora haya vuelto por sus fueros), sino que también hemos borrado su recuerdo.

 

Muertes y otros daños graves con y sin vacunas

 

Vivimos en un mundo tan sobrediagnosticado y sobretratado que, en los países de ingresos altos, los medicamentos son la tercera causa de muerte por detrás de las enfermedades cardiacas y el cáncer, como han demostrado diversos estudios independientes en Europa y América del Norte.[31] Además, basándome en las mejores investigaciones que he podido encontrar, calculo que los psicofármacos, por sí solos, seguirían constituyendo la tercera causa de muerte.[32] Puede que la situación no sea tan extrema, pero lo cierto es que los antidepresivos y similares se cobran vidas, y sin embargo más del 10 % de la población de muchos países los toma cada día.
Los medicamentos son un arma de doble filo, la mayoría de ellos son inespecíficos y presentan una amplia gama de efectos secundarios aparte de los pretendidos, muchos de los cuales son perjudiciales. Por todo ello, si queremos protegernos de la muerte y otros daños, deberíamos usar el menor número posible de fármacos.
Las vacunas son otra historia totalmente distinta. Se trata de compuestos muy específicos dirigidos hacia un microorganismo concreto, solo deben administrarse unas cuantas veces, ofrecen muchos años de protección o hasta inmunidad de por vida, y es raro que presenten efectos secundarios graves. Además, suele ser considerablemente más barato vacunarse que medicarse.
Estas propiedades convierten a las vacunas en los tratamientos médicos más valiosos y económicos que se pueden encontrar. También son, en general, muchísimo más seguras que cualquier fármaco.
Entre todas las vacunas beneficiosas, la del sarampión es la que ha salvado más vidas, por lo que no tiene lógica alguna que los negacionistas se centren en ella como su mayor enemigo.
Durante la epidemia de sarampión que se produjo en los Estados Unidos entre 2014 y 2015, empezó a circular por internet la falacia de que la triple vírica había causado varias muertes, basándose en las notificaciones espontáneas recibidas en el Vaccine Adverse Event Reporting System estadounidense (VAERS, Sistema de Notificación de Acontecimientos Adversos de Vacunas). De hecho, algunos grupos negacionistas llegaron a afirmar que la triple vírica ocasionaba más muertes que el sarampión, una comparación absurda, ya que la razón de que tan poca gente muera de sarampión se debe a que casi todo el mundo está vacunado. A este respecto, resulta revelador el título de un artículo publicado en la revista Newsweek: «Los antivacunas se hacen un lío con los números al hablar del sarampión».[33]
En el extremo opuesto de estas campañas de miedo injustificado, una revisión de los mismos datos del VAERS por parte de médicos de la FDA y los CDC demostró que muchas de esas muertes eran de niños con graves enfermedades previas, o que no estaban relacionadas con las vacunas, sino con accidentes y otras causas. Así, no se halló indicación alguna que hiciera pensar que la triple vírica tuviera la culpa.[34]
A tenor de lo anterior, es importante recordar que los sistemas de notificación voluntaria aceptan cualquier informe que reciban, sin entrar a juzgar si se deben a una vacuna o no. La función de los sistemas de vigilancia pasiva consiste en detectar señales y generar hipótesis sobre los posibles efectos adversos de las vacunas y otros medicamentos. Por lo tanto, hace falta tener experiencia en métodos de investigación y otros conocimientos para poder analizar los informes y extraer conclusiones provisionales sobre las posibles relaciones de causa y efecto. Por ejemplo, la atención que prestan los medios a la teoría refutada de que la vacuna del sarampión provoca autismo puede hacer que aumenten las notificaciones de autismo, creando la falsa impresión de que su incidencia está relacionada con el mayor uso de las vacunas.
En 2015, el personal de los CDC publicó una extensa revisión de las muertes producidas tras la vacunación.[35]
En 1955, un error en la fabricación de la vacuna contra la polio de la casa Salk dio como resultado una vacuna que contenía virus vivos de la enfermedad, cuando debían estar inactivados.[36] Aquello originó uno de los peores desastres de la historia de las vacunas, con cuarenta mil casos de polio, entre los que se contaron cincuenta y una parálisis y cinco muertes. También se produjeron ciento trece parálisis y otras cinco muertes en los círculos de las personas vacunadas. A partir de ese momento, el Gobierno estadounidense implementó un control mucho más estricto sobre la industria.
Cabe señalar que, en aquel entonces, la regulación de los fármacos era bastante escasa.[37] Durante la primera mitad del siglo XX, no había que demostrar que tuvieran algún efecto terapéutico o profiláctico para ponerlos a la venta. Lo único que importaba era que no fueran demasiado peligrosos, y ni siquiera eso se investigaba como es debido. Por lo tanto, ocurrieron numerosas catástrofes, y no se prohibieron muchos medicamentos perjudiciales hasta después de que dañaran o mataran a un gran número de personas. No fue hasta el desastre de la talidomida, retirada en 1962, que se introdujeron cambios importantes en la legislación.[38]
En raras ocasiones, las vacunas pueden producir enfermedades autoinmunitarias. Esto ocurre porque hay personas que tienen ciertos tipos de tejido cuyos antígenos (receptores) son similares a los antígenos de las vacunas. Así pues, la estimulación intencionada del sistema inmunitario conlleva una producción de anticuerpos que atacan tanto al virus o bacteria como a los propios tejidos de la persona.
Este mecanismo no se limita solo a las vacunas. Las infecciones y otros agentes externos también pueden ocasionar enfermedades autoinmunitarias. De este modo, lo que se sospecha que ha causado la vacuna puede deberse a una infección simultánea que se haya pasado por alto. Los temores se multiplican cuando las subsiguientes administraciones de la vacuna producen los mismos síntomas u otros peores.
Por bien ejecutado que esté, lo normal es que un solo estudio no pueda tomarse como prueba definitiva de los daños motivados por una vacuna. La manipulación de datos es una práctica habitual en el campo de la investigación médica, y tampoco escasean los fraudes, por lo que es necesario contar con más de un estudio.
Por el contrario, siempre podremos confiar en los resultados de múltiples estudios y revisiones de gran tamaño. En 2011, la Academia Nacional de Medicina estadounidense publicó un informe de 866 páginas basado en más de doce mil artículos sobre los supuestos daños de las vacunas,[39] en el que se aportaban pruebas convincentes de catorce acontecimientos adversos muy infrecuentes. En esos casos, los virus se aislaron a partir de una infección propagada por la cepa Oka de la varicela- zóster y de una encefalitis provocada por el componente contra el sarampión de una triple vírica (SPR), que puede originar convulsiones febriles. Los autores observaron casos de choque anafiláctico (reacción alérgica grave) tras la administración de seis vacunas distintas (SPR, varicela, gripe, hepatitis B, meningitis y tétanos). Además, la inyección de cualquier vacuna puede producir síncopes y bursitis de hombro. También se sabe que la vacuna oral contra la polio ha desembocado, en contadas ocasiones, en poliomielitis paralítica.
Menos firmes son las conclusiones sobre la existencia de una relación causal entre la vacuna contra el PVH y el choque anafiláctico, entre la triple vírica y la artralgia (dolor de articulaciones) transitoria, y entre determinadas vacunas trivalentes contra la gripe y un síndrome oculorrespiratorio leve y temporal. Tampoco está probado que exista relación con muchos otros efectos secundarios.
En 1994, la Academia Nacional de Medicina estadounidense publicó una revisión de las notificaciones recibidas en el VAERS tras la administración de vacunas infantiles,[40] según la cual la inmensa mayoría de las muertes se produjeron por coincidencia y no estaban relacionadas con las vacunas. De hecho, solo se registró un caso de infección vírica provocada por la cepa de la vacuna: el de un niño de tres meses que falleció por miocarditis después de recibir la vacuna oral contra la polio. El virus se halló en el corazón de la criatura.
En otra revisión de las notificaciones enviadas al VAERS durante los años noventa, casi la mitad de los decesos se achacaron a la muerte súbita del lactante. No obstante, la tasa de defunción se redujo con la recomendación de que los bebés durmieran de espaldas en vez de bocabajo. También disminuyeron las muertes por otras causas, a pesar de que aumentó el número de vacunas administradas.
Un estudio estadounidense publicado en 2013 analizó el historial médico de más de trece millones de personas vacunadas a fin de comparar las causas de muerte de la población vacunada y la población general. Según sus resultados, la tasa de defunción entre uno y dos meses después de la vacunación era más baja con la vacuna que sin ella, y las causas fueron similares. Así pues, dicho estudio demuestra de manera convincente que las vacunas no están relacionadas con un mayor riesgo de muerte.
Sin embargo, existen casos raros en los que se ha podido establecer una relación causal entre la vacunación y la muerte, o en los que hay un riesgo teórico factible.[41]

 

Choque anafiláctico tras la vacunación

 

El choque anafiláctico es una reacción alérgica grave que puede producirse por diversas causas, como los medicamentos y las picaduras de avispas o abejas. El riesgo de choque anafiláctico es muy bajo, con menos de dos casos por cada millón de vacunas administradas a niños y adolescentes, pero aun así es conveniente observar a las personas durante quince minutos después de vacunarlas, y estar preparados para tratar el choque con adrenalina, lo que puede salvar vidas. Una revisión de las denuncias al Programa de Compensación de Vacunas de los Estados Unidos halló únicamente cinco muertes debidas a choque anafiláctico tras la vacunación en diez años.

 

Administración de vacunas atenuadas a personas con inmunodeficiencia grave

 

Las vacunas elaboradas con microbios vivos se atenúan para no infectar a las personas cuyo sistema inmunitario está intacto, pero están contraindicadas para los pacientes inmunodeprimidos. Dos niños con inmunodeficiencia grave murieron tras recibir la vacuna contra la varicela, y seis personas murieron tras vacunarse contra el sarampión.

 

Invaginación intestinal tras la vacuna antirrotavírica

 

La invaginación intestinal es un trastorno raro que se produce cuando una parte del intestino se pliega sobre sí mismo, como un telescopio. De hecho, se trata de un tipo de íleo. La primera vacuna antirrotavírica que se aprobó, y que se empleaba para prevenir la diarrea, se retiró en 1999 después de que se registrara un alto número de invaginaciones intestinales durante el seguimiento. Solo se notificó un caso de fallecimiento. Se ha calculado que las vacunas que se usan actualmente previenen setenta muertes por cada una de las que provocan. Una revisión de las notificaciones al VAERS de 2006 a 2012 sacó a la luz dos muertes por invaginación, pero no se pudo establecer una relación causal definitiva con la vacuna.

 

Síndrome de Guillain-Barré tras la vacuna inactivada de la gripe

 

En 1976, el temor ante una posible pandemia de gripe parecida a la de 1918 desembocó en la implantación de un programa de vacunación a gran escala en los Estados Unidos. No obstante, el Gobierno terminó por cancelarlo después de que no se detectaran casos de gripe porcina fuera de la base militar en la que se originó el brote y de que se produjera una alta e inesperada incidencia del síndrome de Guillain-Barré. Esta enfermedad autoinmunitaria provoca daños en el sistema nervioso periférico, lo que ocasiona pérdida de sensibilidad, dolor y debilidad muscular, y puede devenir en parálisis, por ejemplo, de los músculos respiratorios, provocando la muerte. Tras la debacle se estimó que la vacuna había originado un síndrome de Guillain-Barré por cada cien mil personas vacunadas, con un saldo final de cincuenta y tres muertes.
Los estudios realizados desde 1976 sobre el riesgo de contraer el síndrome de Guillain-Barré tras recibir la vacuna inactivada de la gripe estacional han demostrado que es inexistente o muy bajo (de uno a dos casos por cada millón de dosis). En 2009 se descubrió que el riesgo durante toda la temporada de gripes era más bajo entre las personas vacunadas que entre las no vacunadas. Otro estudio, basado en los datos sanitarios de 2000 a 2009, informó de dos fallecimientos, pero no se pudo establecer una relación causal con la vacuna. Por lo tanto, no está claro que las vacunas actuales contra la gripe provoquen muertes asociadas al síndrome de Guillain-Barré.

 

Desmayos tras la vacunación con traumatismo cerebral y muerte

 

Las agujas pueden llevar al desmayo por diversas causas. En un estudio sobre la vacuna cuadrivalente contra el PVH entre mujeres jóvenes, se notificaron síncopes o desvanecimientos tras la primera dosis en el 15 % de los casos. Un informe remitido al VAERS describió una muerte por traumatismo cerebral ocasionada por una caída que se produjo unos minutos después de administrar la vacuna contra la hepatitis B.

 

Poliomielitis paralítica por la vacuna oral contra la polio

 

En los Estados Unidos se registraron dos muertes entre 1980 y 1989. De hecho, allí ya no se emplea la vacuna oral contra la polio con microbios vivos atenuados, pues se ha sustituido por la vacuna inactivada, aunque se sigue usando en muchos otros países por ser más barata.

 

Los conflictos de intereses de las organizaciones provacunas

 

Algunas de las organizaciones más destacadas en defensa de las vacunas abogan por una mayor obligatoriedad de los programas de inmunización.[42] En los Estados Unidos, la vacunación es un requisito imprescindible para asistir a las escuelas de todos los estados. En 2015, California siguió el ejemplo de Misisipi y Virginia del Oeste promulgando una ley que eliminaba la objeción de conciencia que permitía que las familias aplazaran o rechazaran la vacunación de sus niños. La Academia Estadounidense de Pediatría y la ONG Every Child By Two apoyaron dicha ley. Otra de las principales entidades provacunas, Immunization Action Coalition, mantiene una de las páginas web más visitadas por los profesionales para informarse gratuitamente sobre las vacunas. En ella se recomienda aumentar la tasa de vacunación obligatoria contra la gripe entre el personal médico, y hasta publican un «cuadro de honor» en el que incluyen a más de seiscientas organizaciones que describen como «excelentes ejemplos de la obligatoriedad de la vacuna contra la gripe en el entorno sanitario».
Las tres son organizaciones sin ánimo de lucro, pero con una fuerte presencia en línea, que utilizan para promocionarse a sí mismas como fuentes fiables. Sin embargo, lo cierto es que reciben financiación por parte de los fabricantes de vacunas y de los CDC. Además, en su empeño por fomentar la obligatoriedad, van más allá de las recomendaciones oficiales del Gobierno, y, en el caso de la vacuna contra la gripe, más allá de las pruebas científicas.[43] Cuando la revista BMJ se lo echó en cara, Immunization Action Coalition respondió así: «Aunque existen controversias e investigaciones abiertas sobre la naturaleza y el grado de beneficio que reporta la vacunación de los profesionales sanitarios para los pacientes, no somos conscientes de que exista un estudio definitivo que demuestre su inutilidad». Como es evidente, semejante disparate invierte la carga de la prueba. Por otra parte, resulta científicamente imposible demostrar la inexistencia de algo. El filósofo Bertrand Russell dijo una vez que no podemos estar seguros de que no haya una tetera de porcelana orbitando alrededor del Sol. Ciertamente, no podemos asegurarlo, pero ¿acaso es probable?
El problema es que existe una intrincada red entre las tres organizaciones y los CDC, lo que hace que sea muy difícil descubrir de dónde sale el dinero y a cuánto asciende, sobre todo porque es raro que se declaren sus cifras.[44] Cualquiera diría que se dedican al blanqueo de capitales, como ha sido el caso en tantos escándalos financieros. La página web de los CDC no ofrece información clara sobre lo que se gastan en la promoción de las vacunas, pero sabemos que están asociados con varias entidades provacunas y que, por ejemplo, han donado más de dos millones de dólares a Immunization Action Coalition desde 2009 para ayudar a aumentar la tasa de vacunación mediante la creación de «fuentes externas de datos científicos, precisos y creíbles, que los profesionales sanitarios pueden usar para comunicarse con los padres y la sociedad». Teniendo en cuenta la cantidad ingente de desinformación que esparcen los CDC sobre la vacuna contra la gripe (véase el capítulo 4), tal afirmación parece un chiste.
Ninguna de las tres organizaciones ha cuestionado nunca las recomendaciones de los CDC. Según Barbara Mintzes, investigadora sobre conflictos de intereses, «estos grupos defienden sus razones con tal fiereza que la sociedad recibe el mensaje parcial de que todas las vacunas son iguales y de que la vacunación es una estrategia sanitaria básica en cualquier circunstancia. En el fondo, se trata de un enfoque tan perjudicial como el de los antivacunas, que juran y perjuran que todas las vacunas son malas. La realidad es algo distinta: algunas vacunas tienen suma importancia para la salud pública, mientras que otras son como mucho minoritarias y sería mejor evitarlas».[45]
También existen conflictos de intereses en las propias agencias del medicamento, en la OMS y en otras instituciones nacionales e internacionales, de las cuales hablaré en los próximos capítulos.
Las cuotas de los Estados miembros de la OMS solo cubren alrededor del 10 % de su presupuesto; el resto lo aportan socios públicos y privados.[46] Ese 90 % donado por los socios influye en las políticas de la OMS, ya que únicamente el 5 % de las contribuciones voluntarias van a parar a las actividades principales, mientras que el resto se destina a proyectos específicos.
El fundador de Microsoft, Bill Gates, dona casi quinientos millones de dólares al año a la OMS por medio de la Fundación Bill y Melinda Gates y la GAVI Alliance (creada por él mismo en el 2000 bajo el nombre de Global Alliance for Vaccines and Immunization). Es decir, más de una quinta parte de los fondos que recibe la organización. Uno de sus objetivos consiste en obtener donaciones de países ricos para ayudar a los países del tercer mundo a adquirir vacunas.[47]
No obstante, estas iniciativas tan nobles no carecen de efectos secundarios. La atención que se dedica a las vacunas puede distraer de otros asuntos importantes como la polución, la contaminación del agua, la falta de alcantarillado y la pobreza. En 2008, el director del programa de la OMS contra el paludismo se dirigió al director general de la OMS para denunciar las «enormes consecuencias indeseables» que producían las donaciones de Gates en su área de investigación:[48] los científicos se quedaban encerrados en un cártel de financiación que hacía que la investigación independiente de los estudios fuera cada vez más difícil de ejecutar. Además, advirtió de que el empeño de la fundación por guiar las recomendaciones basándose en su cuestión favorita podía tener consecuencias negativas en la toma de decisiones políticas.
Ya se sabe que Bill Gates es un gran partidario de la industria y las patentes. De hecho, ha recibido críticas por parte de Médicos Sin Fronteras por centrarse en la introducción de vacunas nuevas y costosas, en lugar de interesarse en mejorar los servicios sanitarios básicos y la inmunización con vacunas más baratas.[49]

 

 

 

El sarampión

 

 

Durante los últimos veinte años, el sarampión ha sido el principal caballo de batalla en la guerra que mantienen los defensores y los detractores de las vacunas. Pues bien, ahora voy a explicar en qué tienen razón y en qué se equivocan.
Primero, es importante entender que la diferencia entre la vida y la muerte depende de la carga vírica. Por ejemplo, los estudios de Peter Aaby en África y otros lugares han desmontado el dogma generalizado de que la desnutrición ejerce un efecto considerable sobre la tasa de mortalidad del sarampión.[50] Basándose en los historiales médicos de los pacientes daneses entre 1915 y 1925, logró confirmar sus primeros hallazgos en los trópicos de que cuantos más niños haya en una familia, mayor será la tasa de mortalidad durante las epidemias de sarampión.[51] Ello se debe a que las condiciones de hacinamiento conducen a una mayor exposición, de modo que se transfieren dosis más elevadas del virus. De hecho, los niños morían antes de desarrollar una respuesta inmunitaria eficaz. Así se explica que los brotes de sarampión sean particularmente mortales en los países que sufren desastres naturales y conflictos, dado que la superpoblación en los campos de refugiados no solo aumenta el riesgo de infección,[52] sino también el de muerte.
Los descubrimientos de Aaby fueron recibidos con escepticismo por parte de las instituciones, a pesar de que resultan bastante convincentes. Ahora que han cumplido más de treinta años, están aceptados en su mayoría, pero los dogmas tienen vida propia, y tendrá que morir una generación entera de médicos desinformados para que quizá algún día lleguen a desaparecer del todo. En efecto, aún se puede encontrar la falacia de la desnutrición en artículos científicos y libros de texto, por ejemplo, en un supuesto resumen de datos publicado por la OMS en 2018: «Los casos de sarampión grave son más frecuentes entre los niños pequeños con mala alimentación».[53]
Tras estudiar los hechos, he llegado a la conclusión de que la vacuna contra el sarampión es uno de los mejores inventos de la historia de la medicina. Y, sinceramente, me resulta extraño que haya que recordárselo a la población. No obstante, lo peor es que hay gente que se niega a vacunar a sus hijos (incluidos médicos y personas instruidas que deberían informarse mejor).
He intentado comprender el razonamiento de los negacionistas de las vacunas, así que voy a analizar sus argumentos principales en estas páginas. A fin de cuentas, incluso entre los grupos más extremistas puede haber personas que atiendan a la razón, la ciencia y la ética, sobre todo si logramos demostrar que sus creencias se basan en datos erróneos.
Un debate cancelado en California
Eso es lo que esperaba que sucediera cuando acepté acudir a un debate organizado por Physicians for Informed Consent que se iba a celebrar en California el 17 de marzo de 2019, y cuyo título era «La vacunación obligatoria vulnera la ética médica». Sin embargo, en cuanto se confirmó mi asistencia, fui objeto de una campaña de desprestigio que, sinceramente, no me esperaba. Aunque me han atacado muchas veces por decir la verdad sobre el sistema, aquel fue el mayor acto de bajeza moral al que me he visto sometido.
Las redes sociales son un paraíso para quienes gustan de comportarse como reyes o sumos sacerdotes, sintiéndose en el derecho de decir a los demás lo que deben o no deben hacer. Los más enconados escriben tantos comentarios en Twitter y Facebook que es imposible que lo hagan ellos solos a la vez que se ocupan de su trabajo a tiempo completo. Sin duda cuentan con un ejército de troles a su disposición o están pagados por la industria farmacéutica para que difundan sus dictados.
Uno de estos reyes sin corona, el médico David Gorski, puso en Twitter: «Madre mía, @PGtzsche1, antiguo miembro de @CochraneNordic, se ha vuelto totalmente antivacunas. Va a participar en la charla de un grupo con el orwelliano nombre de Physicians for Informed Consent».
Mucha gente aprovecha las redes sociales para mostrar su lado más oscuro y condenar a otros sin saber de lo que está hablando. De hecho, como nunca había participado en un debate semejante, Gorski no podía saber cuál sería mi postura, ni cuáles eran mis motivos, ni mi trayectoria. Se limitó a decir que iba a juntarme con «antivacunas extremistas». Este truco tan viejo se llama culpabilidad por asociación: «El caso es que @PGtzsche1 se ha convertido en un chalado antivacunas y no merece ningún respeto».
Por otra parte, puesto que no me habían informado de quiénes serían los demás participantes, le recordé dicha omisión a la organizadora: «Hace dos semanas que pedí ver el programa completo, pero aún no lo tengo ni lo encuentro en su página web. Ahora me es urgente, dado que estoy siendo víctima de acoso por este tema. Resulta que algunos han descubierto el nombre de los otros oradores y me están acusando de ser antivacunas, lo que es contrario a mi postura ética y científica».
Tras recibir el programa ese mismo día, respondí: «Lamentándolo mucho, voy a tener que cancelar mi participación en el debate. Como no se me informó de quién más iba a hablar, no sabía en qué me estaba metiendo, pero ahora que he podido investigar un poco, veo que hay una médica que no pone vacunas y otra señora que defiende a Wakefield. Aunque lo siento de veras, ambas cosas me resultan tan anticientíficas y chocantes que soy incapaz de comparecer ante tal compañía. Devolveré el anticipo que se me pagó y yo mismo cubriré los gastos en los que he incurrido y que no pueden ser reembolsados. Por desgracia, ya había dedicado mucho tiempo a prepararme, pero eso es problema mío y no suyo. Así pues, le ruego que me elimine del programa con efecto inmediato. Muchas gracias».
La médica que no ponía vacunas era Toni Bark, quien, de hecho, es homeópata. En una entrevista que le hicieron en internet declaró: «He visto que los niños que me llegan de otras clínicas, con todas las vacunas puestas, suelen ser…, bueno, son niños con asma, trastornos de angustia, obsesivo-compulsivos, neuropsiquiátricos, autismo, Asperger… Los que he tratado yo no tienen esos problemas. No conozco ni un solo niño sin vacunar que padezca asma, alergias alimentarias, Asperger, autismo, Crohn o colitis ulcerosa, ninguna de estas enfermedades crónicas, autoinmunitarias o inflamatorias».[54]
Bark me escribió para decirme que no debía permitir que personas como Gorski influyeran en mis decisiones, y aunque estoy de acuerdo, había otras cuestiones que me preocupaban. En mi respuesta, mencioné la entrevista que había leído: «Sus palabras me parecen muy alarmantes. Afirma que las vacunas producen autismo, lo que no es cierto ni está demostrado por la ciencia […]. Las investigaciones de Wakefield son claramente fraudulentas […]. Su última frase equivale a decir: “Nunca he visto morir a nadie en un accidente de tráfico, luego no existen”. Su entrevista me asusta porque sus argumentos, aun siendo atractivos, carecen de sustancia. La práctica clínica resulta sumamente engañosa, motivo por el que realizamos ensayos clínicos aleatorizados».
Otra de las oradoras era la abogada Mary Holland, quien escribió lo siguiente: «El doctor Wakefield se ha unido a la larga y noble tradición de disidentes de las ciencias y los derechos humanos. El mundo se ha beneficiado profundamente de estos valientes, como Galileo, quien cuestionó que el Sol fuera el centro del universo, o Semmelweis, que llegó a la conclusión de que los médicos debían lavarse las manos para evitar la transmisión de las enfermedades…».
[55]
Las personas como Holland hacen mucho daño difundiendo sus patrañas seudocientíficas. En realidad, Andrew Wakefield y sus colaboradores proclamaron que la triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubéola (SPR) podía provocar autismo, pero una serie de artículos del British Medical Journal (BMJ) en 2011 revelaron que sus resultados eran fraudulentos.[56]
Lo cierto es que los estudios más rigurosos no han podido establecer ninguna relación entre las vacunas y el autismo,[57] aunque eso les importa poco a los negacionistas, porque son inmunes al debate racional. Un ejemplo de su dogmatismo es la página web Autism Investigated. El 13 de abril de 2019, bajo el titular «Robert F. Kennedy hijo quiere conservar el programa de vacunación de su tío JFK», sus creadores aseguraron que este aparecía en un vídeo de 2015 diciendo que quería «políticas sanitarias que fomentaran la vacunación completa de todos los estadounidenses». Según la propia página, «los programas de vacunación no deberían existir, porque se cobran vidas», y Kennedy «se rodea de idiotas, oportunistas y apologistas del crimen de las vacunas». Como dato curioso, cabe señalar que Gorski había acusado anteriormente a Kennedy de ser antivacunas. Pero ¿cómo es posible que una misma persona esté a favor y en contra de las vacunas? Ello no supone ningún problema para los reyes de las redes sociales, que esconden su falta de argumentos tras floridas descalificaciones.
Si les damos la espalda a los negacionistas de las vacunas tachándolos de necios y peligrosos, es posible que recluten más adeptos para su causa entre los indecisos que ven conspiraciones por todas partes. Así las cosas, aún me planteé acudir al debate en California, en parte porque la organizadora me garantizó que la mayoría de los asistentes eran pediatras
«que ponían vacunas todos los días, pero que no querían que se OBLIGARA a los padres mediante la amenaza de que sus hijos no podrían ir al colegio». Además, me animó a que criticara sus declaraciones sobre la vacuna contra el sarampión, cosa que hago en este libro.
Una semana antes, presidí un simposio internacional en Copenhague, que fue el acto inaugural del Instituto para la Libertad Científica, del que soy el director. Se había inscrito gente de todo el mundo y a mis compañeros les preocupaba que mi participación en el debate de California se utilizara en nuestra contra (la ya mencionada culpabilidad por asociación) y acaparase la atención en detrimento del verdadero objetivo del instituto. En realidad, solo una de las ponencias, impartida por Peter Aaby, trataba sobre las vacunas,[58] pero algunos de los asistentes más ruidosos se empeñaron tanto en centrarse en ese tema que tuve que detenerlos. Por lo visto, eran negacionistas que querían propagar sus falsas creencias cual emisarios de una secta religiosa.

 

El repugnante fraude de Wakefield
Los negacionistas de las vacunas difunden desinformación y otros disparates en sus páginas y redes sociales, que son refrendadas y copiadas por otros que actúan como robots, sin dejar paso al más mínimo pensamiento racional. De hecho, maquillan el repugnante fraude de Wakefield fingiendo que no sucedió nunca y afirmando que acertaba al decir que la vacuna contra el sarampión provoca autismo.
En 2016 descubrí por casualidad que mi rostro aparecía en la portada de la página web de la Alianza por la Protección de la Investigación Humana (Alliance for Human Research Protection) como uno de los «profesionales ejemplares» a los que honraban. Por desgracia, tras una sucesión de retratos de personajes reputados, al final de la galería vi con estupor una foto de Wakefield. Dicha Alianza se describía como «una red nacional de especialistas y legos dedicada al avance ético y responsable de la investigación médica». Sin embargo, Wakefield es famoso por todo lo contrario. Así pues, les pedí que retiraran mi nombre y mi efigie.
Entonces, su presidenta, Vera Sharav, me respondió con una fervorosa defensa de Wakefield, en la que empleó argumentos que me sonaron a cuento. Por lo tanto, me puse en contacto con Brian Deer, un periodista de investigación de prestigio, el mismo que expuso el fraude de Wakefield en el Sunday Times y el BMJ. Poco después, este nos mandó a ambos una relación de los problemas que planteaba la tesis de Wakefield, y señaló que Sharav había copiado y pegado la información de páginas antivacunas sin indagar por su cuenta.
Efectivamente, gran parte de los razonamientos de la presidenta eran erróneos.
Al final, Sharav prefirió dejarme marchar y mantener a Wakefield en su lista de honor, donde sigue estando. Sin echar mano del recurso barato de la culpabilidad por asociación, todavía no entiendo que los demás homenajeados no hayan pedido lo mismo. De hecho, llegué a escribir a varios de ellos para advertirles. Al menos dos no pueden hacerlo porque ya murieron, como Florence Nightingale, fallecida en 1910. En resumen, pienso que fue un abuso que utilizaran mi credibilidad para dejar a Wakefield en buen lugar, y encima sin pedir permiso.
Wakefield publicó sus mentiras en The Lancet en 1998,[59] las mismas que Deer echó por tierra con gran profesionalidad. Semejante fraude y sus sucesivas campañas han hecho un daño tremendo. Puesto que mucha gente se niega a reconocer los hechos, o los desconoce, y pinta a Wakefield como un héroe, resulta indispensable que un libro sobre las vacunas se esfuerce por relatar los acontecimientos con el máximo detalle.
Las investigaciones de Wakefield estuvieron amañadas desde el principio. Según él, había descubierto un nuevo síndrome, al que le puso el nombre de «enterocolitis autista» en un artículo que más adelante refutó el American Journal of Gastroenterology. Wakefield afirmaba que la vacuna atenuada contra el sarampión producía tanto autismo como trastornos intestinales inflamatorios, un resultado que jamás pudo probar, pero que necesitaba con desesperación para cumplir con sus propósitos.
Al contrario de lo que mandan los cánones, Wakefield ocultó los conflictos de intereses en los que estaba implicado. Aunque se presentaba a sí mismo como un científico imparcial, dos años antes de publicar en The Lancet, y antes de que ninguno de los doce niños de su estudio fuera hospitalizado siquiera, había sido contratado para desprestigiar la triple vírica por un abogado, Richard Barr, quien planeaba interponer una demanda colectiva contra los fabricantes de vacunas.
A diferencia de los expertos que testifican ante los tribunales, Wakefield había negociado un acuerdo sin precedentes con Barr para realizar investigaciones clínicas y teóricas con un objetivo muy claro. Se trataba de buscar pruebas de lo que ambos afirmaban era un nuevo síndrome, el cual sería la pieza central de la (finalmente fallida) denuncia en nombre de mil seiscientas familias inglesas, a las que reclutaron a través de los medios. Cuando Deer descubrió el pastel en 2004, la sociedad británica puso el grito en el cielo y comenzó el juicio por falta de ética profesional más largo de la historia del Consejo Médico General del Reino Unido (GMC).
Barr había pagado a Wakefield con dinero del fondo de ayuda legal del país, financiado por el Gobierno para dar acceso a la justicia a los más pobres. Wakefield cobró la elevada cifra de
750.000 dólares más gastos solo por su trabajo nominal. Además, recibió 55.000 libras adicionales por el artículo.
El director del hospital en el que trabajaba le comunicó que se le iba a conceder una beca para que siguiera investigando, ya que había confirmado por escrito que no estaba envuelto en conflictos de intereses. Sin embargo, cuando se publicó el artículo en The Lancet, y cuando se lanzó una campaña en contra de la vacuna a través de una rueda de prensa televisada, nadie sabía que Wakefield estaba cobrando unos honorarios de lo más sustanciosos por parte de Barr. En previsión de la alarma social, hubo que instalar líneas telefónicas y contestadores para atender las llamadas del público, y se envió a los medios un vídeo informativo de veintitrés minutos sobre las declaraciones de Wakefield, en el que aseguraba que se debía sustituir la triple vírica por vacunas individuales.
Ocho meses antes de esa rueda de prensa, Wakefield había registrado la patente de una vacuna individual, por lo que tenía un importante incentivo para sembrar el pánico y mantenerlo el mayor tiempo posible. Un informe de treinta y cinco páginas «privado y confidencial» indicaba que el objetivo inicial serían los pacientes con «enterocolitis autista» y ganas de denunciar tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos. La patente afirmaba que
«la enfermedad de Crohn o colitis ulcerosa podía diagnosticarse detectando el virus del sarampión en el tejido intestinal, las heces y los fluidos corporales». Además, según los cálculos realizados, las ventas de la prueba de detección podían subir de 3,3 millones a veintiocho millones de libras en tres años.
El proyecto de Wakefield se financió con una parte de la fabulosa cantidad de veintiséis millones de libras de los contribuyentes (más de 56 millones de dólares a precios de 2014), que terminaron repartiéndose entre un pequeño grupo de médicos y abogados, contratados por Barr y Wakefield para demostrar que la triple vírica provocaba el nuevo y desconocido
«síndrome». Resulta llamativo que Wakefield asegurase la existencia de tal síndrome antes incluso de llevar a cabo las investigaciones que supuestamente lo descubrieron. Cuando aún faltaban seis meses para que saliera el artículo en The Lancet, el abogado le hizo un recordatorio en una carta confidencial: «Ya te dije que el objetivo principal es conseguir pruebas irrefutables para convencer a un jurado de la peligrosidad de esas vacunas».
El trato que habían hecho consistía en crear una crisis de las vacunas en todo el mundo. Así, mientras escribía el artículo, Wakefield trazaba en secreto sus ambiciosos planes para aprovechar la alarma social y llenarse los bolsillos. Aunque después lo negara, existen documentos en los que presentaba su vacuna, y una red de empresas pretendía recaudar capital de riesgo con el que financiar sus supuestos inventos, como una alternativa a las vacunas atenuadas, kits de prueba comerciales y lo que anunciaba como una posible cura completa del autismo.
Por otro lado, Deer descubrió que casi todos los niños del estudio habían sido escogidos a dedo entre grupos antivacunas, y que la mayoría de sus padres eran clientes y amigos del abogado Barr. Yo nunca había visto cosa igual. Era como emitir el veredicto de un juicio antes de recabar pruebas, sin saber qué demostrarían esas pruebas ni si se había producido delito alguno.
La escandalosa revelación de The Lancet (la aparición repentina del autismo a unos días de la vacuna) era una farsa absoluta, basada en los recuerdos vagos, no verificados y a veces alterados de un grupo de padres anónimos, los mismos que debían culpar a la triple vírica cuando llevaran a sus hijos al hospital, tal y como habían acordado a espaldas de la revista y sus lectores. Wakefield, excirujano gastroenterólogo, lo negó todo.
También se falsearon los criterios de selección de los pacientes, las historias clínicas y los diagnósticos neuropsiquiátricos. De los doce niños del estudio, solo uno aparecía en el registro sanitario británico, y en ningún caso se pudo confirmar el supuesto diagnóstico de enfermedad gastrointestinal. Tras mostrar los resultados de los análisis a otros médicos, todos coincidieron en que eran perfectamente normales, y que podían encontrarse en el organismo de cualquier persona. Como suele pasar cuando se investiga un fraude, las muestras originales se perdieron en algún momento («¡Huy, las termitas se han comido mis pruebas!»).
Como es lógico, el comité del GMC determinó que los elementos clave del artículo habían sido manipulados intencionadamente. Por ejemplo, los autores omitieron el principal problema intestinal que padecían los niños del estudio: casi todos presentaban un fuerte estreñimiento, aunque los análisis no indicaban inflamación, cosa que también se ocultó.
Algunos de ellos ya hacían temer algún síndrome antes de ser vacunados. A otros se los consideró normales al cabo de unos meses. Varios no tenían autismo.
En un momento dado, Wakefield dijo que no había tenido nada que ver con los resultados de las pruebas, pero en el artículo se declaraba que analizó las biopsias con el bioquímico y un ayudante: «Todos los tejidos fueron evaluados por otros tres investigadores clínicos (APD, AA, AJW)» (aún puede leerse gratis en la versión digital de The Lancet, aunque en cada página aparece la palabra «RETRACTADO» en letras rojas).[60] Desde entonces, Wakefield ha alegado que dicha declaración es incorrecta, algo bastante curioso, ya que, como primer autor del artículo, tenía la responsabilidad final de garantizar que todo fuera correcto, incluido su propio papel.
Ningún comité de ética acreditado habría respaldado el tipo de investigación en la que se embarcó Wakefield a petición de Barr, y sin ese respaldo, ninguna revista médica acreditada habría publicado ningún documento resultante. Por ejemplo, preparando el terreno de cara a la futura demanda colectiva, Wakefield mintió al decir que los niños fueron sometidos a procedimientos invasivos durante cinco agotadores días, como anestesias, ileocolonoscopias, punciones lumbares, escáneres cerebrales por resonancia magnética, electroencefalogramas, consumo de bebidas radiactivas y rayos X, todo con la supuesta aprobación del comité de ética del hospital Royal Free.
En realidad, tal y como relató Deer, dicho comité no recibió dicha información ni concedió permiso alguno. Wakefield y sus colaboradores principales, los pediatras John Walker-Smith y Simon Murch, negaron todos los cargos en 2004 a través de un comunicado formal. Sin embargo, cuando les presentaron las pruebas durante la vista del GMC, cambiaron de opinión y argumentaron que no habían necesitado aprobación, en contra del procedimiento reglamentario de los hospitales.
Lo mismo ocurrió con el resto de los hallazgos de Wakefield. En el fondo, lo que pasaba es que había basado su idea de negocio en la teoría de que el culpable de la enfermedad de Crohn y el autismo era el virus del sarampión, que se encuentra atenuado en la triple vírica. Por el contrario, Deer reveló que las pruebas moleculares más sofisticadas, realizadas en el propio laboratorio de Wakefield, no mostraron presencia del virus del sarampión ni en la sangre ni en el intestino de los niños. También se hallaron fallos graves en otro estudio aparentemente positivo, llevado a cabo a partir de los materiales de Wakefield. Este engaño arrastró a miles de familias afectadas por el autismo, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, que pasaron años metidas en juicios inútiles sin más motivo que una teoría inventada.
Dos años antes de que Deer tirara de la manta, la Academia Estadounidense de Pediatría hizo un resumen del consenso general: «Numerosos estudios han rebatido la teoría de Andrew Wakefield de que la triple vírica está relacionada con los problemas gastrointestinales y el autismo […]. La teoría del doctor Wakefield ha quedado totalmente refutada». No obstante, hubo muchos abogados estadounidenses que adoptaron la estrategia de Barr y Wakefield lanzando acusaciones contra el timerosal, un conservante a base de mercurio presente en diversas vacunas (un tema que retomaré más adelante).
Los partidarios de Wakefield han negado que este recibiera honorario alguno por sus investigaciones, refiriéndose a él como un héroe mientras atacaban a Deer con calumnias bien pagadas. Las argucias de Wakefield no solo provocaron la reaparición del sarampión, una enfermedad mortal que puede producir daños cerebrales, sino que también condenaron a incontables padres al infierno de creerse responsables del autismo de sus hijos por haber accedido a vacunarlos.
Wakefield negó tener intereses económicos en el asunto, y llegó a negar también que hubiera dicho que la triple vírica causaba autismo. Por desgracia para él, existen pruebas que lo demuestran (patentes incluidas), así como una larga ristra de informes falsificados en contra de la vacuna. Sin embargo, tras ser despedido del Royal Free en octubre de 2001, y aun después de que se demostrara lo infundado de sus alegaciones, volvió a defenderlas en el polémico y nuevo puesto de trabajo que le ofrecieron en Austin (Texas), con un sueldo de
280.000 dólares al año.
Durante la investigación, Wakefield se negó a cooperar, presentó quejas sin fundamento y desmintió todos los aspectos de su fraude a través de declaraciones. Además, inició una demanda por difamación —que trató de dilatar en el tiempo y finalmente acabó abandonando
— que supuso un coste de 1,3 millones de libras (dos millones de dólares) y que fue financiada por la Sociedad de Protección Médica, la cual defiende a los médicos de las acusaciones de sus pacientes. En respuesta, Deer y Channel 4 hicieron presión para acelerar el juicio y acusaron a Wakefield de ser «incansablemente evasivo y tramposo». También afeó su conducta uno de los jueces del Tribunal Superior, señalando que pretendía beneficiarse todo lo posible del proceso sin dejar que avanzara y que utilizaba la justicia como un arma para cerrar el debate sobre una importante cuestión de salud pública.
Al enfrentarse a las abrumadoras pruebas de sus fechorías, Wakefield se sacó de la manga una absurda teoría conspiratoria para explicarse y explicar por qué no podía revelar lo que llamó «secretos industriales». Igualmente negó haber amañado los resultados. En marzo de 2009 hizo la siguiente afirmación: «La idea de que un investigador pueda engañar así a la comunidad científica en beneficio propio es una soberana tontería. Las acusaciones de Deer en mi contra vienen a decir que un médico respetado decidió un buen día ponerse a manipular datos a fin de enriquecerse».
El 28 de enero de 2010, tras 197 días de pruebas, testimonios y deliberaciones, el comité formado por tres expertos en medicina y dos miembros del GMC emitió un veredicto que le daba toda la razón a Deer. Aparte de calificar a Wakefield de embaucador, inmoral y cruel, lo declararon culpable de más de treinta cargos, entre los que se contaban cuatro acusaciones de falsedad y doce de maltrato a menores con discapacidad. Finalmente, se consideró que sus investigaciones eran fraudulentas y se realizaron sin consentimiento ético. Cinco días más tarde, The Lancet se retractó del artículo publicado por considerarlo «completamente falso», lo que atrajo la atención de los medios internacionales y dio paso a nuevas retractaciones. Al cabo de tres semanas, el 17 de febrero de 2010, Wakefield fue despedido de su puesto en Texas e inhabilitado para practicar la medicina en el Reino Unido.
Por lo demás, el editor de The Lancet, Richard Horton, estuvo protegiendo a Wakefield hasta el último momento. En 2004, después de cuatro meses de investigación, Deer entrevistó a la cúpula de la revista durante cinco horas, discutiendo el asunto con Horton y otros cinco editores. El periodista había esperado que le dijeran que era necesario analizar la cuestión en toda su complejidad, teniendo en cuenta el posible fraude científico, el tratamiento poco ético de niños vulnerables y el conflicto de intereses de Wakefield por medio del abogado. Por el contrario, en menos de cuarenta y ocho horas, Horton y tres de los autores principales del artículo lanzaron una serie de mensajes en apoyo a Wakefield de los que nunca se retractaron.
De hecho, Wakefield llegó a la sede de la revista antes de que Deer se hubiera marchado.
Los tres autores eran antiguos empleados del Royal Free, como lo fue Horton a finales de los ochenta. Diez años antes de la publicación del artículo, Horton investigaba hepatología en el mismo pasillo en el que Wakefield practicaba gastroenterología.
«No me arrepiento de haber publicado el artículo de Wakefield —dijo en un libro de 2003, cuando la crisis de las vacunas estaba en pleno apogeo—. Los avances médicos dependen del libre intercambio de nuevas ideas. En el campo de la ciencia, fue ese compromiso con la libertad lo que permitió que el ser humano se zafara de las ataduras de la religión y comprendiera cuál era su lugar en el mundo».
Horton volvió a explicar su postura en marzo de 2010, después de que el comité del GMC ratificara las acusaciones de Deer: «Le pedimos a la institución pertinente, el hospital Royal Free, que inspeccionase el trabajo que se estaba realizando… Y así lo hicieron, exonerando a Wakefield de toda culpa». Pero los documentos y correos obtenidos judicialmente no apuntaban a que hubiera existido ninguna investigación formal. Lo que se adivinaba era un esfuerzo por desacreditar a Deer durante las cuarenta y ocho horas posteriores a la publicación de su historia. En efecto, los papeles mostraban que Horton, los autores del artículo y el personal docente del Royal Free se movilizaron a toda prisa en contra del periodista. De no ser por la investigación del GMC (de la que se rumorea que costó seis millones de libras), es posible que el fraude de Wakefield hubiera seguido negándose y tapándose por todos los medios.
El encubrimiento comenzó desde el momento en que Deer se marchó de las oficinas de The Lancet el 18 de febrero de 2004, cuando los médicos implicados se reunieron en el despacho de Horton para deliberar y trazar una estrategia. Wakefield solo admitió su participación en la denuncia colectiva, y negó estar recibiendo fondos. Los gastroenterólogos pediatras también se excusaron de toda falta. Además, aseguraron que los niños habían entrado en el estudio aleatoriamente, no porque los hubieran buscado, y que todos los procedimientos habían recibido la aprobación de un comité de ética. En resumen, los acusados se juzgaron a sí mismos, llegando a la conclusión de que, como dijo Horton, «Wakefield era inocente».
No obstante, a los diecisiete días, el 6 de marzo de 2004, diez de los once coautores de Wakefield (no se pudo dar con uno de ellos), incluidos Walker-Smith y Murch, publicaron un documento titulado «Retractación de una interpretación»:[61] «Queremos dejar claro que el artículo no establecía una relación causal entre la triple vírica y el autismo, puesto que no aportaba los datos suficientes para ello. Sí es cierto que se planteaba la posibilidad de que existiera tal relación, lo que causó un gran revuelo entre la opinión pública. A tenor de los acontecimientos, y de acuerdo con los precedentes, creemos que es el momento oportuno de retractarnos formalmente de la interpretación vertida sobre los datos del estudio».
Tuvieron que pasar seis años más, doce en total, para que The Lancet se distanciara del artículo fraudulento. Cuando Wakefield se negó a llevar a cabo la investigación en respuesta que le encargaron sus nuevos jefes, fue despedido.
En enero de 2011, el editor jefe del BMJ describió el trabajo de Wakefield como «un elaborado fraude», y acusó al personal docente del Royal Free y a The Lancet de «falta de ética institucional y editorial».[62] A pesar de que el GMC lo declaró culpable de más de treinta cargos, The Lancet siguió cubriéndole las espaldas. Un editorial del BMJ dijo al respecto:
«Evidentemente, The Lancet se ha retractado del artículo, pero suavizando mucho sus faltas. Aunque citan el dictamen del GMC de que los pacientes se escogieron a dedo y de que el estudio no contaba con aprobación ética, dejaban la puerta abierta a quienes quisieran creer que la teoría seguía en pie a pesar de sus defectos. Al declarar de manera inequívoca que dicho artículo es un fraude, esperamos poder cerrar esa puerta para siempre».
Las maquinaciones de Wakefield han tenido consecuencias tanto inmediatas como a largo plazo. En Inglaterra, los padres empezaron a rechazar la triple vírica, y la tasa de vacunación descendió del 91 % en 1998 a menos del 80 % en 2003.[63] Surgieron brotes de sarampión en Londres, que no tardaron en extenderse a Escocia e Irlanda. En 2002, cien niños irlandeses fueron hospitalizados por bronconeumonías y encefalitis relacionadas con el sarampión, de los cuales fallecieron tres. Un niño inglés murió a causa de complicaciones derivadas del sarampión durante el brote de 2006.

 

Una película catastróficamente mala de Andrew Wakefield
¿Sigue Wakefield en pie y dando guerra? Y tanto que sí. En 2009, uno de cada cinco padres estadounidenses creía que las vacunas causan autismo.
En 2016 se estrenó el documental Vaxxed: From cover-up to catastrophe (Vacunados: del encubrimiento a la catástrofe). La siguiente información se puede consultar en su página web, vaxxedthemovie.com:
En 2013, el biólogo Brian Hooker recibió una llamada del doctor William Thompson, un científico que dirigió un estudio sobre la triple vírica (SPR) y su vínculo con el autismo en 2004. Thompson le confesó que los CDC habían omitido datos cruciales en su informe final, que revelaban una relación de causa y efecto entre la triple vírica y el autismo. Posteriormente, Hooker grabó sus conversaciones con Thompson a lo largo de varios meses, en las que le relataba los resultados confidenciales eliminados por sus colegas.
Hooker recurrió a la ayuda del doctor Andrew Wakefield, el gastroenterólogo falsamente acusado de iniciar el movimiento antivacunas tras haber sido el primero en informar de que la triple vírica podía provocar autismo en 1998. Como parte de sus incansables esfuerzos por la defensa de los niños, Wakefield dirige ahora esta película documental para mostrar las pruebas de un encubrimiento monumental, perpetrado por la misma agencia del Gobierno que debería velar por la salud de los ciudadanos estadounidenses.
Con entrevistas a miembros de la industria farmacéutica, médicos, políticos y padres de niños afectados por las vacunas, la obra saca a la luz un colosal engaño que ha disparado las cifras de autismo en lo que podría ser la epidemia más catastrófica de nuestra era.
En efecto, la película se basa en la premisa de que la triple vírica causa autismo, y en que los CDC cometieron un fraude al ocultar los resultados de su propio estudio que así lo demostraban. Si fuera verdad, Vaxxed habría sido un buen documental merecedor de muchos premios. Pero como es mentira, lo mejor que se puede decir de él es que se trata de propaganda antivacunas.
Como dije antes, es comprensible que los padres de niños autistas quieran buscar una explicación, ya que el autismo puede ser absolutamente devastador. Los síntomas más conocidos son la dificultad extrema para aceptar los cambios inesperados y un interés desmedido por determinados temas. Tales conductas tienden a aislar a los pacientes del resto del mundo, reduciendo su deseo de relacionarse. También muestran comportamientos repetitivos, como mover las manos, sacudirse, dar vueltas, decir la misma frase una y otra vez o apegarse a objetos extraños como gomas elásticas e interruptores. A veces presentan anomalías en la postura y la expresión facial, habla monótona, evitación del contacto visual, deficiencias en la comprensión oral y retraso en la adquisición del lenguaje. Los pacientes más afectados pueden necesitar de un apoyo considerable.
Supongo que Del Bigtree, el periodista que produjo el documental creía realmente en lo que estaba haciendo, pero eso no le excusa, puesto que su obligación como periodista es la de ser objetivo e imparcial y contrastar sus fuentes. La justificación que da en la página web dice mucho de cómo son los cabecillas del movimiento antivacunas:
La gente me pregunta por qué decidí dejar mi puesto de productor en un prestigioso programa médico, The Doctors, para hacer una película con Andrew Wakefield, el personaje más polémico de la ciencia moderna. La respuesta es que no tuve elección.
Las vacunas son seguras, afirma con insistencia un sector de la comunidad médica […]. Entonces supe que un científico reputado había confesado en internet que él y cinco de sus colegas manipularon los resultados de un estudio sobre la triple vírica para encubrir el hecho de que la vacuna podía estar relacionada con el autismo.
Más terrible aún era la acusación de que el Gobierno estadounidense estaba envenenando a millones de niños con una vacuna defectuosa, y que ningún medio generalista contaba la historia[…]. Si no fuera por Andrew Wakefield (al que yo llamo Andy), la verdad no habría salido nunca a la luz […]. Todavía me duele recordar cómo lo describían los titulares: «Asesino de niños», «Padre del movimiento antivacunas», «El embaucador que publicó un estudio falso para relacionar las vacunas con el autismo», «El médico que practicó experimentos innecesarios en niños inocentes», y una lista infinita de descalificaciones. Sin embargo, cuando Andy me enseñó el documental que estaba preparando sobre el doctor William Thompson, el confidente de los CDC, me quedé de piedra. Las pruebas eran innegables. Se había mentido al mundo entero. Fue la revelación más importante de toda mi vida. Como ganador de un Emmy, sabía que podía ayudar a Andy a producir un documental sobre cuestiones científicas tan complejas, pero antes de subirme al carro tuve que investigarlo por mí mismo […]. Entonces me di cuenta de que había estado repitiendo muchas de las muletillas que se decían sobre él y que no eran ciertas. Para empezar, me sorprendió descubrir que Andy nunca se había pronunciado en contra de las vacunas. También me chocó comprobar que su artículo en The Lancet dejaba claro que no había logrado establecer un vínculo entre la triple vírica y el autismo […]. Curiosamente, las alegaciones contra Andy no las inició un investigador médico ni una institución científica, sino un periodista independiente llamado Brian Deer, que escribió un artículo para el Sunday Times de Rupert Murdoch, más cercano al amarillismo que a la seriedad informativa. Más adelante, el Consejo Médico General del Reino Unido se basó en las elucubraciones de Brian para retirarle la licencia a Andy, a pesar de que había doce coautores más aparte de él. La acusación de que Andy amañó el estudio se vuelve absurda al ver que entre sus colaboradores se hallaban científicos de primera línea, que fueron quienes realizaron las pruebas, transcribieron los datos y verificaron los resultados antes de firmar el artículo. Entonces, ¿por qué Andy es el único de los trece coautores al que han inhabilitado como médico? Tal vez porque fue el único valiente que se atrevió a enfrentarse a los fabricantes de vacunas y al Ministerio de Sanidad, planteando la cuestión de que la triple vírica podía estar provocando autismo en nuestros niños, con unos estudios que nunca pudo terminar.
También corre el rumor de que el artículo de The Lancet estuvo financiado por una fuente externa y sesgada, lo que es fácilmente comprobable consultando los registros del hospital Royal Free, que demuestran que fue allí donde se cobraron los pagos una vez terminado el estudio. Por último, lo más terrible en mi opinión es la acusación de que Andy practicó pruebas innecesarias a niños inocentes. No obstante, por repugnante que parezca, si nos fijamos bien, veremos que fueron los padres quienes llevaron a sus hijos al hospital porque sufrían graves problemas intestinales, además de autismo. Las supuestas pruebas innecesarias se refieren a las colonoscopias y biopsias que llevaron a cabo los colegas de Andy. En fin, no sé de qué manera va a investigar un gastroenterólogo una posible enfermedad intestinal sin hacer esas pruebas rutinarias, pero yo no soy médico. Como tampoco lo es el periodista que pergeñó esta desafortunada obstrucción del progreso médico.
[…] las personas como Galileo […] suelen ser perseguidas […]. En el caso de Andy, puede que seamos responsables de una epidemia de autismo que acabe con la civilización, ya que la enfermedad ha pasado de darse en uno de cada diez mil niños a uno de cada cuarenta y cinco en menos de cuarenta años. Y sin embargo, los CDC siguen lanzando su mensaje oficial, con el que tratan de calmar nuestra conciencia: «No sabemos por qué se produce el autismo».
El doctor William Thompson ha presentado pruebas físicas que apuntan claramente a que los CDC manipularon los datos del estudio sobre la triple vírica. Según sus declaraciones, durante la investigación se observó un aumento importante del riesgo de autismo en distintos grupos, cosa que se apresuraron a tapar llegando al extremo de expulsar a determinados niños. Desde que su estudio fraudulento proclamó que la triple vírica estaba libre de toda culpa, alrededor de un millón de niños han contraído autismo. Los matemáticos que han plasmado el incremento de la enfermedad en un gráfico han observado que describe una curva exponencial perfecta. Si no se hace algo para detener esta tendencia, en el año 2032 uno de cada dos nacidos sufrirá trastornos del espectro autista. Se trata de una catástrofe de dimensiones bíblicas.
Cuando estés leyendo esto, la industria farmacéutica se habrá encargado de financiar una campaña para que nadie vea el documental […]. Recurrirán a su manoseado manifiesto en contra de Wakefield y mandarán a su ejército de blogueros para difundir su mensaje por todos los rincones de internet […]. Si te sientas a ver esta película, cruzarás el punto de no retorno y te encontrarás en la misma disyuntiva que yo. Como dijo Einstein: «Quienes tienen el privilegio de saber, tienen el deber de actuar».
Si Bigtree hubiera leído las revelaciones de Brian Deer en el BMJ, y los apoyos que recibió por parte de sus editores y del Consejo Médico General,[64] no habría hecho tales declaraciones, a menos que fuera un pobre diablo ignorante. Además, es indignante que compare el exquisito trabajo de Deer con el amarillismo y que lo acuse de «pergeñar esta desafortunada obstrucción del progreso médico».
Bigtree afirma que es absurdo que unos científicos de primera línea alterasen los datos para publicar un artículo fraudulento. No obstante, habiendo sido el productor de un magacín médico, debería estar al tanto de que es algo que ha sucedido en múltiples ocasiones, incluso en los últimos tiempos. Por otro lado, tampoco es raro que profesionales reputados se presten a poner su nombre en artículos de los que poco saben, ni que alguien de un equipo cometa un fraude sin que se enteren los demás.
Bigtree habla de una catástrofe autista de dimensiones bíblicas, pero, aunque sin duda es preocupante que aumente la incidencia de autismo, no se acerca ni de lejos al incremento del 200 % que vaticina. Los criterios para diagnosticar el autismo y los trastornos del espectro autista se han ampliado de modo sustancial durante los últimos cuarenta años, por lo que es imposible esperar tales cifras en algo que ha ido cambiando con el tiempo. Según los CDC, la incidencia solo ha aumentado un 2,5 % del año 2000 al 2014, pero el número real debe de ser mucho más bajo, ya que ahora hay muchas campañas de concienciación, lo que puede duplicar el número de diagnósticos que se producen. Más interesante sería saber si ha habido un aumento de los casos más graves, los que se han diagnosticado siempre.
El documental le da mucho bombo a una predicción realizada por un informático que dice que si el número de diagnósticos creciera exponencialmente, en el año 2032 el 80 % de los niños serían autistas. ¿Alguien da más? ¿Por qué no avanzar unos cuantos años y llegar al 100%?
Al contrario de lo que auguraba Bigtree, la industria farmacéutica no ha desplegado un ejército de blogueros con los que defender la vacuna. En realidad, son los negacionistas de las vacunas los que han tomado las redes.

 

El supuesto confidente de los CDC informó mal

 

Bigtree asegura que Thompson descubrió un mayor riesgo de autismo en distintos grupos de la población. De hecho, todo el documental gira en torno a esa idea, como queda claro en los agradecimientos: «Mil gracias al doctor William Thompson. Una película de Autism Media Channel, 2016».
Si las declaraciones de Thompson no fueran ciertas, toda su hipótesis se vendría abajo. Y resulta que son mentira. A pesar de que busqué lo que él llama «denuncias de irregularidades» en Google, no pude hallar gran cosa, salvo meras opiniones de negacionistas, lo que aumentó mis sospechas de que algo fallaba. Finalmente logré dar con esto en la página web de la psiquiatra Kelly Brogan:[65] «Como los padres del mundo llevan sabiendo desde hace siete décadas [sic; setenta años], y como ha demostrado la ciencia, las vacunas causan autismo [sic; en negrita] […]. Después de que el doctor Brian Hooker solicitara la documentación original del estudio de la triple vírica apelando a la ley de libertad de información, un investigador de los CDC, William Thompson, no pudo seguir cargando con el peso de su conciencia y terminó por confesar. Los documentos mostraban un incremento del 3,4 % en la incidencia de autismo entre los niños afroamericanos, a quienes se expulsó del estudio en un último acto de fraude científico […]. El doctor Hooker ha publicado los datos íntegros aquí».
Con «aquí» se refería a un enlace al estudio de Hooker. Pero lo que Brogan se olvidó de mencionar es que dicho estudio ha sido retractado y se considera un engaño.
Realmente, me cuesta entender por qué se le dedicó tanta atención al estudio de los CDC. Pese a que no es demasiado interesante, lo curioso es cómo se manipuló en el documental. Tras haberlo visto y haber leído los resultados del estudio, he de decir que la teoría conspiratoria cae por su propio peso. En honor a la verdad, los investigadores hicieron un buen trabajo, llevando a cabo un estudio de casos y testigos en Atlanta, en el que compararon a 624 niños con autismo con 1.824 niños sin autismo (el grupo de control).[66] El experimento se basaba en el supuesto de que si la triple vírica aumentaba el riesgo de autismo, que suele desarrollarse antes de los 24 meses de edad, los niños que se vacunaban siendo más pequeños correrían un riesgo mayor. De todos modos, no fue eso lo que descubrieron. La distribución general por edades durante la primera administración de la vacuna fue similar en ambos grupos (p = 0,22). Además, los investigadores analizaron los datos de distintas maneras, y por mi parte creo que sus resultados son convincentes.
Entonces, ¿qué hizo Hooker? Consiguió acceso al estudio a través de Thompson y, guiado por este, se puso a ver cómo podía sacar las cosas de contexto. En el mundo académico, semejante práctica se considera una manipulación fraudulenta. En caso de encontrarse algo, es muy probable que sea falso.
Hooker anunció en 2014 que había una relación entre la vacuna triple vírica y la incidencia de autismo «exclusivamente en los niños varones afroamericanos», con un cociente de riesgos (CR) de 1,73 (intervalo de confianza al 95 % de 1,09 a 2,77) a los 24 meses y de 3,36 (IC de 1,50 a 7,51) a los 36 meses.[67] Pues bien, todo lo anterior no es más que papel mojado. En primer lugar, no se pueden extraer cocientes de riesgos de un estudio de casos y testigos, solo cocientes de posibilidades, que fue lo que incluía el informe de los CDC.[68] En segundo lugar, los niños negros son un subgrupo dentro de un subgrupo, lo que supone una extrapolación extrema. En tercer lugar, los intervalos de confianza son demasiado amplios, y el límite inferior se acerca al uno, lo que quiere decir que no hay relación entre el momento de la vacunación y la aparición del autismo. Un intervalo de confianza al 95 % de 1,09 a 2,77 significa que podemos estar seguros al 95 % de que el verdadero cociente de posibilidades se encuentra entre 1,09 y 2,77. En cuarto lugar, los estudios de casos y testigos son particularmente susceptibles de caer en el sesgo, por lo que muchos epidemiólogos respetados consideran que cualquier resultado que no sea abrumador será casi imposible de creer.[69] Algunos piensan que un aumento del cociente de posibilidades no demuestra nada a menos que el intervalo de confianza sea al menos de tres, cosa que no sucedió aquí. En quinto lugar, cuando hablamos de ciencia, un solo estudio no puede contar como la única fuente existente en el universo. Suele haber otros estudios al respecto, y en este caso, son mucho más fiables.
Los investigadores de los CDC mencionaron seis estudios observacionales que no lograron hallar una relación entre la triple vírica y el autismo, y entre ellos se contaba un estudio de cohortes danés especialmente convincente.[70] Yo comparto su opinión y hablaré de ello en el siguiente apartado. De cualquier manera, para saber si la vacuna provoca autismo, no deberíamos fijarnos en niños que, con pocas excepciones, fueron todos vacunados, como hicieron los CDC, sino comparar un grupo vacunado con otro sin vacunar, que fue lo que se hizo en el estudio danés.
A pesar de que Bigtree y Wakefield conocían el estudio de los CDC y aparecen en gran parte del documental, ninguno explica que hay estudios mucho más robustos que no hallaron relación alguna entre autismo y vacuna. Esa es una de las características más sobresalientes de la cinta, que resulta extremadamente tendenciosa. Su misión consiste en reivindicar a Wakefield y decirle al mundo lo peligrosa que es la triple vírica. No se trata de un documental auténtico, sino de mera propaganda que sería mejor olvidar.
El estudio de Hooker también debería desestimarse, como no tardaron en hacer sus propios editores. Efectivamente, fue retractado a un solo mes de su publicación, algo que no puede pasarse por alto, pues se indica en letras grandes y rojas en todas sus páginas, con un enlace a una nota de retractación firmada por Hooker:[71] «El editor y la editorial lamentan tener que retractarse del artículo, dado que el autor estaba implicado en un conflicto de intereses no declarado que comprometió el proceso de revisión externa. Además, tras la publicación surgieron dudas sobre la validez de los métodos de análisis estadísticos empleados, lo que reduce nuestra confianza en la solvencia de sus resultados. Pedimos disculpas por cualquier inconveniente que ello pueda ocasionar».
El documental no aclaraba que el estudio de Hooker había sido retractado. Si lo hubiera hecho, no habría habido historia que contar. En vez de eso, daba una importancia desmedida a sus hallazgos, que es como levantar la voz cuando te quedas sin argumentos. De hecho, Hooker dijo que el riesgo de autismo entre los afroamericanos tras la vacunación era «astronómico», estadísticamente significativo y comparable a un terremoto de ocho grados en la escala de Richter. Así, sin paños calientes.
Aunque me esforcé por entender los argumentos del documental en contra de los CDC, no encontré ninguno que tuviera sentido. Vaxxed formulaba la siguiente pregunta: ¿cometieron un fraude los CDC? Para ellos, la respuesta era sí, y trataron de convencer a los espectadores con cuatro supuestas pruebas, como si de un juicio se tratara: desviación del plan de análisis, omisión de datos, destrucción de documentos y obstrucción de la justicia. Repasemos estas acusaciones una por una.
Wakefield dijo que los investigadores se desviaron del plan de análisis al enfrentarse al aumento de riesgo entre los afroamericanos, y también criticó que usaran los datos raciales de los expedientes académicos en vez de los certificados de nacimiento, que solo tenían la mitad de los niños porque los demás habían nacido en otro estado. Por su parte, los investigadores afirmaron que esto les permitió obtener información adicional, como el peso al nacer, la edad gestacional, el número de veces que habían dado a luz las madres, su edad, raza y nivel educativo.[72]
Pero ¿de verdad se omitieron datos y supuso ello un problema? No. El documental muestra una tabla con seis grupos de edad muy reducidos, supuestamente extraída del informe interno de Thompson, mientras que el artículo publicado manejaba tres. No creo que dicha distribución fuera a modificar los resultados de manera sustancial, y, teniendo en cuenta la hipótesis del estudio, la elección de los tres grupos de edad utilizados en el artículo parece de lo más razonable. Lo habitual es que los investigadores junten a los participantes en grupos amplios en aras de una mayor claridad. El documental enseña unas supuestas notas manuscritas de Coleen Boyle, científica de los CDC, en las que propone unir a los grupos de 19 a 23 meses con los de 24 a 35 meses. Wakefield dijo que se probó con nuevos grupos de edad, de 0 a 11, de 12 a 18 y de 19 a 36 meses, pero que como no salió bien, terminaron descartando los datos. Sin embargo, tal crítica es infundada. Los investigadores explicaron claramente por qué emplearon esos grupos de edad: la franja hasta los 18 meses indicaba que la vacuna se había puesto en la fecha oficial recomendada, la franja hasta los 24 meses es cuando la mayoría de los niños con autismo presentan indicios atípicos, y la franja hasta los 36 meses es la edad en que se manifiestan las características del autismo según el manual DSM-IV de trastornos mentales.
¿Se destruyeron documentos? Hooker dice que sí, porque evidenciaban un efecto estadístico significativo. Según esta versión, Thompson fue el único que los conservó y se los entregó a Hooker, quien presentó una queja sin base alguna en la Oficina de Integridad Científica.
Según el documental, todos los demás implicados menos Thompson negaron que se celebrara una reunión durante la cual se destruyeron los documentos, y lo llamaron mentiroso.
Además, se suponía que Thompson iba a presentar los resultados del estudio de los CDC, anunciando la supuesta relación de causalidad entre vacunación y autismo, pero entonces se puso al frente el primer autor del informe, DeStefano, quien mintió ante el Instituto de Medicina diciendo que no existía tal relación. Sea como fuere, cabe señalar que concuerdo con la decisión de los CDC de apartar a Thompson de la presentación, ya que el estudio no demostró ningún tipo de vínculo entre ambos hechos. Incluso parece que el mismo Thompson aceptó esta conclusión, ya que se incluye su nombre entre los coautores.
Al cabo de más de una década, Thompson entregó todos los documentos al republicano Bill Posey, quien los sacó a colación en el Congreso el 29 de julio de 2015. Posey recomendó que se llevara a cabo una investigación y pidió que se llamara a Thompson a declarar, ya que podía ser encarcelado si lo hacía sin una citación. Wakefield se lamentó de que siete meses después el Congreso aún no hubiera hecho nada. Y yo sé muy bien por qué: lo cierto es que no había nada que investigar.
¿Hubo obstrucción de la justicia? No. El documental denuncia que el estudio fraudulento de los CDC se utilizó para encubrir el hecho de que los niños se volvían autistas a causa de la vacuna. Sin embargo, sus acusaciones carecen de fundamento.
La obra intenta manipular la verdad en muchas otras ocasiones. Por ejemplo, obligaron a un chico a decir que el autismo era un gran problema y que todos los niños sanos estaban en peligro. Siguiendo esa lógica, volar es un gran problema porque todos estamos en peligro de estrellarnos con el avión. También decía que su hermana de 18 meses tenía que recibir la triple vírica, y que era siete veces más probable que sufriera autismo si se la ponían entonces que cuando tuviera 3 años. Bigtree justificaba esa cifra de «siete veces» basándose en los datos de los CDC, pero resulta que aquellos niños eran blancos, no negros. Y los intervalos de confianza eran tan amplios que Bigtree bien podía haber calificado dicho riesgo de «casi inexistente». Cuando era pequeño, una vez me dieron un premio de doscientas coronas danesas por una foto que hice a una velocidad del obturador de 1/250 segundos. De este modo, podría haber presumido de que ganaba un montón de dinero, «hasta 180 millones de coronas a la hora», cuando en realidad me sacaba dos coronas a la hora recogiendo fresas.
El documental incluye muchas entrevistas lacrimógenas con padres que creen que las vacunas convirtieron a sus hijos en autistas, intercaladas con vídeos caseros de esos mismos niños antes y después de la vacuna, primero sanos y felices, y luego enfermos y distantes. Los padres se emocionan al contar su historia, en lo que es una treta para que el espectador crea en las pruebas anecdóticas por encima de la ciencia.[73] No es que esté en contra de utilizar secuencias fílmicas emotivas para convencer a la gente de que debe actuar, pero solo si las premisas son correctas, y en este caso no lo son.
En efecto, los personajes que aparecen están cuidadosamente seleccionados para dar forma a su sarta de mentiras. Así, se muestran imágenes de la entrega del Premio Nobel a Luc Montagnier por descubrir el virus del sida, quien luego sale apoyando la teoría del autismo, señala que el trastorno es más prominente entre los afroamericanos y dice que «evidentemente, se trata de un fraude de altos vuelos».
Doreen Granpeesheh, psicóloga especialista en autismo, habla de sus causas y menciona una supuesta incapacidad para eliminar las toxinas del cuerpo (un tipo de lenguaje que suelen emplear los farsantes). Según ella, dichas toxinas proceden de las vacunas, los alimentos modificados genéticamente (que yo sepa, estos no son tóxicos) y los pesticidas (de los que nunca se ha demostrado que estén relacionados con el autismo). Pero lo peor es que compara el brote de sarampión que se produjo en Disneylandia en 2014 (con 644 casos documentados) con el número registrado de casos de autismo, que sitúa en un millón ochenta y dos mil trescientos cincuenta y tres.
Los padres protagonistas también se escogieron a conciencia. Polly Tommey tiene un hijo autista, cuyo trastorno achaca a la triple vírica. Además, es la editora de la revista Autism File, en la que se hace publicidad de propaganda antivacunas y falsas curas del autismo,[74] y donde describe a su madre como una «hippie homeópata». Y para rematar, había colaborado estrechamente con Wakefield en el medio Autism Media Channel.
Por lo que he podido observar, quienes están en contra de las vacunas suelen ser defensores de la medicina alternativa, a pesar de que no sirva para nada.[75] Si de verdad funcionara, los médicos no la llamarían medicina alternativa, sino que la usarían sin más.
Gran parte del documental muestra a Wakefield repitiendo las mismas mentiras que lleva soltando desde hace veinte años, sin hacer alusión a las elevadas sumas de dinero que recibió por parte de un abogado que quería demandar a los fabricantes de vacunas. También afirma claramente que «el confidente de los CDC» le da la razón, y reitera su recomendación de emplear la vacuna monovalente contra el sarampión en vez de la triple vírica, aunque olvida señalar que posee la patente de dicha vacuna. El documental tampoco hace referencia a Brian Deer, cuyos artículos dejaron a Wakefield en pañales, igual que en El traje nuevo del emperador.
En otro momento, el ínclito Wakefield, director de Vaxxed, dice lo siguiente: «Durante los últimos veinte años he tenido que ver sufrir a los afectados por el autismo, y el problema no hace sino multiplicarse cada año. Lo que comenzó con la esperanza de hallar conocimiento, tratamientos nuevos y eficaces, y hasta un modo de prevenir el autismo, ha terminado por convertirse en desesperación frente a los intereses económicos de unos pocos, que aprovecharon su influencia mediática para machacar la ciencia y a los científicos». Resulta escandaloso que precisamente él hable de intereses económicos. Luego prosigue: «Pero entonces, después de dos décadas y un millón de niños afectados, un hombre, el doctor William Thompson, un disidente de los CDC, decidió contar la verdad y volvió a brillar un rescoldo de esperanza. Hace años que aprendí una importante lección: si quieres enfrentarte a los medios, tienes que convertirte en uno de ellos. Y el mejor medio para relatar esta historia es este documental. Nuestro objetivo consiste en sacar el fraude a la luz a través de las tristes vivencias de unas cuantas familias normales destrozadas por el autismo. Esta película le ofrece al público una verdad fea e incómoda. Mirar hacia otro lado sería un gran error».
Parece ser que a Wakefield se le escapa lo irónico de la situación, ya que el fraude del que habla es el suyo propio, y la película no ofrece una verdad fea e incómoda, sino una mentira fea e incómoda.
Vaxxed fue retirada del festival de cine de Tribeca de 2016 tras una oleada de protestas. Uno de sus fundadores, el actor Robert de Niro, que tiene un hijo autista, se había saltado el proceso de selección para poder proyectar la obra. Finalmente, no tuvo más remedio que revocar su decisión, lo que Wakefield consideró un acto de censura.
En 2018, el Guardian señaló que Wakefield se había convertido en un líder de opinión en los Estados Unidos durante la presidencia antisistema de Donald Trump, y que tenía una influencia tremenda en todo el mundo.[76] Por su parte, Wakefield y sus partidarios insisten en que la ciencia tradicional se equivoca, y nada los convencerá de lo contrario. Las teorías conspiratorias del movimiento antivacunas, de las que Vaxxed es un ejemplo, están por todo internet, y su aparente aceptación en los niveles superiores de la sociedad estadounidense solo pueden impulsarlas aún más.
Todo esto me recuerda a un famoso empresario danés que dijo que no importa si recibes mala prensa, ya que siempre es mejor que nada.
Wakefield es la razón de que muchos padres se nieguen a vacunar a sus hijos, despertando todo tipo de recelos, no solo sobre la triple vírica, sino sobre las vacunas en general, lo que ha tenido consecuencias desastrosas para algunos de ellos. En los Estados Unidos, el movimiento antivacunas despegó con fuerza después de que Wakefield recorriera el país con una gira de conferencias sobre el autismo. También ayudó su aparición, en noviembre de 2000, en el programa 60 Minutes de la CBS, donde vinculó la triple vírica con lo que llamó una epidemia de autismo. A ello le siguieron las afirmaciones de sus partidarios de que todas las vacunas eran peligrosas. Al mismo tiempo, las mentiras de Wakefield generan una recaudación continua de fondos por parte de los padres de niños autistas, muchos de los cuales han creído ver en él a su abanderado.

 

Wakefield, ese héroe
En 2016, cuando pedí que retiraran mi nombre de la web de la Alianza por la Protección de la Investigación Humana, la biografía de Wakefield ocupaba dos páginas, pero cuando la miré en 2019, ya llegaba a las doce. En ambas versiones aparecían citadas sus palabras textuales:
«No fui yo quien se encargó de tratar a los niños. Lo hizo un grupo de distinguidos gastroenterólogos que confirmaron sin la menor duda que los pequeños sufrían una enteropatía inflamatoria que ya se ha extendido por el mundo».
Como ahora sabemos, ninguno de los doce niños del estudio de Wakefield tenía enteropatía inflamatoria, ni esta se ha extendido por el mundo. Su biografía está plagada de otros errores graves, pullas, descalificaciones y teorías conspiranoicas, como es típico entre los negacionistas de las vacunas. Y al tiempo que santifica a Wakefield, también es una campaña de desprestigio en contra de Brian Deer. Entre otras cosas, se dice que su «notoriedad» (sic, entre comillas) se debe a una serie de artículos incendiarios, a los que echó más leña al fuego el editor jefe del BMJ, quien «se embarcó en una maniobra difamatoria calculada para causar el mayor daño posible al doctor Wakefield». Y yo me pregunto: ¿cómo puede saber Vera Sharav, la presidenta de la Alianza, los motivos de los demás?
En la última versión de la semblanza de Wakefield, había desaparecido este fragmento: «Se ha hecho un esfuerzo conjunto por distraer la atención del hecho de que las autoridades sanitarias han fallado en su cometido de proteger a nuestros niños. Por el contrario, los medios generalistas han copiado las tácticas de perro de presa de Brian Deer, iniciando una cruzada con la que destruir la reputación y el buen nombre del doctor Wakefield». En realidad, Wakefield se destruyó a sí mismo con sus mentiras; no fue necesaria la ayuda de ninguna conspiración (esfuerzo conjunto), cruzada ni perro de presa.
Otro engaño más: «Los padres de los niños buscaron la ayuda del doctor Wakefield basándose en sus publicaciones anteriores». Sharav no menciona que fue Wakefield quien se acercó a los padres pensando en la demanda que planeaba interponer con su cómplice, el abogado.
«El juicio contra Andrew Wakefield estuvo instigado por diversas empresas, cuyos intereses económicos chocaban con las investigaciones independientes de quienes intentan identificar los problemas de seguridad de determinados medicamentos». No es cierto. Todo se debió al trabajo de un valiente: Brian Deer. De hecho, en 2011 nombraron a Deer periodista especializado del año en los premios de la industria editorial británica, una especie de Pulitzer. Los miembros del jurado lo alabaron por su «incansable perseverancia» y por haber
«sacado a la luz una historia de gran importancia».
Por su parte, Sharav dice que la industria farmacéutica se dedicó a intimidar a Wakefield, pero esta no tuvo nada que ver con su suicidio profesional, y la intimidación se produjo a la inversa, como en el caso de las demandas ridículas que interpuso Wakefield en contra de Deer. Sharav se abstiene de reconocerlo, y se supone que debemos compadecernos del villano:
«Wakefield ha sido vilipendiado y sometido a falsas acusaciones, orquestadas desde las sombras que controlan la difusión de la información médica. Estaban decididos a acabar con su reputación, su credibilidad, su integridad profesional y su carrera».
La teoría de Wakefield de que la vacuna contra el sarampión era la causa del nuevo síndrome, la enterocolitis autista, no ha sido secundada por ningún otro científico. Sin embargo, Sharav recomienda: «Lean nuestra recopilación de informes científicos que validan los polémicos hallazgos expuestos en The Lancet».
Sharav también señala que Thomas Verstraeten evaluó los riesgos del timerosal —un conservante a base de mercurio presente en algunas vacunas— utilizando una gran base de datos de los Estados Unidos, y que descubrió que la exposición durante el primer mes de vida aumentaba el riesgo relativo de autismo en un 7,6 %. En verdad, lo que hace es manipular el resumen de un estudio de 1999, que situaba el cociente de riesgos en un 7,6 (IC de 1,8 a 31,5).
[77] Así pues, en puridad, el riesgo se incrementaría 7,6 veces, lo que es mucho más que un 7,6
%, pero se trata de un resultado muy improbable, como indica la amplitud del intervalo de confianza. Además, los estudios sobre bases de datos tienden a estar sesgados, y los efectos que únicamente se publican en resúmenes suelen ser engañosos. No he logrado encontrar el estudio de Verstraeten en ninguna parte, aunque publicó otro similar en 2003.[78] Sin embargo, sus resultados positivos eran tan nimios que deberían descartarse. Estos apuntaban a un mayor riesgo de tics nerviosos (CR = 1,89; IC de 1,05 a 3,38) y de retraso del lenguaje (CR = 1,13; IC de 1,01 a 1,27), pero ninguno de los análisis detectó un aumento del riesgo de autismo ni de TDAH. Finalmente, Verstraeten llegaba a la conclusión de que no había pruebas fiables que relacionaran el timerosal de las vacunas con los trastornos neurológicos.
Sharav no se refiere a este estudio, sino a otros tres[79] que tampoco hallaron vínculos entre timerosal y autismo, aunque los echa por tierra afirmando que se ha demostrado que son fraudulentos. Para poder decir que determinados estudios son fraudulentos, uno tiene que aportar las referencias en que se basa, pero Sharav deja a sus lectores a oscuras.
Los tres estudios se publicaron en revistas de prestigio: New England Journal of Medicine, Pediatrics y Journal of the American Medical Association (JAMA). Y los tres eran daneses. Resulta que nuestro país es famoso por sus estudios meticulosos, y contamos con algunas de las mejores bases de datos del mundo. De hecho, los tres son muy convincentes gracias a su amplitud, y es poco probable que pasaran algo por alto.
En el primero, de 2002, el 82 % de los 537.303 niños de una cohorte recibieron la triple vírica. Entre ellos, los autores identificaron a 316 con autismo y a 422 en el espectro autista. Tras ajustar los datos a fin de erradicar errores, el cociente de riesgos de autismo de los niños vacunados era de 0,92 (IC de 0,68 a 1,24), y el de trastornos del espectro autista, de 0,83 (IC de 0,65 a 1,07). No se observaron asociaciones entre la edad a la que fueron vacunados, el tiempo desde la vacunación o la fecha de la misma y la aparición de trastornos autistas. Los autores terminaban diciendo que su estudio aportaba pruebas sólidas que refutaban la hipótesis de que la triple vírica causara autismo, y estoy de acuerdo. Se trata de un estudio muy concluyente, más que el de los investigadores de los CDC (que llegaba a la misma conclusión), y, sin embargo, Del Bigtree y Andrew Wakefield se centraron en este último a la hora de hacer su documental e hicieron caso omiso del estudio danés.
El segundo estudio incluía a 956 niños diagnosticados con autismo entre los años 1971 y 2000. De acuerdo con sus datos, no hubo aumento de la incidencia de autismo durante el periodo en que se usó timerosal en Dinamarca, que fue hasta 1990. A partir de 1991, la incidencia sí aumentó, pero también lo hizo entre los niños nacidos tras la retirada del timerosal.
En el tercer estudio, con una cohorte de 467.450 niños, los investigadores compararon a los vacunados con timerosal con los vacunados con otra fórmula de la misma vacuna. Se encontraron 440 casos de autismo y 787 de trastornos del espectro autista. Los resultados fueron similares en ambos grupos, con un cociente de riesgos de 0,85 (IC de 0,60 a 1,20) con respecto al autismo y de 1,12 (IC de 0,88 a 1,43) en otros trastornos del espectro autista.
Además, tampoco se halló relación entre dosis y efecto: apenas aumentó el riesgo por cada veinticinco microgramos de etilmercurio, con un cociente de riesgos de 0,98 (IC de 0,90 a 1,06) en el caso del autismo y de 1,03 (IC de 0,98 a 1,09) en el de trastornos del espectro autista.
Sharav no dice ni una palabra sobre estos tres estudios, aparte de asegurar sin pruebas que son fraudulentos. Insiste, eso sí, en que Wakefield no le hizo daño a ningún niño, mientras que las revistas médicas y los medios hacían la vista gorda ante la catástrofe que sufrían incontables pequeños y sus familias.
También menciona brevemente «el soplo» de William Thompson, y asegura que los datos ocultaban una cuadruplicación del índice de autismo entre los varones negros. De hecho, le da vueltas a lo mismo hasta el infinito. Califica el proceso del GMC contra Wakefield de
«irregular», opina que fue todo una farsa, que su ídolo no tenía intereses económicos en el asunto y que es un científico honrado.
Al impecable trabajo de investigación de Deer lo llama «periodismo incendiario e irresponsable», y tacha al editorial del BMJ de «difamatorio». Pero los hechos no pueden ser difamatorios, y es un hecho que Wakefield falsificó los datos.
Asimismo, indica que el Tribunal Superior británico revocó el veredicto del GMC para exonerar a uno de los coautores de Wakefield, John Walker-Smith, quien presentó una apelación. Por desgracia, los defensores de Wakefield emplean este dictamen para exonerarlo también a él, a pesar de que una cosa no tuvo nada que ver con la otra. Según Deer, tanto Walker-Smith como Wakefield contaron con el apoyo de la Sociedad de Protección Médica, que fue la que impulsó la apelación de Walker-Smith, pero que rechazó a Wakefield siguiendo el consejo de su equipo legal. Si hubiera llegado a apelar, el GMC habría vuelto a reunir a su comité y refrendado la inhabilitación de Wakefield. Estaban en su derecho, y podían haber hecho lo mismo con Walker-Smith, pero no lo hicieron, porque el hombre tenía 73 años y prolongar la pesadilla en que lo había metido Wakefield habría supuesto un grave deterioro de su salud.
En otro momento, Sharav afirma que la decisión del Tribunal Superior invalidaba el proceso del GMC por el fraude de Wakefield, y que su estudio no tenía nada de fraudulento.
Sinceramente, me parece increíble lo manipuladora que llega a ser esta señora. En una carta que me escribió, decía que el juicio del GMC había quedado desacreditado, pero no es cierto. Fue válido, y todos los materiales los reunió el equipo legal del propio GMC.
Sharav proclama también que la acusación de fraude del BMJ fue un invento que jamás se habría sostenido frente a un tribunal. Pero es evidente que sí, y los editores de la revista alegan que había indicios claros de falsificación.
Igualmente asegura que otros investigadores obtuvieron los mismos resultados que Wakefield, pero incluye un enlace que no funciona, y como no pude encontrar nada en Google, en caso de que en algún momento hubiera llegado a existir supongo que fue eliminado. Ni el BMJ ni yo tenemos constancia de que se hayan publicado más estudios que confirmen su tesis. Por otro lado, siempre habrá artículos defectuosos que pretendan probar alguna creencia popular, pero no se trata de que existan documentos aislados, como el artículo retractado de Hooker, sino de que se lleven a cabo investigaciones fiables. La idea de que la vacuna del sarampión provoca autismo debería ser relegada al cementerio de las hipótesis fallidas, si es que queda algún sitio libre.
Sharav culmina su santificación de Wakefield con lo que parece un chiste: «Hasta el más somero examen de los informes que validan sus polémicos resultados nos convence de la integridad científica del tan denostado artículo. Así pues, creemos que el doctor Andrew Wakefield es un auténtico héroe por su valentía».
Un examen somero no valida los resultados de Wakefield, a menos que se haga con los ojos cerrados. Los negacionistas de las vacunas hacen oídos sordos ante las pruebas irrefutables de que Wakefield es un farsante, pintándolo como la víctima de una conspiración que lo obligó a abandonar Inglaterra para refugiarse en los Estados Unidos. Nótese que digo «irrefutables» porque lo son. Es muy poco habitual que haya algo irrefutable en el campo de la ciencia, pero en este caso es así. La evidencia del fraude es tan incontestable que no puede ponerse en duda bajo ninguna circunstancia.
Aunque nadie firma la supuesta semblanza de Wakefield en la página web, doy por hecho que la escribió Sharav. A pesar de que utiliza el plural al declarar la heroicidad de su ídolo, cuando les pregunté a ella y al comité directivo de la Alianza al respecto, resultó que solo ella lo consideraba un héroe.

 

Las declaraciones de Physicians for Informed Consent (PIC)
La médica Shira Miller fundó Physicians for Informed Consent en 2015, después de que se aprobara la Ley SB277, que imponía la obligatoriedad de las vacunas en las escuelas de California. Se trata de una entidad educativa sin ánimo de lucro, cuya misión consiste en salvaguardar el consentimiento informado (y el rechazo informado) con respecto a la vacunación. La misma Miller me escribió en una ocasión para decirme que su junta directiva está compuesta por voluntarios, entre los que se cuentan médicos, científicos y abogados, y que tienen como miembros a miles de pacientes, al público general y a una coalición de más de cien agrupaciones internacionales. Además, como expliqué antes, cuando me invitó a un debate en marzo de 2019, me animó a que criticara su postura, cosa que no hice entonces y que haré ahora.
En sus declaraciones al BMJ,[80] Miller dijo: «Nuestra organización ha descubierto que no está probado que la triple vírica garantice menos muertes y discapacidades permanentes que el sarampión».[81] Según afirmaba, el riesgo de morir o sufrir lesiones permanentes a causa del sarampión era muy bajo en los Estados Unidos, incluso antes de que se introdujera la vacuna en 1963, y que el riesgo de morir antes de vacunarse era de uno entre diez mil, o de un 0,01 %.[82] También aseguraba que el riesgo oficial de uno entre mil (cifra que anuncian, por ejemplo, los CDC) era tan bajo porque solo se notificaba el 10 % de los casos de sarampión.
Miller citaba un amplio estudio danés que informaba de 1,56 casos de convulsiones febriles relacionadas con la triple vírica por cada mil niños de entre 15 y 17 meses durante las dos semanas posteriores a la vacunación.[83] Los investigadores calificaron la diferencia del riesgo como escasa en comparación con el grupo de niños sin vacunar. Además, se trataba de un riesgo temporal (pasadas dos semanas, era un poco más bajo entre los vacunados que entre los no vacunados). Evidentemente, aquí hace falta algo de perspectiva. Aunque se vacunó al 82 % de los niños, solo el 5 % (973) de las convulsiones se produjeron durante las dos semanas posteriores a la vacunación. Así pues, sin la vacuna se habrían producido 624 convulsiones en lugar de 973 (973/1,56). Eso significa que solo el 2 % (349/17.986) de las convulsiones febriles estuvieron causadas por la vacuna, y dichos casos no resultaron en epilepsia. Por lo tanto, se trata de un mal menor, sobre todo si lo comparamos con los beneficios de la vacuna sobre la mortalidad y la salud.
Miller dijo que el riesgo de convulsiones febriles tras la triple vírica, uno entre seiscientos cuarenta, era cinco veces mayor que el riesgo del sarampión, pero los datos que utilizó no son comparables. En primer lugar, los registros daneses son mucho más completos que los estadounidenses, y los datos que usó ella provenían de los CDC,[84] a los que acababa de criticar por omitir un 90 % de la información necesaria. En segundo lugar, la estimación de Miller es indirecta y extremadamente incierta. Según ella, el seguimiento del sarampión había mostrado entre 3 y 3,5 más casos de convulsiones que de muertes, y después empleó su propia y reducida estadística de mortalidad del sarampión de uno entre diez mil para crear una estadística de convulsiones de uno entre tres mil cien. En tercer lugar, el riesgo de convulsiones tras la vacuna no debería compararse con el mismo riesgo tras el sarampión. Lo que debería compararse es la mortalidad total con la morbilidad (lo que incluye no solo las convulsiones, sino también las lesiones cerebrales permanentes). Al hacerlo así, no cabe duda de que la vacunación gana por goleada, y de que la diferencia entre el número de convulsiones resulta trivial.
El folleto informativo de PIC sobre la triple vírica también es problemático. Miller cita a los CDC al aseverar que las reacciones alérgicas graves ocurren una vez por cada millón de dosis,
«sin embargo, se dan otros efectos secundarios importantes como la sordera, convulsiones crónicas, pérdida de conciencia, lesiones neurológicas permanentes y muerte. Pese a que los CDC describen estos acontecimientos como poco frecuentes, se desconoce su número exacto». Tal información lleva a engaño, y más bien parece una campaña para sembrar el miedo.
Puesto que la triple vírica contiene microbios vivos atenuados, puede ocasionar problemas similares a los del sarampión, las paperas y la rubéola, pero las infecciones reales son mucho peores que cualquier secuela que pueda conllevar la vacuna. Si no nos vacunáramos, morirían millones de personas, y muchas más sufrirían todo tipo de daños.
«Por otra parte, el prospecto de los fabricantes advierte de que no se ha evaluado el potencial carcinogénico y mutagénico de la vacuna, ni la posible reducción de la fertilidad». Esto también lleva a engaño. ¿Qué hay de los daños que pueden acarrear las infecciones de las que nos protege la vacuna? Por ejemplo, la rubéola puede ocasionar abortos, nacimientos prematuros y muerte fetal, además de diversas anomalías congénitas, pero Miller no dice nada de eso.
Uno de los gráficos del folleto indica que el riesgo de lesión permanente a causa de la triple vírica es cuatro veces mayor que el riesgo de muerte por sarampión en los Estados Unidos. No obstante, no está claro cómo se obtiene tal cifra de cuatro entre diez mil, ni cuál es dicha lesión. En realidad, ese supuesto riesgo es tan alto que parece increíble. Concretamente, es treinta y dos veces más elevado que el cálculo de Miller sobre las lesiones permanentes por el sarampión que se menciona en el mismo folleto, uno entre ochenta mil, lo que no puede ser cierto. Miller cita otro de sus folletos para hablar de ello, y resulta que la lesión se refiere a la incapacidad permanente causada por la encefalitis sarampionosa, es decir, a una lesión cerebral. Según afirma ella, una de cada diez mil personas muere de sarampión (en realidad, son al menos diez de cada diez mil, como se verá a continuación). ¿Y estar muerto no es una
«incapacidad permanente», por lo que debería incluirse en el cómputo?
Las estimaciones de Miller no son válidas, ya que compara el tocino con la velocidad. Lo más sangrante del asunto es que si hay tan pocas muertes, es porque casi la totalidad de la población está vacunada.
Miller le pone pegas a uno de los estudios daneses más amplios, el del New England Journal of Medicine, pero sus razones resultan incomprensibles. Señala que existe una
discrepancia entre los datos ajustados para eliminar errores (como se indica en el artículo) y los datos brutos (que no se incluyeron). Pero no explica de dónde sacó los datos brutos ni qué mostraban, por lo que no entiendo cómo puede afirmar que los investigadores no descartaron la posibilidad de que la triple vírica aumentara hasta un 77 % el riesgo de efectos secundarios con lesiones permanentes. También podía haber dicho que no se descartó la posibilidad de que la vacuna redujera tal riesgo en la misma medida. De hecho, la vacuna reduce y mucho el riesgo de lesiones permanentes. Por desgracia, a los negacionistas de las vacunas no les interesa la verdad, y cuando esta se presenta ante sus ojos, la distorsionan hasta volverla irreconocible.

 

¿Por qué es tan importante la vacuna contra el sarampión?

 

De acuerdo con la OMS, en 2017 hubo 110.000 muertes por sarampión, la mayoría de las cuales fueron de niños menores de 5 años. La vacunación produjo una reducción del 80 % de la mortalidad entre 2000 y 2017, evitando alrededor de veintiún millones de fallecimientos. Antes de la introducción de la vacuna en 1963, las grandes epidemias de la enfermedad provocaban 2,6 millones de muertes cada año. Las complicaciones más serias asociadas al sarampión son: ceguera, encefalitis (inflamación cerebral), diarrea y deshidratación graves, otitis e infecciones respiratorias como la neumonía bacteriana.
Sin embargo, la OMS no menciona que la vacuna también protege del riesgo de morir a causa de otras infecciones. Un estudio publicado en la revista Science en 2015 informa de que el riesgo de muerte por infecciones secundarias al sarampión aumenta durante los dos o tres años siguientes.[85] Los autores explican que ello se debe a que la enfermedad provoca inmunosupresión, probablemente en forma de reducción de linfocitos B y T. Sin embargo, parece ser que los investigadores seleccionaron sus datos,[86] y, en todo caso, su hipótesis no casa con el descubrimiento de Aaby de que la vacuna reduce la mortalidad total mucho más de lo previsto, aun en los entornos donde no existe el sarampión.[87] Por lo tanto, es bastante probable que ejerza un efecto positivo de entrenamiento del sistema inmunitario, además de proteger contra la enfermedad misma. Los investigadores confirmaron otro de los postulados de Aaby, que dice que los beneficios inespecíficos de la vacuna son mayores entre el sexo femenino que entre el masculino.
A fin de cuentas, la vacuna es importante porque no existen tratamientos antivíricos para tratar el sarampión. La OMS recomienda la administración de dos dosis de vitamina A a todos los niños enfermos, una cada veinticuatro horas, argumentando que previene la ceguera y otras lesiones oculares y, asimismo, reduce el número de muertes en un 50 %.[88]
¿Es esto correcto? Una búsqueda en Google de los términos «vitamina A Cochrane sarampión» nos lleva a la revisión oportuna:[89] «Tras una única dosis, no se produjo una reducción significativa de la mortalidad en el grupo al que se administró vitamina A, resultando en un cociente de riesgos de 0,70 (IC de 0,42 a 1,15). Sin embargo, dos dosis de vitamina A (doscientas mil unidades internacionales en dos días consecutivos) redujeron la mortalidad entre los niños menores de 2 años, con un cociente de riesgos de 0,21 (IC de 0,07 a 0,66)».
Siempre se deben consultar los datos en que se basan las recomendaciones oficiales. Así, aunque no dudo que la vacuna contra el sarampión salve millones de vidas, quise saber de dónde salían las cifras de la OMS. No fue fácil hallar un nombre de contacto, y el artículo no citaba a ningún autor. En la web donde encontré el informe, probé tanto con el apartado «Quiénes somos» como con el de «Contacto», que mostraba un sobre, lo que suele significar que pueden mandarse preguntas, pero en este caso el enlace estaba roto. Tampoco pude localizar una dirección de correo electrónico. Había un número telefónico, pero no uso el teléfono para hablar de ciencia. Lo que quiero son respuestas por escrito. En tales circunstancias, suelo optar por otros medios. También lo intenté desde un apartado llamado «Consultas generales», pero me llevó a la misma página donde estaba el teléfono. Cuando estaba a punto de rendirme, vi una dirección para cuestiones urgentes: [email protected]. Por lo tanto, tuve que fingir que era un periodista con una urgencia. Este es un problema habitual en las grandes organizaciones. Por ejemplo, resulta casi imposible dirigirse a la cúpula de una empresa farmacéutica. No hay direcciones de correo en ninguna parte. Es como si algunas entidades no quisieran que nadie se ponga en contacto con ellas.
En mi mensaje, propuse que añadieran un enlace a sus datos, ya que si la OMS quiere ser una organización transparente, es necesario que puedan consultarse sus fuentes. «¿Serían tan amables de reenviar mi petición a la sección indicada, poniéndome en copia para que pueda ver la dirección de correo?».
Al no recibir respuesta de la oficina de prensa de la OMS, mandé un recordatorio, pero no sirvió de nada.
Por el contrario, es fácil encontrar la revisión Cochrane sobre la triple vírica escribiendo en Google «sarampión Cochrane».[90] Los autores analizan cinco ensayos aleatorizados, un ensayo clínico comparativo, veintisiete estudios de cohortes, diecisiete estudios de casos y testigos, cinco estudios en serie cronológica, un ensayo con grupos cruzados, dos estudios ecológicos y seis estudios autocomparativos, entre los que sumaban un total de quince millones de individuos.

 

Una dosis de la triple vírica reducía el riesgo de sarampión en un 95 % y el riesgo de casos secundarios en un mismo entorno en un 92 %. El riesgo de convulsiones febriles era un poco más alto en un amplio estudio de cohortes con medio millón de niños (CR = 1,10; IC de 1,05 a 1,15), y algo más en otros estudios, con una incidencia relativa de 4,09 (IC de 3,10 a 5,33) y 5,68 (IC de 2,31 a 13,97). El riesgo de púrpura trombocitopénica aumentó en un estudio de casos y testigos (CR = 6,3; IC de 1,3 a 30,1).
No se halló relación entre la triple vírica y el autismo, el asma, la leucemia, la alergia al polen, la diabetes de tipo 1, la marcha vacilante, la enfermedad de Crohn, la desmielinización y las infecciones víricas o bacterianas. No obstante, los autores llegaron a la conclusión de que el diseño y la notificación de los resultados de seguridad eran sumamente inadecuados.
Quienes se preocupen por el aumento de los casos de autismo y crean que se debe a las vacunas, están muy equivocados. Si lo causara algún factor externo, sería mejor investigar el efecto de las sustancias psicoactivas que se administran a las embarazadas o a las hembras animales embarazadas de los ensayos clínicos, como los antidepresivos.
La revisión Cochrane no aportaba estadísticas sobre mortalidad. Sin embargo, dado que la vacuna es tan eficaz para la prevención del sarampión, lo esperable sería que también lo fuera en la reducción de la tasa de defunción. Los datos observados sobre la incidencia y la mortalidad del sarampión resultan de lo más convincentes, como se muestra en el gráfico siguiente de los CDC, pese a que contiene un pequeño error, ya que la vacuna se introdujo en 1963, un poco antes de lo indicado:[91]

 

 

 

 

 

 

El sarampión en los Estados Unidos, 1950-2011 Fuente: Sistema Nacional de Vigilancia de Enfermedades de Declaración Obligatoria, CDC
Los brotes de sarampión también ofrecen pruebas fehacientes de los beneficios de la vacuna. Por ejemplo, en los Estados Unidos hubo un resurgimiento del sarampión entre 1989 y 1990, que afectó principalmente a los niños de minorías étnicas y raciales sin vacunar, menores de 5 años y residentes en ciudades.[92] Se produjeron sesenta y seis casos de encefalitis (0,1 %). En 1989 se notificó un total provisional de cuarenta y una muertes relacionadas (2,3 por cada mil casos), que aumentó a ochenta y nueve (3,2 por cada mil casos) en 1990.
En el año 2000, los CDC declararon que el sarampión había sido erradicado en el país, pero se han producido varios brotes desde entonces por importación de la enfermedad.[93] En 2018 hubo al menos diecisiete brotes nuevos. Uno de ellos, centrado en Nueva York, se debió a la afluencia de personas que habían visitado Israel, e incluyó 182 casos en comunidades judías ortodoxas, donde el índice de vacunación es del 50 %.[94]
No es posible saber exactamente cuál es el riesgo de morir por sarampión. Como mencioné antes, el riesgo de muerte está relacionado con la carga vírica, que aumenta en las condiciones de hacinamiento. Solo sabemos lo que ha ocurrido cuando ha habido brotes, es decir, que suele haber unas dos muertes por cada mil casos, pero podría ser mucho peor. Durante una epidemia en Copenhague en 1887, al menos el 5 % de los niños, o cincuenta de cada mil casos, tuvieron un desenlace fatal.[95] De hecho, puede que la mortalidad fuera más alta, porque solo se contaron los fallecidos que tenían sarpullidos en el momento de la muerte. En Viena, a principios del siglo XX, la mortalidad se situaba en el 11 % entre los más pobres y en el 0,6 % entre los más ricos.
Un brote ubicado en Madagascar, que comenzó en 2018, causó más de mil doscientas muertes hasta abril de 2019, lo que supone alrededor del 1 % de los afectados.[96] Allí, solo está vacunado el 60 % de la población.
Para resumir, todos deberíamos vacunarnos contra el sarampión y vacunar a nuestros hijos, con muy contadas excepciones. La vacuna está contraindicada en caso de antecedentes de reacción alérgica grave a cualquiera de sus componentes (como la neomicina), embarazo (el sarampión durante la gestación aumenta el riesgo de parto prematuro, aborto espontáneo y desnutrición fetal) e inmunodepresión grave.[97]

 

 

¿Deben ser obligatorias las vacunas?

 

 

A modo de preludio del resto del capítulo, me gustaría comentar el interesante caso de Japón. El país del sol naciente dejó de usar la triple vírica en 1993, después de que muchos niños sufrieran meningitis y otras reacciones adversas.[98] Además, se produjeron tres muertes y ocho niños quedaron incapacitados de por vida, sufriendo daños que fueron desde ceguera y sordera a distintas clases de parálisis. Japón había estado empleando una triple vírica que incluía una cepa particular del virus de las paperas que tuvo que ser retirada por cuestiones de seguridad (véase el capítulo 7).
El Gobierno nipón se percató del problema poco después de su introducción en abril de 1989, cuando la vacuna era obligatoria. De hecho, los padres que se negaban a inmunizar a sus hijos debían pagar una pequeña multa. Uno de cada novecientos niños experimentó secuelas de diversa índole, un resultado que superaba el índice esperado en más de dos mil veces.
En 1993, tras una clamorosa protesta surgida del miedo a la vacuna contra la gripe, el Gobierno derogó su obligatoriedad y empezó a usar vacunas individuales en lugar de mixtas. Por desgracia, aquello tuvo un precio. Pese a que sucedió hace mucho tiempo, provocó un descenso de la tasa de vacunación, lo que dio paso a brotes de sarampión que segaron noventa y cuatro vidas durante los cinco años anteriores a 2019.[99]
La experiencia japonesa nos dice que la vacunación es un tema delicado, y que es fácil pasar de la sartén a las llamas cuando la sociedad toma decisiones drásticas basándose en los efectos secundarios poco frecuentes. Las vacunas son muy seguras en general, por lo que unas cuantas muertes no deberían llevarnos a desconfiar de ellas. También es muy seguro viajar en avión, mucho más que por carretera, pero la gente reacciona de manera distinta ante ambos medios. Los accidentes aéreos han matado a miles de personas, pero seguimos tomando vuelos. Por esa razón, me cuesta entender que haya quien no pueda aceptar el hecho de que, en contadas ocasiones, algo pueda salir mal con las vacunas, una posibilidad que no debería afectarnos a la hora de tomar decisiones.
Pero sin duda lo hace, a pesar de que los daños estén relacionados con alguna vacuna distinta. El 14 de febrero de 2019, el BMJ informó de que, desde comienzos de año, es decir, menos de dos meses antes, habían muerto setenta personas de sarampión en las Filipinas, la mayoría niños.[100] En 2018 hubo más de dieciocho mil casos de sarampión, en comparación con los 2.400 del año anterior. El índice de vacunación contra el sarampión descendió del 88% en 2014 a un 55 % en 2018. La causa se debió a una batalla política por la vacuna contra el dengue de la farmacéutica Sanofi llamada Dengvaxia, que fue retirada de las Filipinas en 2018 después de que murieran varios niños vacunados (véase el capítulo 7).
Teniendo en cuenta la reacción irracional de algunas personas, entiendo que las autoridades impongan la obligatoriedad de determinadas vacunas y que prohíban la asistencia a los colegios a aquellos niños que no estén vacunados contra el sarampión. En ocasiones, es necesario tomar medidas radicales a fin de proteger a la sociedad. En la Edad Media, las tripulaciones de los barcos que arribaban a los puertos italianos procedentes de Asia debían pasar una cuarentena para evitar la aparición de epidemias que, en los peores casos, podían eliminar a una tercera parte de la población. En aquel tiempo, todos temían la llegada de la peste negra, así llamada por las hemorragias que producía y que desembocaban en bubones negros.
En tales circunstancias, las medidas drásticas pueden tener algún efecto. De este modo, en algunas zonas de los Estados Unidos, la abolición de la objeción de conciencia por motivos filosóficos o religiosos ha resultado en una mayor cobertura de la triple vírica.[101]
Sin embargo, cabe preguntarse si semejantes acciones son justificables cuando no nos enfrentamos a nada tan amenazador como una plaga. En California, las escuelas y otras instituciones pueden pedir por ley pruebas documentales de vacunación. Es obligatorio inmunizarse contra la difteria, la hepatitis B, la gripe hemofílica de tipo B, el sarampión, las paperas, la tosferina, la poliomielitis, la rubéola, el tétanos, la varicela y cualquier otra enfermedad que se determine.
En 2015, se eliminó la objeción por motivos personales.[102] Durante ese primer año, el porcentaje de niños sin vacunar que entró a las escuelas descendió del 7,2 % al 4,4 %.[103]
En el peor de los casos, las vacunas obligatorias pueden acabar en desastre si resulta que una vacuna particular, o una combinación de varias, provoca grandes daños.
El programa de vacunación estadounidense ha reducido la incidencia de diversas enfermedades infecciosas en más de un 99 %, como en el caso del sarampión, las paperas y la rubéola,[104] mientras que otras se consideran erradicadas, como la difteria, la polio y la viruela.[105] Se calcula que por cada cohorte de nacimientos se evitan unos veinte millones de enfermedades y cuarenta mil muertes. Otro análisis demostró que una inversión en diez vacunas en noventa y cuatro países de ingresos bajos y medios produjo un ahorro casi cincuenta veces mayor cuando se incluyeron beneficios económicos más amplios.
Cada país aspira a sus propios ideales. Dudo que una medida drástica como la obligatoriedad de las vacunas llegara a materializarse de nuevo en mi país, Dinamarca (se impuso una vez para combatir la viruela, entre 1810 y 1976). Creo que valoramos demasiado nuestra libertad individual para que suceda, pero los Estados Unidos son un país muy distinto. El fundamentalismo religioso es allí mucho más habitual que en otras naciones occidentales, como lo son las ideas y normas extravagantes sobre qué hacer y qué no hacer, y las creencias irracionales que van en contra del conocimiento científico más indiscutible.
Pondré un ejemplo concreto. ¿Qué habría que hacer con los padres que no vacunaron a su hijo de 6 años contra el tétanos, y cuyo tratamiento costó casi un millón de dólares?[106] Resulta que el pequeño se hizo un corte en la frente mientras jugaba en los terrenos de una granja. Tras pasar cincuenta y siete días en la unidad de cuidados intensivos pediátricos de Oregón, sus padres se negaron a ponerle la segunda dosis recomendada de la vacuna. De hecho, se aconseja administrar cinco dosis durante la infancia y un refuerzo cada diez años en adelante. El pediatra que atendió al niño dijo al respecto: «He visto a casi cien pacientes que necesitaron cuidados intensivos a causa de una enfermedad que puede evitarse con la vacuna. Nunca he tenido que dar cuidados intensivos a causa de las complicaciones de una vacuna».
Entiendo que el Gobierno estadounidense sienta la necesidad de introducir medidas excepcionales frente a la multitud irracional, sobre todo cuando hay grupos poderosos que exacerban el problema propagando en internet desinformación sobre las vacunas. Jamás he oído hablar del movimiento antivacunas en Dinamarca, y el nombre de Wakefield ni se menciona. No le hacemos el menor caso. Además, los medios son mucho más críticos con las noticias falsas que al otro lado del charco, lo que significa que cualquier intento de sembrar el pánico a las vacunas no tarda en verse como lo que es: un engaño.
Sin embargo, parece ser que el caso de los Estados Unidos no es único. También hay vacunas obligatorias en Europa (véase a continuación). Al buscar en Google, encontré una página patrocinada por múltiples fabricantes de vacunas, VaccinesToday. Siempre consulto el apartado «Quiénes somos», y normalmente no leería nada que haya patrocinado una farmacéutica, pero en este caso hice una excepción, ya que encontré un artículo de 2017 que parecía correcto y fiable.[107] Por otro lado, afirmaba que las ventajas de la vacunación obligatoria son cuestionables, lo que va en contra de los intereses de los patrocinadores, así que seguí leyendo. La vacunación obligatoria se introdujo por primera vez en el Reino Unido con un decreto en 1853. La ley exigía que todos los niños cuya salud lo permitiera fueran inmunizados contra la viruela, obligando a los médicos a certificar que así fuera. Los padres que se negaban recibían una multa de una libra (equivalente a unas ciento treinta libras actuales).
Hoy en día, no hay vacunas obligatorias en el Reino Unido,[108] y hace mucho que las autoridades sanitarias se resisten a imponerlas porque consideran que ello socavaría la relación de confianza entre el público y el personal médico. Aunque pueda verse como algo contraproducente, ahora hay un impulso renovado por reinstaurar la obligatoriedad en las islas británicas,[109] que empiezan a parecerse más a los Estados Unidos que a otros países europeos.[110] La falta de libertades personales también es similar. Los sanitarios que se nieguen a vacunarse contra la gripe deberán indicar sus razones para ello.[111] Su director nacional lo explicó así: «Todos tenemos la responsabilidad profesional de protegernos, proteger a nuestros pacientes y reducir la carga sobre el sistema». La típica pamplina que solemos ver entre las altas esferas. También es una creencia que no se basa en ningún dato científico (véase el siguiente capítulo) y que constituye una violación de los derechos humanos fundamentales. ¿Qué demonios está sucediendo? Sin duda, los profesionales de la salud están sujetos al imperativo moral de evitar daños a sus pacientes, pero se ha abusado de él para justificar la obligatoriedad de las vacunas.[112] El argumento contrario gana en lógica: la obligatoriedad despoja a los proveedores de atención médica de un derecho básico garantizado para todos los demás pacientes, el derecho al consentimiento informado.
Creo que es imposible defender racionalmente la vacunación obligatoria contra la gripe de los profesionales sanitarios a fin de proteger a sus pacientes de un riesgo teórico como lo es contraer la gripe. Se trata de una intrusión en el cuerpo de una persona por la posibilidad (que ni siquiera se ha demostrado de manera fehaciente) de reducir el riesgo de que le ocurra algo malo a otra persona. No recuerdo que haya habido otro caso en que la sociedad le pida a alguien que se sacrifique por el posible beneficio de otro, aparte de en tiempos de guerra, y menos aún que sea una obligación. Ninguna vacuna es totalmente inofensiva, y en el peor de los casos, el profesional sanitario podría llegar a morir, por ejemplo, a causa de un choque anafiláctico, o por golpearse la cabeza tras desmayarse, o por sufrir el síndrome de Guillain- Barré, todo lo cual puede conducir a un desenlace fatal.
Con este libro quiero denunciar las barbaridades cometidas por los negacionistas de las vacunas, pero el otro bando también tiene mucho por lo que responder. Algunos fundamentalistas no ven más allá de las consecuencias positivas de la vacunación. Y cuando la gente así está en el poder, las cosas pueden torcerse mucho. En 2017, una profesora veterana del claustro de la Facultad de Medicina de Nueva York, que ni siquiera ejercía como médica, fue despedida por no vacunarse contra la gripe.[113] Según declaró la universidad, «la inmunización resulta fundamental para proteger a nuestros pacientes, visitantes y colegas.
Lamentablemente, a falta de pruebas de que esté vacunada, nos vemos obligados a rescindir su contrato con efectos inmediatos».
Habiendo bienhechores que no respetan los derechos humanos más básicos, no me sorprende que algunos hablen de fascismo sanitario. Hay otro ejemplo ocurrido en Nueva York que también me hace pensar que no debemos rendirnos todavía. Un abogado consiguió que se considerase ilegal el requisito del Departamento de Salud por el que era obligatorio vacunar a los niños de preescolar contra la gripe.[114] Fue una merecida victoria en nombre de los derechos humanos. Dicho requisito era injustificado, tanto ética como científicamente (véase el siguiente capítulo). Por desgracia, el Tribunal Supremo volvió a instaurarlo.
El argumento de la cuerda resbaladiza siempre cumple un papel importante en las disquisiciones filosóficas. Está relacionado con el principio de la coherencia y viene a decir algo así: aunque en este caso concreto parezca razonable, abriría la puerta a otras cosas inaceptables que nos veríamos obligados a aceptar, porque no podríamos hallar una diferencia ética relevante entre ambas situaciones. Sucede lo mismo con el cumplimiento de la ley, sobre el que se podría argumentar: «Estoy tentado de hacer trampas en esta situación, pero ¿y si todo el mundo lo hiciera en situaciones similares?». ¿Perderíamos la confianza en los demás, provocando así el colapso de la sociedad?
Los ejemplos de Nueva York y la vacuna contra la gripe ilustran la importancia del argumento de la cuerda resbaladiza. La inmunización obligatoria de California no incluía la gripe, pero eso podría cambiar porque las autoridades podrían decidirlo amparándose en la ley existente. Nunca hay que dar más poder a quien ya tiene mucho. La historia nos ha enseñado que siempre acaba mal.
La sanidad australiana es muy parecida a la estadounidense, por lo que no es de extrañar que el programa de vacunación infantil esté vinculado a la admisión en centros de preescolar y a las ayudas sociales («Sin pinchazo, no hay cheque»).[115]
Casi siempre que hay una vacuna obligatoria, es solo para los niños. Sin embargo, en algunas instituciones, sobre todo las sanitarias, la vacunación es un imperativo para poder trabajar. No se trata de un mandato legal per se, sino de una forma de discriminación. Un colega inglés me informó de que en ciertos hospitales si los empleados contraen la gripe y no se vacunan, no cobran el tiempo de sustitución. Un representante sindical presentó una queja contra un hospital británico por imponer la vacuna a sus trabajadores, pero la administración desestimó su petición. Aunque contaba con el apoyo del sindicato, el personal había sido amenazado con acciones disciplinarias si se negaba a vacunarse, como indicaba una cláusula de sus contratos.
Esta incertidumbre sobre la justificación ética y científica de la vacunación obligatoria se ve reflejada en las distintas políticas que existen al respecto en Europa. En 2010, un estudio realizado en veintisiete países de la Unión Europea (más Islandia y Noruega) reveló que quince de ellos no imponían ninguna vacuna. Desde entonces, «Italia ha añadido diez vacunas a la lista, Francia y Rumanía preparan nuevas leyes para penalizar a los padres de hijos sin vacunar y Finlandia introducirá en 2018 una ley que exige que los profesionales sanitarios y sociales se inmunicen contra el sarampión, la varicela, la tosferina y la gripe».
En 2017, Robb Butler, un miembro de la OMS, escribió una carta a la Comisión Sanitaria del Senado estadounidense. En ella indicaba que, según un informe de 2011, la vacuna contra la polio era obligatoria en doce países de Europa oriental, la de la difteria y el tétanos lo era en once, y la de la hepatitis B en diez. El artículo de la OMS sobre el sarampión recomienda que se examine a los niños antes de entrar a la escuela y que se vacune a aquellos que no hayan recibido las dos dosis. Doce de los países exigen una prueba de vacunación para la admisión escolar.
Butler decía que, a fin de mitigar el efecto negativo de la desinformación, era crucial ofrecer datos precisos y exactos sobre los beneficios y la seguridad de las vacunas. Además, se debían atender las dudas de los padres y del público en general para que pudieran tomar decisiones informadas por sí mismos y para sus hijos.
El proyecto ASSET, financiado por la Unión Europea, estudió el efecto de estos mandatos en cada país, pero no consiguió establecer una relación clara con el empleo de las vacunas.
Aunque los expertos de la comisión de investigación reconocieron que la obligatoriedad podía resolver el problema a corto plazo, esta no es una solución a largo plazo. Más eficaz sería una reorganización de los sistemas sanitarios y el uso de estrategias de comunicación sólidas. En palabras del comisario europeo responsable del área de la salud: «El objetivo legítimo de aumentar al máximo la tasa de vacunación puede lograrse con medidas menos estrictas, y la mayoría de los Estados miembros prefieren la adopción de recomendaciones, o una mezcla de mandatos y recomendaciones». Un profesor dijo que la obligatoriedad no aumenta la confianza en las vacunas, sino que fortalece a quienes se oponen a ellas.[116]
Estoy de acuerdo. No obstante, como comenté en el capítulo anterior, cancelé mi participación en un debate en California al descubrir que el respetable nombre de la organización que lo celebraba (Physicians for Informed Consent, o Médicos por el Consentimiento Informado) era un eufemismo para referirse a quienes se oponían a todas las vacunas «por cuestión de principios», lo que sin duda es un error. Por otro lado, no se puede hablar de consentimiento informado a la hora de rechazar vacunas, como la del sarampión, cuando gente como Wakefield y sus seguidores les han lavado el cerebro a los padres con su desinformación.

 

Principios para la argumentación ética

 

Ya he mencionado el argumento de la cuerda resbaladiza y la necesidad de coherencia. Al enfrentarnos a dilemas morales, no podemos dejar que la intuición y los sentimientos guíen nuestras decisiones. A menudo se emplean los «creo, siento, pienso», pero estos carecen de valor ético. Para entrar en un debate racional, hay una serie de reglas que deben respetarse.
[117]
Primero: hemos de conocer los hechos con exactitud, igual que en un juicio. Debemos informarnos sobre qué dice la ciencia al respecto.
Segundo: aunque nos pongamos de acuerdo sobre los hechos, no podemos extrapolar un «debería» de un «es», ya que el «debería» implica una decisión ética. Tampoco se puede extrapolar un «debemos» de un «podemos».
Tercero: como ya dije, tiene que existir una coherencia. Si tratamos dos casos de manera diferente, debemos ser capaces de demostrar que hay diferencias importantes entre ellos. Este es uno de los principios que más se pasan por alto en los debates.
Cuarto: hay que decidir si consideramos la perspectiva deontológica, que trata sobre deberes fundamentales como el respeto a la autonomía, más allá de la perspectiva utilitaria. El utilitarismo está relacionado con las consecuencias de nuestros actos cuando aspiramos al bien común del mayor número de personas posible. Es una postura que puede identificarse con el paternalismo, que adopta tres formas distintas:
El paternalismo genuino, que ejercen, por ejemplo, los padres que cuidan de sus hijos, o los médicos que ayudan a sobrevivir a un paciente comatoso.
El paternalismo solicitado; por ejemplo, cuando un paciente tiene varias opciones y le pide a su médico que sea quien decida, o cuando alguien se abruma ante la amplia carta de un restaurante y le dice al camarero que le traiga lo que quiera.
El paternalismo no solicitado, cuando el paciente no da permiso para la intervención de otros, por ejemplo, durante la medicación forzada en psiquiatría. A menudo se dice que los pacientes psicóticos no pueden cuidar de sí mismos, pero este es un argumento dudoso, ya que pueden ser absolutamente racionales al rechazar un neuroléptico que, como bien saben, es desagradable y peligroso.[118]
Tirando de utilitarismo, podríamos afirmar que es lícito arrojar a una persona por la borda de un barco si así mejora la supervivencia del resto del pasaje. Aquí es donde cobra importancia el principio deontológico. La deontología versa sobre el deber, sin tener en cuenta las consecuencias, y uno de nuestros deberes consiste en no matar a nadie. Por lo tanto, cuando los principios de utilitarismo y deontología chocan, tendemos a adoptar el segundo, aunque no es así en todas las culturas. En algunas, el conjunto de la sociedad es mucho más importante que el individuo. La deontología también se ocupa de nuestros derechos, de los que son ejemplos el respeto a la autonomía y la dignidad del paciente.
Uno de los mayores problemas de la sanidad es que hay demasiados entrometidos que gustan de decirles a los demás lo que tienen que hacer, aunque nadie se lo pida. Además, la arrogancia suma es bastante habitual, especialmente cuando los pacientes piensan de otra manera. Como consecuencia, este paternalismo no solicitado lo encontramos por todas partes, como si la gente no pudiera pensar por sí misma. Así, el título de un folleto informativo termina siendo «Por qué debes hacerte la prueba del cáncer de mama», en vez de
«¿Debería hacerme la prueba del cáncer de mama?».
Volviendo al tema de las vacunas, ¿deberían poder rechazarlas los padres basándose en sus creencias erróneas? Apliquemos el principio de la coherencia. En Dinamarca, los adultos tienen el derecho de rechazar una transfusión de sangre que podría salvarles la vida. Como es sabido, los testigos de Jehová se niegan de plano a recibir transfusiones. Pues bien, una mujer que pertenecía a dicha secta sufrió una hemorragia grave tras dar a luz y le dijeron que era probable que muriera sin una transfusión. Al final, se negó a recibirla y murió. Como era plenamente consciente de las consecuencias de su decisión, se consideró que era ilegal realizarle una transfusión, incluso aunque quedara inconsciente. Pese a que parezca una crueldad, su deseo fue respetado, y no es la única persona que ha dado la vida por sus creencias religiosas.
Sin embargo, si el hijo de un testigo de Jehová sufre un accidente de tráfico y los padres se niegan a hacerle una transfusión, el Estado está obligado a proteger al menor vulnerable, como en cualquier otro caso de abandono infantil, y el niño recibirá la transfusión. No podemos hacer una comparación directa con los padres que se niegan a vacunar a sus hijos contra el sarampión debido a que el niño no se encuentra en peligro inminente, pero si pudiera considerarse negligencia, el Estado podría intervenir.
También tenemos obligaciones para con los demás, y al negarse a la vacunación, los padres aumentan el riesgo de que su hijo (y ellos mismos al tomar la decisión) perjudique a otros.
Hay personas que son individualistas hasta el extremo: «Si dejo que los demás corran el pequeño riesgo de vacunarse, yo no tengo por qué hacerlo, ya que habrá inmunidad colectiva y no podré infectarme». Evidentemente, se trata de una postura muy poco ética. Si todos pensaran igual, estaríamos condenados. Lo contrario de ser una especie de parásito de la sociedad es mostrarse solidario con el prójimo, algo poco habitual en las culturas caracterizadas por la codicia, donde prima el éxito individual y la ganancia económica.
Es más fácil tomar decisiones sobre las vacunas cuando la relación entre daños y beneficios está menos clara, como en el caso de la gripe y el PVH. Mi opinión acerca de estos ejemplos es que la vacunación obligatoria está injustificada, como explicaré en los próximos capítulos. La imposición de la vacuna contra la gripe a los preescolares de Nueva York demuestra que los políticos pueden llegar demasiado lejos. Además, cuando se impone algo, siempre existe un riesgo claro de corrupción. Uno de los argumentos habituales en defensa de la vacuna obligatoria contra la gripe es que previene la transmisión del virus a otras personas. Sin embargo, no hay pruebas de que sea cierto, y además, cuando no se sabe cuánta gente ha muerto de gripe (véase el capítulo siguiente), tampoco es posible valorar si el dinero del contribuyente está bien empleado en medidas coercitivas.[119]
Deberíamos evitar la vacunación obligatoria aunque sea indirecta, como es el caso de la prohibición de asistir a la escuela a los niños sin vacunar, lo que puede estigmatizarlos y hasta perjudicar sus opciones en la vida (por ejemplo, si los padres deciden educarlos en casa).
He de reconocer que en este tema me influyen los años que he dedicado a la investigación pediátrica. Gracias a ello, he llegado a la conclusión de que el tratamiento forzoso hace más mal que bien y debería prohibirse por ley, como exige la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.[120] Curiosamente, el único país del mundo que no ha ratificado esta medida es los Estados Unidos, la misma nación que mete en la cárcel a muchas más personas que el resto de Occidente: tres veces y media más que Europa.
Estas son mis propuestas:
Hay tantas noticias falsas en los Estados Unidos, incluso en los medios, que debería penalizarse con dureza la propagación de mentiras evidentes y discursos de odio. En muchos países europeos se ha prohibido la entrada a algunos predicadores estadounidenses por sus mensajes de intolerancia.
El rechazo activo de todas las vacunas es poco frecuente, situándose en un 1-2 % en los países de ingresos altos.[121] Por lo tanto, debería ser posible obtener una cobertura cercana al 100 % para las vacunas más importantes a través del diálogo y otras medidas que no impliquen castigos.
La gripe

 

 

La cuestión de la vacuna contra la gripe puede parecer sencilla, pero no lo es. Está rodeada de polémica y nos permite ver que es posible extraer conclusiones lógicas y razonables que van en contra de los mandatos oficiales. La gripe fue una de las enfermedades que traté en mi libro Cómo sobrevivir en un mundo sobremedicado. Busca la evidencia por ti mismo, un manual de autoayuda para encontrar información fiable por internet.[122] En este capítulo, he hecho el trabajo yo mismo para que no tengas que hacerlo tú.
Cuando la gente habla de gripe, suele referirse a las enfermedades seudogripales. En efecto, muchas infecciones víricas producen síntomas análogos. La revisión más importante sobre el tema es muy amplia; incluye cincuenta y dos ensayos clínicos y a más de ochenta mil personas.[123] Entre sus resultados se descubrió que las vacunas inactivadas reducían la gripe en adultos sanos del 2,3 % al 0,9 %, (CR = 0,41; IC de 0,36 a 0,47). Este es un efecto considerable a nivel poblacional, pero el efecto preventivo individual es más bien bajo: habría que vacunar a setenta y un adultos sanos para evitar que uno de ellos contrajera la gripe.
Además, y por desgracia, la vacunación no redujo el número de ingresos hospitalarios (CR = 0,96; IC de 0,85 a 1,08) ni los días de baja laboral (−0,04 días; IC de −0,14 a 0,06).
Existe una revisión parecida, pero con niños. La vacuna atenuada redujo la gripe del 18 % al 4 % (CR = 0,22; IC de 0,11 a 0,41). En este caso, solo habría que vacunar a siete niños para evitar una gripe. La incidencia de otitis aguda media era similar tras recibir la vacuna o el placebo, con un cociente de riesgos de 0,98 (IC de 0,95 a 1,01). No se recabó información suficiente para determinar el efecto sobre el absentismo escolar; la vacuna podría llevar a que menos padres falten al trabajo, pero el intervalo de confianza no incluyó ningún efecto (CR = 0,69; IC de 0,46 a 1,03). No estaban disponibles los datos sobre las complicaciones más graves de la gripe, que conducen al ingreso hospitalario.[124]
La vacuna inactivada redujo la gripe en niños del 30 % al 11 %, con un cociente de riesgos de 0,36 (IC de 0,28 a 0,48). Según parece, solo habría que vacunar a cinco niños para evitar una gripe. La incidencia de otitis aguda media volvió a ser similar, un 31 % frente a un 27 % (CR = 1,15; IC de 0,95 a 1,40). No se aportaron datos suficientes sobre el absentismo escolar y laboral debido al ingreso hospitalario. Una marca de vacuna monovalente provocó una pérdida repentina de tono muscular (cataplexia) y un trastorno del sueño (narcolepsia).
Las autoridades sanitarias creen firmemente que la vacunación salva muchas vidas. Pero ¿es cierto, o incluso probable, teniendo en cuenta la falta de efectos en los ingresos hospitalarios y las faltas laborales?
Para evaluar el posible efecto sobre la mortalidad, habría que consultar las revisiones sistemáticas de los ensayos con personas vulnerables. En una de ellas, realizada por Cochrane, se analizaron ocho ensayos con cinco mil pacientes mayores de 65 años.[125] En una sola temporada, la gripe se redujo del 6 % al 2,4 % (CR = 0,42; IC de 0,27 a 0,66), pero la fiabilidad de los resultados era dudosa por cómo se diagnosticó la gripe. Estos indicaron que habría que vacunar a treinta personas para evitar un caso de gripe. Solo uno de los ensayos aportó datos sobre neumonía y mortalidad. En el grupo de vacunados no hubo neumonías y se produjeron únicamente tres muertes entre los quinientos veintidós participantes. En el grupo con placebo se dio un fallecimiento entre 177 participantes (CR = 1,02; IC de 0,11 a 9,72). No se aportaron datos sobre ingresos hospitalarios.
En 2013, un grupo de investigadores «reorganizó» los datos de la revisión Cochrane y descubrió «indicios importantes de la capacidad de la vacuna para reducir el riesgo de gripe, enfermedades seudogripales y muerte en la tercera edad».[126] Menudo malabarismo estadístico hay que hacer para afirmar que la vacuna aumenta la supervivencia cuando solo murieron cuatro personas y el cociente de riesgos era de uno. El artículo se discutió en una web científica danesa, donde se reveló que el autor correspondiente lo había escrito «por invitación de Cochrane».[127] Ese detalle es sospechoso. La Colaboración Cochrane comenzó su andadura como una organización idealista y transparente, pero tomó el mal camino y ahora está demasiado próxima a la industria y otros intereses ocultos.[128] La editora jefe del BMJ, Fiona Godlee, dijo en 2018 que Cochrane debía comprometerse a escrutar a la industria y a los investigadores, y que mi expulsión de dicha organización reflejaba «una marcada diferencia de opinión acerca de lo estrechos que debían ser sus lazos con las empresas».[129]
También salió a la luz que el autor invitado por Cochrane ya era conocido por méritos propios. Cuatro años antes, había sido acusado de exagerar los riesgos de la gripe porcina a causa de sus intereses económicos personales. En 2009, su país natal, Holanda, compró una gran cantidad de vacunas a la empresa ViroClinics B.V., de la que era poseedor del 10 % de las acciones. En 2019, la farmacéutica anunció en su web: «Los servicios de diagnóstico clínico facilitan y aceleran la introducción en el mercado de nuevos fármacos, vacunas y antivíricos, además de ayudar en los programas de vigilancia antes y después de la comercialización. Cada servicio atiende a sus necesidades concretas, lo que permite una mayor flexibilidad que va del análisis diario al análisis en bloque de grandes cantidades de datos».
Como lo que quería era evaluar la mortalidad, busqué en Google «vacunas gripe reducción mortalidad», a pesar de que no había suficientes muertes en los estudios para decirnos nada. Ya el primer resultado me llamó la atención.[130] Los autores habían intentado ajustar el sesgo inevitable que introduce el hecho de que los vacunados presentaran un riesgo anterior de muerte del que carecían los no vacunados. Así, descubrieron que la mortalidad era baja poco después de la vacunación, pero que se incrementaba con el tiempo siguiendo un patrón que apuntaba a un sesgo de selección: «Este aumento de la mortalidad desde el momento de la administración dificulta la estimación de la eficacia de las vacunas».
Este estudio está mucho mejor realizado que la mayoría de los estudios de observación. Los investigadores incluyeron a todas las personas mayores de 65 años que pertenecían al seguro sanitario Kaiser Permanente de California, y examinaron la mortalidad antes, durante y después de nueve temporadas de gripe, de 1996 a 2005. El estudio fue amplísimo, con un total de 115.823 muertes, incluidas 20.484 que se produjeron durante las temporadas de gripe, y una cobertura de vacunación de alrededor del 63 %. De este modo, resulta ideal para evaluar la tasa de defunción.
Los investigadores emplearon métodos muy sofisticados, con los que hallaron una relación curvilínea entre los indicadores de mortalidad y el estado de vacunación. Los pacientes con enfermedades cardiacas, diabetes y enfermedad pulmonar obstructiva crónica tenían más probabilidades de recibir la vacuna contra la gripe que el resto. Sin embargo, la mayoría de ellos solo sufría un riesgo moderado de muerte, a menudo en la franja en la que la cobertura de la vacuna era más alta. De hecho, la cobertura se veía reducida en el caso de los pacientes de mayor riesgo.
Parece razonable pensar que al acercarse el final de la vida la fragilidad inherente del cuerpo humano le ponga barreras a la vacunación, de manera que tanto pacientes como médicos prefieran renunciar a las medidas preventivas. No obstante, hasta entonces, los pacientes con afecciones crónicas tenían más motivos y oportunidades para vacunarse que los sanos, ya que eran más vulnerables frente a la gripe y tenían más contacto con profesionales sanitarios que lo recomendaban.
Aunque me parece un estudio admirable, debo admitir que su grado de sofisticación me pone nervioso: «Añadimos términos polinómicos para la cantidad de días desde el 15 de septiembre, los días al cuadrado y los días al cubo para examinar la trayectoria del cociente de posibilidades durante el transcurso del año […]. Por último, determinamos la cantidad promedio de mortalidad excesiva (atribuible a la gripe) durante la temporada de gripe ajustando un modelo de regresión de Poisson a los datos de 39.420 estratos de persona-día (12 grupos de edad por sexo × 9 años × 365 días del calendario, combinando los 2 días bisiestos adicionales con el 28 de febrero). Se hizo un análisis de regresión del recuento de muertes utilizando el indicador de la temporada de gripe y otras covariables, en el que se incluyó el factor persona-tiempo como término de compensación. Las covariables comprendían el número de días desde el 15 de septiembre, los días al cuadrado, un indicador por cada año de gripe y un indicador por cada mes del calendario».
¡Por el amor de Dios! Puede que no hayas entendido todo esto, pero no hace falta saber de estadística para darse cuenta de que cuanto más complejo sea un modelo estadístico, menos seguros estaremos de que sus resultados son fiables. Preferiría ver los resultados de modelos más sencillos, que podrían haberme convencido de que el cálculo final era razonablemente preciso, siempre que los distintos modelos no arrojaran datos demasiado alejados unos de otros.
Podemos comparar este ejemplo con el del cambio climático. Este se ha estudiado por medio de tantos modelos —algunos más complejos que otros— y con tantos métodos distintos, con grupos de datos tan dispares, que no me cabe la más mínima duda de que el ser humano es el responsable del calentamiento global que podría acabar en desastre en un futuro cercano.
Sobre las limitaciones de su estudio, los investigadores dijeron que era posible que se les hubiera escapado alguna vacuna administrada fuera de Kaiser Permanente, por ejemplo, las que se pusieran en residencias de ancianos con el paciente próximo a la muerte. También pasaron por alto el efecto de la inmunidad colectiva, por la que los no vacunados también se benefician de las vacunas, ya que el riesgo de infección es menor. Los investigadores indicaron que no tuvieron en cuenta los efectos retardados «en caso de que la vacuna evitara complicaciones mortales tras la temporada de gripe». En mi opinión, los efectos retardados pueden ser positivos o negativos. Como la vacuna contra la gripe más común es la atenuada, sería posible que aumentara la mortalidad total (véase el capítulo 1).
Los investigadores señalaron que otra de las limitaciones tenía que ver con la virulencia de la temporada de gripe y la correspondencia de las vacunas con la cepa del virus en cuestión. Aun así, esta es una limitación que comparten todas las investigaciones, incluidos los ensayos aleatorizados con grupo de control sin vacunar.
Entonces ¿qué efecto tuvo la vacuna contra la gripe sobre la tercera edad? Prácticamente ninguno. Los investigadores calcularon que se evitó una muerte por cada cuatro mil personas vacunadas, lo que por otro lado es una estimación bastante incierta. Los autores no ofrecieron ningún intervalo de confianza, pero su extremo inferior debe de estar próximo a cero.
Sea como fuere, en los estudios de observación no hay que creer demasiado en unos valores tan bajos. Pese a los esfuerzos que se hicieron por evitarlo en este caso, el sesgo suele ser mucho mayor que el efecto estimado. Otros estudios han informado de cifras más altas, pero resultan menos fiables.[131]
También hay que tener en cuenta cuál es la probabilidad de infectarse sin estar vacunado, y dado que las epidemias son raras y casi nunca afectan a un amplio número de la población, esa probabilidad es muy escasa. Además, como el virus muta tan rápido, ni siquiera sabemos si el efecto de la vacuna será el mismo que en los ensayos clínicos. Tampoco se puede predecir el riesgo de muerte, porque algunas cepas son más virulentas que otras.
Por último, no debemos olvidarnos de los daños de las vacunas. Utilizando el cálculo de que se evita una muerte por cada cuatro mil vacunas contra la gripe, nos sale que 3.999 personas no obtendrán beneficio alguno y muchas de ellas se verán perjudicadas. Aunque no sean daños graves, cuanto menor sea el beneficio, más peso tendrán los inconvenientes, tanto a nivel personal como para emitir recomendaciones a nivel oficial.

 

Las recomendaciones oficiales carecen de base científica
Nunca me he vacunado contra la gripe, y después de estudiar los datos, sé que nunca lo haré. Varios de mis colegas especialistas en enfermedades infecciosas —como mi mujer, que es profesora de Microbiología Clínica— opinan igual. Sin embargo, las autoridades sanitarias aconsejan lo contrario, lo que me deja perplejo.
Para conocer los peligros de un medicamento, suelo empezar buscando el prospecto en internet. A veces encuentro una larga lista de acontecimientos adversos hallados en ensayos clínicos, pero no se muestra la comparación con el placebo. Por eso hay que leer los prospectos con prudencia, porque pueden contener mucho ruido. Cuando son buenos, te puedes hacer una ideal general de qué efectos se pueden achacar al medicamento.
Normalmente son muy fáciles de localizar. En el caso del antidepresivo duloxetina, buscar «duloxetina fda» en Google nos da el prospecto como primer resultado, con su aviso en negrita al principio de la página:

 

ADVERTENCIA: Antidepresivos y suicidio
Léase el prospecto completo.

 

• Aumento del riesgo de pensamientos y comportamientos suicidas en niños, adolescentes y adultos jóvenes que toman antidepresivos para el trastorno depresivo mayor (TDM) y otros trastornos psiquiátricos. CYMBALTA no está aprobado para su uso en pacientes pediátricos (5.1).
Al intentarlo con las vacunas contra la gripe, escribí «vacuna gripe fda» y me salieron otras sugerencias, siendo la primera «vacuna gripe fda etiqueta». El primer resultado parecía ser un prospecto titulado «Vacuna contra el virus de la gripe, cuadrivalente, tipos A y B».[132] Sin embargo, no encontré advertencias ni posibles daños. Las entradas principales se referían a vacunas intranasales e inyectables, junto a unos «Recursos» que constaban de tres apartados: «Seguridad de la vacuna contra la gripe», «Productos biológicos aprobados y documentación relacionada» y «Vacunas aprobadas en los Estados Unidos».
Al hacer clic en «Seguridad de la vacuna contra la gripe», mi sorpresa se convirtió en sospecha. Quien quiera conocer sus efectos adversos, lo tiene muy difícil para encontrar este enlace. Pese a que el título era «Seguridad y disponibilidad de la vacuna contra la gripe», en realidad no hablaba de los peligros de la vacuna. Era mera propaganda, del tipo que suelen difundir las farmacéuticas. De hecho, no tenía nada que ver con lo que he descrito antes, y me escandalizó tanto que he decidido incluir aquí la página entera:
La gripe, también llamada influenza, es una enfermedad respiratoria contagiosa causada por un virus. Los virus infectan el tracto respiratorio (nariz, garganta y pulmones) del ser humano. La gripe es distinta al resfriado, sobre todo porque sus síntomas y complicaciones son más graves. La gripe suele aparecer de manera repentina y puede incluir los siguientes síntomas: fiebre, dolor de cabeza, malestar, tos, faringitis, congestión nasal y calambres.
Muchas de las enfermedades y muertes producidas por el virus de la gripe pueden evitarse con una vacuna anual. Casi todo el mundo debería vacunarse una vez al año a partir de los 6 meses de edad. Como recomienda el Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización (ACIP, por sus siglas en inglés) de los CDC, es especialmente importante para las personas con riesgo alto de contagio y quienes tengan contacto con ellas.
La vacuna contra la gripe se puede administrar a casi todo el mundo a partir de los 6 meses de edad. Los individuos que ofrecen servicios a la comunidad (como la policía, los bomberos y el personal de emergencias) deberían plantearse la vacunación para no propiciar brotes de gripe.
Información estacional
Composición de la vacuna contra la gripe y autorización de lotes[133]
La importancia de la vacuna contra la gripe para el personal sanitario[134]
La importancia de la vacunación para el personal relacionado con el cuidado de la salud [en castellano][135]
Vacunas aprobadas
Vacuna contra la gripe con adyuvante[136]
Vacuna contra la gripe, cuadrivalente, tipos A y B[137] Vacuna contra la gripe, trivalente, tipos A y B[138] Vacuna contra la gripe, H5N1 (reservas nacionales)[139]
Información relacionada
Pandemias y enfermedades urgentes[140]

 

Información relacionada de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC)
Datos clave sobre la vacuna contra la gripe estacional[141] Cómo prevenir la gripe estacional[142]
Otros enlaces
www.Flu.gov. Acceso único a la información sobre la gripe porcina, la gripe aviar y la gripe pandémica del Gobierno de los Estados Unidos
Me parece increíble que el título de la página sea «Seguridad y disponibilidad de la vacuna contra la gripe». Lo que quería consultar eran los datos de seguridad, un eufemismo para referirse a los efectos secundarios, pero no encontré nada al respecto. Según la FDA: «Muchas de las enfermedades y muertes producidas por el virus de la gripe pueden evitarse con una vacuna anual». Eso es mentira, pero es que la siguiente frase dice: «Casi todo el mundo debería vacunarse una vez al año a partir de los 6 meses de edad». Es imposible que las farmacéuticas hicieran un trabajo tan excelso por sí solas. La FDA debería haberles prohibido que anunciaran que sus vacunas reducen la mortalidad, ya que no está demostrado (véanse las sanciones a Roche por sus fantasiosas declaraciones sobre el Tamiflu en el apartado siguiente).
Evidentemente, frases como «muchas enfermedades pueden ser evitadas» se van a malinterpretar. Muchos pensarán que tendrán más de un 50 % de probabilidad de beneficiarse de la vacuna, cuando en realidad es menos de un 2 %, porque es necesario vacunar a setenta y un adultos sanos para prevenir un solo caso de gripe. Además, la vacuna no reduce el número de ingresos hospitalarios ni de bajas laborales, así que ¿por qué darle tanto bombo?
Como muestra un estudio realizado con miles de mujeres en nueve países europeos, esta clase de tácticas tramposas, como las empleadas por la FDA, resultan tremendamente engañosas. En el estudio, se les preguntó a las entrevistadas cuántas de cada mil mujeres que se sometían a mamografías cada dos años saldrían beneficiadas tras diez años, en comparación con las que no lo hacían.[143] Las opciones de respuesta eran cero, una, diez, cincuenta, cien y doscientas por cada mil, y «no lo sé». Un cuarto de las mujeres británicas creía que doscientas de cada mil podían salvarse de morir por un cáncer de mama. En realidad, la respuesta correcta sería una de cada mil, pero la propaganda del NHS les había hecho creer que las pruebas de mamografía reducían la mortalidad en un 20 %. En la revisión sistemática que publicamos en 2001 y que vamos actualizando desde entonces, indicamos que los ensayos realizados están sesgados y que los tres mejores no lograron establecer una reducción significativa de la mortalidad por cáncer de mama después de trece años (CR = 0,90; IC de 0,79 a 1,02).[144]

 

Tamiflu y Relenza para el tratamiento de la gripe
Mucha gente habrá oído hablar del Tamiflu, el nombre comercial del oseltamivir. Hemos gastado y seguimos gastando miles de millones en este fármaco prácticamente inútil y en otro parecido, el zanamivir (Relenza). Una revisión Cochrane sugirió que el oseltamivir reducía el tiempo del primer alivio de los síntomas en diecisiete horas,[145] lo que es un efecto tan leve que bien podría ser inexistente. Los ensayos no se cegaron eficazmente porque el fármaco tiene efectos secundarios bastante notorios. Así pues, los ensayos a doble ciego no fueron útiles, ya que en muchos casos era posible adivinar quién había tomado la sustancia activa y quién el placebo. Del mismo modo, como el fin de la gripe es algo muy subjetivo, es probable que la falta de enmascaramiento arrojara resultados demasiado positivos.
Como en el caso de las vacunas contra la gripe, no había seguridad alguna respecto a los efectos más importantes (muertes, ingresos hospitalarios, neumonía, cualquier complicación grave o una menor transmisión del virus). El fabricante, Roche, omitió publicar la mayoría de los datos de sus ensayos clínicos y se negó a compartirlos con investigadores independientes.
[146] Así, basándose en estudios inéditos, Roche declaró que el Tamiflu reducía las hospitalizaciones un 61 %, las complicaciones secundarias un 67 % y las infecciones respiratorias que requerían antibióticos un 55 %. A mi entender, se trata de un fraude. Un fraude es un engaño destinado a generar ganancias financieras o personales que suele consistir en proclamar logros o cualidades injustificadas.
La FDA le pidió a Roche que dejara de anunciar que el Tamiflu reducía la gravedad y la aparición de infecciones secundarias, mientras que la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) aceptó la afirmación de que el fármaco disminuía las complicaciones del tracto respiratorio inferior.
El comité asesor de la FDA rechazó la aprobación del zanamivir por trece votos frente a cuatro, ya que no actuaba mejor que el placebo cuando los pacientes tomaban otros medicamentos como el paracetamol. Sin embargo, tras la apelación de la empresa, la FDA desestimó el fallo de su propio comité y terminó aprobando el fármaco, por lo que también tuvo que aprobar el oseltamivir ese mismo año.[147]
Muchos se preguntaron por qué la OMS ponía a escribir recomendaciones sobre la gripe a individuos que estaban a sueldo de las farmacéuticas, y por qué no se informaba de ello en sus guías. De hecho, había tanto secretismo que desde fuera era imposible saber quién formaba parte de los comités.[148]
Los escándalos no terminaron ahí. En junio de 2009, la OMS anunció el comienzo de una pandemia de gripe porcina producida por el virus H1N1, que pronto demostró ser un brote ordinario más leve que otros ocurridos en el pasado. Ello se debió a que poco tiempo antes se había adoptado una nueva definición de pandemia, pese a las protestas de algunos de los Estados miembros. Se ha calculado que se gastaron unos 18.000 millones de dólares en vacunar a millones de personas frente a la pandemia, sin que estuviera claro que la vacuna fuera efectiva, ya que no se había probado en un entorno clínico.[149]
Durante los diez años anteriores a la declaración de pandemia de la OMS en 2009, los científicos asociados a las farmacéuticas que habían de beneficiarse de los programas de preparación, como Roche y GlaxoSmithKline, estuvieron implicados en prácticamente cada paso del proceso.[150] Roy Anderson, un reputado epidemiólogo inglés que ejercía de asesor de la OMS y del Gobierno británico, advirtió en un programa de radio de la BBC de que solo se podría evitar una catástrofe como la de 1918 con Relenza y Tamiflu. En aquel momento, Anderson cobraba 116.000 libras al año de GlaxoSmithKline, el fabricante de Relenza. Por otro lado, la OMS le hizo un gran favor a Roche anunciando la pandemia y recomendando a los países que hicieran acopio de Tamiflu.
En 2008, un artículo en la revista Drug Safety escrito por investigadores de Roche afirmó que las ratas y ratones que recibieron dosis altas de Tamiflu no mostraron signos de enfermedad. Sin embargo, según los documentos enviados al ministro de Sanidad japonés por Chugai, la filial japonesa de Roche, la misma dosis de Tamiflu había matado a más de la mitad de los animales.[151] Los roedores muertos presentaban muchos de los síntomas del sistema nervioso central que había descubierto un investigador en una serie de casos con niños japoneses. Además, durante el seguimiento que se realizó del Tamiflu después de su comercialización, se notificaron abundantes casos de alucinaciones y accidentes extraños.[152]
Tras las críticas que recibieron los CDC por aceptar una donación de Roche para financiar su campaña contra la gripe, en la que se animaba al público a «tomar el medicamento antivírico que le recete su médico», el organismo publicó un artículo en su página web con el título de «Por qué los CDC recomiendan el tratamiento contra la gripe con fármacos antivíricos».[153] En él se citaban numerosos estudios financiados por la industria, incluido un metanálisis descrito como «independiente», aunque patrocinado por Roche. Sus cuatro autores tenían lazos financieros con Roche, Genentech o Gilead. Por otro lado, los CDC se abstuvieron de citar la revisión Cochrane publicada en el BMJ entre su larga lista de estudios, pese a ser una de las revistas científicas más conocidas y prestigiosas del mundo.[154]
El director de los CDC le dijo a la gente que esos medicamentos podían «salvarle la vida», lo que parecía ser la típica táctica de marketing utilizada por la industria basada en transmitir sus mensajes a través de la boca de terceros de prestigio. En realidad, no hay pruebas fehacientes de que salven vidas, ni es probable que así sea.
El oseltamivir provoca efectos secundarios en la psique, dolores de cabeza, problemas renales y vómitos. Si tuviera la gripe, jamás de los jamases tomaría ese fármaco, ni tampoco zanamivir.

 

¿Hay algún motivo para vacunar a los sanitarios?
La página sobre seguridad de la FDA no nos dice nada sobre seguridad, más allá de recomendar la vacunación de los profesionales de la salud. Pero ¿reduce esto el riesgo de transmisión del virus a otras personas? Como no había información al respecto en la revisión Cochrane, busqué lo siguiente en Google: «la vacuna contra la gripe previene la transmisión». El primer resultado me llevó a un artículo de la web de los CDC, «La efectividad de la vacuna:
¿qué tan eficaces son las vacunas contra la influenza? Preguntas y respuestas».[155] Allí no encontré nada útil, solo elogios a la vacuna, así que seguí indagando. Más abajo había algo de información destinada a los sanitarios:[156] «La revisión de los CDC sobre la literatura relacionada indica que la vacunación del personal médico puede aumentar la seguridad de los pacientes». Se daban dos referencias: una revisión sistemática de los CDC, de 2014, y un editorial en el que se comentaba dicha revisión.[157]
La introducción ya ponía en evidencia que no está claro que la vacunación del personal sanitario reduzca la morbilidad y la mortalidad de los pacientes. Se citaban dos revisiones sistemáticas recientes; una llegaba a la conclusión de que era posible conseguir un efecto positivo entre los pacientes a largo plazo, y en la otra se decía que faltaban pruebas. La revisión de los CDC (cuatro de sus cinco autores trabajaban para ellos) incluía cuatro ensayos aleatorizados de análisis por grupos, dos estudios de cohortes y dos estudios de casos y testigos. Aquello despertó mis sospechas. Las autoridades exigen que se realicen ensayos aleatorizados para la aprobación de los fármacos, ya que su diseño es el único que puede decirnos con seguridad cómo afectan a la gente, y suelen emplear un grupo de control con placebo para refinar los resultados.
La carga de la prueba de la eficacia debe ser particularmente alta, ya que se trata de una situación en la que las personas, en este caso los trabajadores de la salud, no toman un medicamento para beneficiarse a sí mismas sino a otros. Los estudios de cohortes, en los que se comparan grupos que tomaron un medicamento con los que no lo hicieron, son demasiado poco fiables para decirnos algo sobre la eficacia, a menos que el efecto sea muy grande. Hay muchas razones por las que dos grupos reunidos sin aleatorización no son comparables; además, las personas que se vacunan no tienen el mismo estado de salud que las que no lo hacen. Los estudios de casos y testigos, donde por ejemplo se comparan personas vivas y personas que han muerto para determinar si estaban vacunadas, son aún menos fiables.
Los cuatro ensayos de análisis por grupos presentaron datos sobre ciento dieciséis centros de atención a largo plazo, asignados al azar a los grupos de vacunación y control. Por lo tanto, los miembros del personal de cada centro podían estar vacunados o no. El problema es que esta solución creó tamaños de muestra muy reducidos, con una media de solo quince instituciones por ensayo en cada grupo. Al ser tan pequeñas las muestras, ni siquiera la aleatorización puede garantizar que los grupos comparados sean comparables. Así lo reconocieron sus autores, quienes advirtieron que no se podía descartar el riesgo de sesgo a causa de los distintos patrones de circulación de los virus dentro de cada centro.
La media de edad de los pacientes oscilaba de los 77 a los 86 años. La tasa de vacunación del personal sanitario iba del 48 % al 70 % en los grupos de intervención, y del 5 % al 32 % en los grupos de control. Así pues, parece ser que algunos se habían vacunado antes de que comenzara el ensayo, o que en muchos casos se infringió el protocolo y el personal se vacunó cuando no tenía que haberlo hecho.
De todas formas, los resultados son poco concluyentes. El índice de riesgo de mortalidad por cualquier causa era de 0,71 (IC de 0,59 a 0,85), lo que indica una reducción de las muertes del 29 % (del 15 % al 41 %). No obstante, los mismos autores dudaron de este resultado porque se ha calculado que la gripe produce menos del 10 % de todas las muertes invernales de las personas mayores de 65 años. Siendo así, aunque la vacuna tuviera una efectividad del 100 % en la prevención de la mortalidad, la reducción total sería inferior al 10 %. Además, la vacuna casi siempre contiene virus inactivados, lo que según los estudios de Aaby sugiere un aumento de la mortalidad general (véase el capítulo 1). Por todo ello, tal resultado es sumamente improbable.
En cuanto a las enfermedades seudogripales, el cociente de riesgos era de 0,58 (IC de 0,46 a 0,73), sin que hubiera diferencias significativas en el número de hospitalizaciones (CR = 0,91; IC de 0,61 a 1,19) ni en el de gripes confirmadas mediante análisis clínicos (CR = 0,80; IC de 0,31 a 2,08).
No se puede obligar a los profesionales sanitarios a que se vacunen contra la gripe sin saber si ello conllevará menos hospitalizaciones o complicaciones ni si tendrá efectos sobre la mortalidad total.
El hecho de que los CDC no mencionen la revisión Cochrane realizada al respecto es inexcusable. Dicha revisión, sobre la vacunación del personal sanitario que atiende a la tercera edad en centros permanentes, se publicó en 2006, y fue actualizada en 2010, 2013 y 2016.[158] La versión de 2016 tiene sesenta páginas, y es tan detallada que permite que sea el lector quien juzgue si está de acuerdo con sus autores. Los CDC buscaron estudios en la Biblioteca Cochrane, citaron las herramientas de Cochrane y el Cochrane Handbook for
Systematic Reviews (Manual Cochrane de revisiones sistemáticas), y usaron el software de Cochrane para llevar a cabo sus metanálisis. Precisamente por eso, la exclusión de la revisión Cochrane y la preferencia por su propia revisión, a pesar de ser mucho menos rigurosa, parecen indicar que se trata de un acto deliberado.

 

No es la primera vez que me enfrento a esta clase de prácticas. Las juntas nacionales de salud, las autoridades sanitarias y otros organismos oficiales prefieren citar investigaciones defectuosas y hacer caso omiso de las que son más fiables pero van en contra de los intereses de sus patrones, quienes a la postre son los políticos que poseen el poder de retirar su financiación. La peor experiencia que he tenido al respecto fue con las pruebas de detección de cáncer mediante mamografías. En aquel momento, la Junta Danesa de Salud se apoyaba constantemente en una investigación muy pobre, cuyos resultados le convenían más que nuestra investigación, que era mucho más rigurosa y se publicó en las principales revistas.
Puesto que he estudiado el tema en profundidad, puedo decir que la distorsión de la verdad era tan exagerada (también por parte de los investigadores favorables a las mamografías, llegando incluso al fraude) que no me quedó más remedio que escribir un libro con un título parecido al de este mismo.[159]
El resumen de la revisión Cochrane ya empieza diciendo que la vacuna contra la gripe es poco eficaz: «Una revisión sistemática halló que el 3 % de los trabajadores vacunados y el 5 % de los no vacunados tuvieron gripe confirmada en cada temporada».[160]
Dicha revisión incluía los mismos cuatro ensayos que la revisión de los CDC. Las fuentes principales de sesgo estaban relacionadas con el abandono de los ensayos, la falta de enmascaramiento, la vacunación entre los grupos de control y la baja tasa de cobertura de la vacuna entre los grupos activos, lo que condujo a los autores a dudar de la calidad de sus resultados. No se obtuvo información sobre otros procedimientos simultáneos a la vacunación, como el lavado de manos, el uso de mascarillas, la detección temprana de la gripe probada en laboratorio, la implantación de cuarentenas, la evitación de ingresos hospitalarios, la administración de antivíricos y la baja laboral de los profesionales aquejados de gripe y enfermedades seudogripales. Todas estas medidas pudieron introducir un sesgo hacia la búsqueda de un efecto de la vacunación. En ninguno de ellos se declaró de manera explícita que el enmascaramiento fuera adecuado, ni entre los participantes ni entre el personal sanitario, aunque dos mencionaron que se informaba a las enfermeras si algún paciente mostraba síntomas de gripe y si les tomaban muestras de la nariz o la garganta. Tales prácticas pudieron aumentar la incidencia de gripes probadas mediante análisis clínicos entre el grupo sin vacunar.
No se hallaron efectos estadísticamente significativos de la vacuna sobre las gripes confirmadas (riesgo absoluto = 0; IC de −0,03 a 0,03), las infecciones del tracto respiratorio inferior (riesgo absoluto = −0,02; IC de −0,04 a 0,01; que bajaron del 6 % al 4 % en un estudio de 3.400 personas), ni sobre las hospitalizaciones por enfermedad respiratoria (riesgo absoluto = 0; IC de −0,02 a 0,02). Los autores optaron por no combinar los datos de mortalidad por infección del tracto respiratorio inferior ni por todas las causas porque la dirección y el tamaño del riesgo absoluto variaban entre los estudios. Además, tampoco pudieron estar seguros del efecto de la vacunación sobre dichos resultados debido a la baja calidad de los datos. Tal como señalaron en sus conclusiones, la revisión no logró aportar pruebas razonables a favor de la vacunación de los profesionales sanitarios al cuidado de ancianos vulnerables.
Estoy de acuerdo. Los cuatro ensayos suscitan demasiadas dudas. El editorial que acompañaba a la revisión de los CDC también se mostró crítico, y denunció varios hallazgos incongruentes.[161] Los autores calcularon una reducción del 42 % de las enfermedades seudogripales, mientras que la reducción del resultado más específico, la gripe confirmada mediante análisis clínicos, no solo no superó esa cifra, sino que se quedó en un 20 %. Otra preocupación era que la reducción del riesgo de muerte era mayor (40 %) cuando el análisis incluía un periodo de tiempo más amplio que cuando se limitaba al periodo de circulación de la gripe (22 %). Si los centros se hubieran repartido al azar de manera equilibrada, y si la vacuna brindara protección, lo esperable sería encontrar los mayores efectos durante las temporadas de gripe.
Unos investigadores canadienses revisaron recientemente las pruebas y estuvieron de acuerdo con los de Cochrane.[162] No hay pruebas sólidas que apoyen la hipótesis de que la vacunación de los profesionales sanitarios proteja a los pacientes de la gripe. Una investigadora comentó que la vacuna contra el subtipo H3N2 tenía una efectividad del 40 %, lo que quiere decir que tres de cada cinco sanitarios vacunados siguen siendo tan vulnerables al contagio como si no se hubieran vacunado. También añadió: «En estos casos, lo que más puede perjudicar a los pacientes es que nos centremos exclusivamente en el riesgo que suponen los trabajadores sin vacunar, tratándolos como apestados, o, peor aún, despidiéndolos, mientras pasamos por alto el riesgo que suponen los trabajadores vacunados».
Tiene toda la razón. La vacunación puede darle al personal una falsa sensación de seguridad, haciendo que se laven menos las manos, con lo que quizá aumenten el riesgo de infección en vez de reducirlo. Para saber con seguridad si la vacunación de los sanitarios beneficia a los que cuidan, habría que hacer un ensayo amplio y riguroso, pero en realidad no es necesario. Es poco probable que mostrara beneficios tangibles, y, como argumenté en el capítulo anterior, no sería ético obligar a los profesionales sanitarios a que corran un grave riesgo personal para ofrecer una eventual protección a otros. Por ese motivo, un ensayo así me parecería falto de ética.
Los CDC, cómo no, recomiendan que todos los profesionales sanitarios estadounidenses se vacunen cada año contra la gripe. A fin de cuentas, si no lo hicieran, podrían quedarse sin financiación.

 

Otros mensajes engañosos de los CDC
Gran parte de la información que se encuentra en las páginas oficiales es engañosa en extremo. La propagación de semejantes bulos, envueltos por el halo de respetabilidad que les confiere el sello del Gobierno, supone una dolorosa afrenta al conocimiento científico común. Pondré algunos ejemplos.
La página web de los CDC es una mina de desinformación, peor aún que las de las farmacéuticas. Lo que hacen es anunciar una eficacia altísima de las vacunas, sin mencionar que se basan en los datos de estudios muy poco fiables, como los de casos y testigos. En la investigación médica responsable, se considera algo intolerable. Por ejemplo, los expertos en detección por mamografía han acordado que los estudios de casos y testigos no aportan datos fiables acerca de sus efectos.[163] El sesgo puede ser enorme, como lo demuestran los datos del ensayo aleatorizado de Malmö sobre el cribado del cáncer de mama. Cuando se analizó como es debido, como un ensayo aleatorizado, se descubrió que la mortalidad por cáncer de mama no variaba (CR = 0,96; IC de 0,68 a 1,35). Al analizarlo como un estudio de casos y testigos, comparando la mortalidad por cáncer de mama entre las mujeres que se sometieron a la prueba y las que no lo hicieron, el cociente de posibilidades fue de 0,42 (IC de 0,22 a 0,78).
[164] Por lo tanto, una reducción leve en la mortalidad por cáncer de mama del 4 % se convirtió en una reducción importante, pero falsa, del 58 %. Este fallo se llama el efecto del paciente sano, porque quienes se hacen la mamografía tienen menos riesgo de padecer cáncer de mama que quienes no se la hacen. Algunas mujeres evitan las pruebas porque temen tener algo malo, mientras que las de niveles socioeconómicos más bajos tienden a rechazarlas, aunque corren un riesgo mayor de morir por distintas enfermedades, incluido el cáncer de mama.
La página de los CDC sobre la eficacia de las vacunas es un ejemplo perfecto de la desinformación omnipresente.[165] El enlace que debiera justificar el interesante dato de que
«Durante 2016 y 2017, la vacuna contra la gripe evitó alrededor de 85.000 hospitalizaciones relacionadas con la gripe» no lleva a ninguna parte. Por el contrario, aparece este mensaje:
«¡Vaya! No encontramos la página que buscas. Prueba con la opción de búsqueda y el índice alfabético». Y aunque busqué y busqué, ni siquiera la cifra «85.000» produjo resultado alguno, dado que el botón de búsqueda estaba roto. Luego lo intenté con el índice alfabético y seleccioné «Vacunas contra la gripe». En la parte superior de esa página ponía que en el último año, de 2018 a 2019, había habido unos cuarenta millones de casos de gripe, seiscientas mil hospitalizaciones y entre 36.400 y 61.200 muertes. ¡Toma ya! Siete veces más hospitalizaciones que entre 2016 y 2017. Tal vez fuera por eso que se eliminó la cifra más baja. Las campañas para sembrar el pánico suelen hacer uso de grandes números. Por ejemplo, si visitamos una página oficial para saber si los antidepresivos funcionan, veremos que lo primero que dicen es que más del 10 % de la población estadounidense sufre de depresión (lo que es correcto, teniendo en cuenta el criterio tan laxo que se emplea para diagnosticarla),[166] y nos quedaremos con el mensaje subyacente de que debemos tomar antidepresivos a fin de combatir el «desastre».
En fin, volviendo a la cuestión, no quise rendirme y busqué «85.000» en la página: trescientos treinta resultados. «Hospitalizaciones relacionadas con la gripe» arrojó 1.334 resultados, o cuatrocientos sesenta al ponerlo entre comillas. Después probé con «evitaron alrededor de 85.000 hospitalizaciones relacionadas con la gripe», saliendo siete resultados. Algunos eran idénticos, pero había cuatro enlaces únicos: «Factores clave sobre la vacuna contra la gripe estacional | CDC»; «Ideas equivocadas sobre la gripe estacional y la vacuna contra la gripe | CDC»; «¿Qué ventajas tiene la vacuna contra la gripe? | CDC» y «La efectividad de la vacuna: ¿qué tan eficaces son las vacunas contra la influenza? | CDC».
Entonces volví a buscar «85.000» en cada uno, pero las cuatro veces terminé en la página de error.
Fue como perderse en el bosque: tras andar durante horas, te das cuentas de que has dado un rodeo para acabar donde empezaste. Al final me cansé de aquel juego del escondite que siempre me devolvía a la casilla de salida y comencé un nuevo calvario:
«Un estudio de 2014 [icono de sitio externo] demostró que la vacuna contra la gripe redujo el riesgo de ingreso en cuidados intensivos pediátricos (CIP) en un 74 % desde 2010 a 2012».
¡Qué resultado más impresionante! Y esta vez iba en serio, ya que el enlace llevaba a un estudio publicado.[167] Teniendo en cuenta los hallazgos de los ensayos aleatorizados, semejantes cifras no eran nada creíbles, pero ese pequeño detalle no empujó a los autores a formular ningún tipo de reserva en su resumen. Se trataba de un estudio de casos y testigos, en el que los pacientes fueron ingresados en cuidados intensivos con enfermedades respiratorias graves y gripe confirmada. El grupo de control lo formaban niños en cuidados intensivos que dieron negativo a las pruebas de gripe, y también había controles entre la comunidad. Los distintos grupos se compararon según su estado de vacunación.
«La eficacia de la vacuna se calculó a partir de modelos logísticos de regresión». Esta frase me abrió los ojos. Tengo ciertos conocimientos de estadística, ya que me estudié varios tochos sobre el tema para mi tesis doctoral, y tuve que hacer análisis de varianza de tres vías con calculadora antes de comprarme mi primer ordenador. «El modelo de regresión empleado para comparar los casos con los testigos en cuidados intensivos incluyó el registro natural de la edad en meses, el sexo, el momento de inicio de la enfermedad (antes, durante y después del periodo de gripe), el contacto confirmado con personas con gripe sospechada o confirmada, los antecedentes de trastornos respiratorios de moderados a graves (excluida el asma leve), los antecedentes de trastornos cardiacos, la gravedad de la enfermedad al ingreso (puntuación PRISM [37]), los días entre el inicio de la enfermedad y las pruebas de gripe, y una variable dicotómica que indica si la inscripción en el estudio se produjo fuera del reclutamiento activo. La zona geográfica se ajustó tratando cada centro como un efecto aleatorio».
No es recomendable hacer tantos ajustes en un modelo porque se sabe que cuantas más variables se añadan a una regresión logística, más lejos nos encontraremos de la verdad.[168] Por ese motivo, este estudio debería olvidarse y, desde luego, nunca debió publicarse en una página oficial.
Pero los CDC aún tenían más sorpresas preparadas: «En los últimos años, las vacunas han reducido el riesgo de hospitalizaciones asociadas a la gripe entre adultos en un promedio de alrededor del 40 %».[169] ¿Cómo es eso posible, cuando los ensayos aleatorizados no encontraron nada parecido? Ah, bueno, es que es una revisión sistemática de estudios de casos y testigos. Mejor dejarla de lado.
«Un estudio de 2018 demostró que, de 2012 a 2015, la vacunación contra la gripe en adultos redujo el riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos (UCI) en un 82 %».[170] Interesante jugada. Nos vamos acercando a una eficacia del 100 %, cuando en realidad nos encontramos ante fantasías desarrolladas en un patio de juegos científico totalmente alejadas de la realidad. Los métodos utilizados fueron similares al del estudio con niños ya comentado, y además había un elemento de reciclaje, ya que un tal Thompson de los CDC (no el supuesto confidente del capítulo 2) era el coautor de tres de los estudios.[171]
Sin embargo, la diversión continúa:[172] «La vacuna contra la gripe puede salvar la vida de muchos niños. Un estudio realizado en 2017 fue el primero de su clase en probar que la vacunación puede reducir en gran medida el riesgo de morir de gripe». El enlace llevaba a un comunicado de prensa de los CDC que no mostraba sus fuentes. Otra vez el juego del escondite. No obstante, en esta ocasión fue más fácil de encontrar en Google (no me atreví a seguir perdiendo el tiempo en la página de los CDC), ya que el comunicado empezaba con la frase «Un nuevo estudio publicado hoy en la revista Pediatrics […]».[173] Los autores de dicho estudio habían llevado a cabo un análisis de casos y cohortes mediante regresión logística con el que calcularon una eficacia de la vacuna del 65 %. De nuevo, un resultado nada creíble obtenido a través de métodos similares a los de otros estudios poco fiables.
También aseguraban que la vacuna produjo una disminución de determinados problemas cardiacos entre las personas con enfermedades coronarias y menos hospitalizaciones entre las personas con diabetes y enfermedades pulmonares crónicas. Por supuesto: las investigaciones defectuosas pueden darnos los resultados que queramos.
Entonces, ¿qué dijeron los CDC sobre los fallos de los estudios que presentaban en su página web? Ni una palabra. Su única justificación fue el siguiente párrafo:
Los estudios aleatorios constituyen la «regla de oro» (el mejor método) para determinar la eficacia de la vacuna. Los efectos de la vacunación que se miden en estos estudios se denominan
«efectividad». Los estudios aleatorizados controlados con placebo son caros y no pueden ser llevados a cabo una vez que se ha realizado una recomendación de vacunación, debido a que prohibir la vacunación a una persona recomendada para recibir la vacuna la pondría en riesgo de contagio, enfermedad y complicaciones graves. Por tal motivo, la mayoría de los estudios realizados en los Estados Unidos para determinar los beneficios que tiene la vacunación contra la gripe son «estudios de observación». Los estudios de observación comparan la presencia de la enfermedad de la gripe en las personas vacunadas con las personas no vacunadas, en base a su decisión de vacunarse o no. Esto significa que la vacunación de los sujetos del estudio no es aleatoria. La medición de la efectividad de la vacuna en un estudio de observación se conoce como
«eficacia».

 

Es increíble que los CDC puedan escribir tanto sobre el diseño de los estudios jugando con las palabras eficacia y efectividad, como si existiera alguna diferencia entre ellas, sin decir nada acerca del hecho de que los estudios observacionales suelen ser muy poco fiables.

 

Más cifras impresionantes pero engañosas
Voy a poner otro ejemplo de cómo pueden torcerse las cosas en los estudios de casos y testigos. Unos investigadores españoles indicaron en su resumen que, en comparación con los pacientes que no fueron vacunados en la temporada actual y en las tres anteriores, la vacuna contra la gripe actual y de cualquier temporada anterior redujo la mortalidad en un 70 % (del 34 % al 87 %).[174] También dijeron que «la vacunación en la temporada actual no tuvo un efecto significativo en los casos de gripe grave». Esto podría llevar al lector a pensar que hay que vacunarse todos los años para protegerse adecuadamente, y así fue como interpretaron sus datos los investigadores: «Estos resultados refuerzan las recomendaciones para la vacunación anual contra la gripe en la tercera edad». Sin embargo, el texto principal del documento señalaba que «la vacunación en la temporada actual mostró que no se redujo la probabilidad de enfermedades graves y que aumentaron las probabilidades de muerte» (CR ajustado = 3,35; IC de 1,06 a 10,58). Según los autores, estos datos apuntaban a un efecto preventivo sobre la gripe de leve a moderada, pero no sobre los casos más graves.
Tal explicación no tiene sentido. Los investigadores nos venden un efecto enorme de la vacuna sobre la mortalidad, de un 70 % (algo totalmente imposible), y luego nos dicen que no funciona frente a las gripes graves. Pero es que resulta que lo que mata a la gente es la gripe grave, no sus versiones más suaves.
Ningún estudio de calidad ha confirmado nunca que la vacuna contra la gripe reduzca el número de fallecimientos. Y aun así, nos bombardean con datos engañosos no solo sobre sus efectos, sino también sobre la cantidad de muertes por gripe, con el único objetivo de sembrar el pánico y aumentar las vacunaciones.
Como anunció la cadena CBC en 2012, la Agencia de Salud Pública canadiense afirmó en un comunicado: «Cada año, entre dos mil y ocho mil canadienses mueren por la gripe y sus complicaciones».[175] El editor del Canadian Medical Association Journal se unió al réquiem y repitió la declaración de que fallecían hasta ocho mil personas.
Nadie sabe cuánta gente muere tras infectarse del virus de la gripe. Las cifras no se basan en el cómputo de muertos, en pruebas clínicas ni autopsias, sino en modelos informáticos.
Uno de ellos cuenta todas las muertes por causas respiratorias y circulatorias, incluidos los decesos por ataques al corazón que no tienen nada que ver con la gripe. Otro modelo da por hecho que cada muerte adicional que ocurre en invierno se debe a la gripe. Por lo tanto, la idea básica es que el exceso de muertes invernales (aunque sean por tropezar en la acera, por la nieve que cubre las carreteras o por las bajas temperaturas) en comparación con las muertes estivales son muertes producidas por la gripe. Entre ellas se cuentan hasta los fallecidos por enfermedades psiquiátricas.
Estos modelos son muy sensibles a las suposiciones que introduzcamos en ellos. ¿Qué ocurre cuando hay una persona muy afectada por una enfermedad cardiaca o pulmonar a la que finalmente vence una infección de gripe? ¿Se trataría de una muerte a causa de la gripe, del corazón o del pulmón? Es imposible saberlo.
A pesar de tan aterradoras cifras, la tabla de mortalidad del Instituto de Estadística canadiense solo indica unas trescientas muertes anuales bajo el epígrafe de la gripe.
Para realizar su tesis doctoral, una estudiante consultó los registros de tres hospitales de Ottawa durante siete temporadas de gripe y contó el número de pacientes que murieron de gripe según el diagnóstico de sus médicos. Al pasar los datos por uno de los modelos informáticos oficiales, este predijo ocho veces más muertes por gripe que el recuento clínico real.
Cuando un periodista de la CBC contactó con ella, la investigadora le dijo que, aunque solo quisiera informarse, antes debía hablar con la Agencia de Salud Pública canadiense, dado que estaba empleada por esta y debía mantener la confidencialidad.
Con el tiempo, la solicitud de comentar la tesis con la estudiante llegó hasta el jefe de relaciones públicas de la sanidad canadiense. El periodista le explicó en un correo electrónico que necesitaba cierta información de fondo para un artículo que estaba escribiendo, que la investigadora estaba interesada y que esta hablaría no como representante de un organismo gubernamental sino como autora de la tesis.
Al final, el jefe de relaciones públicas le respondió que había hablado con la estudiante, la cual «prefería que se citara textualmente su tesis, ya que su carga de trabajo actual no le dejaba mucho tiempo en ese momento». Además, le ofreció la oportunidad de preguntar por el punto de vista oficial sobre la cuestión y le propuso una reunión con un encargado de prensa. No obstante, se descartaba cualquier entrevista ante las cámaras con ningún miembro de la sanidad canadiense.
Cuando llegó la supuesta pandemia de 2009 y la OMS alertó al mundo entero sobre su gravedad, surgió una rara oportunidad para verificar el verdadero número de muertes por gripe. Por primera vez se disponía de pruebas de laboratorio generalizadas y de un sistema nacional de informes: todas las miradas estaban puestas en las posibles muertes relacionadas con la gripe. El recuento final de cuatrocientos veintiocho fallecimientos se acercó mucho más a la estadística anual, que los cifraba en alrededor de trescientos, que a los ocho mil que calcularon los modelos informáticos.[176]
En lugar de meternos miedo, las autoridades sanitarias deberían habernos tranquilizado.
Incluso la exagerada cifra de ocho mil muertes podría considerarse una nadería, ya que significaría que el 99,98 % de los canadienses no moriría de gripe durante un año. Esos cuatrocientos veintiocho casos se correspondían con el 0,15 % de todas las muertes anuales ocurridas en Canadá. Por otro lado, el 17 % se debe al tabaquismo, lo que es casi cien veces más. Si de verdad queremos reducir la mortalidad de la población, deberíamos centrarnos en los métodos para dejar de fumar y en evitar que los jóvenes empiecen a hacerlo. Por ejemplo, en Noruega el aumento del impuesto sobre el tabaco ha ejercido un efecto espectacular. Los cigarrillos valen el doble que en Dinamarca, y solo fuma el 3 % de los jóvenes, en comparación con el 15 % de los daneses.[177] Siendo así, ¿a qué viene darles tanta importancia a las vacunas contra la gripe? Si ni siquiera sabemos si reducen el número de muertes…
Los modelos canadienses siempre han inflado las cifras de mortalidad. En el año 2000, el extremo superior se situaba en mil quinientas, que aumentó a 2.500 en 2003, y a ocho mil en 2007. El investigador de la gripe Tom Jefferson, cuyas revisiones Cochrane cito en este libro, dijo al respecto: «La prevención de la gripe se ha convertido en una industria basada en datos científicos erróneos e impulsada por legisladores envueltos en conflictos de intereses.
¿Cuántas muertes pueden achacársele cada año? La respuesta es: puede que trescientas, o puede que nueve mil. No estamos seguros. Y si no lo sabemos, ¿por qué aplicar unas políticas tan costosas? Y, sobre todo, ¿cómo las evaluamos? […] El miedo de la población justifica medidas sin justificación alguna […]. Lo único cierto son los beneficios de la industria».
El periodista preguntó a la Agencia de Salud Pública por qué era tan importante informar a los canadienses de las estadísticas de mortalidad. La respuesta oficial, enviada por escrito, fue la siguiente: «La divulgación de estas estadísticas informa al pueblo canadiense de la gravedad de la gripe, la cual puede llevar a la muerte en algunos casos. Por lo tanto, todos deberían vacunarse anualmente a fin de prevenir las infecciones, y ejercer medidas de control como lavarse las manos, taparse la boca al toser y quedarse en casa cuando estén enfermos».
¿Por qué las autoridades sanitarias suelen manipular los datos de esa manera para que la gente se asuste y les haga caso? Semejantes prácticas anticientíficas deberían castigarse duramente. ¿Acaso reciben una bonificación por el número de vacunas contra la gripe que se administran cada año? A veces sí. Los jefes de policía daneses obtienen primas por las multas de tráfico que ponen sus subordinados. En el caso de la atención médica, es posible que los beneficios sean indirectos. Si siembras el pánico y contentas a los políticos, puedes esperar que te recompensen con una lucrativa carrera en la sanidad pública.
La lógica que subyace bajo la sanidad pública es que si hay mucha gente que muere a causa de una enfermedad (supongamos que es así, aunque no lo sepamos realmente), en tal caso deberíamos evitar las que podamos (a pesar de que no exista ningún remedio probado para ello). Voy a poner otro ejemplo de este razonamiento erróneo.
En 2012 demostramos que los reconocimientos médicos, llamados exámenes físicos anuales en los Estados Unidos, no dan el resultado esperado. En 2019 actualizamos nuestra revisión para añadir un nuevo ensayo.[178] La mediana de seguimiento era larga, de diez años, y se produjeron 21.535 muertes durante los ensayos aleatorizados, lo que es mucho. Los reconocimientos médicos no redujeron la mortalidad total (CR = 1,00; IC de 0,97 a 1,03), ni la mortalidad por accidentes cardiovasculares (CR = 1,01; IC de 0,92 a 1,12) ni la mortalidad por cáncer (CR = 1,05; IC de 0,94 a 1,16).
El Reino Unido ya empleaba los reconocimientos médicos en 2012 para detectar distintas enfermedades. Las respuestas oficiales a nuestra revisión fueron tan estrambóticas que empecé a verlas como una especie de culebrón.[179] De hecho, escribí un artículo para el BMJ con el título de «No quiero la verdad, ¡quiero algo que pueda decirle al Parlamento!»:[180]
La sanidad pública británica formará un grupo de expertos para revisar la efectividad y la relación calidad-precio de los reconocimientos médicos del NHS, y actualizará el modelo económico en el que se basa. Además, nos dicen que «aunque reconocemos que el programa no está respaldado por ensayos clínicos aleatorizados, existe una necesidad urgente de abordar la creciente carga de las enfermedades asociadas al comportamiento y el estilo de vida de la ciudadanía». Parece que la sanidad pública británica no puede soportar la verdad, que es que los reconocimientos médicos no funcionan y pueden resultar dañinos. Los grupos de expertos son la versión moderna del Oráculo de Delfos, y los modelos estadísticos son como susurrar al oído del mago los resultados que quieres recibir. Decir que existe una necesidad urgente de abordar la creciente carga de las enfermedades como excusa para ir en contra de los hallazgos claros de los ensayos aleatorizados me recuerda a un episodio de la serie Sí, ministro donde se argumentaba hábilmente por qué se necesitaba un gran número de administradores para un hospital que no tenía pacientes.
Así pues, la carga de las enfermedades es lo que pone en marcha a la sanidad pública. No importa si las medidas que se toman funcionan o no. En realidad, las soluciones políticas deben basarse en hacer algo, y no en la nada.

 

La vacunación durante el embarazo
¿Qué dicen los CDC sobre el embarazo? Pues que «la vacunación reduce a la mitad el riesgo de infección respiratoria aguda asociada a la gripe en las mujeres embarazadas» y que «un estudio de 2018 que incluyó las temporadas de gripe de 2010 a 2016 reveló que el hecho de recibir la vacuna inyectable […] reduce aproximadamente un 40 % el riesgo de hospitalización de mujeres embarazadas a causa de la gripe». De nuevo vuelven a ser estudios de casos y testigos, del mismo Thompson de los CDC, que no es el confidente del que hablé al principio del libro.[181] Y como antes, no hay que prestarles la más mínima atención.
«La vacuna contra la gripe también ayuda a proteger al bebé después del nacimiento. (La madre transmite anticuerpos al bebé en gestación durante el embarazo). Varios estudios han demostrado que, además de proteger a las embarazadas, las vacunas que se administran durante el embarazo ayudan a proteger a los bebés y evitar que contraigan la enfermedad durante los primeros meses, cuando son demasiado pequeños para vacunarse».
La cita anterior está sacada de una página llamada «Las embarazadas y la gripe (influenza)», en la que se hace referencia a siete estudios. Uno de ellos era un informe sobre dos ensayos aleatorizados y controlados con placebo, que se llevaron a cabo en Sudáfrica y que incluyeron a 2.116 embarazadas sin VIH y a 194 con VIH.[182] Para las mujeres que recibieron placebo, y también para sus bebés, la tasa de infecciones confirmadas de gripe fue del 3,6 %, mientras que el 1,8 % y el 1,9 %, respectivamente, se infectaron cuando las madres recibieron la vacuna inactivada contra la gripe. Es decir, que el efecto fue de alrededor del 50
%. La vacunación era efectiva durante las primeras 24 semanas posteriores al nacimiento. Murieron dos de las madres del primer grupo frente a ninguna del segundo grupo.
Este estudio confirma que la vacuna no resulta demasiado eficaz, y aporta unos cuantos datos interesantes en un anexo de ochenta y ocho páginas que poca gente leerá y que han sido analizados en una revisión sistemática.[183] No se observaron diferencias notables entre ambos grupos en las hospitalizaciones maternas por cualquier infección (CR = 2,27; IC del 0,94 al 5,49), ni en las hospitalizaciones neonatales por síndrome séptico (CR = 1,60; IC del 0,73 al 3,50). Sin embargo, aunque las diferencias fueron escasas, los resultados no resultaron favorables para la vacunación. Los datos sobre la mortalidad infantil se invirtieron: 15 muertes frente a veintiuna.
Además, en el anexo se explica que hubo veintiséis veces más casos de enfermedades seudogripales que de gripe entre los lactantes, y que la vacuna no les hizo ningún efecto (índice de eficacia del 0,6 %). Siendo así, sería lógico pensar que la reducción de la gripe tiene un valor limitado, puesto que la carga neta de las enfermedades seudogripales (incluida la gripe) tampoco disminuye.[184]
¿Es seguro vacunar a las embarazadas? Había 1.062 mujeres sin VIH en el grupo de la vacuna y 1.054 en el grupo del placebo. Abortos (antes de las 28 semanas): 3 frente a 5; mortinatos (después de las 28 semanas): 15 frente a 9; nacimientos prematuros (antes de las 37 semanas): 108 frente a noventa y seis. Tras analizar estas cifras, se puede ver que carecen de significación estadística, lo que es tranquilizador (el valor de p es de 0,30 entre los mortinatos y de 0,56 entre los partos prematuros). Dado que el grupo del placebo recibió solución salina en vez de un adyuvante, como es habitual en los ensayos de vacunas, podemos confiar en que no se subestimara la leve reducción de los acontecimientos adversos entre el grupo de la vacuna.
Los CDC mencionan otros dos ensayos aleatorizados, uno de ellos bastante amplio.[185] En Nepal, se repartió a 3.693 embarazadas entre la vacuna inactivada y un placebo con solución salina. El efecto protector de la vacuna fue del 19 % en las enfermedades seudogripales de las madres y del 30 % en las gripes confirmadas de los lactantes. En el grupo de la vacuna hubo menos bebés con peso bajo al nacer (menos de dos kilos y medio), un 23 % frente a un 27 % (p
= 0,02). Se produjeron abortos en 5 casos frente a 3, mortinatalidad en 33 frente a 31 y anomalías congénitas en un 1,1 % frente a un 1,0 %. Murieron 3 mujeres frente a 5, y 61 lactantes de hasta 6 meses frente a cincuenta. No se detectaron acontecimientos adversos relacionados con la vacuna.
La página de los CDC concluye con la siguiente recomendación en negrita: «La vacunación también protege a los que lo rodean, incluidas las personas que tienen una mayor vulnerabilidad a sufrir una enfermedad grave a causa de la gripe, como los bebés y los niños pequeños, los adultos mayores y las personas con ciertas afecciones crónicas».
En realidad, no se ha demostrado que vacunar a las embarazadas proteja a los demás de infecciones graves. Pero, además, tampoco queda tan claro como nos gustaría que proteja a las propias embarazadas. Los CDC se olvidaron de mencionar un amplio ensayo realizado en Mali que incluyó a 4.193 embarazadas en el tercer trimestre,[186] donde se comparó la vacuna trivalente antigripal inactivada con la cuadrivalente antimeningocócica, que también lleva microbios muertos. Aunque no es buena idea tener un grupo de control activo, resulta interesante ver que las supuestas infecciones neonatales graves fueron más comunes entre los lactantes vacunados contra la gripe que entre los vacunados contra meningococos (60 frente a 37; p = 0,02), y que hubo más tendencia hacia la mortalidad infantil (52 frente a 37; p = 0,13).
Si sumamos las muertes infantiles de los dos grandes ensayos controlados con placebo, obtenemos 76 en los grupos de vacunas y 71 en los grupos de placebo, lo que es tranquilizador. Si sumamos las muertes del ensayo malinés, obtenemos 128 frente a 108, lo que es menos tranquilizador. Puede que la vacuna antimeningocócica redujera el número de fallecimientos, pero, según el primer autor, ninguno se debió a la meningitis, y como no se empleaban microbios vivos, tampoco es esperable que las muertes se redujeran por otras causas.

 

¿Qué riesgos tienen las vacunas contra la gripe?
Como señalé antes, las dos primeras páginas de los CDC que encontré no dicen nada útil sobre los peligros de la vacuna antigripal. Aunque lo lógico sería que el apartado
«Información sobre la vacuna contra la gripe para los trabajadores de la salud» comentara algo relevante, no es así. De hecho, solo dedica estas palabras a la cuestión:
Las vacunas contra la gripe son seguras. No es común que la vacuna contra la gripe ocasione problemas graves. El efecto secundario más frecuente que se puede padecer es un poco de dolor en el lugar donde se administró la vacuna. Generalmente es suave y desaparece en el transcurso de uno o dos días.
El mensaje terminaba así: «Visite “La seguridad de la vacuna contra la gripe”[187] para obtener más información». Al hacer clic en el enlace, me salió el siguiente aviso: «No se puede abrir [dirección del sitio web]. No se encontró el servidor o proxy de internet».
En ese momento me harté de los CDC, que parecían estar decididos a que nadie descubriera los peligros de las vacunas contra la gripe. No sé, tal vez fuera un problema técnico, de los que ocurren cuando se modifican páginas web sin corregir los enlaces. Pero lo único que saqué en claro pese a todos mis esfuerzos y tras haber leído tanta publicidad engañosa fue este mensaje tácito: «No hagas preguntas, obedece y vacuna a todos tus pacientes cada año, desde los 6 meses hasta la tumba. ¿Qué mosca te ha picado? Ya te hemos dicho que las vacunas contra la gripe son seguras».
¿Un poco de dolor durante uno o dos días? ¿No hay nada más que decir sobre los daños de la vacuna antigripal?
La primera página que miré, la de la FDA, era aún peor, ya que su apartado «Seguridad y disponibilidad de la vacuna contra la gripe» no daba información alguna sobre seguridad.[188]
¿Por qué ocultan estos datos los organismos oficiales? El hecho de que dos grandes instituciones estadounidenses lleven a sendos callejones sin salida resulta cuando menos inquietante. Otras entidades, ya sean agencias del medicamento, ministerios de sanidad, juntas de salud o la mismísima OMS, tampoco están interesadas en decirle sinceramente a la gente lo que sabemos sobre los daños de las vacunas, y lo que no sabemos pero nos gustaría saber (véase el próximo capítulo). Además, las preguntas no son bien recibidas. En mi opinión, se trata de un ejemplo de paternalismo no solicitado. Yo nunca he dado permiso para que otros decidan por mí si debo vacunarme o no, ni con qué vacunas, ni para que se corra un tupido velo sobre las verdades incómodas.
Después de tanto investigar, reconozco que me puse furioso. Por fin entendí que algunas personas desconfíen de las vacunas y puedan volverse irracionales. ¿A quién deben creer?
¿Qué es lo que se encubre con tanto secretismo? La sanidad pública ha llegado demasiado lejos con su actitud paternalista, y su arrogancia le ha estallado en la cara.
Luego de todos mis desvíos involuntarios, decidí probar una última vez. Como expliqué antes, no encontré nada sobre seguridad en la página «Seguridad de la vacuna contra la gripe» de los CDC, aparte de publicidad engañosa. Entonces se me ocurrió una idea un tanto curiosa: buscar en Google «Seguridad de la vacuna contra la gripe CDC». Y aunque no esperaba nada, localicé algunos datos sobre seguridad, tanto para pacientes como para profesionales,[189] a solo dos clics de distancia. La página incluía cuatro tipos de vacunas: la antigripal inactivada, la antigripal inactivada de cultivo celular, la antigripal genotecnológica y la antigripal atenuada. Al seleccionar la inactivada, hallé una lista de acontecimientos adversos: «Dolor y otras reacciones en el punto de inyección: hasta el 65 % de las personas vacunadas experimentan dolor en el punto de inyección durante la primera semana, sin que suela interferir en la actividad diaria». Ajá. Esto es mucho peor que un dolor leve de uno o dos días, como aseguraban los CDC en su página fácilmente encontrable. Ahí veo yo poca coherencia. Además, «otras reacciones en el punto de inyección» no se refieren solo al dolor, como mostraba el ensayo sudafricano. Este indicó que dichas reacciones (sobre todo de leves a moderadas) eran más frecuentes en el grupo de la vacuna que con el placebo, y que no había más diferencias significativas entre ambos grupos. Sin embargo, el anexo daba otra impresión. Por otro lado, detecté tres errores graves en las tablas, las cuales tendían a subestimar los daños. Primero: se recogieron los datos de las mujeres con VIH y sin VIH por separado, lo que resulta ilógico, ya que las reacciones locales son independientes del virus, por lo que deberían haberse combinado los dos grupos. Segundo: aunque las reacciones se dividieron entre suaves, moderadas y graves, las pruebas realizadas para determinar la significación estadística de vacuna y placebo también se aplicaron por separado a cada categoría. Lo mejor habría sido hacer una prueba de la χ2 para indicar si existía una tendencia. Tercero: solo se aportaban los datos de 536 de las 2.310 mujeres aleatorizadas (el 23 %). No encontré explicación alguna de por qué faltaban los datos del 77 % de la muestra. El artículo hablaba de «los detalles solicitados sobre las reacciones locales y generales», por lo que es lógico pensar que se preguntó sobre los daños a todas las mujeres. ¿Por qué entonces se habla solo del 23 %?
Estos errores reducen en gran medida la capacidad del ensayo para detectar las diferencias entre la vacuna y el placebo en cuanto a los daños locales y generales. Al haberse publicado en una prestigiosa revista, el New England Journal of Medicine, podría parecer chocante que el editor dejara pasar algo así, pero no lo es.
Después comprobé si los autores estaban envueltos en conflictos de intereses, y efectivamente así era. El estudio estuvo patrocinado por la Fundación Bill y Melinda Gates (véase el capítulo 1), la vacuna se compró a los laboratorios Sanofi Pasteur y el primer autor tenía numerosos conflictos de intereses con distintos fabricantes, incluido Sanofi Pasteur.
Además, la misma revista resulta problemática, pues se embolsa cantidades ingentes de dinero vendiendo reimpresiones de artículos y espacios publicitarios a las farmacéuticas. Tanto es así que se negaron a responder nuestras preguntas y hasta a decir qué porcentaje de sus ingresos procede de las reimpresiones.[190]
Ya expliqué en su momento cuál fue el papel de sus editores en el escándalo Vioxx.[191] Lo que pasó es que Merck manipuló los datos sobre los infartos provocados por el medicamento, un antiartrítico, en un ensayo fundamental. Cuando todo salió a la luz, la revista culpó a Merck y a los investigadores clínicos, pero sin hacer mención de su propia responsabilidad por haber publicado semejante artículo. Tras cinco años de silencio, después de la retirada del fármaco y a punto de ser demandados ante los tribunales, los editores terminaron reaccionando con lo que eufemísticamente llamaron un «manifiesto de preocupación». Dada su influencia, si hubieran actuado antes, podían haber acabado con el Vioxx en lugar de con personas, lo que también habría afectado a sus propios ingresos. El New England Journal of Medicine vendió 929.400 copias del artículo (más de una por cada médico de los Estados Unidos), con un valor estimado entre 697.000 y 836.000 dólares. La entidad propietaria de la revista, la Massachusetts Medical Society, declaró unas ganancias editoriales de 88 millones de dólares en un solo año. Es probable que gran parte procediera exclusivamente del New England Journal of Medicine. Según mis cálculos, el Vioxx acabó con la vida de unas 120.000 personas, la mayoría de las cuales ni siquiera necesitaban el medicamento, y a las que les habría ido mejor con cualquier analgésico o con ninguno.
En el ensayo sudafricano también hubo más casos de eritema, inflamación, induración, hematomas, prurito, artralgia y mialgia en los grupos de la vacuna que en los del placebo. Todos estos perjuicios son señales que han de tenerse muy en cuenta. Varios de mis colegas, a quienes animaron desde sus hospitales a vacunar a los pacientes a fin de protegerlos, me han hablado de picores intensos, inflamación y endurecimiento de tejidos, cosa que les pilló por sorpresa porque pensaban que las vacunas eran inocuas. Eso no ocurre por una simple extracción de sangre.
Por otro lado, al ensayo no le hacía falta la presencia de un grupo de control con placebo en forma de solución salina. Si le inyectas solución salina a los pacientes y preguntas si han tenido alguna reacción, habrá unos cuantos que dirán que sí, cosa que no pasaría si no inyectaras nada. A modo de explicación, 49 de 181 mujeres no infectadas por el VIH refirieron induración en el punto de inyección en el grupo de la vacuna, frente a 22 de 172 del grupo del placebo. Sin embargo, si no se hubiera usado un placebo, el resultado habría sido de 49 frente a cero.
La página de los CDC indicaba otros riesgos:[192] «Fiebre, malestar, mialgia y otros síntomas sistémicos pueden aparecer luego de la vacunación, que con mayor frecuencia afectan a personas que no han estado expuestas anteriormente a antígenos del virus de la gripe en una vacuna (por ejemplo, niños pequeños). En los adultos, el índice de presentación de estos síntomas es similar después de la inyección de la vacuna o de un placebo». Estoy convencido de que el placebo no provoca los mismos síntomas que la vacuna. He conocido a gente que cayó enferma y tuvo muy malas experiencias tras recibir la vacuna inactivada contra la gripe. Desde luego, siempre es posible que contrajeran una infección vírica al mismo tiempo, pero
¿qué significa que el índice de presentación sea «similar»? ¿Era más elevado en el grupo de la vacuna, pero las cifras demasiado bajas para suponer una diferencia estadística, como en el ensayo sudafricano en el que falta la mayoría de los datos? ¿Se omitieron los daños deliberadamente antes de la publicación, como se hace a menudo en los ensayos patrocinados por la industria? Me parece curioso, por ejemplo, que muchas personas digan que tienen dolor muscular cuando toman estatinas —que desaparece al dejarlas y vuelve al reanudar el tratamiento— y que los ensayos informaron de índices «similares» de problemas musculares tanto con el placebo como con las sustancias activas. No me lo creo. La exposición y reexposición a un fármaco es un método aceptado para descubrir los daños que ocasiona.
«Los componentes de la vacuna pueden en raras ocasiones causar reacciones alérgicas (hipersensibilidad inmediata). Las manifestaciones de hipersensibilidad inmediata van desde urticaria leve (sarpullido que pica) y angioedema (inflamación subcutánea) hasta anafilaxis». Estas reacciones pueden ser mortales. ¿Cuánta gente muere después de vacunarse contra la gripe? No he encontrado tales datos.
«En algunas temporadas, la vacuna se relacionó con convulsiones febriles en niños pequeños, en especial cuando se administraba junto con la vacuna conjugada neumocócica de 13 valencias (PCV13) y las vacunas contra la difteria, el tétanos y la tosferina (DTaP)». Esto es muy interesante, considerando los estudios de Aaby (véase el capítulo 1). Sabemos demasiado poco sobre los daños resultantes del uso simultáneo de varias vacunas y sobre los daños resultantes de su uso secuencial. Habría estado bien conocer el riesgo de convulsiones febriles, pero lamentablemente no lo indican.
«El síndrome de Guillain-Barré posterior a la administración, que puede ocasionar parálisis, ocurre muy pocas veces. La vigilancia de la seguridad no ha detectado una vinculación clara con el síndrome. Sin embargo, si existiera riesgo de síndrome de Guillain- Barré por la vacuna, no serían más de uno o dos casos por millón de personas vacunadas. Si bien es poco común que aparezca después de padecer gripe, los estudios sugieren que el riesgo es mayor que el de presentar el trastorno tras la vacuna». No creo que sea una buena comparación. Aunque es poca la gente que enferma de gripe, se recomienda que nos vacunemos todos. Así pues, el riesgo de contraer el síndrome de Guillain-Barré podría ser más elevado si te vacunas que si no lo haces.
«La vacuna, al igual que otras inyecciones, también puede causar síncopes (desmayos)». Sí, y en casos raros, llevar a la muerte, por ejemplo por traumatismo cerebral.
Al buscar «vacuna gripe más usada», encontré un artículo reciente en el que se decía que era la mixta Flublok, así que me fui a la página de la FDA y consulté el prospecto de su versión cuadrivalente:
ADVERTENCIAS Y PRECAUCIONES DE USO. Se debe disponer de tratamiento médico y supervisión apropiada en caso de reacciones anafilácticas inesperadas. En pacientes que hayan presentado síndrome de Guillain-Barré antes de 6 semanas de recibir una vacuna contra la gripe, la decisión de administrar debe basarse en una cuidadosa consideración de los beneficios y riesgos potenciales.
REACCIONES ADVERSAS. En adultos entre 18 y 49 años de edad, las reacciones en el punto de inyección más comunes (≥10 %) fueron sensibilidad (48 %) y dolor (37 %). Las reacciones adversas generales más comunes (≥10 %) fueron cefalea (20 %), fatiga (17 %), mialgia (13 %) y artralgia (10 %).
Aunque sería bueno conocer la incidencia que hubo en el grupo de control, sobre todo en cuanto a las reacciones generales, ese dato no se menciona. La tabla de reacciones adversas incluía un comparador, pero al tratarse de la vacuna de otro laboratorio, no nos sirve de mucho.

 

Las sorpresas de las vacunas
No se puede predecir cuáles serán los daños raros aunque graves de ninguna vacuna. Cuando los primeros médicos suecos y finlandeses empezaron a advertir a sus colegas de que la vacuna Pandemrix, una de las antigripales utilizadas durante la pandemia de 2009 y 2010, había provocado narcolepsia en niños y adolescentes, las primeras reacciones fueron de burla. Ahora se ha confirmado que la Pandemrix puede ocasionar narcolepsia, una enfermedad crónica e incapacitante con pocas opciones de tratamiento, desde los dos meses posteriores a la vacunación hasta dos años después.[193] La EMA ha reconocido la existencia de un vínculo causal, probablemente debido a una reacción cruzada que se produce en las personas con un determinado tipo de tejido entre la sustancia activa de la vacuna y los receptores de las neuronas que controlan el ritmo diurno.[194] Finalmente hubo más de mil trescientos afectados que contrajeron narcolepsia.
Las revisiones sistemáticas de los ensayos publicados sobre las vacunas antigripales han señalado graves deficiencias en sus resultados de seguridad. En 2009, Australia suspendió su programa de vacunación universal contra la gripe para menores de 5 años después de que se registrara un repunte de convulsiones febriles tras la inyección (uno de cada ciento diez casos).[195] En esta ocasión, las autoridades sanitarias también confirmaron la relación con las vacunas. De hecho, el problema salió a la luz porque la incidencia fue diez veces superior a la prevista.
¿Qué otros efectos producen las vacunas que no sepamos porque sus señales son menos obvias y no hacen saltar las alarmas en los sistemas de farmacovigilancia? Las vacunas antigripales son productos biológicos, y la biotecnología es complicada, con un riesgo de contaminación mucho mayor que el de cualquier medicamento normal.[196] En el caso de los productos biológicos que se producen de nuevo cada año, estos desafortunados acontecimientos nos demuestran que las experiencias pasadas no predicen necesariamente la seguridad futura de las vacunas.
Además, cabe preguntarse en qué puede devenir tal acumulación de vacunas. Como dije en el capítulo 1, unos investigadores canadienses señalaron que las personas vacunadas contra la gripe en 2008 sufrieron un riesgo mayor de infectarse de otra cepa distinta en 2009,[197] un resultado que obtuvieron en cinco estudios separados. También se ha notificado que la vacunación anual frena la producción de linfocitos T8 en los niños.[198]
Por lo menos, ya sabemos que las vacunas contra la gripe acarrean daños graves, pero no los conocemos todos, y encima pueden cambiar con el tiempo. Y a pesar de que los más serios suelen ser infrecuentes, siempre hay excepciones, como en los casos anteriores.

 

Conclusiones sobre la vacuna contra la gripe

 

¿Qué hacemos con toda esta información contradictoria? La respuesta no es fácil y suscitará división de opiniones. Lo que está claro es que no podemos confiar en lo que nos digan las autoridades sanitarias que deberían velar por nuestro bienestar. Además, no hay pruebas fehacientes que sustenten la recomendación oficial de que nos vacunemos todos, no solo desde que nacemos hasta que morimos, sino incluso desde antes de nacer.
Los CDC han reconocido que la vacunación periódica contra la gripe puede debilitar la respuesta inmunitaria frente a las vacunas posteriores, y añaden que «estos hallazgos ameritan una mayor investigación para entender la respuesta inmunitaria a la vacunación repetida».
En efecto, se han publicado investigaciones convincentes que nos dicen que la manipulación del sistema inmunitario conlleva un precio,[199] y que las vacunas pueden interactuar de manera negativa entre sí, aun estando dirigidas al mismo virus, como es el caso de las antigripales. En este contexto, me parece que recomendar la vacunación anual de por vida resulta cuando menos una temeridad. Estamos hablando de un experimento gigantesco y descontrolado sobre la vida humana.
Teniendo en cuenta todo el revuelo que causan, lo cierto es que las vacunas contra la gripe están mucho menos extendidas de lo que se podría creer. Por ejemplo, la diferencia de uso entre los Estados Unidos y Dinamarca es enorme.[200] En el país americano, la cobertura es del 46 % desde los 6 meses hasta los 17 años, mientras que en Dinamarca no se vacuna a nadie menor de 14 años. En los Estados Unidos se vacuna el 45 % de los adultos, frente al 4 % de la población entre 15 y 64 años del país nórdico. En cuanto a los mayores de 65 años, recibe la vacuna el 47 % de los daneses (grupo de edad al que se le ofrece de modo gratuito).
Cuando hay diferencias tan llamativas entre dos países comparables, lo lógico es suponer que la vacuna contra la gripe no es tan importante.
La OMS se muestra bastante más modesta en sus aspiraciones que los CDC.[201] Su principal objetivo son las mujeres embarazadas, debido a su mayor susceptibilidad a la gripe grave. No obstante, también aconseja la vacunación de los niños entre 6 y 59 meses, los ancianos con enfermedades crónicas y los profesionales sanitarios. De este modo, la OMS excluye a la mayoría de la población, de los 5 a los 64 años, lo que no deja de ser interesante. En el fondo, sospecho que la exuberancia estadounidense está relacionada con el capitalismo galopante que envuelve a la sanidad del país.
¿Habría que vacunar a todas las embarazadas? Yo creo que no. El mejor argumento a favor sería lo angustioso que puede resultar tener a una criatura con fiebre, sin saber qué la provoca, sobre todo cuando no se tiene experiencia en enfermedades infantiles. En tales casos, se puede sospechar de una meningitis u otra infección bacteriana mortal. Del mismo modo, vacunarse durante el embarazo parece bastante seguro.
Sin embargo, son muchos los datos que nos advierten en contra de vacunar a las embarazadas: el riesgo de transmitir la gripe solo se disminuye un 50 %; desconocemos si la vacunación tiene algún efecto en resultados importantes; puede ser perjudicial y reducir la eficacia de las vacunas posteriores; el riesgo de contraer gripe es muy pequeño y puede reducirse practicando la higiene. Además, hay pruebas de que las vacunas inactivadas aumentan la mortalidad total.[202] Así pues, dado que carecemos de datos fiables sobre la mortalidad total y la mortalidad por infecciones, no creo que deba recomendarse la vacunación.
El prospecto de la vacuna Flublok, de uso frecuente, nos dice que no hay datos suficientes sobre los riesgos asociados a la vacuna en mujeres embarazadas. Además, se indica que se están vigilando los resultados de los embarazos y se alienta a los profesionales sanitarios a informar de ellos a Sanofi Pasteur. Por otro lado, aunque no hay estudios en animales de la vacuna cuadrivalente, un estudio de la vacuna trivalente no mostró indicios de daños fetales en ratas. Sin embargo, nos advierten de que las embarazadas sufren un riesgo mayor de complicaciones debidas a la gripe que las no embarazadas, y que también puede aumentar el riesgo de resultados adversos del embarazo, como el parto prematuro.
Es difícil reducir el riesgo de que un niño tenga fiebre alta, ya que esta puede estar causada por virus diferentes que el de la gripe y porque el efecto de la vacuna no es espectacular. La vacuna atenuada redujo el riesgo de enfermedades seudogripales del 17 % al 12 %, las vacunas inactivadas del 28 % al 20 %,[203] si bien todas las vacunas pueden producir síntomas que superen estos pequeños beneficios.
En cuanto a la tercera edad, tampoco parece que tenga mucho sentido vacunarse. Los ancianos internados en residencias pueden morir pronto igualmente, y para aquellos con baja calidad de vida (por ejemplo, los que padecen de demencia avanzada, incontinencia fecal y urinaria y otros males), una infección que acabe con su vida puede suponer un alivio. A menudo hablamos de las vidas que se salvan gracias a la atención sanitaria, pero casi nunca se menciona qué clase de vidas son. Hay una enorme diferencia entre salvar a un bebé y salvar a una persona seriamente incapacitada. Por otra parte, el efecto de las vacunas sobre las enfermedades seudogripales en ancianos es pequeño, con una reducción del riesgo del 6 % al 3,5 %.[204]
Mi punto de vista acerca de la atención médica es que a las personas que han sobrevivido hasta la vejez se las debería dejar en paz, sin intrusiones por parte de entrometidos cargados de recomendaciones. ¿Qué se supone que tienen que hacer los profesionales? ¿Informar a los ancianos de las residencias sobre la gripe cada año y ofrecerles la vacuna? ¿O vacunarlos sin más, vulnerando el derecho al consentimiento informado? ¿Qué hay de aquellos cuya demencia les impide entender la cuestión? ¿Y qué pasa con los que se ponen a gritar cuando alguien les acerca una jeringuilla? ¿Acaso los médicos no tienen cosas más importantes de las que ocuparse?
Hace seis años, dos meses antes de su 65 cumpleaños, uno de mis amigos recibió una carta firmada por el concejal de Sanidad. La verdad es que nos reímos mucho al leerla: «El Ayuntamiento de Copenhague tiene el placer de ofrecer nuevamente la vacuna gratuita contra la gripe a todos sus ciudadanos mayores de 65 años […]. La vacuna no brinda una inmunidad total, pero protege a la mayoría de las personas de las complicaciones graves de la enfermedad […]. En caso de que tenga problemas para desplazarse, puede vacunarse en su propia casa. Si está en una residencia, el personal se asegurará de ofrecerle la vacuna».
Es igual que cuando ofrecen mamografías de detección. Los muy entrometidos emplean un lenguaje de falsa familiaridad, como si te estuvieran invitando a una fiesta privada. Una vez escribí un artículo sobre semejante discordancia: «Las mujeres como Dorothy […] han asistido sin falta desde hace décadas». Evidentemente, rechazar la invitación sería un error, y la omisión del apellido transmite cercanía y pertenencia al exclusivo club de clientes habituales.[205]
Se podría decir que el hecho de que los mensajes de las autoridades sanitarias exageren siempre es una de las leyes de la naturaleza. La vacuna no protege a la mayoría de las personas de las complicaciones graves de la enfermedad. En realidad, ningún estudio fiable ha demostrado que proteja a nadie. Ya nos podemos imaginar cómo se abordará a los ancianos internados en residencias para la tercera edad. El personal se asegurará no solo de que coman, sino de que reciban sus inyecciones anuales. Así es el mundo de las residencias. Sinceramente, espero no acabar nunca en un lugar en el que deje de ser mi propio dueño. Ser libre es más importante que recibir inyecciones gratis.
Además, existen muchas opciones aparte de la vacunación. La página de los CDC sobre la seguridad de las vacunas concluye con la siguiente advertencia: «Deberían tomarse las mismas medidas preventivas diarias para evitar la propagación de la gripe, como cubrirse la boca y la nariz al toser, lavarse las manos con frecuencia y evitar el contacto con personas que estén enfermas. Los medicamentos antivíricos constituyen el segundo método de defensa más importante para tratar la gripe».
Dejémonos de chorradas, por favor. Los medicamentos antivíricos NO son importantes.
Visto lo visto, no sirven de nada si se combinan con paracetamol para tratar la fiebre, y provocan efectos secundarios graves.
Al margen de esto, usar medicamentos para aliviar la fiebre (antitérmicos) es muy mala idea. Un artículo señaló que el uso de antitérmicos para disminuir la fiebre se correlaciona con un aumento del 5 % en la mortalidad en personas con gripe y afecta negativamente a los resultados de los pacientes en la unidad de cuidados intensivos.[206]
Se trata de algo más que una correlación. Multitud de estudios sustentan la teoría de que la fiebre es una respuesta importante a la infección. Un aumento de entre uno y cuatro grados centígrados de la temperatura corporal se ha asociado con una mejora de la supervivencia y la resolución de muchas infecciones, y las temperaturas entre cuarenta y cuarenta y un grados reducen la tasa de complicaciones del virus de la poliomielitis en las células de mamíferos en un factor superior a doscientos. Indudablemente, la fiebre resulta indispensable para la supervivencia, ya que se trata de un mecanismo moldeado a la largo de cientos de miles de años de selección natural entre distintas especies. Los reptiles, los peces y los insectos elevan su temperatura basal durante las infecciones mediante un proceso de regulación, lo que los lleva a buscar ambientes más cálidos pese al mayor riesgo de encontrarse con depredadores. Por ejemplo, la supervivencia de la iguana del desierto (Dipsosaurus dorsalis) se reduce un 75% si se impide que su temperatura aumente dos grados tras infectarse con la bacteria gramnegativa Aeromonas hydrophila.

 

El papilomavirus humano (PVH)

 

 

Como ha quedado expuesto en los capítulos anteriores, he llegado a la conclusión de que todo el mundo debería vacunarse contra el sarampión y, en cambio, nadie tiene por qué vacunarse contra la gripe.
El caso de la vacuna contra el PVH es mucho más complejo, ya que existen demasiadas dudas sobre sus daños y beneficios. Por desgracia, el debate se ha polarizado hasta el simplismo más extremo, por lo que a menudo se reduce a estar a favor o en contra, aunque lo único que hayas hecho sea plantear una pregunta razonable.
Mi primer encuentro con esta vacuna se produjo en 2008, poco antes de que nuestra hija mayor cumpliera 12 años, cuando nos llegó la carta de un médico para que la inscribiéramos en un ensayo dirigido por GlaxoSmithKline.[207] Tras pedirle el protocolo y leerlo con detenimiento, alerté al remitente de dos problemas que encontré:
En las ciento cinco páginas del documento no se hace mención alguna de los efectos adversos de la vacuna, salvo para afirmar que es «en general segura y bien tolerada». Acerca de este punto, el lector es remitido al Manual del investigador. En el apartado de información para los padres se indica que «ha afectado al sistema nervioso, los glóbulos bancos, la tiroides y los riñones», pero nada más. Como es lógico, nos gustaría saber qué significa eso y la frecuencia con la que pueden producirse unos daños tan serios. Si dicha información se incluye en el Manual del investigador, también deberían recibirla los progenitores, ya que no se puede tomar una decisión fundada sin antes conocer las estadísticas de los efectos adversos. […] En las páginas de la 79 a la 83 se advierte de que todos los datos son propiedad de Glaxo, y que los investigadores no podrán publicar el ensayo sin su autorización expresa ni tendrán acceso al resto de los resultados, más allá de los recabados por ellos mismos.
Ante tales condiciones, animé al médico a que exigiera su publicación fueran cuales fuesen los resultados. Me respondió que, sintiéndolo mucho, no podía mandarme el Manual del investigador, aunque no explicó por qué.
Finalmente optamos por rechazar el ofrecimiento. Los daños parecían ser graves, pero al parecer no podíamos obtener información oportuna al respecto. Además, ya por aquel entonces, las autoridades sanitarias habían recibido miles de notificaciones de reacciones adversas importantes, incluidas unas cuantas muertes.
En agosto de 2015 decliné una invitación de la Junta Nacional de Salud de Dinamarca para asistir a un congreso sobre los riesgos de la vacuna contra el PVH, ya que no me interesaba demasiado el tema. Sin embargo, el anterior jefe del gabinete del Ministerio de Sanidad me convenció para ir, con la esperanza de que lograra disipar mis dudas.
En realidad, ocurrió todo lo contrario. Lo que más me impresionó fue una conferencia de la doctora Louise Brinth, de la Unidad Danesa de Síncopes, que había atendido a muchas de las chicas afectadas, sobre todo deportistas de élite, quienes suelen tener las defensas debilitadas. Por lo tanto, resultaba lógico suponer que si algo iba mal tras la vacunación, estas serían las principales afectadas. Hasta ese momento, la mayoría de las pacientes de la unidad habían sido mujeres ancianas, pero entonces se empezó a tratar a muchas niñas y adolescentes.[208]
En efecto, se sospechaba que la vacuna contra el PVH podía causar trastornos neurológicos graves, como el síndrome de taquicardia postural ortostática (POTS), que provoca un aumento exorbitado de la frecuencia cardiaca al levantarse, acompañado de mareos, confusión, visión borrosa y debilidad. Otro de sus efectos colaterales es el síndrome de dolor regional complejo (SDRC).
Dinamarca se puso en contacto con la Comisión Europea para comunicarle sus inquietudes y, en julio de 2015, se pidió a la EMA que evaluara los estudios que vinculaban la vacuna contra el PVH con diversos daños graves.[209] Dicha evaluación incluyó tres artículos publicados por Brinth y sus colaboradores.[210] En uno de ellos analizaron a una cohorte consecutiva de setenta y cinco pacientes remitidas a la Unidad de Síncopes para la realización de pruebas de basculación, debidas a intolerancia ortostática y síntomas compatibles con disfunción autonómica, como presuntos efectos adversos de la vacuna. Brinth excluyó a once de las pacientes porque sus síntomas aparecieron al cabo de más de dos meses, a siete con enfermedades crónicas y otros factores desencadenantes claros, y a cuatro con las que no se pudo establecer una relación temporal entre la vacunación y el inicio de los síntomas.
Los síntomas más comunes entre las cincuenta y tres pacientes restantes fueron dolor de cabeza (100 %), intolerancia ortostática (96 %), fatiga (96 %), náuseas (91 %), disfunción cognitiva (89 %), trastornos del sueño (85 %), inflamación (77 %), hipersensibilidad a la luz o visión borrosa (70 %), dolor abdominal (70 %), actividad muscular involuntaria en forma de temblores intermitentes y sacudidas mioclónicas (66 %), dolor neuropático (66 %) y debilidad muscular en las extremidades (57 %). En seis de los casos, la debilidad muscular condujo a la incapacidad para andar distancias cortas y al confinamiento en silla de ruedas durante periodos largos. Todas menos una (98 %) afirmaron que su actividad normal se había visto seriamente afectada, y el 75 % había tenido que dejar los estudios o el trabajo más de dos meses.
Los síntomas de la disautonomía son difusos y generalizados porque el sistema nervioso autónomo recorre, vigila y controla la mayor parte de los órganos y tejidos del cuerpo. Según Brinth, el POTS debía considerarse un síntoma secundario de otra afección, aún no identificada, en lugar de una enfermedad con entidad propia.
Cuando se vacuna a un gran número de personas, algunas de ellas pueden desarrollar trastornos autoinmunitarios, por ejemplo, narcolepsia después de la antigripal (véase el capítulo 4). Si la vacuna contra el PVH causaba disautonomía, cabía esperar que aparecieran autoanticuerpos contra el sistema nervioso autónomo. En efecto, en un estudio se encontraron tales autoanticuerpos en la mayoría de las diecisiete pacientes con POTS, mientras que siete pacientes con síncope vasovagal y once del grupo de control sano no los tenían.[211] Se llevó a cabo otro estudio de mayor envergadura, en el Centro Danés de Síncopes, que demostró que tras la vacunación se identificaron autoanticuerpos en la mayoría de las niñas con POTS combinados con otros síntomas de disautonomía, pero solo en una minoría de las niñas vacunadas que estaban sanas, y aún menos entre el grupo de control sano.[212] Existen otros estudios de este tipo.[213]
Brinth interpretó los síntomas con cautela, absteniéndose de alegar una relación causal.
Diagnosticó POTS en el 60 % de las pacientes, y descubrió que el 87 % y el 90 % cumplían los criterios oficiales del síndrome de fatiga crónica (SFC) y la encefalomielitis miálgica (EM), respectivamente.[214]
En su presentación a la EMA, las autoridades sanitarias danesas incluyeron también una revisión de los datos sobre los acontecimientos adversos de las vacunas contra el PVH en todo el mundo, elaborada por el Centro de Vigilancia de Upsala, una entidad colaboradora de la OMS que acepta informes sobre los presuntos daños de las vacunas y otros medicamentos.
La EMA no tardó en reaccionar, y ya en noviembre de 2015 publicó un informe de cuarenta páginas en el que se afirmaba que «las pruebas no apuntan a una asociación causal entre la vacuna contra el PVH y el SDRC y/o el POTS» y que «los beneficios de las vacunas contra el PVH siguen superando sus riesgos».[215] Así pues, aseguraban que no había nada de que preocuparse.
También dijeron que la seguridad de las vacunas debía seguir supervisándose cuidadosamente, lo que constituye una cláusula estándar que exime a las autoridades en caso de que más adelante resulte que han pasado algo por alto. Los medios de comunicación proclamaron que el asunto estaba resuelto y se mostraron bastante hostiles con Brinth y sus colegas. El titular que publicó un importante periódico nacional fue: «Batacazo científico: no hay relación entre la vacuna contra el PVH y las enfermedades graves. La Agencia Europea de Medicamentos critica duramente los métodos de los investigadores daneses».[216]
Este artículo dio lugar a una caza de brujas,[217] a pesar de que Brinth solo había hecho lo que todo médico debe hacer: informar de sus observaciones, que es como se obtienen nuevos conocimientos. Yo no creo que sus métodos tuvieran nada de malo, pero el periódico repitió como un papagayo la afirmación de la EMA de que «en general, se considera que la serie de casos comunicados por Brinth y colegas (2015) representa una muestra muy seleccionada de pacientes, aparentemente elegida para ajustarse a una hipótesis preestablecida de lesión inducida por la vacuna».[218]
En realidad, tal declaración es escandalosa e incorrecta. Brinth había incluido a todas las pacientes remitidas consecutivamente, excepto las que no cumplían los criterios de inclusión, mientras que las alegaciones de la EMA se basaban en conjeturas («aparentemente») y se acercaban a una acusación de falta de ética profesional. Además, el hecho de que los estudios de Brinth condujeran a la hipótesis de que la vacuna fuera perjudicial excluye la posibilidad de que las pacientes fueran seleccionadas para ajustarse a una hipótesis específica.
Cuando el periódico le preguntó a Leif Vestergaard, director de la Sociedad Danesa contra el Cáncer, si pensaba que la investigación de Brinth rayaba en la mala conducta científica, este respondió que debían ser otros quienes lo juzgaran, pero añadió que la EMA había planteado una cuestión muy seria.
Lo que es muy serio es que la EMA dijera lo que dijo y que Vestergaard contribuyera voluntariamente a la caza de brujas. Pocos investigadores estarían dispuestos a comunicar sus sospechas sobre los daños de los medicamentos si supieran que se arriesgan a sufrir semejante acoso y derribo. Brinth lo ha pasado muy mal, y sus hijos han sido hostigados en el colegio. Aunque cueste creerlo, la mentalidad de la Inquisición estará siempre entre nosotros.
Vestergaard no se anduvo con rodeos y pidió a la Junta Nacional de Salud que investigara si clínicas como el Centro de Síncopes contaban con el personal adecuado. Se trata del típico contraataque del imperio: «Eliminamos las voces críticas, pero sin decirlo abiertamente».
Sin embargo, en otro artículo, Liselott Blixt, presidenta del Comité de Salud del Parlamento, declaró: «No confío en el grupo que elaboró el informe. Siempre he pensado que se encargó a la gente equivocada. La mayoría están o han estado en nómina de los fabricantes de vacunas. Son muy parciales». Añadió que consideraba que el Centro de Síncopes era la parte más creíble del debate, y que su equipo no pedía la retirada de la vacuna, sino que señalaba que atendían a muchas chicas enfermas y que podía haber una conexión.[219] Una verdad como un templo, pero a los cazadores de brujas no les importa la verdad.
El periodismo crítico es cada vez más escaso debido a la creciente concentración del capital en unas pocas empresas que ejercen una influencia enorme en la política. Me ha pasado varias veces que los editores cancelen de pronto la publicación de las entrevistas que me hicieron concienzudamente sus periodistas y que eran bastante oportunas. En todas ellas acabé descubriendo que los medios habían sido corrompidos por el dinero de la industria, o que dependían en gran medida de sus ingresos por publicidad de medicamentos.
Las vacunas contra el PVH no son una excepción. Varios periodistas daneses han hablado sobre una industria que escudriña sus investigaciones, siembra dudas sobre sus fuentes, infunde miedo e intimida.[220] Un periodista que escribía sobre una niña que tuvo que abandonar los estudios después de sufrir graves daños por la vacuna contra el PVH recibió una llamada de Mads Damkjær, gerente sénior de acceso al mercado de Sanofi Pasteur MSD, antes de que el artículo se publicara. Damkjær trató de convencerlo de que la niña era una testigo poco fiable. Algunos médicos mencionaron un folleto en el que se enumeraban los beneficios de la vacunación. Estaba disponible en las consultas de los médicos de familia y fue escrito por un médico en nómina de Sanofi, pero todos se negaron a ser entrevistados porque tenían miedo de la empresa farmacéutica.
Otra periodista se puso en contacto con el Consejo Danés de Salud para obtener una entrevista acerca de los posibles daños de la vacuna contra el PVH, y al día siguiente la llamó una mujer de una agencia de relaciones públicas que trabajaba para Sanofi, quien le dijo que sabía en qué estaba trabajando. Durante la conversación, esta describió los efectos secundarios como «rumores» o «mitos», originados por el poderoso aunque infundado lobby antivacunas de los Estados Unidos.
El mismo día en que la periodista publicó su artículo, Damkjær la acusó ante su editor de ser una «persona imposible en busca de atención», que «interpreta las cifras y los hechos como Satanás lee la Biblia», y añadió que los medios daneses estaban tan saturados que se podía alimentar a los cerdos con periodistas en paro y que una calamidad como ella carecía de diligencia, justicia y pensamiento crítico.
La periodista señaló que los médicos que comunicaron sus temores a las autoridades no estaban dispuestos a ser entrevistados por miedo a perjudicar su relación con la industria y a que se los identificara como «idiotas» antivacunas radicales.
Damkjær opinó que lo que conllevaba el periodismo crítico era que cinco de las mil trescientas chicas que no serían vacunadas morirían. Tal declaración dice bastante sobre la manera en que Sanofi trata los números. Véase también cómo Sanofi evitó la detección del POTS en su base de datos, lo que explico más adelante.

 

La deficiente evaluación de la EMA sobre los daños de la vacuna
Como dije antes, la EMA publicó un informe de cuarenta páginas en noviembre de 2015 en el que se afirmaba que las vacunas contra el PVH no producían daños neurológicos graves.[221] Queríamos presentar una reclamación a través del Defensor del Pueblo Europeo, pero, según las normas, primero debíamos elevar una queja a la propia EMA.
Así pues, en mayo de 2016 presentamos una queja de diecinueve páginas[222] en la que también denunciamos la utilización de un documento confidencial con el que se informaba al grupo asesor científico designado por la EMA.[223] Dicho documento, al que tuvimos acceso a causa de una filtración, estaba marcado como «CONFIDENCIAL» en cada una de sus 256 páginas. Ello demuestra que hubo importantes desacuerdos entre los expertos, lo que sugiere más incertidumbre de lo que reveló el informe oficial de la EMA.[224]

 

La EMA confió en las farmacéuticas
Las respuestas que nos dio la EMA fueron decepcionantes. De hecho, no abordaron varias de nuestras dudas y emitieron declaraciones incorrectas o directamente engañosas, tal y como publicamos en su momento.[225]
A pesar de los numerosos escándalos en los que el ocultamiento de daños graves ha provocado la muerte innecesaria de cientos de miles de pacientes,[226] las autoridades encargadas de la regulación de los medicamentos siguen confiando en las empresas farmacéuticas. La EMA pidió a los fabricantes que evaluaran si sus vacunas eran seguras; que examinaran los casos de SDRC y POTS en sus ensayos; que revisaran los datos de vigilancia posteriores a la comercialización; que utilizaran estos datos para comparar los acontecimientos adversos «observados frente a los esperados» y que estuvieran al tanto de la bibliografía científica publicada.
Los fallos de la estrategia científica empleada por las empresas eran evidentes. En el informe oficial de la EMA no se mencionaba que las estrategias de búsqueda que utilizaban los fabricantes para buscar en sus bases de datos eran inadecuadas, lo que les habría llevado a pasar por alto muchos casos. En efecto, las empresas no consideraban el dolor de cabeza, pese a que todas las pacientes de Brinth lo tenían, y además, para que se tuviera en cuenta el mareo, era necesario que se produjera acompañado de intolerancia ortostática o aumento del ritmo cardiaco ortostático. Sin embargo, la EMA reprodujo sin rechistar las tasas de incidencia de SDRC y POTS manipuladas por los fabricantes.[227]
Las búsquedas realizadas por la industria antes de la revisión de la EMA también habían sido inadecuadas. En 2014, el registro sanitario danés dio instrucciones a Sanofi Pasteur MSD, el fabricante de Gardasil, para que buscara en su base de datos síntomas específicos como mareos, palpitaciones, frecuencia cardiaca rápida, temblores, fatiga y desmayos. A pesar de la claridad de las instrucciones, Sanofi buscó únicamente los mareos posturales, la intolerancia ortostática y las palpitaciones y mareos. Las autoridades danesas lo descubrieron porque solo tres de los veintiséis informes daneses registrados de POTS aparecieron en las búsquedas de Sanofi.[228]
La EMA sabía que no podía confiar en las compañías farmacéuticas, como nos confirmó una copia de un informe de evaluación[229] sobre Gardasil 9 que nos proporcionó un compañero en el que se indicaba que a los expertos les preocupaba que Sanofi hubiera evitado identificar posibles casos de daños graves de la vacuna. Los propios inspectores de la EMA opinaron igual,[230] y criticaron que solo se registraran los acontecimientos adversos durante los catorce días posteriores a cada vacunación; que los síntomas consiguientes se considerasen «nuevos sucesos clínicos» sin que se registraran las evaluaciones médicas o los resultados finales; y que no fuera necesario notificar los acontecimientos adversos graves durante todo el curso del ensayo, a pesar de que los efectos secundarios generales podían aparecer mucho después de la administración de las vacunas. Los inspectores también observaron que en la base de datos de seguridad clínica se había diagnosticado a tres personas con POTS después de recibir Gardasil 9, pero que no se notificaron como acontecimientos adversos; que un caso de POTS tras la vacunación se denominó «nuevo suceso clínico» en lugar de acontecimiento adverso; que la hospitalización por mareos intensos no se notificó como acontecimiento adverso grave; y que no se incluyó el término disautonomía en la lista de reacciones de otra persona.
Sin duda, se trata de acusaciones muy serias, similares a las que hizo un periodista de investigación[231] al referirse a tres mujeres danesas que sufrieron graves daños después de la administración de Gardasil en un ensayo clínico, aunque sus quejas nunca se registraron como acontecimientos adversos, como debería haber sido. Cuando el periodista se puso en contacto con la investigadora de dos de los casos, Anette Kjærbye-Thygesen, del hospital Hvidovre, esta se negó a concederle una entrevista. El responsable de prensa del hospital expresó lo siguiente en un correo electrónico: «En cuanto al registro de los diversos síntomas y datos de salud, la doctora afirma que ha seguido el protocolo del ensayo». El hospital también se negó a responder a sus preguntas.
Una de las tres pacientes había comunicado sus síntomas al personal en cada visita durante los cuatro años del ensayo e incluso les dijo que su enfermedad la había obligado a abandonar los estudios. Pero nadie la tomó en serio. Se limitaban a repetir: «Ese no es el tipo de efectos secundarios que vemos con esta vacuna». Además, se produjeron muchas más omisiones.
Brinth me habló sobre ellas, de las cuales había tenido conocimiento gracias a uno de los investigadores del ensayo.
Aunque Merck diga lo contrario, en su protocolo confidencial no se indica el uso de la categoría «nuevo suceso clínico» como parámetro de seguridad.[232] De hecho, habría sido imposible, pues la ficha solo permitía introducir una línea por entrada, sin medir la gravedad de los síntomas, su duración, resultado o gravedad (un acontecimiento adverso grave es aquel que provoca la muerte, pone en peligro la vida, requiere hospitalización o prolongación de la hospitalización existente, da lugar a una discapacidad persistente o significativa, o es una anomalía congénita o un defecto de nacimiento).
Nunca he oído hablar de otros casos en que se recojan así los datos de seguridad. De hecho, cualquier nuevo hallazgo debería haber desencadenado automáticamente un informe de acontecimiento adverso. Una agente de prensa de la Agencia Danesa de Medicamentos, que aprobó el protocolo del fármaco Future 2 de Merck en 2002, señaló que este no contenía ninguna mención de la categoría «nuevo suceso clínico» o «nuevas condiciones médicas».
Asimismo, afirmó lo siguiente en un correo electrónico: «Tampoco sabemos si esta categoría se ha utilizado en otros ensayos clínicos con medicamentos, ya que no se trata de un término habitual».[233]
La asesora de farmacovigilancia de una multinacional farmacéutica le dijo al periodista que
«todo lo que ocurre desde la primera inyección hasta la última, más un periodo de seguimiento, es lo que llamamos acontecimientos adversos durante el tratamiento». Además, se quedó perpleja por los breves e interrumpidos periodos de seguimiento en los ensayos de Gardasil (solo catorce días), así como por la decisión de Merck de no informar sobre los acontecimientos adversos no graves de todos los participantes y por la desestimación de muchos incidentes como sucesos clínicos. «Esto es una locura», opinó, pidiendo no ser nombrada por miedo a comprometer su posición en la industria.
En su informe final, en el que se recomendaba la aprobación condicional de Gardasil 9, los expertos de la EMA instaron a Merck a que «considerase los efectos de su método inusual y potencialmente insuficiente de informar sobre los acontecimientos adversos y a que diera garantías sobre la exhaustividad y exactitud generales de los datos de seguridad incluidos en su solicitud». Sin embargo, en la evaluación de Gardasil 9 de la EMA disponible para el público se habían eliminado todas las menciones a los problemas de seguridad.
El periodista se puso en contacto con la doctora Susanne Krüger Kjær, una profesora de la Sociedad Danesa contra el Cáncer que supervisó la parte danesa de Future 2, pero esta también se negó a abordar las cuestiones de seguridad: «No puedo responder a ninguna de esas preguntas porque no fui yo quien diseñó el ensayo». A pesar de ello, su responsabilidad es innegable, ya que es una de las autoras del informe que apareció en 2007 en el New England Journal of Medicine, donde no se hacía alusión alguna a la categoría «nuevo suceso clínico».[234]

 

Ensayos sin grupo de control con placebo
Hubo otros impedimentos importantes para la evaluación de los daños graves de las vacunas. Por ejemplo, la EMA permitió que los fabricantes juntaran lo que engañosamente llamaron los grupos de placebo en sus ensayos. Presentamos la correspondiente reclamación ante el Defensor del Pueblo Europeo en octubre de 2016, y en la correspondencia posterior, el director ejecutivo de la EMA, Guido Rasi, explicó que «todos los estudios presentados para la comercialización de Gardasil fueron controlados con placebo».[235] El informe oficial de la EMA también da esta impresión, mencionando «cohortes de placebo» en los ensayos de Gardasil y «un grupo comparativo (ya sea con placebo u otra vacuna)» en los ensayos de Cervarix.[236] Sobre la posible relación entre la vacuna y el SDRC, la EMA declaró en la nota informativa que los pocos casos notificados en los ensayos estaban «distribuidos uniformemente entre los grupos de tratamiento y de placebo, lo que descarta la existencia de un vínculo».[237] Su conclusión fue la misma respecto al POTS: «Los pocos casos notificados en los ensayos clínicos aleatorizados no muestran un desequilibrio entre los grupos de tratamiento y de placebo, descartando la existencia de un vínculo».
Nosotros, por el contrario, pensamos que las farmacéuticas y la EMA habían incurrido en un fraude, tal como expusimos en nuestra queja,[238] ya que no se comparaba la vacuna con el placebo, sino con otra vacuna o un adyuvante.
Ni uno solo de los ensayos contó con un auténtico grupo de control con placebo (por ejemplo, con solución salina).[239] En un ensayo de Gardasil 4, 597 niños recibieron un supuesto placebo que incluía todos los excipientes de la vacuna. En otro ensayo de Gardasil 9, trescientos seis participantes recibieron un placebo salino, pero como todos habían sido vacunados con Gardasil 4 anteriormente,[240] lo más probable es que los que no toleraban el Gardasil no se inscribieran en el estudio. En los demás ensayos, el grupo de control recibió un potente adyuvante inmunológico, el sulfato hidroxifosfato de aluminio amorfo (Al2(PO4) (OH) (SO4)).
En los ensayos de Cervarix (GlaxoSmithKline), el grupo de control recibió una vacuna contra la hepatitis A o B, que contiene un adyuvante de aluminio similar al de las vacunas contra el PVH de la misma empresa, o solo el adyuvante, Al(OH)3.
El uso de comparadores activos puede imposibilitar la detección de daños graves de las vacunas contra el PVH en los ensayos aleatorizados si los comparadores causan daños similares. La EMA no abordó este defecto fundamental en su informe oficial, pero dos médicos ajenos a su grupo de expertos lo mencionaron en el informe secreto. Estos explicaron que el Gardasil se comparó inicialmente con un grupo de placebo y que las reacciones adversas fueron mucho más numerosas y más graves que en el grupo de control. Después de compararlo con trescientos veinte pacientes del grupo de placebo salino, se pasó rápidamente a un placebo con aluminio, lo que distorsionó el experimento. Además, nadie querría vacunarse voluntariamente con un adyuvante tóxico, lo cual no era necesario, ya que podían haber usado una solución salina inofensiva. Refiriéndose al prospecto de Merck, los médicos afirmaron que las diferencias entre el Gardasil y la solución salina eran notables. También mostraron dos cuadros del prospecto y observaron que el placebo salino solo aparecía por separado en el cuadro de reacciones locales en el punto de inyección, mientras que para las reacciones adversas graves se habían combinado los grupos salino y adyuvante, «tal vez para encubrir las principales diferencias entre ambos».
La OMS ha declarado que el uso de adyuvantes u otras vacunas como comparadores en lugar de un placebo dificulta la evaluación de los daños de una vacuna, y que el placebo puede utilizarse en ensayos de vacunas contra enfermedades para las que no existen vacunas.[241]
Finalmente, debido a que las vacunas contra el PVH y sus adyuvantes[242] tenían perfiles de daño similares, los fabricantes y las autoridades sanitarias decidieron que las vacunas son seguras, lo que es como decir que los cigarrillos y los puros deben de ser seguros porque tienen perfiles de daño similares.
El prospecto del Gardasil aprobado por la FDA es muy revelador,[243] pues confirma la observación de Brinth de que la reacción adversa más común es el dolor de cabeza. Del mismo modo, menciona que otras reacciones adversas comunes (con una frecuencia de al menos el 1,0 %, y mayor que en los grupos de control con sulfato hidroxifosfato de aluminio amorfo o placebo salino) son fiebre, náuseas y mareos, y dolor, inflamación, eritema, prurito y hematomas en el punto de inyección. Pues menuda colección de daños, superior a la de los controles, que también sufrieron unos cuantos.
Merck dice que participaron 18.083 personas en siete ensayos clínicos; en cinco de estos ensayos el grupo de control recibió aluminio, en uno recibió placebo salino y en otro no existió ningún grupo de control. Las inyecciones se pusieron el día de la inscripción y después de aproximadamente dos y seis meses, tras lo cual se evaluó la seguridad durante catorce días, como ya se ha señalado.
La tabla 1 del prospecto muestra que Gardasil causa más reacciones locales que el adyuvante, que a su vez causa más reacciones locales que el placebo salino (y la tabla 4 muestra que también son más graves).

 

 

 

Si el grupo de control no hubiera recibido ninguna inyección, no habría habido ninguna «reacción local» de la que informar. Por lo tanto, es incorrecto juntar los dos grupos de control, pero eso fue lo que hizo Merck en todas las tablas de acontecimientos adversos generales.
El dolor de cabeza fue la reacción adversa general más común, con un 28,2 % en el grupo tratado con Gardasil y un 28,4 % en el de «placebo a base de aluminio o solución salina». La fiebre fue la segunda reacción adversa general más común, con un 13,0 % frente a un 11,2 %. No me creo que más del 10 % de las niñas y mujeres de 9 a 26 años hubieran tenido fiebre en un periodo aleatorio de catorce días si no hubieran recibido una vacuna o un adyuvante de la vacuna. Así, los porcentajes casi idénticos nos dicen que los adyuvantes no son seguros.
Los informes de Merck sobre reacciones adversas graves son extremadamente engañosos:
«Reacciones adversas graves en toda la población del estudio: 258 individuos (n de Gardasil = 128 o 0,8 %; n del placebo = 130 o 1,0 %) entre 29.323 (n de Gardasil = 15.706; n del control con aluminio = 13.023; n del placebo salino = 594)». La frase anterior es difícil de comprender y, además, no hubo ciento treinta reacciones al placebo porque 130/594 = 22 %, y no 1,0 %, y lo que Merck llama placebo también incluye al grupo que recibió el adyuvante.
Las muertes comunicadas son igualmente engañosas, como si hubiera habido diecinueve muertes a causa del placebo, cuando la mayor parte del supuesto placebo era el adyuvante. La tasa de mortalidad fue del 0,1 %, tanto en el grupo de Gardasil como en el grupo de adyuvante/placebo.
También había tablas de trastornos autoinmunitarios generales, que se produjeron en el 2,3
% frente al 2,3 % de las mujeres, y en el 1,5 % frente al 1,5 % de los hombres. En verdad, es totalmente inadecuado registrar los trastornos autoinmunitarios generales durante los catorce días posteriores a la tercera vacunación, ya que pueden tardar mucho más en aparecer o ser diagnosticados. Las muertes también podrían ocurrir más tarde. Aparte de eso, me pregunto por qué tanta gente contrajo trastornos autoinmunitarios en tan poco tiempo.
Me parece increíble que la FDA permitiera que Merck se saliera con la suya ofreciendo datos tan engañosos con unos ensayos que solo registraron sucesos graves durante periodos de catorce días.

 

Se sabe muy poco sobre los daños de los adyuvantes de las vacunas
En un correo electrónico dirigido al Defensor del Pueblo Europeo, el director de la EMA, Guido Rasi, declaró que los adyuvantes de aluminio son seguros, que se usan desde hace décadas y que dichas sustancias están definidas en la Farmacopea Europea. Rasi también mencionó que la EMA y otras instituciones, como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, la FDA y la OMS, habían realizado evaluaciones de las pruebas de seguridad de los adyuvantes durante muchos años. Aunque dio referencias de todas, ninguna de ellas apoyó sus afirmaciones.
Tres enlaces, a la EMA, la FDA y la OMS, estaban rotos.[244] Uno funcionó dos años después, pero no contenía nada de relevancia. El enlace a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria era sobre la seguridad de la ingesta alimentaria del aluminio, lo que no tiene nada que ver con los adyuvantes de aluminio de las vacunas. El intestino absorbe muy poca cantidad de aluminio, y casi todo se excreta del cuerpo.
El último enlace llevaba a un informe de la OMS, en el que se incluían doscientas ochenta palabras sobre los adyuvantes de aluminio escritas por el Comité Consultivo Mundial sobre Seguridad de las Vacunas (GACVS). El GACVS revisó dos estudios publicados en los que se alegaba que el aluminio en las vacunas está asociado con los trastornos del espectro autista, y llegó a la conclusión de que ambos estudios presentaban graves defectos. También revisó las pruebas generadas por dos modelos de evaluación de riesgos de la FDA sobre las vacunas con aluminio. La FDA indicó que el contenido corporal de aluminio después de las vacunas nunca excede los umbrales de seguridad reglamentarios de los Estados Unidos, que se basan en el aluminio ingerido por vía oral. Sin embargo, la cita de Rasi es engañosa, ya que confunde el aluminio ingerido oralmente con el efecto del aluminio parenteral en un adyuvante. Además, es probable que los efectos clínicos no reflejen la dosis del metal, el aluminio, sino su inmunogenicidad, que es la razón por la que se administra el adyuvante.[245]
Por otro lado, al contrario de lo que afirma Rasi sobre la Farmacopea Europea, las propiedades de los adyuvantes de aluminio no están bien definidas. Rasi quiere hacer ver que los adyuvantes de aluminio de las vacunas contra el PVH son similares a los que se utilizan desde 1926.[246] Sin embargo, el adyuvante del Gardasil es sulfato hidroxifosfato de aluminio amorfo, que tiene otras propiedades distintas a las del hidróxido de aluminio, que es la sustancia a la que se refiere Rasi.
Aunque investigamos si la seguridad del aluminio había sido probada en comparación con una sustancia inerte en el ser humano, no hallamos indicio alguno de que así fuera. De hecho, el sulfato hidroxifosfato de aluminio amorfo de Merck tiene una fórmula confidencial, y sus propiedades varían de un lote a otro, e incluso dentro de un mismo lote. Así pues, es probable que también varíen los daños causados por el adyuvante.
En el caso del hidróxido de aluminio, los estudios en seres humanos y animales han mostrado daños. En un gran ensayo aleatorizado en seres humanos, las vacunas contra la gripe causaron un 34 % más de acontecimientos adversos cuando contenían adyuvante que cuando no lo contenían (CR = 1,34; IC de 1,23 a 1,45; p < 0,0001), así como acontecimientos adversos más graves (CR = 2,71; IC de 1,65 a 4,44; p < 0,0001) (según mis cálculos).[247] Cabe señalar que dichos acontecimientos solo se registraron durante los tres días posteriores a la vacunación.
Los pocos estudios que se han llevado a cabo sobre el hidróxido de aluminio y otros adyuvantes similares son extremadamente deficientes. Por ejemplo, en uno de ellos solo se analizó a dos conejos por adyuvante, y el seguimiento fue demasiado corto para averiguar qué pasó con el aluminio que no se excretaba, que era la mayor parte de la cantidad inyectada.

 

La mala conducta editorial en los estudios con animales del adyuvante de hidróxido de aluminio
Los agricultores llevaban un tiempo observando graves cambios de comportamiento en las ovejas vacunadas contra la enfermedad de la lengua azul,[248] que se confirmaron en un estudio experimental realizado en 2013.[249] Estos estudios demostraron la existencia de meningoencefalitis grave y necrosis neuronal en las autopsias, y, en el caso de los ratones, el transporte de aluminio desde el punto de la inyección hasta el sistema nervioso central tras la vacunación con un adyuvante de hidróxido de aluminio.
Un estudio posterior reveló que, en comparación con el placebo, las ovejas inyectadas repetidamente con el adyuvante o la vacuna tenían menos interacciones afiliativas, mientras que aumentaban la agresividad, las estereotipias, el comportamiento agitado y la alimentación compulsiva. Dicho estudio se publicó en la revista Pharmacological Research el 3 de noviembre de 2018 (aunque primero apareció en internet), pero el editor se retractó del mismo y ya no se puede encontrar en su sitio web.[250]
Sin embargo, yo tengo una copia del estudio retractado y he mantenido correspondencia con el autor principal, Lluís Luján. En realidad, se trata de un caso de grave mala conducta editorial, en el que pudo haber participado un trol financiado por un fabricante de vacunas.
El editor jefe, el profesor Emilio Clementi, escribió a Luján el 11 de enero de 2019 para comunicarle que había «recibido quejas por parte de los lectores», las cuales detalló, pero sin revelar la fuente, que parece ser una única persona. En su mensaje, Clementi le sugería la posibilidad de retirar el artículo.
Luján respondió que no entendía que el denunciante fuera anónimo, pero que haría lo posible por calmar sus inquietudes. También se ofreció a poner los datos en bruto a disposición de analistas independientes, y advirtió de que había personas que se dedicaban a escribir a las revistas en las que se cuestionaba la seguridad de las vacunas.
Poco después, Luján añadió que las críticas carecían de fundamento científico y que habían sido escritas para engañar y aparentar «credibilidad científica». Conocía casos de autores que habían recibido quejas similares, cuyo objetivo era conseguir que se retractara algún artículo y dañar su reputación. Casi todas estas quejas procedían de unas pocas fuentes que rara vez revelaban sus conflictos de intereses.
Luján se encargó de rebatir las acusaciones a lo largo de siete páginas, y lo cierto es que sus argumentos resultan convincentes. Entre otras cosas, el «lector preocupado» había cometido numerosos errores básicos.
A continuación, Clementi pidió a su editor de estadística, el profesor Elia Biganzoli, que examinara la cuestión. Este aconsejó que se mantuviera el documento, alegando que sus limitaciones eran frecuentes en los estudios con animales. También propuso que se llevaran a cabo nuevas investigaciones para aclarar el papel de las vacunas y del adyuvante; señaló que Luján y sus colaboradores consideraban que sus resultados eran preliminares; pidió un editorial que acompañara al artículo; y adujo que era posible que la crítica estuviera sesgada por algún interés, «lo que es una vergüenza en el ámbito científico».
Sin duda, este habría sido el mejor rumbo que seguir, puesto que el conocimiento avanza gracias al debate abierto. Por el contrario, seis días más tarde, el 19 de febrero, Clementi escribió a Luján para informarle de que iba a retirar el artículo, aunque le daba la opción de presentar una versión revisada teniendo en cuenta las críticas formuladas, que sería evaluada para su posible publicación. Sin embargo, cuando un editor dice algo así, lo más seguro es que vuelva a rechazar el artículo y solo esté buscando una excusa para hacerlo.
Luján respondió que aquello no era justo, pues ya había abordado «las dudas del lector», pero no había tenido la oportunidad de responder al examen estadístico, tras lo que presentó una refutación de los argumentos de Biganzoli.
Entonces, Anne Marie Pordon, de la editorial Elsevier, propietaria de la revista, anunció a Luján que no iban a retractarse del artículo, «lo que podría interpretarse como una señal de mala conducta y dañar su reputación profesional. No obstante, hemos decidido proceder a su retirada, de modo que no implique mala conducta de ningún tipo. Simplemente aparecerá el siguiente aviso: “Este artículo ha sido retirado a petición de… (nombre de los autores o editores)”».
Menuda ridiculez. No hay diferencia entre retirada y retractación, y Elsevier utiliza ambas palabras en su declaración de principios (véase más abajo). En el fondo, viene a ser como decir: «¿Quieres suicidarte profesionalmente, o prefieres que lo hagamos por ti?».
Luján respondió que las críticas a los artículos debían aparecer en la revista en una carta al editor y que solo podía aceptar la publicación de su trabajo en su integridad. Además, señaló que la mayoría de las quejas provenían de David Hawkes o alguno de sus cómplices, mercenarios a sueldo de la industria que trataban de impugnar cualquier artículo en el que se insinuara que una vacuna no era segura al 100 %. La razón por la que sospechaba que Hawkes era el denunciante anónimo es porque Biganzoli había indicado que sería pertinente citar una revisión sistemática realizada por este sobre la base científica de la creación de una nueva enfermedad, denominada síndrome autoinmunitario inducido por adyuvantes (ASIA, por sus siglas en inglés).[251]
Finalmente, esto es lo que aparece en el sitio web de la revista: «Este artículo ha sido retirado a petición del editor. Pedimos disculpas por cualquier inconveniente que ello pueda ocasionar».[252] Aparte de eso, no se da explicación alguna, más allá de un enlace con el nombre «Descargar el texto completo en PDF». Inocente de mí, pensé que allí podría encontrar el artículo retirado, pero nada más lejos de la realidad. Lo único que había era esto:

 

 

 

 

RETIRADO: Cognición y conducta en ovejas inoculadas repetidas veces con vacunas con adyuvante de aluminio o solo con adyuvante de aluminio / a
Departamento de Patología Animal, Universidad de Zaragoza, España / b Departamento de Producción Animal y Ciencias de los Alimentos, Universidad de Zaragoza, España / c
Departamento de Anatomía, Embriología y Genética Animal, Universidad de Zaragoza, España / d Instituto Universitario de Investigación Mixto Agroalimentario de Aragón (IA2), Universidad de Zaragoza, España / e Instituto de Agrobiotecnología, CSIC, Universidad Pública de Navarra, Mutilva Baja, Navarra, España / Este artículo ha sido retirado a petición del editor. Pedimos disculpas por cualquier inconveniente que ello pueda ocasionar. La política de Elsevier sobre la retirada de artículos se encuentra en: https://www.elsevier.com/about/policies/article-withdrawal
La política de Elsevier sobre la retirada de artículos establece que un artículo aceptado para su publicación puede retirarse si incluye errores, duplica otro artículo o infringe las directrices éticas (por ejemplo, con afirmaciones falsas de autoría o fraude).
Así las cosas, Elsevier incumplió sus propias normas. Además de que no se daba ninguna de las razones para la retirada, también se contravino la siguiente regla: «El artículo original se mantendrá sin cambios salvo por una marca de agua en el PDF que indique su retractación en cada página».
Elsevier también violó las pautas establecidas por el Comité sobre la Ética en la Publicación (COPE, por sus siglas en inglés), a pesar de ser uno de sus miembros: «Los avisos de retractación deben indicar la razón o razones de la misma (a fin de distinguir las malas conductas de los simples errores)».[253]
El prestigioso Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas manifiesta: «El texto de la retractación debe explicar el motivo e incluir una cita completa del artículo. Los artículos retractados deben permanecer en el dominio público y estar claramente identificados como tal».[254]
En mi opinión, se trata de un caso de mala conducta editorial de la peor especie. En resumen, no hay justicia, no hay explicación y no hay artículo. Es indignante que algo así pueda suceder. Elsevier es una de las editoriales más ricas del mundo, lo que se debe a que cobran unos precios exorbitantes, por ejemplo, por las suscripciones de las bibliotecas universitarias.[255] La revista The Lancet, la misma que protegió a Wakefield (véase el capítulo 2), también es propiedad suya.
De hecho, las revistas médicas tienen una relación parasitaria con los investigadores. Estos realizan estudios que a menudo se financian con fondos públicos, los redactan y los publican, y luego otros investigadores e instituciones públicas deben pagar para acceder a ellos.
Además, los investigadores revisan gratuitamente los artículos presentados. Cada vez hay más críticas hacia este arreglo, por lo que algunos crean sus propias revistas para evitar la manipulación y para que sus artículos estén disponibles a un precio asequible o sin coste alguno. En 2012, la Universidad de Harvard reveló que algunas revistas costaban hasta cuarenta mil dólares anuales, y que los precios de los contenidos en línea de dos proveedores habían aumentado alrededor de un 145 % en seis años.[256]

 

La EMA ocultó sus búsquedas bibliográficas a sus propios expertos
La EMA mencionó en su nota confidencial a los expertos que había realizado búsquedas bibliográficas sistemáticas acerca del POTS y el SDRC. Pero, aunque se daban breves descripciones de lo encontrado (menos de una página por cada síndrome), justo encima de esas descripciones se indicaba que se había omitido información confidencial:

 

 

 

 

Agencia Europea de Medicamentos / • Búsqueda sobre PVH y POTS / La EMA ha realizado una búsqueda bibliográfica sistemática sobre el síndrome de taquicardia postural ortostática: [Información confidencial eliminada]

 

Más adelante descubrí que aquella información eliminada no tenía nada de «confidencial». En otro informe interno de la EMA,[257] los datos sobre sus búsquedas se ocultaron antes de entregar el documento:

 

 

 

 

 

 

Agencia Europea de Medicamentos / • Búsqueda sobre PVH y POTS / La EMA ha realizado una búsqueda bibliográfica sistemática sobre el síndrome de taquicardia postural ortostática:

 

En su carta al Defensor del Pueblo Europeo, Rasi afirmó que «dicho icono se borró inadvertidamente a raíz de un error administrativo».[258] Sinceramente, me cuesta creer que un error administrativo pueda explicar que dos iconos, uno para el POTS y otro para el SDRC, se borrasen de un documento, y que se hubiera «eliminado información confidencial» en otro. Todo parecía indicar que la EMA no quería compartir los resultados de sus búsquedas bibliográficas con sus expertos ni con el público, por si acaso alguien pedía acceso a los documentos confidenciales.
El director adjunto de la EMA, Noël Wathion, no respondió a mi pregunta de cómo pudo suceder tal cosa.
Por su parte, el Defensor del Pueblo Europeo estuvo de acuerdo con nosotros, y nos animó a obtener las búsquedas perdidas, lo cual hicimos. Al final resultó que faltaba mucho más que las estrategias de búsqueda. Los iconos sombreados revelaron que faltaban dos documentos de Word:

 

 

 

Al final recibimos catorce páginas con quince referencias, muy pertinentes para la cuestión de si las vacunas contra el PVH u otras vacunas pueden causar POTS o SDRC; por ejemplo, esta declaración: «El POTS suele comenzar después de una enfermedad vírica».[259] Eso es lo que sospechaba desde un principio y el motivo de que me parezca inaceptable que el supuesto placebo de los ensayos fuera otra vacuna o el adyuvante. Los cambios inmunitarios provocados por las vacunas y su fuerte carga inmunogénica, o por los adyuvantes, podrían aumentar la susceptibilidad al POTS o el SDRC tras una enfermedad vírica que hubiera sido inofensiva en otras circunstancias. De hecho, en la nota informativa, la EMA mencionó que «Benarroch descubrió que hasta el 50 % de los casos tenían antecedentes de enfermedades víricas», pero que pasaron por alto esta importante información porque surgió durante un debate sobre cómo habían definido el POTS las farmacéuticas.
Según nos respondió el Defensor del Pueblo Europeo, básicamente todas las publicaciones reunidas por la EMA estaban incluidas en la lista de referencias de la que disponían los expertos, a quienes se les facilitó un resumen de los resultados de la búsqueda bibliográfica.
[260] En cualquier caso, el hecho de que las publicaciones aparezcan o no en la lista es lo de menos. Lo que importa es si la EMA ocultó información importante sobre sus búsquedas bibliográficas en sus dos resúmenes de la nota informativa, cosa que efectivamente hizo.
Las búsquedas bibliográficas de la EMA mostraban que el síndrome de fatiga crónica se había vinculado a otras vacunas y a los adyuvantes; que algunos de los pacientes con POTS podían tener neuropatía de fibras finas; que hubo informes de casos de SDRC después de otras vacunas (incluida la vacuna contra la hepatitis B, que se utilizó en los grupos de control de los ensayos de Cervarix); y que se encontraron autoanticuerpos en el 33 % de ochenta y dos pacientes con SDRC, y solo en el 4 % de noventa controles sanos.[261]
La EMA alegó que los expertos podían haber pedido las búsquedas bibliográficas si las necesitaban. Sin embargo, los expertos no podían saber que faltaba información importante en el informe de 256 páginas que recibieron. Asimismo, pocas personas se atreverían a pedir a las autoridades sanitarias algo que estas hubieran eliminado por ser «confidencial».
En respuesta a nuestra reclamación, el Defensor del Pueblo Europeo propuso que la EMA considerara la posibilidad de poner a disposición del público el listado de todos los documentos pertinentes que tuviera en su poder relacionados con un procedimiento de registro específico. «Por desgracia, la EMA no aceptó la sugerencia». Así pues, el Defensor del Pueblo Europeo (una mujer, en este caso) repitió la propuesta al cerrar su investigación.

 

Incidencia de daños graves observada frente a la prevista

 

El argumento clave de la EMA, mencionado diez veces en su informe oficial, era que no había diferencias entre lo observado y la incidencia de fondo prevista en el análisis de los fabricantes. Sin embargo, la nota informativa reveló que tanto el experto belga como el sueco se mostraron críticos con los análisis observados en comparación con los esperados. El informe oficial de la EMA no reflejó las dudas sustanciales sobre estos análisis, aunque admitió que la investigación subyacente era de tan mala calidad que tales comparaciones no podían confirmar una relación causal entre las vacunas y los daños, incluso en el caso de que existiera.
En cuanto al equipo de investigación del Defensor del Pueblo Europeo, este dijo que no opinaba «sobre los aspectos científicos de esta cuestión. No obstante, las explicaciones que se dan son lógicas y parecen razonables».[262] Esto es una incoherencia por su parte, ya que en muchas ocasiones confió en las evaluaciones científicas de la EMA basadas en los datos que les proporcionaron las farmacéuticas, mientras que se negó a adoptar una opinión sobre nuestra crítica científica.
En algunos análisis se utilizó la incidencia observada del síndrome de fatiga crónica para estimar la incidencia prevista del POTS, lo que es inadecuado y probablemente condujo a una sobrestimación de la incidencia prevista y, por lo tanto, a una menor posibilidad de detectar las señales de daño. La EMA apuntó que, en lo referente al POTS, el número de casos observados fue en general inferior al previsto en casi todas las hipótesis, salvo en Dinamarca. Esta conclusión debería haber alertado a la EMA sobre el hecho de que los análisis realizados por las empresas farmacéuticas no eran fiables y que los datos daneses eran probablemente más completos que los de otros países.
En uno de los informes que la EMA ocultó a sus expertos, se admitía que no se disponía de datos sobre los antecedentes de la incidencia y la prevalencia del POTS. Lo mismo se halló en una revisión de la literatura de 2017,[263] lo que hace que las declaraciones de la EMA carezcan de sentido.

 

La EMA desconfiaba de la investigación independiente
Las autoridades sanitarias danesas y el Centro de Vigilancia de Upsala, que habían encontrado señales de daño, no estaban satisfechos con la manera en que la EMA había desestimado sus observaciones e informes.
La EMA afirmó erróneamente que los estudios de Brinth no incluían ninguna evaluación clínica objetiva. En realidad, todos sus trabajos indicaban que la intolerancia ortostática se cuantificaba a través de la prueba de basculación, que es la prueba de referencia para diagnosticar el POTS. Por otra parte, resultaba preocupante que los fabricantes, y por extensión la EMA, solo hubieran considerado treinta y tres de los ochenta y tres casos de POTS descritos por Brinth que cumplían los criterios de definición del síndrome. Una evaluación proporcionada por un experto clínico acostumbrado a tratar a los pacientes es sin duda más fiable que la realizada por el empleado de una empresa que se limita a mirar el papeleo. La problemática exclusión de estos casos por parte de la EMA fue criticada por las autoridades danesas en el informe confidencial, las cuales también estuvieron en desacuerdo con su evaluación de que «el hallazgo de la mayoría de los casos de POTS en Dinamarca no apunta a una relación causal». Este desacuerdo no se mencionó en el informe oficial. En la nota informativa sobre el informe de Upsala, el experto determinó que «los informes de casos de PVH de Dinamarca se distinguen de los de otros países por el hecho de que contienen una mayor cantidad de datos clínicos y de que se utilizan más términos preferentes en los diagnósticos». Esta información crucial tampoco se mencionó en el informe oficial.
La EMA no consideró importantes las pruebas presentadas por el centro de Upsala, aunque constataban que se notificaron ochenta y dos veces más casos de POTS tras la vacuna contra el PVH que con otras vacunas. El hecho de que hubiera un número considerablemente mayor de casos graves entre las vacunas contra el PVH se mencionó en el informe oficial, pero no se le prestó atención, pese a que el 80 % de los casos de POTS y el 78 % de los casos de síndrome de fatiga crónica requirieron el ingreso en un hospital o dieron lugar a una discapacidad o a la interrupción de la actividad normal.
Varias personalidades clave del centro de Upsala consideraron que sus datos fueron ignorados por la EMA sin una justificación adecuada. En septiembre de 2016, publicaron un documento en línea que reforzó mi sospecha de que las vacunas contra el PVH pueden causar daños graves. En el caso de los grupos más grandes identificados en la base de datos VigiBase(R) de la OMS, la combinación de dolor de cabeza y mareos con fatiga o síncope se notificó con mayor frecuencia en los informes sobre la vacuna contra el PVH que en otros informes de vacunas a mujeres de entre 9 y 25 años de edad, una desproporción que se mantuvo cuando se excluyeron los países que notificaron las señales de SDRC (Japón) y POTS (Dinamarca).[264] Aunque los investigadores redujeron la posible influencia de los medios de comunicación al incluir solo los casos notificados antes de que estos coparan la atención del público, identificaron un mayor número de casos potencialmente no diagnosticados que el número total de casos diagnosticados por las farmacéuticas.

 

Los conflictos de intereses de la EMA
La EMA contravino sus propias reglas[265] al no aplicar su política de restringir la participación de expertos con conflictos de intereses en su revisión de las vacunas contra el PVH. Así, no se impidió la intervención del presidente del Grupo de Asesoría Científica, Andrew Pollard, a pesar de que había declarado varios conflictos de intereses en su papel de investigador principal. Por el contrario, sí se vetó la presencia de ciertos asesores que no estaban implicados en conflictos de ningún tipo. De este modo, la afirmación de la EMA de que ninguno de los expertos tenía intereses económicos que pudieran afectar a su imparcialidad también era errónea, ya que algunos de ellos, además de Pollard, estaban relacionados con los laboratorios.[266]
Por lo visto, el Defensor del Pueblo Europeo no entendía lo que significa un conflicto de intereses en el campo de la medicina, puesto que escribió lo siguiente: «Las investigaciones previas de los expertos no apuntan a la existencia de forma alguna de dependencia para con los fabricantes de vacunas contra el PVH».[267] Que esto pueda probarse o no en el caso concreto es irrelevante, la cuestión es que la EMA debería atenerse a sus propias reglas, pero no lo hizo.
De hecho, mantuvimos una larga correspondencia con la EMA tras enterarnos de que su director ejecutivo, Guido Rasi, no había declarado ser el inventor de varias patentes relacionadas. Como algunas eran recientes, consideramos que era su obligación advertirlo, según las propias normas de la organización.
Si Rasi creía que no tenía ningún problema, podría habérnoslo dicho. Sin embargo, nunca se puso en contacto con nosotros. Por el contrario, pidió ayuda a un bufete de abogados y dejó que su subordinado, Noël Wathion, se encargara de atacarnos. En la primera carta que nos dirigió, Wathion dijo: «La EMA desea refutar sus acusaciones infundadas en los términos más enérgicos posibles […]. El personal de la EMA está obligado a exponer en su declaración de intereses (DI) la propiedad de cualquier patente […]. Un inventor […] no es necesariamente el propietario. […] El profesor Rasi no posee ninguna patente con Sigma-Tau […]. Ni siquiera es el beneficiario de esas familias de patentes […]. Habida cuenta de la gravedad de las acusaciones formuladas a través de internet y del eco que han tenido esas denuncias en todo el mundo, la EMA se reserva el derecho de proteger su reputación por todos los medios adecuados».
No sé lo que quiso decir Wathion con lo de difundir acusaciones por internet. No tengo constancia de que ninguno de nosotros hiciera tal cosa.
Al cabo de tres semanas, los abogados del bufete londinense Carter-Ruck nos escribieron para decir que nuestros comentarios sobre Rasi eran «extremadamente difamatorios», y que este no había tenido nunca derechos económicos ni beneficios financieros derivados de sus patentes. Además, dejaron claro que Rasi no deseaba verse envuelto en una disputa legal y que esperaba que aceptáramos «enmendar los pasajes pertinentes de la publicación y emitir (en los términos que se acuerden) una declaración adecuada de corrección y disculpa retirando estas falsas acusaciones».
En nuestra respuesta, señalamos que sería incorrecto alterar los documentos, ya que si se detectan errores en los artículos científicos, estos no se modifican, sino que se publican las erratas por separado. También adjuntamos un texto que pretendíamos publicar, en el que describíamos la cuestión, nos disculpábamos por desconocer las sutilezas jurídicas y explicábamos que suponíamos que el inventor de una tecnología patentada sería propietario de esta, ya que es muy poco frecuente que los inventores cedan sus patentes a las empresas farmacéuticas sin beneficiarse de ellas.
Los abogados contestaron que Rasi no estaba de acuerdo con nuestra redacción y enviaron una versión revisada, lo que nos pareció inadmisible porque se nos pedía que aceptáramos sus declaraciones como hechos, sin la posibilidad de comprobarlos por nosotros mismos.
Asimismo, añadimos que una disculpa es algo muy personal, y que la persona que espere recibirla no puede exigir un texto o formato particular, ya que entonces no sería una disculpa genuina. Por otra parte, no podíamos consentir que eliminaran nuestra explicación, ya que debíamos proteger nuestra propia reputación indicando que nuestro error se había cometido de buena fe. Por lo tanto, propusimos que el texto incluyera lo siguiente: «Noël Wathion nos ha explicado que el profesor Rasi no es el propietario de las patentes de las que es inventor».
Aunque estábamos convencidos de que así se resolvería el problema, el bufete respondió que, en lugar de alargar la correspondencia, nos invitaba a entablar una conversación telefónica para tratar las cuestiones pendientes. Dada nuestra experiencia con los abogados, replicamos que preferíamos comunicarnos por escrito.
A continuación, nos instaron a incluir esta frase: «De acuerdo con estas garantías, reconocemos que el profesor Rasi nunca ha disfrutado ni disfruta de derechos económicos, intereses financieros ni beneficios (ya sean reales o potenciales) en relación con cualquiera de las patentes mencionadas en la publicación». Ante aquello, señalamos algo que los letrados saben muy bien, y es que en un juicio no se puede obligar a nadie a aceptar y declarar lo que otros dicen que es la verdad.
Pero los abogados no se rindieron, así que volvieron a intentarlo con una nueva formulación: «Admitimos la declaración del señor Wathion de que…», a lo que respondimos que Wathion nunca nos había hecho tal declaración.
Entonces recibimos la octava carta del bufete, en la que se exponía que Rasi no tenía interés en «seguir manteniendo una correspondencia prolongada, con el inconveniente mutuo que supone». Así se puso fin a un intercambio que había comenzado casi tres meses antes.
En nuestra opinión, los argumentos de la EMA eran insostenibles. Sean cuales sean las normas vigentes, un alto cargo de una institución europea debe asegurarse de que su declaración de intereses no pueda levantar la más mínima sospecha. Por regla general, una persona normal se sentiría avergonzada si se descubrieran conflictos de intereses reales o posibles que no ha declarado, por tanto sería un error no declararlos. Lamentablemente, Rasi suspendió en esta prueba tan sencilla y razonable.
Otro motivo por el que Rasi habría tenido que declarar sus patentes es porque la sociedad confía tan poco en la industria farmacéutica como en las tabacaleras y los talleres mecánicos.
Además, diversos artículos de prensa y documentales de televisión han informado de que hay corrupción en las altas esferas de las agencias del medicamento.[268]
Con respecto a nuestra reclamación, el Defensor del Pueblo Europeo señaló que sería conveniente proporcionar información sobre la propiedad previa de patentes y solicitudes de patentes, y pidió a la EMA que reforzara sus normas. Sin embargo, como la carta que publicó ya no se encuentra en su sitio web, la he subido por mi cuenta.[269]

 

La caza de brujas posterior

 

Nuestra reclamación contra la EMA inició una extraña caza de brujas por parte de distintos altos cargos daneses, que se pusieron en evidencia a sí mismos y a sus instituciones difundiendo información descaradamente falsa en Twitter y Facebook.
Todo comenzó con una carta publicada en marzo de 2017 en una revista en línea bastante desconocida, NPJ Vaccines.[270] Sin embargo, como la dirección de la página empezaba por http://www.nature.com, algunos pensaron que se había publicado en la famosa revista Nature, cuando en realidad se trataba de otro medio asociado.
En la carta, los autores se quejaban de que habíamos usado el membrete del Centro Nórdico Cochrane para dirigirnos a la EMA y al Defensor del Pueblo Europeo. Según ellos, esto daba la impresión de que nuestras opiniones eran representativas de la Colaboración Cochrane o contaban con su beneplácito. También se lamentaban de que dicha opinión se estuviera divulgando entre la comunidad antivacunas. No obstante, las dos referencias que dieron no respaldaban sus acusaciones, ya que en nuestros escritos se especificaba claramente que la crítica a la EMA provenía del Centro Nórdico.
Además, aunque los autores decían haber planteado el asunto al Grupo Directivo Cochrane, en su carta omitieron partes importantes de la respuesta que recibieron: «En la reclamación [a la EMA] no se afirma que fuera escrita en nombre de Cochrane, no es una declaración oficial de la Colaboración Cochrane […] y, hasta donde sabemos, las afiliaciones que se indican son correctas».
Por lo tanto, se trataba de una acusación injustificada que debería haber caído en el olvido, pero hubo una serie de personajes influyentes que la aprovecharon al máximo.
El director de la Agencia Danesa de Medicamentos, Thomas Senderovitz, escribió en Twitter: «La crítica errónea de @PGtzsche1 a la evaluación de la EMA de los efectos secundarios de la vacuna #PVH en el documento de @CochraneNordic es problemática». Y, en respuesta a un tuit de Karen Price («¿¿¿Hasta dónde llega la desinformación???»):
«¡Exacto! Estupendo post sobre la propaganda de Nordic Cochrane». Esto «le gustó» al presidente de la Asociación Médica Danesa, Andreas Rudkjøbing.
El director de la Sociedad Danesa contra el Cáncer, Leif Vestergaard, tuiteó: «Confusión inaceptable. ¡Y luego critican a los demás por conflictos de intereses!». ¿Qué problema hay? Supongo que Vestergaard usa el membrete de la Sociedad Danesa contra el Cáncer cuando escribe cartas relacionadas con su trabajo. El exdirector de la Sociedad Danesa contra el Cáncer, Frede Olesen, opinó lo siguiente: «Lectura obligada sobre el PVH en Nature. Debería citarse en todos los periódicos y revistas danesas y ser leído por los escépticos de las vacunas y quienes sigan confiando en el Centro Nórdico Cochrane». Y también dijo en Facebook: «Un artículo de Nature, la mejor revista científica del mundo, refuta claramente el temor a la vacuna contra el PVH y denuncia la falsa propaganda del Centro Nórdico Cochrane». Esto no es más que pura invención, ya que nuestro escrito no hacía propaganda, la revista no era Nature y nunca hemos difundido información errónea.
El periodista Ole Toft tuiteó: «El Centro Nórdico Cochrane vuelve a recibir duras críticas, esta vez en Nature, por el tema de la vacuna contra el PVH. Tanto en el plano científico como por abusar de la credibilidad de Cochrane». Otra invención, puesto que la carta no desaprobaba nuestra metodología científica.
El profesor de Psiquiatría Poul Videbech dijo en Facebook: «El Centro Nórdico Cochrane recibe nuevas críticas, respaldadas por el Grupo Directivo de la Colaboración Cochrane. Estas proceden de la mismísima revista Nature… La situación es extremadamente preocupante. ¿El Centro Nórdico Cochrane se está inmolando a sí mismo? ¡Menuda tragedia!». Más invenciones. El Grupo Directivo Cochrane no nos censuró en ningún momento.
El político danés Stinus Lindgren echó más leña al fuego de las mentiras, afirmando en Facebook que yo había hecho comentarios negativos sobre la vacuna contra el PVH, que había abusado del «buen nombre y la reputación de Cochrane» y que «dos de los líderes de Cochrane habían pedido a los autores que declarasen públicamente que su opinión no era la opinión oficial de Cochrane». La carta del Grupo Directivo no decía nada de eso.
Line Emilie Fedders, de la Agencia Danesa para la Seguridad del Paciente: «¿El Centro Nórdico Cochrane sigue estando financiado por el Gobierno con el objetivo de llevar a cabo investigaciones imparciales?».
Resulta de lo más impropio que se hagan circular comentarios despectivos y falsos sobre temas que ni siquiera se investigan antes de pulsar el botón de envío. En realidad, no creo que ninguna de esas personas llegara a leer la carta electrónica, ya que está claro que no fue publicada en Nature. Esta mentalidad de disparar antes de preguntar no solo socava su autoridad, sino que también expone su hipocresía, pues las autoridades e instituciones similares se han quejado mucho y a viva voz de la difusión en las redes sociales de noticias falsas sobre los peligros de las vacunas, al tiempo que contribuyen alegremente a difundir noticias falsas sobre un grupo de investigación cuyo único interés es acercarse lo más posible a la verdad.
Tampoco fue adecuada la conducta de los editores de NPJ Vaccines. Aunque les pedimos que nos concedieran la oportunidad de defendernos de las críticas, lo cual aceptaron, después de más de dos años y medio, y tras numerosos correos sobre los aspectos esenciales de nuestra respuesta, esta no se ha publicado todavía, a pesar de que en noviembre de 2018 ya habíamos atendido todas sus exigencias.

 

La revisión Cochrane sobre las vacunas contra el PVH fue deficiente e incompleta
El 9 de mayo de 2018 se publicó una revisión Cochrane de las vacunas contra el PVH.[271] Llegó acompañada de una gran expectación a causa de la controversia que rodeaba al asunto, pero resultó ser defectuosa e incompleta, y además vulneraba las normas de Cochrane respecto a los conflictos de intereses.
El periodo de gestación fue largo, ya que el protocolo de la revisión se había redactado siete años antes.[272] Curiosamente, el protocolo tuvo catorce autores, frente a los cuatro de la revisión. La historia que hay detrás de este cambio no deja a la organización en buen lugar.
Las revisiones Cochrane deben ser imparciales y transparentes, y deben estar realizadas por personas o instituciones libres de conflictos de intereses,[273] pero no siempre es así.
De hecho, no se permite que los autores de las revisiones estén empleados por empresas que tengan intereses económicos reales o posibles en sus resultados, pero, por lo demás, sí pueden publicar en Cochrane. Evidentemente, esto supone un problema, ya que podría surgir un conflicto de intereses que el empleado quisiera ocultar, algo parecido al uso de información privilegiada. Además, el hecho de que participen autores a sueldo de la industria hace que disminuya la confianza del público.
Otro inconveniente se debe a que se puede ser autor a pesar de que en los últimos tres años se haya recibido apoyo financiero de fuentes que tengan un interés comercial en el resultado.
«En tales casos, a discreción del árbitro de patrocinio, y solo cuando la mayoría de los autores de la revisión y el autor principal no tengan conflictos de intereses importantes», es posible que dichas personas sean autores de Cochrane.
Como he argumentado en otras ocasiones,[274] permitir que casi la mitad de los autores reciban apoyo financiero de la empresa cuyo producto está siendo revisado a discreción de un árbitro de financiación no aumenta la confianza de la gente en el lema de Cochrane: «Evidencia fiable». Tal procedimiento implica un juicio de valor, lo que puede conducir a decisiones arbitrarias, incoherentes y discutibles. Además, suele ocurrir que sean una o dos personas las que dirigen el trabajo en grupo, y si estas son parciales, todo puede salir mal. Lo más probable es que el árbitro de financiación no tenga ni idea de las dinámicas concretas que se den en cada caso.
Por ejemplo, los editores de Cochrane hicieron la vista gorda ante el hecho de que más de la mitad de los autores autorizados del protocolo para la revisión de la vacuna contra el PVH tenían importantes conflictos de intereses en relación con los fabricantes,[275] aunque se retiró a muchos de ellos tras las protestas de personas ajenas a las empresas.[276]
El autor principal de la revisión Cochrane, Marc Arbyn, mantenía varios vínculos financieros con las farmacéuticas en cuestión, cosa que no declaró.[277] Como se supone que eso está prohibido, mi grupo de investigación sobre las vacunas contra el PVH se quejó de ello. Nuestra crítica se remitió a los árbitros de financiación de Cochrane, lo que dio lugar a un comentario jocoso publicado en el BMJ: «Puede que no sea la decisión más acertada, habida cuenta de que la declaración de intereses original indicaba que sus autores habían sido aprobados por el mismo comité, en cumplimiento de las estrictas directrices de Cochrane».[278]
Los árbitros en materia de financiación resolvieron que Arbyn no había infringido las directrices al no declarar su participación en dos organizaciones financiadas en parte o en su totalidad por los fabricantes de las vacunas y de las pruebas del PVH, puesto que no había obtenido un beneficio financiero personal y el apoyo se había proporcionado a través de instituciones. Tom Jefferson, de mi equipo de investigación, observó que «el dinero proviene de los patrocinadores, aunque llegue del polo norte o de la madre Teresa de Calcuta».[279]
Así las cosas, en julio de 2018 publicamos una crítica a la revisión Cochrane[280] en la que señalamos que se habían pasado por alto casi la mitad de los ensayos pertinentes y que estaba influenciada por el sesgo de información generado por su propio diseño.
Los veintiséis ensayos incluidos en la revisión emplearon comparadores activos, ya fueran adyuvantes de aluminio o vacunas contra la hepatitis. Sin embargo, en una reunión celebrada en 2014, la FDA reconoció lo inadecuado de esta medida y propuso la comparación entre la vacuna, un placebo salino y un antígeno sin adyuvantes.[281] Asimismo, recomendó que se llevaran a cabo investigaciones específicas sobre los síntomas indicativos de enfermedades autoinmunitarias y neuroinflamatorias, con un largo seguimiento posterior a la vacunación. Es asombroso que la FDA aprobara el Gardasil a pesar de que no cumplía ninguno de estos requisitos previos.
Además advertimos que GlaxoSmithKline había declarado que su comparador a base de aluminio causaba daños: «una mayor incidencia de mialgia podría atribuirse, en particular, al mayor contenido de aluminio en la vacuna contra el PVH (450 µg de Al(OH)₃) que en la vacuna contra el VHA [hepatitis A] (225 µg de Al(OH)₃)».
Para más inri, los autores de la revisión usaron erróneamente el término placebo para describir los comparadores activos. Aunque reconocieron que la evaluación de los acontecimientos adversos se vio comprometida por el uso de adyuvantes y vacunas contra la hepatitis en el grupo de control, es fácil pasar por alto esta afirmación, ya que viene después de 7.500 palabras sobre otras cuestiones, bajo el título «Posibles sesgos en el proceso de análisis», aunque no se trata de un sesgo en el proceso de análisis, sino en el diseño de los ensayos.
Cabe destacar que muchas niñas y mujeres fueron excluidas de algunos de los grandes ensayos si habían recibido los adyuvantes en el pasado y si tenían antecedentes de trastornos inmunitarios o del sistema nervioso. Estos criterios de exclusión disminuyen la validez externa de los ensayos y sugieren que a los fabricantes de vacunas les preocupaban los daños causados por los adyuvantes. Y en vista de que tales criterios no figuran en los prospectos a modo de advertencia, podrían producirse más daños relacionados con la vacuna en la práctica clínica que en los ensayos.
De acuerdo con las recomendaciones de la OMS, la revisión Cochrane utilizó resultados compuestos sustitutivos de varias combinaciones de cambios celulares. Sin embargo, los ensayos no reflejaban la realidad, ya que el examen del cuello uterino solía realizarse cada seis meses, mientras que en la práctica clínica se realiza cada tres o cinco años. La revisión no mencionó ningún caso de cáncer, aunque la página clinicaltrials.gov informó de que se habían producido dos cánceres de cuello uterino en el grupo vacunado de uno de los ensayos.
Los autores de Cochrane afirmaron «con total certeza» que el riesgo de acontecimientos adversos graves era similar en los grupos de vacunas contra el PVH y en los grupos de control. No obstante, omitieron varios acontecimientos adversos, y no mencionaron que algunos de los ensayos incluidos no informaron de acontecimientos adversos graves durante el transcurso del ensayo. Por ejemplo, tres ensayos de Gardasil, que incluyeron un total de
21.441 niñas y mujeres, con un seguimiento de hasta cuatro años, solo notificaron los que se produjeron durante los catorce días siguientes a la vacunación.
Por otro lado, los autores de la revisión hallaron más muertes en los grupos de vacunas contra el PVH que en los grupos de comparación. La tasa de mortalidad se incrementó significativamente en las mujeres mayores de 25 años, con un cociente de riesgos de 2,36 (IC de 1,10 a 5,03). Aun así, los autores consideraron que se trataba de un suceso fortuito, ya que las causas de muerte no seguían un mismo patrón, como tampoco lo hacía el plazo entre la administración de la vacuna y el fallecimiento. Sin embargo, una muerte puede ser catalogada de tal manera que no suscite sospechas de que ha sido ocasionada por la vacuna. Por ejemplo, una lesión traumática en la cabeza o un ahogamiento podrían deberse a un síncope, que es uno de los daños reconocidos.
Los autores de Cochrane «pretendían solicitar más información a los propietarios de los datos, a fin de llenar las lagunas con los resultados inéditos», pero no pudieron hacerlo
«debido a las limitaciones de tiempo y otros recursos». Teniendo en cuenta que pasaron siete años desde la redacción del protocolo hasta que se publicó la revisión, la falta de tiempo parece una mala excusa para justificar un mal trabajo.
En su análisis, los autores se refirieron a muchos estudios de observación que no encontraron indicios de daños asociados a las vacunas contra el PVH, pero se produjeron omisiones flagrantes. A este respecto, citaron al Comité Consultivo Mundial sobre Seguridad de las Vacunas de la OMS, que expresó «su preocupación por las afirmaciones injustificadas de perjuicios», pero sin referirse al estudio que he mencionado anteriormente, en el que se constataron graves problemas a raíz de la vacunación contra el PVH y pruebas de falta de notificación.
Los autores no investigaron si los datos de los ensayos incluidos informaban de casos de POTS, SDRC u otras señales de seguridad. Por el contrario, citaron las declaraciones de la EMA que descartaban cualquier relación causal entre el POTS, el SDRC y las vacunas, lo que equivale a decir que confiaron en los fabricantes de vacunas, de quienes todos sabemos que no se puede confiar. Indudablemente, esto es una vergüenza para Cochrane.
Los autores de la revisión evaluaron la influencia de la financiación de la industria por medio de una metarregresión estadística, sin encontrar efectos significativos, pese a que declararon que todos los ensayos menos uno estuvieron patrocinados por farmacéuticas. Esta no es una base adecuada sobre la que realizar un análisis de regresión. Y encima, ese único ensayo recibió el respaldo de GlaxoSmithKline, lo que hace que su evaluación sea aún más absurda.[282]
Por otra parte, los comunicados de Cochrane también fueron muy sospechosos. Más bien parecía una empresa farmacéutica anunciando su próximo bombazo. Así, citaron a seis expertos en su página web, todos del Reino Unido, aunque la Cochrane es una organización internacional. Dos de ellos tenían conflictos de intereses financieros con los fabricantes de vacunas contra el PVH, y un tercero era el responsable de las vacunaciones del sistema sanitario británico, que promueve las vacunas contra el PVH. Ninguno de los expertos criticó la revisión de Cochrane, que fue muy elogiada por su rigor.
Todo aquello me hizo pensar que sería mejor cambiar el lema de Cochrane, «Evidencia fiable», por «Evidencia publicitaria», o, como dijo mi compañero Tom Jefferson: «Si metes basura, sacas basura», acompañado de un bonito logo.[283]

 

El imperio Cochrane contraataca
Cualquiera diría que era imposible rebatirnos después de todo esto, pero el cuartel general de Cochrane siguió intentándolo. A fin de cuentas, tenían que proteger su marca, de la que habla incesantemente su director, el periodista Mark Wilson, a quien la integridad científica le preocupa bastante menos.[284]
Una semana después de publicar nuestra crítica, que fue revisada por expertos y que alertaba de que faltaban muchos estudios y pacientes y se habían subestimado los daños de las vacunas, sufrimos un fuerte ataque por parte del editor jefe de Cochrane y su adjunto, quienes escribieron una réplica de treinta páginas en el sitio web de la organización.[285] Según estos, habíamos exagerado, «lanzando acusaciones injustificadas con un enfoque inexacto y sensacionalista… Por lo tanto, consideramos que habría que someter a examen el rigor científico y la revisión editorial del BMJ Evidence-Based Medicine» (donde apareció nuestro artículo).
Este hecho pone de manifiesto un gran problema presente en la cúpula de Cochrane. Los autores de la revisión no nos respondieron, como habría sido lo correcto. Por el contrario, lo que hizo la organización fue emplear su autoridad nominal, una estrategia efectiva con la que denigrar a los oponentes. En su libro El arte de tener razón, el filósofo Arthur Schopenhauer lo llama «apelar a la autoridad en vez de a la lógica».[286]
Se supone que las revisiones Cochrane se basan en las mejores pruebas disponibles, lo que llamamos medicina basada en la evidencia (MBE), pero esto era «medicina basada en la eminencia», que por lo demás todos aborrecemos.
La gente rehúye las incertidumbres y prefiere las respuestas definitivas, aunque no las haya.
Así, en todo el mundo, la respuesta de los editores de Cochrane se ha interpretado como «la última palabra» en torno al debate. Sin embargo, estos no abordaron nuestras preocupaciones más importantes, y le dieron las gracias al primer autor de la revisión de la vacuna contra el PVH y al coordinador del grupo Cochrane que la publicó por contribuir a su informe. Si los editores hubieran tenido algún interés por la ciencia, nos habrían ofrecido la misma oportunidad para argumentar, pero aquello no fue una discusión científica ni diplomática, sino una guerra con el objetivo de proteger la bandera de Cochrane.
En honor a la verdad, nuestra crítica a la revisión de la vacuna está muy justificada. Tras llevar a cabo nuevas pesquisas, el 17 de septiembre de 2018 publicamos una crítica aún más dura en la que señalamos que en su metanálisis se debería haber incluido al menos un 35 % más de pacientes que cumplieran los criterios (más de veinticinco mil). Como es natural, las acusaciones infundadas de Cochrane hacia la revista donde publicamos nuestra crítica inicial molestaron a sus editores, quienes pidieron a los de Cochrane que fueran concretos y los invitaron a publicar una contestación en sus páginas. Pero, claro, no lo hicieron, porque de ese modo habrían perdido la batalla.
No solo demostramos que los dos «machos alfa» de Cochrane se pasaron por el forro nuestra denuncia sobre la información incompleta de los acontecimientos adversos graves, sino también que fueron inexactos en la descripción de los controles activos; que no consideraron el sesgo sustancial causado por el uso de los resultados sustitutivos; que evaluaron de manera inadecuada los conflictos de intereses de los autores e hicieron caso omiso de otros adicionales; que no reconocieron que la cobertura de los medios de comunicación debe ser ecuánime e imparcial; que abogaron por la censura científica, y que desoyeron varias de nuestras críticas y pruebas importantes de sesgo.
Además, no aportaron los datos correctos sobre el número de muertes, y hubo muchos otros problemas que podrían haberse evitado si los autores hubieran leído bien los artículos que utilizaron o los informes de estudios clínicos de libre acceso del registro de ensayos de GlaxoSmithKline que evaluaron.
Las vacunas contra el PVH son minas de oro que generan ingresos de miles de millones de dólares, y la revisión Cochrane debería haber sido totalmente independiente de cualquier conflicto de intereses financieros. Los editores de Cochrane declararon confiar en sus autores, pero nosotros dimos muchos ejemplos de tales conflictos. Por ejemplo, en 2018, el primer autor de la revisión, Marc Arbyn, formaba parte del comité del programa EUROGIN, del que Merck es uno de los principales patrocinadores, y el último autor recibió fondos del mismo laboratorio a través de Medscape.
Como ya he señalado, los mandamases de Cochrane parecen abogar por la censura científica. Según sus propias palabras: «Estamos abiertos al debate científico, por lo que es de prever que haya diferentes opiniones entre las diferentes “voces” de Cochrane. Sin embargo, si ese debate no se lleva a cabo como es debido, sobre todo cuando tiene lugar en público, la confianza de la ciudadanía decrece, provocando una ansiedad innecesaria y poniendo en peligro la salud general. En estos momentos ya existe un formidable y cada vez más amplio grupo de presión antivacunas, por lo que si el resultado de esta controversia es un menor uso de la vacuna, puede que haya más jóvenes que sufran y mueran innecesariamente de cáncer de cuello uterino».[287] Nosotros, por nuestra parte, creemos que las críticas que hicimos a la revisión Cochrane están justificadas y son de interés general, y que los debates sobre las fuentes científicas deben tener lugar en público, especialmente cuando está en juego algo tan serio como la salud.
Sin embargo, no lo vieron así los líderes de Cochrane. De hecho, no me cabe duda de que el incidente fue determinante en que me echaran de la organización. Tampoco me sorprende que los editores de algunas de las revistas médicas más prestigiosas del mundo vieran la reacción de Cochrane como un síntoma más de su caída moral, ni que se publicaran artículos en Science, Nature, BMJ, The Lancet y otros medios sobre lo injustificado de mi expulsión.
[288]
Lo cierto es que nuestra crítica a la revisión Cochrane se basa en evidencias que estudiamos minuciosamente durante más de dos años. Además, trabajamos con los estudios que obtuvimos de la EMA, de modo que teníamos un conocimiento único de la cuestión. Los informes de los estudios clínicos pueden contener miles de páginas sobre un solo ensayo y son mucho más fiables que los breves resúmenes que publican las empresas farmacéuticas en las revistas médicas, en particular en relación con los daños. Así, es probable que seamos los únicos en el mundo que hayamos leído las sesenta mil páginas de los informes.
En cambio, fueron muchos los que criticaron que la Colaboración Cochrane recibiera una subvención de 1,15 millones de dólares por parte de la Fundación Bill y Melinda Gates en 2016, ya que uno de los principales proyectos de Gates parece centrarse en la promoción de las vacunas contra el PVH en todo el mundo.[289] Parece razonable preguntarse si las acciones de Cochrane estuvieron impulsadas por el temor a perder el apoyo financiero de dicha fundación.

 

Nuestra revisión sistemática de los ensayos sobre la vacuna contra el PVH
Nuestra revisión sistemática es mucho más digna de crédito que la de Cochrane, ya que la basamos en informes de estudios clínicos en lugar de en meras publicaciones. Se divulgó por primera vez como parte de una tesis doctoral el 12 de marzo de 2019, y fue aceptada por
Systematic Reviews, una revista propiedad de Springer, el 6 de marzo de 2019. Sin embargo, al cabo de un año seguía sin publicarse pese a que nos prometieron hacerlo en un plazo de veinte días. Nuestra correspondencia por correo electrónico llegó a la pasmosa cifra de sesenta y seis páginas, y nos dieron un total de veinte excusas y diversas razones de lo más peregrinas por las que nuestra revisión no había visto la luz. Mientras tanto, a lo largo de ese año, Systematic Reviews publicó trescientos nueve artículos. El 16 de febrero de 2020 escribimos a Springer para señalar que el retraso había sido intencionado, junto con la siguiente advertencia: «Si es cierto, se trata de un caso de censura científica que raya en la mala conducta y el fraude. Contamos con una gran red de científicos de renombre, muchas conexiones con los medios de comunicación internacionales y una fuerte presencia en las redes sociales. Si Springer Nature, BMJ y Systematic Reviews no publican nuestro trabajo antes del 1 de marzo de 2020, nos veremos obligados a alertar a nuestros colegas y a los medios sobre sus prácticas editoriales. También involucraremos a los equipos legales del Centro Nórdico Cochrane y de Dinamarca».
Ello hizo que Springer publicara nuestra revisión a una velocidad récord, el 28 de febrero.
Por su parte, la EMA nos entregó los informes de los estudios con una lentitud extraordinaria. Por consiguiente, después de esperar tres años, decidimos seguir adelante con lo que teníamos, que eran los ensayos principales. Los veinticuatro informes de estudios clínicos que incluimos comprendían el 79 % del total de la muestra de participantes aptos.[290]
Contra todo pronóstico, dado que se utilizaron comparadores activos en los grupos de control, descubrimos que las vacunas aumentaban significativamente los trastornos graves del sistema nervioso (72 frente a 46 pacientes; CR = 1,49; IC de 1,02 a 2,16; p = 0,04), con un número necesario para perjudicar (NNP, el número de vacunados por cada persona perjudicada) de mil trescientos veinticinco. A pesar de que lo calificamos de exploratorio, es el más importante de nuestros análisis, ya que fueron los supuestos daños al sistema nervioso autónomo los que condujeron a que la EMA evaluara la seguridad de las vacunas en 2015.
El POTS y el SDRC son síndromes raros y difíciles de identificar, y sabíamos que las empresas habían ocultado deliberadamente sus hallazgos en los informes (véase más arriba). Así lo demuestra el hecho de que no se mencionara ni un solo caso de POTS o SDRC. Por lo tanto, a fin de evaluar si había signos y síntomas indicativos de POTS o SDRC, hicimos otro análisis exploratorio en el que pedimos a una médica con experiencia clínica en POTS y SDRC (Louise Brinth) que, sin saber cuál había sido el tratamiento administrado, calificara los términos preferentes de MedDRA (palabras clave para categorizar e informar sobre acontecimientos adversos) como «definitivamente», «probablemente», «probablemente no» o «definitivamente no» asociados con los síndromes. A modo de ejemplo, Brinth juzgó que los términos «mareo postural» y «dolor en las extremidades» se asociaban definitiva y respectivamente con el POTS y el SDRC. Merece la pena repetir que a Brinth se le ocultaron los grupos de asignación y los datos de los resultados.
De este modo, el análisis reveló que las vacunas contra el PVH aumentaban de manera considerable los daños graves que se juzgaron definitivamente asociados con el POTS o el SDRC (POTS: 56 frente a 26; CR = 1,92; IC de 1,21 a 3,07; NNP = 1.073; p = 0,006) (SDRC: 95
frente a 57; CR = 1,54; IC de 1,11 a 2,14; NNP = 906; p = 0,01). También aumentaron las enfermedades de nueva aparición que se consideraron definitivamente asociadas al POTS (3.675 frente a 3.352; CR = 1,08; IC de 1,01 a 1,15; NNP = 144; p = 0,03). Sin embargo, las pruebas de significación deben interpretarse con cautela, ya que es posible que se incluyera a un mismo participante más de una vez.
Comunicamos estos resultados en primicia durante el 25 Aniversario del Simposio de Investigación del Centro Nórdico Cochrane, celebrado el 12 de octubre de 2018, y de nuevo en una tesis doctoral defendida en marzo de 2019.[291]

 

Las reacciones del público a nuestros resultados
Aunque los medios de comunicación estuvieron presentes en nuestro simposio de aniversario, no prestaron atención a los hallazgos que presentó nuestro estudiante de doctorado, Lars Jørgensen.
Cuando defendió su tesis seis meses después, la prensa anunció que no había nada de que preocuparse y que yo había elegido a tres examinadores que estaban en contra de las vacunas del PVH. El titular que publicó un importante periódico danés fue: «La Universidad de Copenhague aprueba controvertida investigación sobre el PVH: ¿es un intento por promover el pensamiento antivacunas?».[292] Con algo parecido a la intolerancia religiosa, y en cumplimiento del conocido dogma «estás a favor o en contra», se acusó a los tres examinadores de ser herejes de las vacunas, cosa que no son. Además, la investigación no fue para nada controvertida, sino de gran calidad. Por suerte, la universidad rechazó de plano semejante primitivismo, y así lo declaró: «Consideramos que las competencias de los examinadores son adecuadas, apoyamos la libertad académica en la investigación y, por lo tanto, no tenemos en cuenta las actitudes de ciertas personas». En efecto, la universidad habría rechazado a los examinadores que les propuse si hubieran estado envueltos en un conflicto de intereses. Una era Rebecca Chandler, del Centro de Vigilancia de Upsala, quien sabe mucho sobre las vacunas contra el PVH y fue la experta designada por la EMA para el estudio de una de ellas. Otra era Kim Varming, una inmunóloga interesada en las vacunas y experta en los daños causados por las reacciones autoinmunitarias. El tercero, John Brodersen, dirigió la defensa. La persona que desempeña esta labor debe estar empleada por la universidad en un puesto superior, lo que limitaba las opciones, pero Brodersen cuenta con una amplia experiencia en la detección del cáncer y trabaja en el Departamento de Medicina General, lo que me pareció ideal.
En marzo de 2015, tres meses antes de que la EMA empezara a evaluar los daños de las vacunas contra el PVH, la cadena danesa TV2, una de las más importantes del país, emitió un documental sobre los daños sufridos por algunas niñas tras la vacunación.[293] El anuncio del programa decía que alrededor de mil, o una de cada quinientas niñas vacunadas, habían informado a la Junta Nacional de Salud sobre efectos secundarios, 283 de los cuales fueron graves. El documental, que era muy bueno, afirmaba que nadie sabía con certeza si los síntomas estuvieron causados por la vacuna. Sin embargo, aquello desató una oleada de protestas contra la cadena por parte de las autoridades y de organizaciones con intereses especiales, como la Sociedad Danesa contra el Cáncer, lo que tuvo como resultado que los editores no se atrevieran a tocar este tema de nuevo.
El programa ejerció un efecto espectacular. A pesar de que la vacuna es gratuita, la cobertura bajó del 90 % a solo el 25 % en dos años.[294] Un portavoz de la Junta Nacional de Salud advirtió de que esto podía causar muertes, pero la junta fue criticada por su sordera. Una candidata en salud pública denunció que la Sociedad Danesa contra el Cáncer había censurado su página de Facebook, en la que criticó la vacuna. El hecho de que TV2 constatara que la Junta Nacional de Salud no comunicaba las advertencias cuando se las solicitaban en virtud de la ley de libertad de información hizo poco por reforzar la credibilidad de las autoridades.
La junta reconoció que no había dicho toda la verdad sobre la seguridad de la vacuna, y añadió que debía expresarse con más transparencia y compromiso. Ya en 2013 se había publicado en los periódicos una serie de artículos críticos sobre la vacuna, y el documental televisivo se centraba en que las niñas se sintieron maltratadas por el sistema sanitario.
La Junta Nacional de Salud reaccionó con considerable arrogancia en todo momento, y aunque aportaron múltiples referencias en favor de su postura, al igual que ocurrió con la revisión Cochrane de las vacunas contra el PVH, había una omisión flagrante: el importante estudio llevado a cabo por el Centro de Vigilancia de Upsala.[295]
El director de la junta, Søren Brostrøm, habló de hechos alternativos cuando los investigadores se mostraron escépticos ante el trabajo realizado por las farmacéuticas y la EMA. Además, lanzó la idea de que la gente se oponía a la vacuna porque vivimos en «la era de la posverdad». En ocasiones, los comentarios denigrantes como estos pueden tener el efecto contrario al deseado.
En agosto de 2017, durante una reunión de la Asociación Médica Danesa, informé a los participantes de la deficiente labor de la EMA y de que no se habían ejecutado ensayos controlados con placebo. Brostrøm se puso muy violento y alegó que había un ensayo en el que cuatro mil pacientes recibieron un placebo, y que yo me había metido en un jardín y podía estar equivocado. Le respondí que no me metía en jardines, sino que estaba en mi sitio, ya que, a diferencia de él, no había afirmado nada sobre la seguridad o los daños de las vacunas.
Seis meses más tarde, en un artículo de periódico destinado a difamarme,[296] Brostrøm dijo que yo me dedicaba a buscar un pelo diminuto en la sopa médica en lugar de mirar la sopa, y criticó que malgastara mis energías en quejarme de la EMA.
Así las cosas, el tratamiento oficial de la polémica sobre la vacuna contra el PVH (fingir que tenemos suficientes conocimientos cuando no es cierto) ha hecho que muchas personas pierdan la confianza en las autoridades. En Japón, donde se ha registrado una cifra inusualmente alta de daños, las autoridades ya no la recomiendan, y el índice de vacunación ha disminuido del 80 % a menos del 1 %.
En Dinamarca, por el contrario, ha aumentado la cobertura, pero esta solo alcanza alrededor del 60 % en muchas zonas. La Junta de Salud ha descrito el bajo índice de vacunación como una catástrofe a la vuelta de la esquina si no se hace nada por evitarlo. Sinceramente, yo no creo que se avecine catástrofe alguna, tal como explico en el apartado siguiente. En todo caso, puede que sea una catástrofe para Brostrøm. A fin de cuentas, varios directores de la Junta Nacional de Salud fueron despedidos en el pasado por no estar a la altura de las expectativas políticas.

 

¿Hay que vacunar a las niñas?
Para reducir el riesgo de contraer cáncer de cuello uterino, la alternativa a la vacuna pasa por la realización de pruebas de detección o cribado. De hecho, las pruebas de detección son muy efectivas, y es posible localizar cambios celulares que pueden extirparse mucho antes de que se conviertan en cáncer al cabo de los años.
Además, como la vacuna contra el PVH solo proporciona una protección parcial, es recomendable hacerse las pruebas aunque se esté vacunado. Así pues, la vacunación podría parecer ilógica, pero no lo es. Debido a la frecuencia de los cambios celulares detectados, el cribado da lugar a muchas conizaciones (extirpación de parte del cuello uterino). La conización puede provocar hemorragias graves y duplica el riesgo de parto prematuro, de alrededor del 5 % al 11 %.[297] Se trata, por tanto, de un daño considerable, pero es posible reducirlo. Muchos de esos cambios celulares no se convierten nunca en cáncer, y a menudo desaparecen por sí mismos. De este modo, siempre existe la posibilidad de adoptar un enfoque de «esperar y ver», lo que podría reducir las conizaciones de manera sustancial.[298]
Los estudios sugieren que la vacuna ofrece una protección que no se limita a los tipos de PVH a los que se dirige. En Escocia, la vacunación bivalente contra los tipos 16 y 18 dio lugar a una disminución del 86 % de la neoplasia intraepitelial del cuello uterino de grado 3 (que no es cáncer; también se denomina carcinoma localizado en estadio 0) y a cierta inmunidad colectiva.[299] Una revisión sistemática determinó que la prevalencia del PVH 16 y 18 disminuyó en un 83 % entre las jóvenes, y la del PVH 31, 33 y 45 en un 54 %.[300] Las verrugas anogenitales disminuyeron un 67 % entre las chicas y un 48 % entre los chicos.
La controversia de la vacuna contra el PVH es un ejemplo típico del choque entre la salud pública y la individual, que también vimos en las vacunas contra la gripe. Desde el punto de vista de la salud pública, se puede afirmar que el cáncer de cuello uterino es una enfermedad terrible; que se pueden evitar muchas muertes mediante la vacunación; que los daños son triviales en comparación con los beneficios, y que todas las personas de un determinado grupo de edad deberían vacunarse. Sin embargo, como individuos, siempre hay que preguntarse: «¿Qué saco yo de esto?». Casi nadie muere de cáncer de cuello uterino. En Dinamarca, por ejemplo, son unas cien personas al año, mientras que unas catorce mil, incluidos los dos sexos, fallecen a causa del tabaco. Por lo tanto, conseguiríamos mucho más si utilizáramos esos recursos para evitar que los jóvenes empiecen a fumar, en lugar de convencer a sus padres de que sus hijas e hijos deben vacunarse contra el PVH.
Una cuestión clave es que ignoramos qué efectos tiene. Las vacunas reducen el riesgo de infección de algunas cepas del PVH que se sabe que causan cáncer y el riesgo de cambios celulares, pero solo protegen frente al 70 % de las cepas a las que se dirigen, mientras que otras cepas pueden causar cáncer. Aún no sabemos si estas otras cepas tomarán el relevo, o durante cuántos años protegerán las vacunas, pero sí sabemos que los virus mutan. Es muy probable que las vacunas reduzcan las muertes por cáncer de cuello uterino, pero es algo que no se ha documentado todavía.
Otra cuestión clave es cuándo llegará el beneficio esperado. La propaganda se centra en las jóvenes, pero cerca de la mitad de las mujeres que mueren de cáncer de cuello uterino tienen más de 70 años. Solo unas doce danesas menores de 45 mueren al año a causa del cáncer de cuello uterino. Si suponemos que todas las niñas de 12 años se vacunan y que la vacuna tiene una eficacia del 70 %, entonces se salvarán unas ocho mujeres cada año.
En Dinamarca hay unas 32.000 niñas de 12 años. En tal caso, si podemos salvar a ocho cada año, eso significa que habría que vacunar a cuatro mil para salvar a una, lo que representa un beneficio muy pequeño. Y, en realidad, ni siquiera estamos seguros de si esta estimación es correcta. Si la abundante propaganda hace creer a las mujeres que están a salvo y no tienen que someterse a pruebas de detección, habrá más casos de cáncer de los previstos.
La tercera cuestión clave es que desconocemos cuál es el número de personas que hay que vacunar para perjudicar seriamente a una. No podemos deducirlo de los ensayos aleatorizados, no solo por la falta de controles con placebo, sino también porque las empresas farmacéuticas han tratado de evitar activamente el registro de cualquier daño. Algunos médicos han sido cómplices de esto, y otros han insinuado que lo que tenían estas chicas eran problemas psicológicos. Tal vez sea así a veces, pero afirmarlo de todas, aparte de incorrecto, es también insultante.
Una revisión de los ensayos publicados desde 2017 detectó más muertes en los grupos de la vacuna que en los grupos de control (14 frente a 3; p = 0,01).[301] También mencionaba un amplio ensayo que comparó el Gardasil de 9 valencias con el Gardasil de 4 valencias en 14.215 mujeres.[302] En él se observaron reacciones locales mucho más graves con la vacuna de 9 valencias (272 casos de inflamación frente a ciento nueve). Un anexo reveló también que se produjeron acontecimientos adversos generales más graves entre las niñas que recibieron la vacuna de 9 valencias que entre las que recibieron la de 4 valencias (3,3 % frente a 2,6 %; p = 0,01). El número necesario para perjudicar fue de solo 141, y sin duda habría sido aún menor si el grupo de control no hubiera recibido también Gardasil.
Este resultado indica que, contrariamente a los mensajes tranquilizadores de la EMA, los adyuvantes son perjudiciales no solo a nivel local, sino también general. El Gardasil 9 contiene 500 μg de adyuvante de aluminio, mientras que el Gardasil 4 contiene 225 μg. Sin embargo, los autores del ensayo consideraron que únicamente cuatro de los cuatrocientos dieciséis acontecimientos adversos graves estaban relacionados con la vacuna. Resulta interesante que los investigadores clínicos, muchos de los cuales presentaban diversos conflictos de intereses con los fabricantes de vacunas, decidieran que solo el 1 % de los acontecimientos adversos graves estaban relacionados con la vacuna. ¿Dónde se publicaron estos datos? En el New England Journal of Medicine, claro, al que uno de mis colegas ha renombrado como New England Journal of Medicalisation (Revista de medicalización de Nueva Inglaterra, en lugar de Revista de medicina). ¿Y cómo pudieron llegar a tal conclusión cuando ambos grupos recibieron Gardasil? Sencillamente, no tiene sentido.
En mayo de 2018, la base de datos de farmacovigilancia de la OMS, VigiBase, gestionada por el Centro de Upsala, registró 499 muertes relacionadas con la vacuna contra el PVH. Cuesta saber cuántas de estas muertes se debieron a la vacuna y cuántas fueron fortuitas, pero en algunos casos no hay duda de que la vacuna fue la causante.
En España, una joven con asma sufrió un grave empeoramiento tras recibir la primera inyección de la vacuna. A pesar de ello, le pusieron una segunda inyección al mes siguiente, presentando disnea grave y convulsiones doce horas más tarde. Ingresó en la unidad de cuidados intensivos, donde murió dos semanas después. La resolución judicial determinó que había existido una relación causal con la vacuna.[303]
En Suecia, una niña se ahogó en la bañera tras la vacunación. Según la información que recibí del Centro de Vigilancia de Upsala, la niña mostró síntomas durante las dos semanas siguientes a la primera vacuna, y su evolución clínica estuvo marcada por el dolor de cabeza, la fatiga y los síncopes. Fue remitida a un neurólogo pediátrico que le diagnosticó epilepsia basándose en ciertos cambios leves en el electroencefalograma. En realidad, es más probable que se ahogara por un síncope que por una epilepsia.
Ningún alto cargo oficial quiere reconocer los daños. En 2013, la OMS introdujo nuevos criterios para determinar la relación de causalidad entre los distintos acontecimientos adversos y la vacunación[304] que hacen que sea casi imposible detectar las señales de daños graves (incluidas las muertes). Nunca he visto tantos comentarios críticos en PubMed como los que hay en el resumen sobre los nuevos criterios de la OMS. Ambos textos resultan escalofriantes de leer.[305]
Como dije antes, la abundante propaganda sobre la seguridad de las vacunas contra el PVH ha conseguido que muchos médicos no informen de sus sospechas de daños graves, ya que saben que pueden verse en problemas.
En septiembre de 2008, cuando acababa de empezar el programa de inmunización de Cervarix, Kent Woods, jefe de la Agencia de Medicamentos del Reino Unido, envió una carta a los médicos pidiéndoles que informaran de cualquier sospecha de reacciones adversas. Un año más tarde, Woods envió una segunda carta mencionando que se habían publicado artículos en los periódicos sobre acontecimientos adversos, como la fatiga crónica, pero que, a juzgar por el número de acontecimientos notificados en comparación con los previstos, no había motivos para creer que existiera un vínculo causal. Como entonces se les dijo a los médicos que sus informes no habían servido para identificar problemas, es probable que la segunda carta disuadiera a unos cuantos de informar no solo sobre la fatiga crónica, sino también sobre los síntomas de POTS y SDRC. La carta se envió cuando se estaba llevando a cabo un estudio que fue utilizado por la EMA en noviembre de 2015 para disipar los temores sobre los graves daños neurológicos ocasionados por las vacunas contra el PVH.[306] Todos los autores del artículo que informaba sobre esta investigación, que no citaba la segunda carta de Wood, eran empleados de la Agencia de Medicamentos del Reino Unido.
No obstante, a pesar de todas las garantías de seguridad, el número de reacciones adversas comunicadas espontáneamente al organismo británico de regulación farmacéutica durante un periodo de diez años, que finalizó en abril de 2015, superó con creces el de cualquier otra vacuna o combinación de vacunas.[307]
Por supuesto, se han elaborado varios estudios de observación en respuesta a la sospecha de daños, pero, a diferencia de los mejores estudios de la vacuna contra el sarampión que rechazaron la hipótesis de que esta causara autismo, ninguno ha sido convincente. Cuando los daños graves son muy raros y difíciles de diagnosticar, y cuando tanto las empresas farmacéuticas como las autoridades contribuyen a la falta de notificación asegurándonos que no hay nada de que preocuparse, es fácil que se pasen cosas por alto.
Sorprendentemente, hay poquísimos estudios de este tipo. En junio de 2019, una búsqueda en PubMed sobre el POTS y la vacuna contra el PVH arrojó solo veintisiete resultados, ninguno de los cuales describía estudios que hubieran comparado a mujeres vacunadas con mujeres sin vacunar.
La revisión de los ensayos publicados a partir de 2017 que acabo de mencionar fue objeto de duras críticas por parte de una página científica danesa[308] que, si bien se supone que es neutral, publica artículos bastante positivos sobre las vacunas contra el PVH. De hecho, se llegó a plantear que dicha revisión se acercaba a la falta de ética. En mi opinión, las críticas carecían de fundamento; más bien se trataba de que a sus detractores no les gustó lo que habían averiguado los investigadores y querían proteger la reputación de las vacunas a toda costa.
Los autores no solo habían revisado los ensayos aleatorizados, sino también las series de casos de acontecimientos adversos posteriores a la comercialización, aunque fueron recriminados por no haber incluido tres estudios. Estas críticas estaban fuera de lugar.
Resulta que, al utilizar la estrategia de búsqueda de los autores (sobre la vacuna contra el PVH y los diagnósticos asociados a esta: síndrome de dolor regional complejo, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, síndrome de taquicardia postural ortostática e insuficiencia ovárica), tampoco encontré los tres estudios en PubMed. Pero como los críticos creyeron que eran importantes, voy a hablar de ellos.
Uno de los estudios incluyó a casi cuatro millones de mujeres de Dinamarca y Suecia, de las cuales se vacunaron alrededor de ochocientas mil.[309] No se observó un aumento del riesgo de esclerosis múltiple u otras enfermedades desmielinizantes, lo cual resulta poco interesante, ya que estas enfermedades no figuran entre los «sospechosos habituales».
En un estudio danés se descubrió que trescientas dieciséis mujeres vacunadas habían aumentado el número de visitas médicas durante los dos años anteriores a la recepción de la primera vacuna contra el PVH, en comparación con 163.910 controles.[310] Así, sus autores llegaron a la conclusión de que debía tenerse en cuenta la morbilidad previa antes de evaluar las señales de seguridad de la vacuna. No es mal consejo, pero me surgen dos dudas. En primer lugar, los incrementos fueron pequeños, de entre 1,5 y 2 veces, y el extremo inferior de los intervalos de confianza se aproximó a uno, lo que en los estudios de observación significa que estas diferencias bien pudieron deberse a una confusión. Además, aunque fueran ciertos, tales resultados no llegaron de forma inesperada. Brinth observó que muchas de las niñas con POTS eran deportistas de élite, con lo que se esperaba que consultaran a los médicos más a menudo que otras personas a causa de lesiones, enfermedades del aparato digestivo o locomotor, que recibieran más sesiones de fisioterapia y que acudieran con más frecuencia al psicólogo o al psiquiatra. Por ejemplo, se sabe que la natación competitiva es muy exigente y conlleva aumentos de las variables concretas sobre las que informaron los investigadores.
En el tercer estudio, los investigadores habían incluido a 70.265 mujeres suecas (de las cuales estaban vacunadas el 16 %) que padecían al menos una de las cuarenta y nueve enfermedades autoinmunitarias prescritas, y buscaron enfermedades autoinmunitarias de reciente aparición en los ciento ochenta días siguientes a la vacunación.[311] Finalmente se constató una ligera reducción del riesgo de nuevas enfermedades, con un índice de incidencia de 0,77 (IC de 0,65 a 0,93), lo que resulta tranquilizador pero poco convincente, ya que el extremo superior del intervalo de confianza se aproximaba a uno.
Esos estudios no logran disipar la sospecha de que la vacuna contra el PVH cause daños neurológicos y otros perjuicios graves en las personas susceptibles. Es necesario que la investigación se centre en el estudio de las mujeres afectadas en lugar de en grandes estudios epidemiológicos, que no pueden darnos una respuesta. Un ejemplo clásico es el del síndrome de Guillain-Barré y la vacuna antitetánica. A pesar de que numerosos estudios de observación no han demostrado un aumento del riesgo del síndrome entre la población, existe el famoso caso de un hombre de 42 años que recibió el toxoide tetánico en tres ocasiones durante trece años y sufrió un episodio autoinvolutivo de Guillain-Barré tras cada una de ellas.
Como dije anteriormente, los síntomas de la disautonomía son tan difusos que a menudo se pasan por alto, no solo por los médicos sino también por los investigadores que estudian las bases de datos de los acontecimientos adversos notificados. En los Estados Unidos, por ejemplo, se analizaron los informes de POTS presentados al VAERS[312] de 2006 a 2015. Y aunque hubo un gran número de avisos por la vacuna contra el PVH (40.735), solo se contabilizaron veintinueve que «cumplían plenamente con los criterios de diagnóstico».
En Dinamarca se registraron veintiséis casos de POTS después de la vacunación, más o menos lo mismo que en los Estados Unidos, a pesar de que su población es sesenta veces superior. Dado que los resultados daneses se evaluaron cuidadosamente, las cifras estadounidenses parecen bastante inciertas y hablan por sí solas de lo poco fiables que son los estudios de observación en esta área.
Todos los investigadores estadounidenses estaban empleados por los CDC o la FDA, organismos a los que no les interesa encontrar perjuicios en las vacunas. Quizás deberían haber buscado más en la base de datos del VAERS.
En otro estudio, publicado en 2009, solo tres años después de la aprobación del Gardasil en los Estados Unidos, los investigadores de los CDC informaron de que el acontecimiento adverso más notificado era el síncope, con 8,2 informes por cada cien mil dosis; los dos siguientes fueron las reacciones locales en el punto de inyección (7,5) y los mareos (6,8).[313] El 90 % de los síncopes se produjeron el mismo día de la vacunación, y hubo doscientas caídas que provocaron una lesión en la cabeza.
Las autoridades deberían haber prestado atención a los daños de las vacunas en lugar de obviarlas, como hizo la EMA. Las señales de los posibles daños provenían en su mayor parte de tres países: informes espontáneos de síndrome de dolor regional complejo (SDRC) en Japón,[314] de POTS en Dinamarca[315] y de fatiga prolongada en los Países Bajos.[316]
La EMA declaró en 2015 que «los beneficios de las vacunas contra el PVH siguen superando sus riesgos». Pero esta afirmación plantea cuatro problemas: no sabemos cuáles son los beneficios, no se trata solo de riesgos teóricos, sino de daños reales, no sabemos lo suficiente sobre cuáles son los daños, y la comparación entre beneficios y daños es subjetiva, ya que son diferentes. La única manera de compararlos de manera objetiva e indiscutible sería si fueran iguales, por ejemplo, las muertes.
Mi mujer es profesora de Microbiología Clínica. Los dos recibimos las vacunas recomendadas cuando éramos pequeños y se las pusimos a nuestras hijas. De hecho, no nos dimos cuenta de que las vacunas fueran un problema hasta que le ofrecieron la del PVH a nuestra hija mayor en 2008. Ya por aquel entonces se debatía acerca de los riesgos inusuales pero graves que podía causar, y tuvimos dudas al respecto. Al final las vacunamos a las dos, pero ahora, después de haber investigado por mi cuenta, no lo habríamos hecho.
Simplemente hay demasiadas incógnitas, y la detección es una alternativa muy eficaz.
Lo que hace falta son grandes ensayos aleatorizados y realizados con independencia de la industria farmacéutica. Tales ensayos podrían comparar diferentes vacunas, y las vacunas frente a ningún tratamiento o un placebo salino, llevando a cabo un control riguroso de los daños, por ejemplo, mediante pruebas objetivas como las de basculación para diagnosticar el POTS.

 

¿Hay que vacunar a los niños?

 

El primer resultado de la búsqueda en Google sobre la vacunación de niños contra el PVH es un informe de los CDC. Aunque no son una fuente de fiar, vamos a ver qué argumentos ofrecen.[317]
El titular: «En los Estados Unidos, más de trece mil hombres contraen cáncer cada año a causa del papilomavirus humano (PVH). La vacuna podría evitar la mayoría».
Asustar a la gente con cifras elevadas constituye el arquetipo de la propaganda sanitaria.
¿Cuántos hombres son los que mueren de cáncer y a qué edad? De eso no se dice nada.
«Las infecciones del PVH pueden ocasionar cáncer en la parte posterior de la garganta (cáncer orofaríngeo), de ano y de pene en los hombres. El cáncer orofaríngeo ha superado al de cuello uterino como el más común de los causados por el PVH. A diferencia del cáncer de cuello uterino en las mujeres, en este caso no se recomienda que se practiquen pruebas de detección». Bien, lo entiendo. Es peor que el cáncer de cuello uterino. Sin duda, habría que vacunar a todos los chicos. Pero ¡ay! Si empleamos esa clase de argumento, es el tabaquismo lo que deberíamos combatir, no la infección del PVH.
«Aproveche cualquier visita al médico, como la revisión anual o las pruebas físicas para los deportes, el campamento o la universidad, para consultar qué vacunas necesitan sus hijos preadolescentes y adolescentes».
Vaya por Dios. La sanidad estadounidense da mucho miedo. ¡Despertad de una vez! Los reconocimientos médicos anuales son inútiles y probablemente perjudiciales.[318] ¿Y por qué diablos hay que hacerse pruebas físicas antes de practicar deportes, ir a un campamento o a la universidad? Así pues, no «consultes al médico» y niégate si las sugiere.
«La vacuna contra el PVH proporciona una protección segura, eficaz y duradera contra estos tipos de cáncer». ¿En serio? ¿Sabemos si proporciona una protección segura y eficaz contra estos tipos de cáncer en niños y homosexuales? Pues no. El enlace sobre seguridad de los CDC solo menciona el efecto obtenido en las mujeres.
Busquemos el número anual de muertes por cáncer en los hombres. En los Estados Unidos, las muertes por cáncer de faringe, ano o pene (y los tejidos circundantes) representaron el 1 % de la mortalidad total por cáncer.[319] Si la vacuna contra el PVH ofrece una protección del 70
%, significa que el 0,7 % de todas las muertes masculinas por cáncer se podrían evitar con la vacuna.
En resumen, todo sería más fácil y se salvarían más vidas gastando el dinero público con mayor prudencia que entregando grandes sumas a Merck y GlaxoSmithKline para vacunar a los niños contra el PVH.

 

La encefalitis japonesa: un ejemplo práctico

 

 

He analizado en profundidad tres vacunas que suelen aparecer en los medios de comunicación y que son muy diferentes en cuanto a si las necesitamos y a quién debemos creer.
En un extremo se encuentra la vacuna contra el sarampión, que deberíamos ponernos todos. En este caso, las autoridades tienen razón en sus recomendaciones, y los padres y otras personas que piensan que causa autismo se equivocan. En el otro extremo está la vacuna contra la gripe, que creo que no debemos utilizar. Las autoridades, incluida la OMS, han publicado mucha información extremadamente engañosa al respecto. Entre ambas se sitúa la vacuna contra el PVH, que despierta mucha polémica. No es necesaria porque la detección del cáncer de cuello uterino resulta muy eficaz; además, las autoridades han sido poco sinceras en cuanto a las numerosas dudas relacionadas con la vacuna y su adyuvante, y los padres que han informado de graves daños neurológicos a menudo han tenido razón.
A continuación, daré un ejemplo de cómo buscar las pruebas uno mismo en lugar de confiar ciegamente en las autoridades.
A la gente que viaja a otros países se le ofrecen muchas vacunas, pero no todas son igual de importantes. Deberíamos tratar de encontrar un equilibrio entre los beneficios y los daños, y distinguir en qué momento se inclinan en una u otra dirección. Ya traté este ejemplo con anterioridad,[320] pero voy a ampliarlo aquí.
Imagina que el riesgo de infectarse durante una estancia de dos semanas en un país tropical es de uno entre mil. Este cálculo es un tanto delicado, ya que el riesgo puede variar según la época del año, por ejemplo si la infección se transmite por mosquitos, y puede aumentar durante las epidemias. Si el riesgo de padecer una complicación grave de la enfermedad es de uno entre cincuenta, entonces el riesgo de sufrir daños graves sin la vacuna será de uno entre cincuenta mil (1.000 x 50). Si el prospecto de la vacuna u otros datos en línea indican que el riesgo de sufrir daños graves a causa de la vacuna es de uno entre diez mil, significa que se puede viajar a esos lugares cinco veces sin vacunarte ni exponerte a un riesgo mayor de sufrir daños graves que con la vacuna.
Cabe señalar que este ejemplo está algo simplificado. Así, los daños de la infección no son los mismos que los de la vacuna, a menos que solo nos interese el riesgo de muerte con y sin vacunación, en cuyo caso son directamente comparables.
A veces se recomienda vacunarse contra la encefalitis japonesa, pero ¿cuál es el riesgo de contagio? Al buscar en Google el término «encefalitis japonesa», aparecen varias sugerencias mientras se teclea, incluida la incidencia, que es el número de casos anuales. El primer enlace lleva a la OMS, que afirma que la incidencia anual de las enfermedades clínicas varía tanto entre los países endémicos (zonas en las que la enfermedad se presenta regularmente) como dentro de ellos, y que oscila entre menos de uno y más de diez casos por cada cien mil habitantes o más durante los brotes.[321] Una revisión de las publicaciones consideró que cada año se producen casi 68.000 casos clínicos en el mundo, con una tasa de mortalidad de alrededor del 25 %. La enfermedad afecta ante todo a los niños. La mayoría de los adultos de los países endémicos gozan de una inmunidad natural después de haberse infectado en la infancia.
Si aplicamos la estimación de alto riesgo de infección, diez por cada cien mil (o uno entre diez mil), obtenemos el riesgo en dos semanas dividiéndolo por veintiséis, es decir, uno entre doscientos sesenta mil.
De los que sobrevivan, entre el 20 % y el 30 % sufrirán secuelas intelectuales, conductuales o neurológicas permanentes, como parálisis, convulsiones recurrentes o incapacidad para hablar. Aunque no existe una cura, según la OMS «hay vacunas seguras y eficaces disponibles».[322] Nunca deben creerse estas afirmaciones tan tranquilizadoras, que forman parte de la jerga de la industria. Nada es a la vez seguro y eficaz; la eficacia siempre tiene un precio. Tendrás que averiguar con qué frecuencia resultan gravemente perjudicadas las personas que se vacunan y las que no, y cuáles son los daños.
En el ámbito sanitario, casi nunca se utiliza el término daños. Se habla de efectos secundarios, lo que es un eufemismo para referirse a lo inevitable: el hecho de que algunas personas se verán perjudicadas y en casos raros incluso morirán después de vacunarse.
Mientras que esta tradición continúe, lo mejor será investigar los efectos secundarios que puedan surgir. También son útiles los términos como reacciones adversas, acontecimientos adversos, efectos adversos y daños.
En cualquier caso, al final opté por buscar en Google «daños vacuna encefalitis japonesa». En un informe de 1996 se señalaba que el 54 % de las personas vacunadas notificaron uno o más efectos adversos; el 2,2 % de las que notificaron reacciones (es decir, el 1 %) solicitaron asesoramiento médico; y el 1,8 % (1 %) perdieron una media de 2,2 días de trabajo.[323] Los autores observaron que la cantidad de reacciones generales podía indicar un riesgo de reacciones anafilácticas graves; asimismo, indicaron que la encefalitis japonesa es una enfermedad extremadamente rara entre los viajeros.
A continuación, dado que los daños graves suelen minimizarse u omitirse (la mayoría de las entradas que miré se referían a efectos secundarios comunes), incluí a la FDA en mi búsqueda. Cuando lo hice en 2017, el primer resultado fue el prospecto de una vacuna comercializada por Sanofi Pasteur. En él se decía que no se debían emprender viajes internacionales en los diez días posteriores a la vacunación debido a la posibilidad de que se produjeran reacciones alérgicas tardías, y que era preciso disponer de un acceso inmediato a la atención médica.
La información obtenida hasta ese momento no describía precisamente una vacuna con daños triviales, pero la cosa fue a peor. Las reacciones adversas incluían urticaria generalizada inmediata (ronchas) y angioedema (ronchas de gran tamaño), que podrían retrasarse y afectar a las extremidades, el rostro y la orofaringe. Un texto con un lenguaje muy técnico, que los pacientes no entienden. Por lo tanto, no entienden lo peligrosas que son estas reacciones y que podrían matarlos por asfixia.
En el documento también se advertía que la decisión de administrar la vacuna debía mantener el equilibrio entre los riesgos de exposición al virus y aparición de la enfermedad, la disponibilidad e idoneidad de los repelentes y otras medidas de protección, y los efectos secundarios de la vacunación.
Es muy poco habitual leer algo así en un prospecto. Estoy convencido de que no fue a Sanofi Pasteur a quien se le ocurrió esta idea, sino que la FDA le pidió que lo incluyera porque a la agencia le preocupaba la seguridad de la vacuna.
Los efectos secundarios generales (sobre todo la fiebre, el dolor de cabeza, el malestar, el sarpullido y otras reacciones, como escalofríos, mareos, mialgia [dolor muscular], náuseas, vómitos y dolor abdominal) se notificaron en aproximadamente el 10 % de los vacunados. En muy raras ocasiones, se han producido muertes por encefalitis asociada a una vacuna.
¡Pues vaya vacuna! Lo que echo de menos en el prospecto es la información sobre el número de muertes causadas. También me habría gustado ver el dato de que la encefalitis japonesa se transmite por los mosquitos, lo que significa que los mosquiteros y los repelentes de insectos ofrecen una buena protección. Puesto que la vacuna puede ser mortal, habrá situaciones en las que mueran más personas por estar vacunadas que por infectarse, lo que dependerá del riesgo de infección y de la precaución que se tenga para evitar las picaduras de mosquito.
A veces tendremos que tomar decisiones a partir de una base insuficiente, como en este caso. En mi opinión, la mayoría de las personas que viajan a zonas endémicas deberían evitar vacunarse. Aunque he visitado los trópicos en muchas ocasiones, nunca me he vacunado contra la encefalitis japonesa porque sabía que el riesgo de infección era extremadamente bajo. La OMS también tiene sus reservas y solo recomienda la vacunación a los viajeros que vayan a pasar mucho tiempo en zonas endémicas.
El Manual danés para pacientes aconseja la vacunación cuando se vaya a estar más de cuatro semanas, y durante periodos más cortos si hay brotes de la enfermedad.
Los CDC dicen que te vacunes si así se recomienda: «Hable con su médico sobre sus planes de viaje. Puede ayudarle a decidir si necesita la vacuna contra la encefalitis japonesa en función de la duración del viaje, las zonas que vaya a visitar y sus actividades previstas».[324]
Las recomendaciones danesas indican que si te vas una semana de vacaciones a Tailandia, solo deberás vacunarte si hay un brote de la enfermedad. En los Estados Unidos, lo más probable es que el médico te convenza de que te vacunes de todos modos, por tu propia seguridad, y para evitar una demanda por negligencia en caso de que te ocurra algo. La recomendación es típica de este país, donde los anuncios de medicamentos de la televisión siempre acaban diciendo: «Consulte a su médico». Sin embargo, en un contexto tan incierto, es poco probable que tu médico esté cualificado para orientarte. Más bien se trata de que las autoridades evitan toda responsabilidad pasando la pelota a otros. Al igual que los médicos, las organizaciones se protegen mediante un exceso de precaución, ya que si alguien muere, pueden señalar el hecho de que ya lo advirtieron.
Y en el fondo, no les culpo, pues se encuentran en una posición difícil. Con todo, mi conclusión es que debemos buscar la verdad por nosotros mismos en vez de seguir ciegamente los consejos oficiales. Sin embargo, como no quiero que me demande ningún poderoso abogado americano, aclaro que no doy ningún consejo sobre si vacunarse o no, sino que me limito a poner un ejemplo. Al fin y al cabo, se trata de una decisión personal e intransferible.
Los programas
de vacunación infantil

 

 

Los programas de vacunación infantil difieren mucho de un país a otro, lo que no solo refleja el grado de riqueza de cada uno, sino también las distintas interpretaciones de las pruebas, las presiones políticas y el cabildeo de la industria (que a menudo viene a ser lo mismo).
El programa danés de vacunación infantil ofrece inmunización gratuita contra la difteria, el tétanos, la tosferina, la poliomielitis, el Hib (Haemophilus influenzae de tipo b), los neumococos, el sarampión, las paperas, la rubéola y el papilomavirus humano (PVH) a las chicas de 12 a 18 años.[325]
En los Estados Unidos se recomiendan las mismas diez vacunas, pero hay siete más: hepatitis B, rotavirus, gripe (anual), varicela, hepatitis A, meningitis ACWY y meningitis B.
[326]
En el Reino Unido son dieciséis las vacunas recomendadas.[327] Con respecto a los Estados Unidos, la varicela y la hepatitis A no se incluyen.
Teniendo en cuenta que desde hace unos años el sistema sanitario británico se ha ido pareciendo cada vez más al estadounidense, no es de extrañar que las indicaciones sean similares. La semejanza también salta a la vista en cuanto a la escasa rentabilidad del dinero invertido.[328] La esperanza de vida con buena salud es menor en el Reino Unido que en la mayoría de los demás países europeos, y la prevalencia de las enfermedades crónicas y la discapacidad se sitúa entre la de los Estados Unidos y la del resto de Europa. Como es obvio, no estoy insinuando que la razón de sus malos resultados sanitarios se deba a un aumento de las vacunaciones. Los motivos principales son el aumento de la privatización, la creciente especialización de la atención médica y el mayor uso de las pruebas de detección, con el consiguiente sobrediagnóstico y sobretratamiento.[329]

 

La difteria, el tétanos, la polio, la tosferina y la gripe por Haemophilus influenzae de tipo b

 

Estas son las vacunas que suelen administrarse a los lactantes, en grupos de edad que varían de un país a otro, e incluso dentro de un mismo país. Existen vacunas trivalentes (difteria, tétanos y poliomielitis o tosferina), tetravalentes (las cuatro, con revacunación a los cinco años) y pentavalentes (las cinco, u otras combinaciones). Aparte de la polio, dichas enfermedades son ocasionadas por bacterias.
Ninguna de las vacunas múltiples contiene microorganismos vivos atenuados. Tal como han demostrado los estudios de Aaby, de momento no sabemos lo que hacemos cuando mezclamos varias vacunas (véase el capítulo 1). Su grupo de investigación descubrió que los microbios vivos disminuyen la mortalidad total, mientras que los microbios muertos la aumentan; que la secuencia de administración parece ejercer una influencia considerable (y que siempre es mejor finalizarla con microbios vivos); y que el efecto podría ser diferente en las niñas que en los niños.
Estos resultados hacen que sea muy difícil escoger la mejor opción, porque ninguno de los programas de vacunación infantil tiene en cuenta las conclusiones de Aaby. En Dinamarca se recomienda administrar la vacuna pentavalente a los 3 meses de edad, más una vacuna contra el neumococo, que contiene polisacáridos de la bacteria, pero no va seguida de una vacuna atenuada como la del sarampión. Las seis vacunas se repiten a los 5 y 12 meses, y a los 15 meses se pone la primera dosis de la triple vírica (contra el sarampión, las paperas y la rubéola, con microbios vivos atenuados). Por suerte, en la actualidad se está llevando a cabo al menos un ensayo en el que algunos niños reciben la triple vírica a los 6 meses, y otros a los quince.
Por lo general, la Wikipedia es un buen punto de partida para conocer los problemas por uno mismo. Por ejemplo, sobre el Haemophilus influenzae de tipo b, dice:[330] «Antes de la introducción de la vacuna conjugada, el Hib era una de las principales causas de meningitis, neumonía y epiglotitis (inflamación en la base de la lengua que puede ser mortal por asfixia) en los Estados Unidos, y se calcula que a principios de los años ochenta producía unos veinte mil casos anuales, sobre todo en menores de 5 años. Desde que comenzó la campaña de vacunación, la incidencia de la enfermedad ha disminuido en más del 99 %».
A la vista de estos datos, la vacunación parece ser el mejor método.
Las cinco enfermedades contra las que protege la pentavalente son tan espantosas que estoy convencido de que todos deberíamos vacunar a nuestros hijos, pero me siguen preocupando los estudios de Aaby (véase más adelante). Por ejemplo, preferiría que estuviera seguida por una de las vacunas atenuadas, lo que plantea la cuestión de en qué momento debemos atrevernos a poner tales vacunas a niños tan pequeños, con un sistema inmunitario aún inmaduro. En Guinea-Bisáu, la vacuna antituberculosa (BCG) y la antipoliomielítica se administran al nacer, y la vacuna contra el sarampión, a los 4 meses.
Estas cuestiones requieren estudios urgentes con ensayos aleatorizados lo bastante amplios para poder analizar los efectos de las vacunas sobre la mortalidad total. Hoy en día, nadie puede decir con seguridad cuál es la mejor opción. En tales circunstancias, considero que se debe aceptar el consejo de las autoridades. A pesar de que pueda ser engañoso a veces, existe un trabajo detrás. Efectivamente, hay personas que (esperemos que sin conflictos de intereses ni prejuicios) han revisado al menos una parte de la literatura científica (aunque con omisiones flagrantes e inexplicables, como he explicado en capítulos anteriores) y han hecho recomendaciones al respecto. Sin embargo, en el fondo siempre seré escéptico ante los anuncios oficiales, lo que ilustraré con un ejemplo sobre la OMS.
He estudiado en detalle un informe de la OMS de 2014 que parece haberse llevado a cabo en respuesta a las conclusiones de Aaby sobre el aumento de la mortalidad de la vacuna trivalente contra la difteria, el tétanos y la tosferina (DTP) en Guinea-Bisáu.[331] En él se evaluó el efecto de tres vacunas sobre la mortalidad total de lactantes y niños: la BCG (por el bacilo de Calmette y Guérin, contra la tuberculosis), la DTP y la del sarampión.
Actualicé las búsquedas bibliográficas de la OMS y encontré dos estudios muy pertinentes en los que Aaby y sus colegas habían mejorado sus investigaciones anteriores en respuesta a las críticas formuladas.[332] De este modo averiguaron que la vacuna DTP duplicaba la mortalidad (CR = 2,14; IC de 1,42 a 3,23) en comparación con los niños no vacunados, lo que confirmaba sus conclusiones anteriores. En uno de los estudios, que representa la mejor prueba de que disponemos, explicaron que las críticas del informe de la OMS no eran pertinentes o ya las habían tenido en cuenta. De hecho, comprobaron que cada uno de los sesgos documentados en su estudio de observación favorecía al grupo vacunado, es decir, que probablemente habían subestimado el efecto perjudicial de la vacuna DTP sobre la mortalidad.
También observaron que todos los estudios que analizaron conjuntos de datos reunidos con otros fines tendían a rebajar los daños. Uno de estos sesgos era el de la fragilidad, por el cual los niños con pronósticos más desfavorables solían ser vacunados más tarde o no se vacunaban en absoluto. Otro era el sesgo de supervivencia. Resulta que estos estudios hacen un seguimiento de los niños vacunados que sobreviven, mientras que los niños que murieron sin que se documentara su estado de vacunación se clasificaron como «no vacunados». Tales procedimientos introducen un sesgo sustancial, ofreciendo una tasa de mortalidad engañosamente alta en el grupo no vacunado, lo que dificulta la búsqueda de un posible aumento de la mortalidad por la DTP.
En resumen, considero que el informe de la OMS presenta grandes carencias. Aunque se indica que la mayoría de los estudios mostraron un efecto nocivo de la DTP, los autores llegaron a la conclusión de que los resultados no eran coherentes porque dos de ellos mostraban un efecto beneficioso. Además, en los estudios de observación siempre se producirá cierta heterogeneidad, y en esos dos no se encontró un efecto significativamente positivo sobre la mortalidad. Por otra parte, era evidente que existía en ellos un sesgo tan acusado que no deberían haber sido tenidos en cuenta.
Y encima, los autores no presentaron un resumen de las estimaciones porque el grupo de trabajo de la OMS había pedido que no se hicieran metanálisis. Esto supone una interferencia inaceptable por parte de un organismo que emplea a personas con numerosos conflictos de intereses financieros relacionados con las vacunas. A su vez, las razones esgrimidas para no realizar los metanálisis carecían de fundamento. Cuesta entender por qué se hizo esta petición tan inusual (que nunca he visto en otros casos), a menos que se dé por sentado que la OMS no quería correr el riesgo de recibir una revisión sistemática que insinuara que la vacuna DTP aumentaba la mortalidad total.
Después de leer el informe, los expertos de la OMS que desaconsejaron el uso del metanálisis afirmaron que los datos indicaban que tanto la vacuna contra el sarampión como la antituberculosa reducían la mortalidad por todas las causas. No obstante, tras comprobar esta afirmación mediante un metanálisis de los ensayos incluidos, descubrí que en realidad no había reducciones significativas de la mortalidad. Por lo tanto, dichos expertos no pudieron determinar que las vacunas atenuadas reducían la mortalidad total sin incluir también los resultados de los estudios sin aleatorización. En cambio, en lo referente a la vacuna antituberculosa, descartaron los estudios no aleatorizados. Se trata, pues, de una incoherencia inaceptable desde el punto de vista científico, sobre todo si se tiene en cuenta que los resultados de los estudios de cohortes de la vacuna BCG y de la vacuna contra el sarampión variaron tanto como los de la DTP.
Encontré otros problemas serios en el informe de la OMS, cosa que sorprende bastante porque dos de sus tres autores son investigadores veteranos de la Colaboración Cochrane. Se trata de la actual editora en jefe, Karla Soares-Weiser, y el estadístico Julian Higgins, que es editor del manual Cochrane de 636 páginas que describe cómo hacer revisiones sistemáticas de calidad. Curiosamente, estos utilizaron para el informe el método de recuento de votos de la OMS (¿cuántos estudios están a favor y cuántos en contra?), una práctica que se desaconseja en el manual Cochrane.
Otro problema importante es que las personas que aprueban un programa de vacunas son las mismas que decidirán si hay motivos para cambiar su propia recomendación. Es poco probable que alguien modifique una decisión previa, por muy sólidas que sean las pruebas que demuestren su error.[333] Aunque no se ha llevado a cabo ningún ensayo aleatorizado, la vacuna DTP ya está en el mercado y es ampliamente utilizada.
Aaby y sus colegas señalaron que la OMS llega al extremo de utilizar la vacuna DTP como ejemplo de una buena cobertura de la vacunación en general.[334] De hecho, la organización se esforzó por alcanzar un «objetivo de cobertura nacional del 90 %», con tres dosis de la vacuna en todos los países en 2015.[335] Algo así no debería suceder. Los indicadores de rendimiento del programa tendrían que ser aquellos que se sabe que mejoran el índice de supervivencia infantil.
Además de lo anterior, ahora nos encontramos en la extraña situación de que se ha invertido la carga de la prueba. En efecto, la OMS recomienda el uso de la vacuna DTP y parece exigir pruebas muy convincentes de que esta aumente la mortalidad antes de adoptar cualquier medida al respecto.
Evidentemente, esto supone un problema. A mi juicio, las conclusiones de Aaby son mucho más concluyentes que las del informe de la OMS, puesto que se basan en las mejores pruebas disponibles. Y estas pruebas nos dicen que es probable que la vacuna DTP aumente la mortalidad total en los países de ingresos bajos. Por lo tanto, creo que no se debería ofrecer esta vacuna a nadie sin un consentimiento plenamente informado que incluya ese dato. Por último, es necesario realizar más ensayos en los que, por ejemplo, uno de los grupos reciba una vacuna atenuada poco después.
Las paperas
La vacuna contra las paperas se suele administrar como parte de la triple vírica (SPR). Una revisión sistemática de esta vacuna no encontró ningún ensayo aleatorizado sobre el efecto del componente de las paperas administrado por separado, pero los estudios de cohortes mostraron efectos convincentes.[336] De hecho, se estimó que la eficacia de al menos una dosis de SPR en la prevención de las paperas clínicas en los niños era de alrededor del 75 %, también para prevenir los casos de paperas secundarias.
En efecto, es tan eficaz que pocas personas saben lo que es contraer paperas. Yo sí, porque cuando era niño no existía la vacuna. Recuerdo que me dolían tanto las glándulas salivales que lloré mucho. No podía comer ni sonreír sin sufrir un dolor insoportable. También lo pasé muy mal con la tosferina, que me hizo resollar como un león marino. Estas enfermedades son tan horrendas que no se olvidan cuando se han tenido, y ojalá lo supieran los negacionistas de las vacunas.
Por supuesto, también tiene sus daños infrecuentes, uno de los cuales es la meningitis vírica (aséptica). El riesgo varía en un factor de cien en diferentes estudios y encuestas, y oscila de uno entre once mil a uno entre un millón.[337] Sin embargo, incluso los ensayos que comunicaron el mayor riesgo, que se remontan a 1993, cuando todavía se utilizaba la cepa Urabe (véase más adelante), señalaron que el riesgo de contraer meningitis por paperas era aproximadamente cuatro veces mayor entre las personas no vacunadas que entre las vacunadas. Además, es posible que se sobrestimara el riesgo de la vacuna a causa de un hallazgo fortuito del laboratorio en niños investigados por otros problemas, en particular convulsiones febriles.
Resulta tranquilizador que la OMS informara en 2007 de que no se habían notificado casos de meningitis vírica comprobada tras el uso de la cepa Jeryl-Lynn (actualmente muy utilizada) o de la cepa RIT 4385; que todos los enfermos de meningitis por paperas derivada de la vacunación con otras cepas se habían recuperado; y que algunos de ellos eran casos diagnosticados mediante análisis con poca o ninguna importancia clínica.[338]
La cepa Urabe se ha identificado con especial frecuencia en infecciones de meningitis vírica, por lo que ahora se evita. Ya en 1990, la vacuna Trivarix contra el sarampión, las paperas y la rubéola, que contenía esta cepa, dejó de comercializarse en Canadá.[339]
En conclusión, el vacunarse contra las paperas es una excelente idea, ya que estas pueden causar muchos daños, incluida la infertilidad masculina. Pero, como de costumbre, las páginas web antivacunas están llenas de tonterías. Una de ellas, con el seductor y engañoso nombre de Child Health Safety (Seguridad de la Salud Infantil), tiene un anuncio en su portada con el siguiente texto: «Las vacunas no nos salvaron: dos siglos de estadísticas oficiales». También se dice: «Este sitio tiene como objetivo proporcionar información fiable para los padres que quieran saber si deben vacunar a sus hijos y otros datos relacionados con la salud». En realidad se trata de publicidad falsa, y hasta se hace referencia a la web de la Alianza por la Protección de la Investigación Humana, de la que ya describí su absoluta falta a la verdad en el capítulo 2.

 

El artículo de Child Health Safety sobre la vacuna contra las paperas menciona a Andrew Wakefield treinta y dos veces, pero no indica nada sobre su fraude.[340] Por otro lado, la organización es de lo más secretista. En efecto, no logré encontrar información alguna acerca de su organigrama y sus financiadores. Ni siquiera sé en qué país residen sus líderes ni quiénes son. Tiene gracia que los negacionistas de las vacunas suelan acusar a los demás de falta de transparencia. Al buscar en Google «seguridad infantil wordpress», el primer resultado me remitió a un bloguero que analizaba algunos de los disparates y los bulos que se difunden en el sitio.

 

La rubéola
La revisión sistemática no identificó ningún estudio que evaluara la efectividad de la SPR para prevenir la rubéola.[341]
La rubéola es una infección vírica leve, cuya vacuna se recomienda principalmente para proteger a las mujeres embarazadas en el primer trimestre, ya que la infección puede provocar la muerte del feto, parto prematuro y graves defectos de nacimiento.
De hecho, la inmunización es muy eficaz. Sin embargo, no pude encontrar datos sobre sus efectos secundarios, porque siempre se utiliza como componente de la triple vírica. En su artículo sobre el sarampión, los CDC advierten de que los daños de la SPR incluyen artralgias y otros síntomas articulares asociados con el componente de la rubéola, que se registran en hasta el 25 % de las mujeres adultas susceptibles.[342] Otros acontecimientos adversos son una enfermedad leve posterior, fiebre, sarpullido transitorio y reacciones alérgicas.

 

La polio
La vacuna contra la polio es uno de los mayores hitos de la investigación sanitaria. Por lo tanto, no hace falta comprobar la información sobre sus daños y beneficios: es necesaria y punto.
Según la OMS,[343] la poliomielitis afecta principalmente a los menores de 5 años, y una de cada doscientas infecciones provoca parálisis irreversibles. Entre los paralizados, alrededor del 5 % y el 10 % mueren cuando sus músculos respiratorios se inmovilizan. La incidencia de la enfermedad ha disminuido en más de un 99 % desde 1988, pasando de una cifra estimada de 350.000 casos a treinta y tres casos notificados en 2018.
Se trata sin duda de un virus muy peligroso. Mientras un solo niño esté infectado, los niños de todo el mundo corren el riesgo de contraer la poliomielitis si no se vacunan.
La antipoliomielítica existe tanto en forma inyectada con microbios muertos como en forma oral atenuada (que suele administrarse en un terrón de azúcar). La versión atenuada causa unos pocos brotes cada año; por ejemplo, en junio de 2017 se comunicó que en lo que iba de año se habían producido veintiún casos de polio derivada de la vacuna.[344] Esto se debe a que los restos de la vacuna oral se propagan en el medio ambiente, mutan y recuperan su capacidad de afectar a los niños no vacunados. Sin embargo, la antipoliomielítica con microbios vivos ha salvado un gran número de vidas y, al igual que la vacuna contra el sarampión, parece ejercer un importante efecto beneficioso en otros aspectos.[345]
Los brotes tienden a ocurrir en zonas de conflicto con sistemas sanitarios colapsados, lo que deja a muchos niños sin vacunar, y también están relacionados con la economía. La vacuna inyectable (que contiene microbios muertos y, por lo tanto, no puede mutar) es la que se utiliza en la mayoría de los países desarrollados y cuesta treinta veces más que la vacuna oral, que se utiliza en gran parte del mundo en vías de desarrollo.

 

El rotavirus
La vacuna antirrotavírica no se incluye en el programa oficial danés, a pesar de que hay un grupo de presión que la promociona. Si se busca en Google «programa rotavirus», aparecen varias publicaciones interesantes, entre ellas un informe de la OMS de 2013 que recomienda el uso prioritario de la vacuna en todos los programas nacionales de inmunización, en particular en los países con altas tasas de mortalidad asociadas a la gastroenteritis por rotavirus, como los del sur y sudeste de Asia y el África subsahariana.[346]
Es imprescindible que el niño esté bien hidratado, ya que es la deshidratación la que provoca la muerte. En Dinamarca no se producen muertes por infección de rotavirus, que es el motivo principal por el que la vacuna no forma parte de nuestro programa. En los Estados Unidos, antes de la introducción de la vacuna se registraban alrededor de tres millones de casos y entre veinte y sesenta muertes anuales.[347] Estas cifras no pueden compararse con las de Europa porque la mortalidad infantil es mayor en el sistema privatizado estadounidense, donde muchas personas no pueden pagar la atención sanitaria que necesitan.
Así las cosas, está claro que la OMS se excedió al recomendar la vacunación en todos los países. Y luego están los daños. La vacuna RotaShield se retiró a toda prisa del mercado cuando se descubrió que solía causar invaginación (una afección potencialmente mortal en la que una parte del intestino se pliega sobre sí mismo). Un equipo de investigación estadounidense calculó que las vacunas provocaban de uno a dos casos adicionales de invaginación por cada diez mil lactantes vacunados.[348] Según la OMS, con las vacunas que se utilizan en la actualidad, la proporción es de solo uno o dos por cada cien mil habitantes.
Cada año muere alrededor de medio millón de personas a causa de infecciones por rotavirus. Pero ¿justifica eso la recomendación general de utilizar la vacuna en todos los países? ¿Y si se estableciera un buen saneamiento, se suministrara agua potable y se garantizara que los niños estuvieran bien hidratados, como hacemos en las epidemias de cólera, en las que estas son las medidas más importantes? La vacuna es tan cara, al menos en Dinamarca, que la administración a doce personas equivale al producto interior bruto per cápita de Bangladés. ¿Quién va a pagar todo esto? Pues los países ricos, a través de donaciones canalizadas desde los Gobiernos a los fabricantes de vacunas, como GlaxoSmithKline y Merck, que ya son obscenamente ricos y tienen un modelo de negocio basado en el crimen organizado. Además, sobre ellos no pesa ningún control de precios. En mi opinión, se trata de un despropósito.
Las infecciones neumocócicas
Las infecciones más comunes causadas por el Streptococcus pneumoniae son la otitis media (infección del oído medio), la sinusitis y la bronquitis; las más graves son la neumonía, la meningitis y el síndrome séptico. Alrededor de 1,6 millones de personas mueren cada año de enfermedades neumocócicas, y casi la mitad son niños menores de 5 años, la mayoría de los cuales viven en países en desarrollo.[349]
Las vacunas contienen antígenos polisacáridos capsulares que proporcionan una protección específica de los serotipos contra las infecciones más graves. Una de las vacunas que se comercializan actualmente abarca veintitrés serotipos, otra trece y una tercera siete.
Una revisión sistemática de 2009 incluyó seis ensayos aleatorizados realizados en África, Filipinas, Finlandia y los Estados Unidos en lactantes de hasta 2 años de edad, de los cuales 57.015 recibieron la antineumocócica, mientras que 56.029 recibieron placebo u otra vacuna.[350] La eficacia de la vacuna frente a los serotipos a los que se dirige fue del 80 % (de 58 % a 90 %); frente a todos los serotipos, del 58 % (de 29 % a 75 %); frente a la neumonía confirmada por rayos X, del 27 % (de 15 % a 36 %); y frente a todas las neumonías clínicas, del 6 % (de 2 % a 9 %).
Además, hubo una reducción de la mortalidad sin trascendencia clínica por todas las causas del 11 % (de −1 % a 21 %). Este resultado se obtuvo gracias a un ensayo ejecutado en Gambia que aportó el 86 % del peso del metanálisis. Por otra parte, estuvo controlado por un placebo, lo que es tranquilizador, dado que la vacuna no contiene microbios vivos y por lo tanto se espera que aumente la mortalidad total.
En el otro extremo del espectro de edad también existe un mayor riesgo de infecciones neumocócicas graves. Una revisión sistemática efectuada en 2013, que incluyó dieciocho ensayos (64.852 adultos), determinó que la vacuna reducía sustancialmente la aparición de enfermedades neumocócicas invasivas (CR = 0,26; IC de 0,14 a 0,45) y la neumonía por todas las causas en los países de ingresos bajos (CR = 0,54; IC de 0,43 a 0), pero no en los países de ingresos altos ni en la población general (CR = 0,71; IC de 0,45 a 1,12), ni en los adultos con enfermedades crónicas (CR = 0,93; IC de 0,73 a 1,19).[351] No hubo una reducción estadísticamente significativa de la mortalidad por todas las causas (CR = 0,90; IC de 0,74 a 1,09), y al parecer la eficacia de la vacuna fue menor en los adultos con enfermedades crónicas.
No resulta fácil hacer recomendaciones a partir de estos datos, así que veamos lo que decidieron las autoridades al respecto. Al buscar en Google, el primer enlace pertenecía a los CDC, que, como era de esperar, aconsejaban la vacunación de los ancianos: «Los CDC recomiendan dos vacunas antineumocócicas para todos los adultos de 65 años o más. Primero se debe recibir una dosis de PCV13, seguida de una dosis de PPSV23, al menos un año después».[352] Asimismo, se recomienda la vacuna a los demás adultos si presentan determinadas afecciones o son fumadores. «Consulte a su médico para asegurarse de que está al día con estas y otras vacunas recomendadas». Muy bien, pues he hablado con mi médico, que soy yo mismo, y me ha dicho que no me vacune, aunque tenga 69 años. Las pruebas no parecen muy convincentes.
En el fondo, incluso los CDC tienen sus dudas. Un poco más abajo en la primera página de Google, encontré un artículo que hacía referencia a una reunión celebrada el 26 de junio de 2019:[353] «Hoy, tras una reñida votación que se saldó con ocho votos a favor y seis en contra, un comité asesor del Gobierno federal anuló la recomendación del año 2014 de que todos los adultos de 65 años o más recibieran una vacuna antineumocócica llamada Prevnar 13. Por el contrario, los expertos dijeron que los ancianos debían vacunarse basándose en el criterio de sus médicos […] para la consternación de los fabricantes de la vacuna. Pfizer vende Prevnar 13, y las acciones de la compañía farmacéutica bajaron un 2 % cuando los inversores se enteraron del fallo. Varios miembros del Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización, que forman parte de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, dijeron que esta votación fue una de las más difíciles con las que se han encontrado».
Los CDC tan solo recularon un poco,[354] ya que únicamente dejaron de recomendar la primera de las dos dosis. El motivo se debió a que, desde que se añadió la PCV13 al programa infantil en 2010, las enfermedades invasivas en los niños disminuyeron en casi un 80 %. A través de abrazos, besos y una estrecha asociación, los niños transmitieron los neumococos a sus mayores, quienes a partir de entonces ya no se enfermaron por esas trece cepas. Además, resultó que la recomendación de 2014 de vacunar a los ancianos no había tenido ningún efecto adicional sobre las tasas de enfermedad.
Me pregunto por qué los CDC no dieron un paso adelante y dejaron de recomendar también la vacuna de 23 valencias a la tercera edad, ya que la vacuna completa parece no haber surtido efecto.
Lo que demuestra este ejemplo es que las políticas de vacunación se basan en supuestos que pueden cambiar rápidamente y exigir nuevas medidas. De esta manera, las políticas de vacunación son muy diferentes a las demás políticas sanitarias, en las que las condiciones son mucho más estables. La única excepción son las directrices sobre el uso de antibióticos, que también pueden necesitar una actualización frecuente, por ejemplo debido al desarrollo de la resistencia a los mismos.
El Departamento de Salud de Australia ha publicado una serie de guías sobre quiénes deben ser vacunados en función de la edad y si padecen alguna de las numerosas afecciones que aumentan el riesgo de contraer una infección neumocócica o su gravedad.[355] Sin embargo, dichas guías son demasiado burocráticas, extremadamente complicadas, y casi nadie podrá recordarlas. De hecho, más bien parecen una broma de mal gusto, y es imposible que se basen en datos fidedignos. Aun así, merece la pena leerlas por lo descabelladas que son.
No es fácil encontrar información sobre los daños de las vacunas, ni en las revisiones sistemáticas, que no los investigaron, ni en los sitios web oficiales, que no los describen. Al buscar en Google el prospecto de la vacuna antineumocócica, el primer resultado se refería a Pneumovax 23, la vacuna de Merck de 23 valencias.[356] Tras leerlo, diría que los riesgos no son exactamente triviales. La primera página ya afirma lo siguiente:
ADVERTENCIAS Y PRECAUCIONES DE USO: Téngase precaución en personas con capacidad cardiovascular y/o pulmonar comprometida, en las que una reacción generalizada podría suponer un riesgo significativo.
REACCIONES ADVERSAS: Las reacciones adversas más comunes, comunicadas en más del 10 % de los sujetos vacunados con PNEUMOVAX 23 en los ensayos clínicos, fueron: dolor/sensibilidad en el punto de inyección (60,0 %), inflamación en el punto de inyección (20,3 %), dolor de cabeza (17,6 %), eritema en el punto de inyección (16,4 %), astenia y fatiga (13,2 %) y mialgia (11,9 %).
USO EN GRUPOS ESPECÍFICOS: Embarazo: no se dispone de datos sobre personas ni sobre animales. Utilícese solo si es claramente necesario. Uso pediátrico: PNEUMOVAX 23 no está aprobado para su uso en menores de 2 años, porque los niños de este grupo de edad no desarrollan una respuesta inmunitaria eficaz a los tipos capsulares contenidos en la vacuna polisacárida. Uso geriátrico: en el caso de las personas mayores de 65 años, el investigador de un estudio clínico determinó que las reacciones adversas generales relacionadas con la vacuna fueron mayores después de la revacunación (33,1 %) que después de la vacunación inicial (21,7 %). No se recomienda la revacunación rutinaria de personas inmunocompetentes previamente vacunadas con una vacuna de 23 valencias.
INTERACCIONES: En un estudio clínico aleatorizado, se observó una reducción de la respuesta inmunitaria a ZOSTAVAX®, determinada mediante gpELISA, en personas que recibieron la administración simultánea de PNEUMOVAX 23 y ZOSTAVAX, en comparación con personas que recibieron estas vacunas con cuatro semanas de diferencia. Considere la posibilidad de administrar las dos vacunas con un intervalo de al menos cuatro semanas.
Esto es muy interesante. Resulta que tuve que escribir un libro entero sobre las vacunas antes de hallar pruebas de que estas pueden interactuar negativamente entre sí (véase también el capítulo 4). La Zostavax es una vacuna atenuada que se usa para prevenir el herpes zóster.
En las páginas siguientes se detallan los daños y se puede leer, por ejemplo, que «la proporción de personas que informaron de molestias en el punto de inyección que interfirieron o impidieron la actividad habitual, y de inflamaciones en el punto de inyección de alrededor de diez centímetros, fue mayor después de la revacunación (30,6 %) que después de la vacunación inicial (10,4 %). Las reacciones en el punto de inyección suelen resolverse a los cinco días». ¿Qué significa que «suelen» resolverse en cinco días? ¿Qué fue de aquellos con menos suerte? ¿Y cuánto tiempo tardaron en recuperarse?
Podemos seguir leyendo acerca de los efectos adversos, lo que nos quitará las ganas de ponernos esta vacuna. Una enorme cantidad de personas se verán perjudicadas por cada una de las que se beneficien (si es que se beneficia alguien, como se indica justo antes). Yo, por mi parte, no pienso hacerlo. Pero ¿por qué los CDC y la OMS no nos proporcionan una información tan crucial?
Si quieres saber cuáles son los daños de otras vacunas, puedes buscar los datos de la misma manera. La vacuna de 13 valencias (Prevnar 13) es la que se usa hoy día en Dinamarca para los niños pequeños, aunque el prospecto no invita mucho a hacerlo:[357] «En los lactantes vacunados a los 2, 4, 6 y 12-15 meses en los ensayos clínicos de los Estados Unidos, las reacciones adversas más frecuentes (>5 %) fueron: irritabilidad (>70 %), sensibilidad en el punto de inyección (>50 %), falta de apetito (>40 %), disminución del sueño (>40 %), aumento del sueño (>40 %), fiebre (> 20%), enrojecimiento del punto de inyección (>20 %) e inflamación del punto de inyección (>20 %)».
En Dinamarca se lleva vacunando a los lactantes desde 2007. La infección invasiva con serotipos no vacunales ha aumentado, pero, en total, la incidencia de la infección invasiva en toda la población ha disminuido de veinte a quince por cada cien mil habitantes.[358]
No he podido encontrar datos sobre el número de muertes, pero cuando se introdujo la vacunación infantil, se calculó que salvaría una vida al año entre los niños daneses menores de 5 años.[359]
Así pues, si bien se espera que haya menos muertes entre los ancianos debido a la vacunación de los lactantes, el efecto de la vacunación de toda la población (en Dinamarca nacen unos sesenta mil niños cada año) es muy pequeño. De este modo, cabe plantearse si vale la pena, también en comparación con lo que podríamos hacer. Todos sabemos lo que se siente al contraer una infección vírica, pero las infecciones bacterianas graves son distintas, y es posible que la persona no se dé cuenta de lo peligrosa que es la situación o de que está causada por una bacteria. Por lo tanto, si la gente fuera al médico cuando sintiera un malestar general desacostumbrado y se realizaran las pruebas adecuadas —por ejemplo, un hemocultivo y un frotis de la garganta—, creo que podrían evitarse muchas muertes mediante el empleo de antibióticos en una fase temprana.

 

La meningitis meningocócica

 

Es de suma importancia que se acuda al médico lo antes posible si se sospecha que se pueda tener una meningitis bacteriana o síndrome séptico por meningococos. La diferencia entre la vida y la muerte puede ser cuestión de minutos. Si se cumpliera esta precaución, y si el paciente o los padres se negaran a ser devueltos a casa con el mensaje tranquilizador de que todo irá bien cuando no es así, se podrían evitar la mayoría de las muertes.[360]
Aunque este libro es sobre vacunas, conviene destacar que la meningitis suele interpretarse erróneamente como otra cosa. Sobre todo, hay que estar al tanto del dolor de piernas y manos, de los pies fríos y del color anormal de la piel, ya que son signos de síndrome séptico. Los síntomas clásicos, como la erupción hemorrágica (puntos sangrantes en la piel), el meningismo (rigidez del cuello, intolerancia a la luz brillante y dolores de cabeza) y la disminución del nivel de conciencia se producen al cabo de una media de ocho horas, lo que puede ser demasiado tarde para que los antibióticos surtan efecto.
En algunas zonas del mundo, por ejemplo en el África subsahariana, en el cinturón del Sahel, sobrevienen a veces epidemias de meningitis, por lo que sería prudente vacunar a la población. La situación es más incierta en el mundo occidental, como lo demuestran los consejos contradictorios que se dan en los distintos países del mismo rango. Son muy pocas las personas que mueren por infecciones meningocócicas en estos países, lo que explica en gran medida las diferencias entre las políticas de cada uno.
La hepatitis
No se pueden emitir recomendaciones válidas a escala mundial porque el riesgo de contraer hepatitis varía enormemente de un país a otro. Según las estimaciones de la OMS, unas
780.000 personas mueren cada año debido a las consecuencias de la hepatitis B, como la cirrosis y el cáncer de hígado. Se recomienda que todos los lactantes reciban la primera dosis de la vacuna lo antes posible después del nacimiento.[361]
En Dinamarca, donde la enfermedad es poco frecuente, solo se recomienda la vacunación de ciertos grupos de riesgo, por ejemplo, los drogadictos y las parejas sexuales de las personas infectadas, o si se planea una estancia prolongada en zonas donde la enfermedad es común.
Con respecto a la hepatitis A, se aconseja vacunarse cuando se viaje a zonas endémicas, incluido el sur de Europa. La infección puede ser muy grave y ocasionar una fatiga extrema durante meses. A diferencia de la hepatitis B y C, la infección por hepatitis A no causa una enfermedad hepática crónica y muy pocas veces es mortal (debido a una insuficiencia hepática aguda). En Dinamarca solo hay unos treinta y cinco casos al año. La enfermedad suele transmitirse a través del agua potable y los alimentos, por lo que en 2015 se produjo un brote debido a la importación de fresas del África septentrional.

 

La varicela
La varicela es una enfermedad muy contagiosa, aunque bastante más leve que el sarampión, que también es muy contagioso. Antes de la aparición de las vacunas, la tasa de mortalidad por varicela era solo una centésima parte de la del sarampión. La varicela tiende a ser más grave en los adultos, que la mayoría de las veces se contagian de sus propios hijos.
Después de la infección, el virus permanece latente en los ganglios nerviosos. Al reactivarse, el virus de la varicela zóster puede causar culebrilla (herpes zóster), que afecta principalmente a personas inmunodeprimidas y de edad avanzada. La erupción vesicular unilateral, que se caracteriza por estar restringida a un solo dermatoma (zona de la piel controlada por un nervio), suele ir acompañada de dolor y molestias radiculares que pueden durar semanas, meses o incluso años.
Por otra parte, las vacunas se administran con microbios vivos atenuados. La OMS no recomienda la vacunación universal, pero propone la inmunización infantil sistemática en los países donde la enfermedad repercute de manera importante en la sanidad pública.[362]

 

Otras vacunas

 

 

La viruela

 

Un libro sobre vacunas debe mencionar uno de los mayores éxitos de la historia de la medicina, la erradicación de la viruela, que fue declarada oficialmente por la OMS en 1980.
[325] Solo diez años antes, se produjo la última muerte por viruela en Dinamarca.[364] Se trataba de un joven noruego que estudiaba en Copenhague. Había estado en Afganistán y, pocos días después de su vuelta ingresó en el hospital con síntomas graves de viruela. El país entero se puso en alerta inmediatamente porque la viruela es contagiosa en extremo. Si hubiera habido una epidemia, se habrían cerrado los aeropuertos, ocasionando enormes pérdidas a la economía nacional.
Se puso en marcha una búsqueda intensiva de posibles casos secundarios, una tarea titánica, ya que el paciente había sido de lo más sociable. De hecho, se calculó que estuvo en contacto con 689 personas desde su regreso, entre las que se contaban extranjeros que estaban a punto de salir de Dinamarca y personas que no habían sido vacunadas por motivos religiosos. Sin embargo, gracias a la colaboración de la Interpol, se localizó a todos los posibles infectados en el plazo de una semana y fueron aislados en un hospital de campaña durante dos semanas. Milagrosamente, ninguno de ellos adquirió la viruela, cosa que nadie pudo explicarse. Por desgracia, el paciente murió.
Diecisiete años más tarde, al recibir el historial de una mujer danesa recién admitida en el mismo departamento de enfermedades infecciosas, me dijeron que había pasado la viruela de niña. Algo escéptico, pregunté: «¿No sería la varicela?». Pero no, lo cierto es que había estado aislada cuando tenía 5 años: recordaba que sus padres solo podían verla a través de un cristal en la puerta.
La viruela es una enfermedad terrible, aunque también se presenta en formas menos malignas. La tasa de mortalidad ronda el 30 %. Muchos de los que sobreviven quedan marcados con abundantes cicatrices en la piel, y un tercio pueden quedar ciegos durante las epidemias. Se considera que la viruela provocó la muerte de unos quinientos millones de personas en los últimos cien años de su existencia, y en fecha tan reciente como 1967 se producían quince millones de casos al año. Los padres no sabían si sus hijos sobrevivirían a la infancia si contraían la enfermedad.
En las guerras, la viruela ha desempeñado a menudo un papel importante. Los marineros españoles transportaron la enfermedad con ellos cuando conquistaron América Central en el siglo XVI, lo que mató a la mayoría de los indígenas. Durante la guerra entre Francia y Alemania de 1870-1871, murieron de viruela más de veintitrés mil franceses frente a solo trescientos alemanes, pues estos habían sido más rigurosos con la vacunación de sus soldados.
La viruela nos ofrece una perspectiva histórica sobre las vacunas, ya que fue la primera vacuna que se utilizó, y también ha sido una de las más eficaces. Su prevención se venía llevando a cabo desde hace siglos en Asia y Oriente Medio, donde se inoculaba a los niños una forma leve de la enfermedad para hacerlos inmunes, antes de que el método llegara a Europa en la primera década del siglo XVIII y se convirtiera en una práctica habitual en Inglaterra. El procedimiento consistía en introducir en la piel la secreción de las pústulas de la viruela, lo que por lo general comportaba una infección menos grave que la viruela adquirida de forma natural, pero sin dejar de inducir la inmunidad a ella.
No obstante, la inoculación entrañaba graves riesgos, tanto para el receptor como para otros, porque los inoculados podían transmitir la enfermedad después de convertirse en portadores.[365]
En el siglo XVIII, la población rural sabía que las lecheras y otras personas que habían contraído la viruela vacuna se salvaban de las epidemias de viruela. Esa inmunidad cruzada significaba también que las lecheras eran más guapas que otras chicas porque no tenían cicatrices en la cara. En 1798, Edward Jenner, un médico y científico que había practicado la vacunación durante algunos años, solicitó permiso para presentar sus resultados a la Royal Society en Londres. Sin embargo, la petición fue denegada, dado que, según le respondieron, era mejor que «no pusiera en peligro su reputación exponiendo ante los expertos lo que parecía contradecir el conocimiento establecido por los especialistas y ser además increíble». Al final, como suele ocurrir en la historia de la medicina, los expertos se equivocaban y el saber popular estaba en lo cierto. El nuevo tratamiento preventivo de Jenner no tardó en extenderse por el mundo entero.
Según los datos históricos, la vacuna contra la viruela causa alrededor de una muerte por cada millón de dosis.[366] También han muerto personas no vacunadas que tuvieron un contacto accidental con los puntos de vacunación de los receptores, y la vacunación de mujeres embarazadas puede aumentar la mortinatalidad y la tasa de defunción en menores de un año.
Jenner le puso el nombre Variolae vaccinae a la viruela de la vaca, del latín vacca (vaca), lo que dio origen al término vacuna. La palabra viruela se utilizó por primera vez en Gran Bretaña en el siglo XV para distinguirla de la sífilis, que entonces se conocía como la gran viruela.

 

La fiebre amarilla
La fiebre amarilla es una enfermedad vírica de corta duración, pero que afecta al hígado en aproximadamente el 15 % de las personas, lo que hace que la piel se vuelva amarillenta y aumente el riesgo de hemorragias y problemas renales.[367]
Al igual que ocurre con el paludismo, la lucha contra los mosquitos desempeña un papel fundamental en su prevención, dado que se transmite por la picadura del insecto. Solo afecta al ser humano y a otros primates, y se han producido brotes derivados de la deforestación cuando los simios se han visto obligados a bajar de los árboles.
La enfermedad se originó en África y se propagó a América del Sur con la trata de esclavos.
Además, es común en las zonas tropicales de América del Sur y África, pero no en Asia. En 2013, la fiebre amarilla provocó unas 127.000 infecciones graves y 45.000 muertes, de las cuales casi el 90 % sucedieron en África.
Entonces, ¿hay que vacunarse si se va a visitar una zona endémica o se vive en ella? Veamos primero cuáles son los riesgos. Es muy raro que la vacuna atenuada cause daños graves.[368] Una persona de cada doscientas mil padece una enfermedad similar a la fiebre amarilla en la semana siguiente a la vacunación, con fiebre, dolor muscular, náuseas, vómitos y diarrea, que puede evolucionar a una insuficiencia multiorgánica y a la muerte. Los CDC han informado de más de sesenta casos en todo el mundo, de los cuales murieron dos tercios.
Otra reacción muy infrecuente (menos de un caso por cada cien mil dosis) son las enfermedades neurológicas, que incluyen la meningoencefalitis (inflamación del cerebro y sus membranas), el síndrome de Guillain-Barré, la encefalomielitis aguda diseminada (inflamación del cerebro y la médula espinal) y la parálisis de las unidades motoras de los nervios craneales. En algunos casos aislados, estas reacciones pueden resultar mortales.
Las secuelas de las vacunas son más habituales entre los mayores de 60 años. En consecuencia, este grupo de edad está considerado de riesgo en los Estados Unidos, donde solo se recomienda la inmunización a quienes piensen visitar zonas endémicas y al personal de laboratorio que trabaja con el virus de la fiebre amarilla.[369]
En los países donde la enfermedad está presente, el diagnóstico precoz de los casos y la vacunación de gran parte de la población resultan fundamentales para prevenir los brotes.
A veces no hay más remedio que vacunarse, porque algunos países lo exigen. En otras circunstancias, se puede hacer un análisis similar al que describí en el capítulo sobre la encefalitis japonesa. Y siempre queda la opción de confiar en las autoridades, ya que hay países menos propensos a recomendar vacunas que los Estados Unidos que también recomiendan la vacuna a quienes viajen a las zonas infectadas.

 

El dengue
El dengue es una enfermedad tropical que transmiten los mosquitos. El virus provoca síntomas leves, similares a los de la gripe, en la mayoría de las personas, pero en raras ocasiones puede desembocar en una dolencia grave, con hemorragias y daños potencialmente mortales en los órganos. Como dato curioso, el riesgo es mayor en las personas que se infectan por segunda vez.
La vacuna Dengvaxia emplea virus de fiebre amarilla atenuados que han sido manipulados para que contengan proteínas del virus del dengue, y protege contra cuatro serotipos. Según la EMA, solo puede administrarse a personas de 9 a 45 años que hayan estado infectadas con el virus del dengue (confirmado por análisis clínicos) y que vivan en zonas donde la enfermedad se produzca regularmente a lo largo del año.[370]
Se han llevado a cabo tres ensayos en Asia y América Latina en los que participaron más de
35.000 niños. Estos incluyeron tanto a niños que habían sido infectados con el virus del dengue como a otros que no. En general, entre los niños de 9 a 16 años que habían tenido una infección previa por dengue, hubo alrededor de un 79 % menos de casos de enfermedad que con el placebo. Sin embargo, con respecto a los niños sin infección previa, el riesgo de enfermedad grave si se infectaban más tarde era mayor en los vacunados que en los que recibieron un placebo (dos casos adicionales por cada mil vacunados en un periodo de cinco años). Además, la vacuna tuvo un 39 % menos de efecto en estos.[371] Otros estudios mostraron que la vacuna también es efectiva en personas de 16 a 45 años.
Los acontecimientos adversos más frecuentes de la Dengvaxia (más del 10 %) son: cefalea, dolor en el punto de inyección, malestar general, dolor muscular, debilidad y fiebre. Las reacciones alérgicas son muy raras, aunque pueden ser graves.
Los hechos ocurridos recientemente en Filipinas son interesantes, tanto en lo relativo a las vacunas en general como a la controvertida cuestión de las vacunas obligatorias. La Dengvaxia se autorizó por primera vez en México en diciembre de 2015, para su uso en personas de 9 a 45 años de edad. Al mismo tiempo, el expresidente filipino Benigno Aquino III se reunió con ejecutivos de Sanofi Pasteur en París, tras lo cual Filipinas se convirtió en el primer país asiático en aprobar la vacuna, y rápidamente se puso en marcha un programa de inmunización en las escuelas.[372]
Al cabo de dos años, el Departamento de Salud de Filipinas suspendió el programa a raíz de un comunicado de prensa de Sanofi Pasteur en el que se señalaba que la vacuna podía empeorar la enfermedad si el receptor no la había cursado antes. Poco después, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Filipinas ordenó la retirada de la Dengvaxia. Un director médico de Sanofi dijo que la vacuna no causaba dengue grave, pero otro representante de los laboratorios tuvo que disculparse durante una audiencia en la Cámara de Representantes.
También hubo reacciones contrarias. Un grupo de médicos, entre ellos un exministro de Salud, instó a la Fiscalía a dejar de realizar autopsias, y Aquino declaró que la controversia se había «politizado».
Un periódico filipino informó de que el presidente del Comité de Salud y Demografía del Senado quería investigar si se había producido alguna «irregularidad» en la adquisición de la vacuna. En abril de 2018, un senador presentó un informe preliminar sobre la cuestión en el que exponía que Aquino era culpable de «negligencia, mala conducta y omisión». La Fiscalía presentó cargos penales por imprudencia temeraria con resultado de homicidio contra la exministra de Salud Janette Garin y otros funcionarios. Algunos de los padres de los niños fallecidos no tenían conocimiento previo de que sus hijos habían sido vacunados, y algunas familias también presentaron cargos.
Un año después, el Departamento de Justicia recomendó que se presentaran denuncias ante los tribunales y declaró que el Gobierno registró y compró la Dengvaxia para su programa de inmunización con excesiva premura.[373] Finalmente se acusó a seis empleados de Sanofi, a catorce funcionarios sanitarios filipinos actuales y anteriores y a la exministra Janette Garin.
Sanofi dijo: «No estamos de acuerdo con los informes realizados en contra de nuestra empresa y algunos de sus trabajadores, y vamos a defendernos con firmeza». De hecho, eso es lo que suelen soltar las farmacéuticas cuando se meten en líos. Solo un mes antes, Filipinas había revocado la licencia del producto tras determinar que Sanofi no había cumplido con las directivas emitidas por las autoridades.
Aunque se estaban investigando treinta y cinco muertes, el jefe del grupo de expertos señaló que se examinarían los historiales médicos de ciento diecinueve afectados.
Por su parte, los fiscales afirmaron que veinte funcionarios habían mostrado negligencia al
«hacer caso omiso de los riesgos y efectos secundarios identificados de la vacuna». También dijeron que Sanofi no había vigilado de cerca a los receptores de la Dengvaxia ni había extendido la asistencia médica a las víctimas o sus familias, incluso después de que aparecieran informes de reacciones adversas graves.

 

La rabia
Cada persona decide qué riesgos está dispuesta a correr, lo que hace que elijamos de manera diferente ante las mismas pruebas. Por ejemplo, aunque la rabia es extremadamente rara, yo me vacunaría si me mordiera un perro o un animal salvaje en algún país tropical o en América del Norte. Además, hay que tener especial precaución con los murciélagos, como los murciélagos vampiro que viven en América Central y del Sur, pues pueden morderte mientras duermes sin que te des cuenta. No obstante, dado que la rabia tarda varias semanas en matarte, la vacunación posterior a la exposición es muy eficaz.
La rabia es uno de los casos excepcionales de la medicina en los que un solo paciente es suficiente para convencernos de la eficacia de un procedimiento. En efecto, cuando en 1885 Louis Pasteur vacunó contra la rabia a un niño que había sido mordido varias veces por un perro rabioso y logró que sobreviviera, se convenció de que el tratamiento había funcionado, precisamente porque la enfermedad era letal.
Conclusiones

 

 

La OMS considera la renuencia o negativa a vacunarse como uno de los diez peligros más importantes para la salud mundial, algo que amenaza con invertir los progresos realizados en la lucha contra las enfermedades prevenibles mediante la vacunación.[374] De acuerdo con sus declaraciones, la inmunización es uno de los métodos más rentables que existen para erradicar las epidemias. Las vacunas evitan de dos a tres millones de muertes al año, y se podría evitar otro millón y medio si se mejorara la cobertura mundial.
Sin embargo, las vacunas difieren notablemente en cuanto a sus ventajas e inconvenientes, por lo que algunos se cuestionan si vale la pena utilizarlas. En consecuencia, si queremos llegar a una decisión racional sobre si conviene vacunarse o vacunar a nuestros hijos, debemos estudiar cuidadosamente cada caso por separado.
Determinadas personas, alrededor del 1-2 % en los países de ingresos altos,[375] se oponen a todas las vacunas como si no hubiera diferencias entre ellas. Si se habla de vacunas en general, sin diferenciar entre ellas, los hechos científicos son muy convincentes: es mucho mejor ponerse todas las vacunas recomendadas que rechazarlas todas. En efecto, hay bastantes más probabilidades de que suframos lesiones graves o mortales por enfermedades que podrían haberse prevenido con las vacunas que por las propias vacunas.
Sin embargo, podemos hacer algo mucho mejor que limitarnos a aceptar todo lo que se nos recomienda. A este respecto, las pautas varían considerablemente de un país a otro, pese a que estos tengan características similares (capítulo 7), lo que significa que algunas vacunas no son tan importantes. Además, las personas que toman las decisiones desde arriba suelen tener conflictos de intereses financieros en relación con la industria farmacéutica. Incluso cuando no existen estos problemas, las autoridades difunden a veces información que es extremadamente engañosa. Después de haber leído lo que dicen los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) sobre las vacunas contra la gripe, no confío en nada de lo que publique esta agencia sobre la necesidad de vacunarse.
Del mismo modo, ha quedado ampliamente demostrado que tampoco podemos creer en las agencias de medicamentos.[376] Su labor depende en exceso de lo que les dictan las empresas farmacéuticas, pese a que saben bien que en los ensayos patrocinados por la industria son comunes los fraudes, los prejuicios y la falta de información sobre los daños graves. Tampoco hay que olvidar que los medicamentos de venta con receta son la tercera causa de muerte en el mundo, lo que prueba que las autoridades son incompetentes, ya que no nos protegen contra sus daños letales. No obstante, los prospectos aprobados por las agencias de medicamentos son fuentes de información útiles para averiguar los riesgos de las vacunas.
Sinceramente, tengo sentimientos encontrados en relación con la OMS. Son demasiados los conflictos de intereses financieros en los que se encuentra envuelta y demasiados sus avisos y consejos desafortunados, como la declaración de una pandemia de gripe en 2009 que resultó ser más leve que otras epidemias y la consiguiente acumulación de reservas de Tamiflu.
Además, los nuevos criterios que ha adoptado hacen que sea casi imposible llegar a la conclusión de que una vacuna causa un presunto daño (capítulos 4 y 5).
Ya he argumentado por qué estoy en contra de las vacunas obligatorias (capítulo 3), pero debo admitir que la amenaza para otras personas, sobre todo para los niños que no pueden tomar la decisión por sí mismos, podría llegar a ser tan grande que estaría a favor de algún tipo de vacunación obligatoria. A ser posible, por otros medios distintos al uso de la fuerza, lo cual me parece repugnante.
Hay demasiadas cosas que no sabemos sobre las vacunas, y es demasiado fácil conseguir que se aprueben a partir de ensayos defectuosos realizados por los fabricantes sin controles con placebo, en los que no se registran o se suprimen muchos daños y en los que las autoridades encargadas afirman erróneamente que los adyuvantes son seguros (capítulo 5).
En el fondo desconocemos lo que sucede cuando usamos muchas vacunas, así como sus efectos a largo plazo en el sistema inmunitario. Es chocante que haya tenido que escribir un libro entero para poder hallar pruebas de que pueden interactuar negativamente entre sí (capítulos 4 y 7). De hecho, si estudiáramos las vacunas con más detenimiento, habría otras revelaciones inesperadas, algunas de las cuales ya he comentado. Por ejemplo, que es probable que las vacunas contra la gripe aumenten el riesgo de contraer la gripe a partir de otras cepas;[377] que la vacuna contra el dengue debe evitarse si no se ha tenido dengue en el pasado porque el riesgo de enfermedad grave es demasiado grande (capítulo 8); que las vacunas inactivadas pueden aumentar la mortalidad total, mientras que las atenuadas pueden disminuirla; y que también influyen la secuencia de administración y el sexo del receptor (capítulo 1).
En la actualidad se vacunan miles de millones de personas, y se ganan miles de millones con las vacunas. Por lo tanto, nada justifica que no se exija un mayor rigor en los estudios, incluida la comprobación de la seguridad de los adyuvantes. Deben llevarse a cabo grandes ensayos — financiados por el erario público y sin la participación de la industria farmacéutica
—, con un seguimiento prolongado que permita registrar los daños que se producen a posteriori. En realidad, no tienen por qué ser caros, sino sencillos y pragmáticos, con unos costes administrativos mínimos. Seguramente resultarían rentables, ya que podríamos averiguar qué vacunas o combinaciones deben evitarse.
Por ello, es fundamental que se garantice el debate libre y abierto, sin amenazas, y que nadie se calle los posibles daños por temor a las repercusiones, incluida la humillación pública o, peor aún, el despido, cosa que me sucedió a mí en gran parte por criticar la prestigiosa pero deficiente revisión Cochrane de las vacunas contra el PVH (capítulo 5).[378]
Para terminar, mi última observación se refiere a la conveniencia política. Las promesas de novedades en el ámbito sanitario, tanto si sirven de algo como si no, pueden generar muchos votos y asegurar que un partido esté representado en el próximo Gobierno. Por ejemplo, dos semanas antes de ganar las elecciones que la convirtieron en primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher se comprometió a instaurar un programa de detección del cáncer de mama.
Lo demás, como se suele decir, es historia. Quienes ocupan altos cargos en sanidad saben bien qué esperan los políticos de ellos, lo que incluye no plantear dudas sobre las vacunas.

 

 

La pandemia coronavírica de 2019

 

 

La pandemia comenzó en Wuhan (China) en noviembre de 2019. Al igual que varias pandemias de virus anteriores, se sospecha que se originó en un mercado de animales, pero aún no está claro.[379] La enfermedad se denomina COVID-19 por el año en que se inició, y se debe al coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2). Los coronavirus se conocen principalmente como los causantes del resfriado común, pero hay muchas variantes, y han dado lugar tanto al SARS como al MERS.
La pandemia de coronavirus tiene muchas similitudes con las epidemias de sarampión y gripe, y aunque todavía no existe una vacuna, es importante para la salud pública analizar y debatir cómo reaccionaron las autoridades y qué podemos aprender de ello, para estar mejor preparados la próxima vez que nos enfrentemos a una situación semejante.
Muchas empresas e instituciones públicas están trabajando en la creación de una vacuna que, sin duda, se aprobará por la vía rápida, e incluso basándose únicamente en resultados sustitutivos, como el aumento de los anticuerpos contra el virus. Por lo tanto, cuando la vacuna se empiece a usar, es probable que no sepamos si ejerce algún efecto importante en, por ejemplo, la transmisión a otras personas, los ingresos en hospitales, otras enfermedades graves y la muerte. Recordemos que todavía no se ha documentado que las vacunas antigripales produzcan tales efectos, aunque existan desde hace mucho tiempo (véase el capítulo 4). De hecho, seguramente no sabremos casi nada sobre los daños que pueda ocasionar y nada sobre los daños raros pero graves. Hace treinta años se elaboró una vacuna contra un coronavirus, pero cuando se probó en gatos, les fue peor a estos que a los gatos que no estaban vacunados.[380] Por otro lado, si dejamos la vacuna en manos de la industria farmacéutica, lo más seguro es que se venda a un precio que muchos países no podrán permitirse.
La enfermedad no tardó en extenderse al resto del mundo, tras lo cual se introdujeron medidas drásticas a fin de evitar la sobrecarga de los hospitales y las unidades de cuidados intensivos. Sabemos que algunos de los métodos más sencillos funcionan: lavarse las manos con frecuencia,[381] evitar los apretones de manos, los abrazos y los besos, mantener una distancia de dos metros (el virus se propaga en forma de gotículas) y toser en la parte interna del codo en lugar de en la mano.
También resulta eficaz la prohibición de las reuniones multitudinarias. La infección golpeó duramente en Bérgamo (Italia) porque un tercio de la ciudad vio un partido de fútbol de la Liga de Campeones el 19 de febrero de 2020 en Milán y celebró la victoria del equipo local hasta bien entrada la noche.[382] Por otro lado, para cualquier gobernante con tendencias dictatoriales, se trata de un panorama de ensueño con el que ilegalizar las manifestaciones públicas.
Muchos países utilizaron a la policía o al ejército para asegurarse de que la gente hiciera lo que se le decía. Se cerraron las fronteras, las guarderías, los colegios, las universidades y los centros comerciales, se cancelaron las reuniones y se prohibieron los viajes internacionales. Se cerraron las instalaciones deportivas, incluso los campos de golf, lo que en Dinamarca llevó al absurdo de que se nos permitiera caminar por las calles siempre y cuando no pareciéramos golfistas.
A principios de marzo de 2020 describí la situación como una pandemia de pánico,[383] lo que reiteré dos semanas después.[384] Muchas de las medidas draconianas que se impusieron carecían de pruebas que las respaldaran. Además, el cierre de países enteros tiene importantes repercusiones que discutiré más adelante.
Lo que eché en falta en los primeros meses de esta ola de pánico fueron dos elementos cruciales: las autoridades no prestaron la atención suficiente a los conocimientos que ya teníamos, y los investigadores no se embarcaron en experimentos que pudieran decirnos lo que funciona, lo que no funciona y lo que es perjudicial.
Los estudios de Peter Aaby nos han enseñado que la carga vírica es muy importante para saber si vamos a sobrevivir o morir (véase el capítulo 2). Si es demasiado alta, el sistema inmunitario no tendrá tiempo suficiente para organizar una defensa. Esta es una razón importante por la que tantas personas murieron en hospitales abarrotados en el norte de Italia y en China, donde las grabaciones secretas mostraban a los muertos tirados en el suelo, mientras que el personal sanitario, que solo contaba con mascarillas como única protección, estaba tan ocupado que no tenía tiempo de retirar los cadáveres. En Corea del Sur, por el contrario, se evitó el hacinamiento, y únicamente se permitía el acceso al hospital a los pacientes más graves.
Los estudios de Aaby nos han enseñado otra importante lección. Parece que lo más prudente sería pedir a las personas infectadas que se queden en casa para no contagiar a los demás, y los países que llevaron a cabo un seguimiento intensivo de los contactos y abundantes pruebas diagnósticas, como Corea del Sur y Taiwán, ofrecieron ejemplos atinados de esa contención.[385]
Sin embargo, la cuestión tiene otra cara. El caso índice o paciente cero (el primer infectado de una comunidad) suele tener un buen pronóstico debido a la baja carga vírica. Cuando se le ordena a esa persona que se quede en casa, quienes sufran infecciones secundarias en ese mismo hogar tendrán un riesgo considerablemente mayor de morir, dado que, al vivir muy cerca y estar expuestos a la transmisión repetida de una persona en la que el virus se ha multiplicado, la carga vírica será más elevada. Aaby ha demostrado que en Guinea-Bisáu la mortalidad por casos secundarios de sarampión en el mismo hogar era de tres a cuatro veces mayor que la del caso índice.[386]
Teniendo en cuenta este dato, las autoridades no deberían haber mandado a casa a las personas infectadas, sino que deberían haberlas aislado en centros de cuarentena, como estadios deportivos y salas de conferencias, hasta que dejaran de ser infecciosas. Esta parece haber sido la estrategia utilizada en China, pero no sé de ningún otro país que lo haya hecho.
Existen dudas sobre si el cierre de colegios e instituciones similares sirve de algo. De hecho, me pregunto por qué no hemos visto estudios aleatorizados al respecto. Por ejemplo, una revisión sistemática descubrió que el cierre de colegios no contribuyó al control de la epidemia de SARS en China, Hong Kong y Singapur.[387] Además, si se manda a los niños a casa para que los cuiden los abuelos porque los padres trabajan, el desastre está servido, pues el promedio de edad de los fallecidos ronda los 80 años.
En algunos países solo se puede salir para hacer la compra, ir a la farmacia y pasear al perro (cerca de casa). En España ni siquiera se permite correr por el monte. En realidad, no tenemos ni idea de si estas medidas draconianas aumentan la supervivencia general, pero sí sabemos que causan grandes daños a poblaciones enteras.
Tampoco sabemos cuáles son los efectos del cierre de fronteras. En Dinamarca se hizo con Alemania y Suecia, aunque teníamos más coronavirus que ellos. Siguiendo la misma lógica, podríamos haber cerrado la isla de Fionia, en mitad del país, lo cual es fácil, ya que hay un puente a cada lado que puede ser bloqueado por los militares.
También hay dudas acerca de si las mascarillas sirven de algo cuando se usan fuera de los hospitales. Son populares en Asia, pero solo he visto a dos personas, una pareja de ancianos, usándolas en Dinamarca, en un bosque donde está claro que no son necesarias. El pánico ha ocasionado que la gente compre tantas mascarillas que se ha generado una escasez en los hospitales, que es donde más falta hacen. En mitad del caos, los proveedores se aprovecharon de la crisis humanitaria: los precios de las mascarillas se multiplicaron por seis, los precios de los respiradores por más de tres y los precios de las batas se duplicaron.[388] Los suministros podían tardar meses en llegar, la manipulación del mercado se generalizó y las existencias se vendían a menudo al mejor postor.
En la televisión se vio a gente desinfectando las calles, aunque sabemos con total seguridad que esta práctica no sirve de nada.
A los cuatro meses del comienzo de la pandemia, finalmente se anunció que se iba a llevar a cabo un ensayo aleatorizado sobre el uso de las mascarillas en Dinamarca.
En Holanda se ha iniciado un ensayo en el que se inmuniza al personal sanitario contra la tuberculosis, ya que esta vacuna también tiene efectos positivos contra otras infecciones (véase el capítulo 2). La antipoliomielítica es otra candidata interesante.[389] Además, se está probando el efecto de varios fármacos sobre el virus.
Cuando todo esto acabe, con suerte habremos aprendido algo de ello. En Corea del Sur y Taiwán, la gente podía ir al gimnasio y comer en restaurantes, mientras que en muchos países prácticamente estaba todo cerrado.
Tal vez hayamos aprendido algo ya. A pesar de la amplia gama de políticas adoptadas en los diversos países, la disminución del número de muertes ha sido bastante similar.[390] Parece que mientras se aplique el distanciamiento social, lo que queda es un elemento inherente a la dinámica de las epidemias que es idéntico en todas partes.
A diferencia de Dinamarca, Suecia ha seguido siendo una sociedad bastante abierta: no cerró las guarderías, los colegios, las universidades ni los restaurantes, y hubo que esperar hasta mediados de marzo para que se cancelaran los actos con quinientos o más participantes,
[391] mientras que Dinamarca, también a mediados de marzo, declaró ilegales todas las reuniones de más de diez personas, advirtiendo de que los infractores de la ley serían multados por la policía.[392] Al cabo de una semana, el Gobierno danés anunció que el nuevo máximo se reducía a dos personas.[393] En ese momento hice la broma de que lo próximo sería prohibir que las parejas durmieran en la misma cama, ya que había que mantener las distancias.
A mediados de abril, las muertes relacionadas con el coronavirus habían aumentado a ciento diecinueve por cada millón de habitantes en Suecia, y a cincuenta y tres en Dinamarca.
[394] Sin embargo, este dato no puede tomarse como prueba de que las medidas draconianas adoptadas en Dinamarca funcionan. Podría haber otras explicaciones, y las diferencias son demasiado pequeñas para impresionar a los investigadores. Además, Suecia debe de tener una inmunidad colectiva mayor que la de Dinamarca, dado que se permitió que el virus se propagara mucho más, lo que significa que los suecos estarán mejor protegidos que los daneses cuando llegue la siguiente oleada de coronavirus. Por lo tanto, habrá que esperar un par de años antes de que podamos hacer comparaciones entre ambos países.
Soy miembro de dos listas de correo electrónico en las que todos los días hay un animado debate sobre la pandemia. Han circulado muchos puntos de vista, análisis, datos y artículos interesantes. La mayoría parece estar a favor de las medidas draconianas (o simplemente se hacen oír más que el resto), pero varios de sus argumentos no han sido más que suposiciones o corazonadas.
Uno de sus razonamientos principales se basa en que el coronavirus es mucho más contagioso que el virus de la gripe, pero cuando pedí pruebas que lo demostraran, no obtuve respuestas convincentes. En mi opinión, el índice de transmisión es muy similar al de la gripe estacional. Para ello me baso en la información recogida durante un brote producido en el crucero Diamond Princess (en el que se hizo la prueba a todos los pasajeros y tripulantes en cuarentena,[395] y en el que el índice de infección fue solo del 19 %, a pesar de que la gente se había amontonado en los bares, en los restaurantes y en la pista de baile), así como en la información de otro artículo.[396]
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció el 3 de marzo que la COVID-19 era menos contagiosa que la gripe, según los datos que se habían obtenido hasta entonces,[397] pero cinco semanas después dijo que se extendía con rapidez y era diez veces más letal que la gripe porcina.
Por supuesto, el alegato más importante ha sido que la COVID-19 es mucho más mortal que la gripe, pero los mejores datos disponibles indican que son similares. Como el riesgo de morir por una infección depende de la carga vírica, que es más alta en entornos con hacinamiento, solo podemos calcular las tasas de mortalidad de forma aproximada. En los brotes de sarampión se suele estimar en un 0,2 %, pero puede ser mucho más alta (véase el capítulo 3). En Dinamarca hicimos pruebas a los donantes de sangre para detectar anticuerpos contra el coronavirus y así calcular el nivel de infección, dando por hecho que serían representativos de la población.[398] Teniendo en cuenta que la prueba pasa por alto algunos casos y otros factores adicionales, la tasa de mortalidad fue solo del 0,16 %, parecida a la del sarampión. Se ha de señalar que no ha habido aglomeraciones en nuestros hospitales y que tenemos muy pocos hogares superpoblados. Por otra parte, pasó mucho tiempo antes de que empezaran a evitarse las reuniones de grupo. El 8 de marzo, el Gobierno recomendó la cancelación de actos en los que hubiera más de mil participantes.[399]
La tasa de mortalidad del crucero Diamond Princess fue del 1,0 %, pero se trataba de una población mayoritariamente anciana en un entorno de hacinamiento. Si proyectamos esos datos sobre la estructura de edad de la población de los Estados Unidos, la tasa de mortalidad sería del 0,125 %. A decir verdad, esta estimación era preliminar y se basó en un total de siete muertes, pero se corresponde más o menos con la danesa.
El 3 de marzo, el director general de la OMS declaró que una diferencia importante entre la gripe estacional y la COVID-19 era que esta última causa una enfermedad más grave: «A nivel mundial, alrededor del 3,4 % de los casos notificados de COVID-19 han muerto. En comparación, la gripe estacional suele matar a mucho menos del 1 % de los infectados». En realidad, se trata de una exageración tremenda, incluso por un factor superior a 10, ya que no se tuvo en cuenta que el denominador (el número de personas infectadas) se había subestimado enormemente. El resultado de tan engañoso anuncio fue provocar horror e incluso más pánico del que ya existía.
En el caso de la gripe, se observan grandes variaciones en las tasas de mortalidad notificadas. En una revisión sistemática, la mediana fue de alrededor del 1 % durante la pandemia de gripe leve de 2009 y los años posteriores (calculada por mí a partir de la figura 3 del artículo),[400] pero es probable que sea otra exageración.
Como ya he mencionado, la edad promedio de los que mueren por coronavirus es de unos 80 años, y la mayoría presentaba una comorbilidad importante, como dolencias cardiacas o pulmonares. En Italia, el 99 % de los fallecidos sufría al menos una enfermedad previa, y la mitad tenía tres o más. También son el tipo de personas que mueren durante las epidemias de gripe.
Por lo tanto, al hablar de los casos individuales, resulta imposible saber si una persona murió a causa del virus o teniendo el virus. Si damos por hecho que podemos confiar en las cifras oficiales de China, lo cual no está claro, ya que es un Estado dictatorial que ejerce la censura, Italia ha tenido el mayor número de defunciones durante mucho tiempo, y son muchos los factores que han contribuido a ello. En Lombardía, donde ha muerto un número excepcional de personas, los hospitales estaban saturados; se admitían incluso los casos leves; el personal contaba al principio con poca protección; había falta de higiene; la población, en general, es más anciana que en la mayoría de los demás lugares y fuma más. Además, en Italia los miembros de las distintas generaciones están muy unidos y acostumbran a besarse y darse besos con frecuencia.
Cuando se comparan las muertes entre distintos países, existe la dificultad añadida de que el virus puede no ser el mismo. En efecto, existen variantes genéticas que no tienen por qué ser igual de peligrosas. Al tratarse de un virus ARN, es de esperar que surjan nuevas mutaciones durante la pandemia.

 

¿Hay que hacer todo lo posible?

 

Un argumento habitual a favor de las medidas draconianas es que debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para limitar el número de muertes, cueste lo que cueste, porque no se puede poner precio a la vida humana. De hecho, ese fue el principal argumento del periodista que me entrevistó para la cadena Sky News el 6 de abril de 2020. Según decía este, ponerle precio a la vida humana era de cínicos, pero lo cierto es que ya lo hacemos, y no tenemos más remedio que hacerlo. Hay un límite económico y también social en cuanto a lo que podemos hacer, y si no fuera así, podríamos agotar el producto nacional bruto para ayudar a la gente a sobrevivir a todo tipo de enfermedades. También podríamos evitar, con mucho, la mayoría de las muertes por accidentes de tráfico si redujéramos el límite de velocidad de los vehículos al paso de una persona a pie.
La realidad es que podrían evitarse muchas más muertes si centráramos nuestros esfuerzos sanitarios en otras cosas que no sean la pandemia actual. Millones de personas mueren cada año de paludismo, tuberculosis y otras infecciones, y el número de años de vida perdidos es formidable, ya que muchos de los que mueren son muy jóvenes. La mayoría de estas muertes podrían prevenirse si quisiéramos.
De hecho, podríamos ayudar a millones de personas a sobrevivir cada año si tuviéramos una reglamentación eficaz en materia de medicamentos, ya que la mayoría de los que mueren a causa de ellos no los necesitan,[401] y ayudar a otros tantos si ilegalizáramos el tabaco. Sin embargo, no lo hacemos.
Debemos dejar atrás la noción engañosa de que salvamos vidas. Como todos vamos a morir, lo único que podemos hacer es prolongar vidas, y las vidas que prolongamos ya están llegando a su fin. Si una persona de 80 años no muere por coronavirus, podríamos alargar su supervivencia en unos ocho años, pero con una calidad de vida por debajo del 100 % debido a la comorbilidad.[402]
Las estimaciones económicas han demostrado que el precio que pagamos por prolongar vidas durante la pandemia coronavírica supera con creces lo que aceptamos normalmente. En marzo de 2020, el Gobierno estadounidense había reservado dos billones de dólares para hacer frente a la pandemia, y el británico, más de 350.000 millones de libras esterlinas, casi el triple del presupuesto anual de todo el NHS.[403]
El Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica del Reino Unido (NICE, por sus siglas en inglés) recomendará financiar las intervenciones médicas si cuestan menos de treinta mil libras esterlinas por año de vida ajustado por calidad (AVAC). Así, si se evitaran veinte mil muertes, el costo por AVAC sería de alrededor de siete millones de libras. El Gobierno británico ha utilizado un cálculo de 250.000 libras para el límite superior de muertes si no se hiciera nada para prevenir la propagación, mientras que si se evitaran estas muertes (ambas suposiciones me parecen del todo irreales), el costo por AVAC sería de alrededor de cuatrocientas mil libras.[404]
Estos cómputos demuestran que hay algo que falla en nuestras prioridades. También habría que tener en cuenta el coste de oportunidad, esto es, las alternativas que se pierden al elegir una. Muchas personas que padecen distintas enfermedades no recibirán la atención y el tratamiento que necesitan, lo que aumentará el sufrimiento y el número de muertes. Algunos ancianos que carecen de apoyo pueden morir de deshidratación e inanición. Asimismo, en la India, después de que el Gobierno decretara el confinamiento, lo que los trabajadores migrantes empezaron a temer fue que el hambre los matara antes que el coronavirus.[405]
En los Estados Unidos se han dejado de hacer muchas visitas de emergencia y un gran número de pacientes con ataques cardiacos y derrames isquémicos no ha acudido a los hospitales, probablemente por temor a infectarse del coronavirus.[406] Dado que las posibilidades de supervivencia de ambos trastornos están estrechamente relacionadas con la rapidez con que se recibe tratamiento con trombolíticos, el número de defunciones podría ir más allá de las causadas directamente por el virus. Cada año mueren alrededor de ochocientas mil personas en los Estados Unidos por cardiopatías o ictus,[407] lo que debe compararse con el total de muertes relacionadas con el coronavirus, unas veinte mil a fecha de 12 de abril.
No se ha debatido mucho sobre las consecuencias del daño económico, pero pueden ser inmensas. La desintegración de la Unión Soviética provocó un caos económico y social, a resultas de lo cual la esperanza de vida entre los varones se redujo en casi siete años durante un periodo de dos a tres años. Las repercusiones en Lituania también fueron espectaculares, con un enorme aumento de las muertes por enfermedades cardiovasculares.
En una escala mucho menor, pero que sigue siendo relevante, cuando las empresas quiebran y los niveles de desempleo aumentan, los suicidios se disparan. En el caso de la COVID-19 también ha habido suicidios por otras causas, como el de una enfermera italiana que dio positivo y temía haber contagiado a otros,[408] o el de una joven de 19 años que no pudo hacer frente al aislamiento social que se exige a los infectados.[409]
Una persona en Londres murió de paludismo porque no consiguió que la atendieran por teléfono.[410] Se había instado a la población a que llamara aunque no presentara síntomas de infección grave por coronavirus.
También tiene sus riesgos aislar a la gente y pedir que trabaje desde casa, dado que la violencia doméstica tiende a aumentar en tales circunstancias.

 

¿Está justificada la pandemia de pánico?
El 8 de marzo planteé la siguiente duda: ¿qué habría pasado si los chinos no hubieran hecho las pruebas del coronavirus, o si estas no existieran? ¿Habríamos seguido con nuestras vidas, sin restricciones y sin preocuparnos por las muertes dispersas entre la tercera edad que se dan cada invierno?[411]
A pesar de que ha habido un número terrible de víctimas en ciertas zonas, la cuestión sigue siendo pertinente. Sabemos que el pánico ha ocasionado muchos fallecimientos, no solo por el virus, sino también a causa de enfermedades cardiovasculares.
Puesto que no parece haber grandes diferencias entre la COVID-19 y la gripe en cuanto a la infecciosidad y la mortalidad, cabría preguntarse por qué no se aplicaron medidas draconianas durante la pandemia de gripe de 2009, y por qué se aplican ahora. Asimismo, debemos considerar que siempre es invierno en algún lugar, y no podemos encerrar al mundo entero de manera más o menos permanente. Incluso los coronavirus del resfriado leve o común pueden tener tasas de letalidad de hasta el 8 % cuando infectan a personas mayores en residencias de ancianos.[412] Además, es posible que el confinamiento total deba continuar durante mucho tiempo para obtener el efecto deseado, por ejemplo más de un año.
El estallido de pánico se puede explicar en parte porque nadie se meterá en problemas por haber adoptado medidas extremas, pero sí por no haber hecho lo suficiente. De hecho, la preocupación y la ansiedad pueden precipitar los acontecimientos más que la propia enfermedad. En 2005, la OMS vaticinó que se iba a producir «un gran número de muertes a causa de la gripe porcina […], utilizando una estimación relativamente conservadora, de dos a 7,4 millones».[413] El Gobierno del Reino Unido tampoco se quedó corto durante la pandemia de gripe porcina de 2009, lanzando la predicción de que podrían morir hasta 65.000 ciudadanos, cuando en realidad murieron menos de quinientos.[414]
Creo que, desde la cautela, pueden extraerse algunas conclusiones. Por ejemplo, el pánico ha generado efectos tanto negativos como positivos. Así, cabe esperar que el enseñar a la gente a lavarse las manos y a no toser en la cara de los demás tenga efectos duraderos y reduzca la mortalidad en futuras epidemias de virus respiratorios.
Como la inmunidad colectiva queda todavía lejos, lo más probable es que la pandemia regrese en una nueva oleada. En tal caso, creo que además de aislar a los que se sabe o se sospecha que están infectados, sería mejor centrarse en el distanciamiento social, e incluso en el aislamiento de los más vulnerables, además de ser especialmente cuidadosos cuando se visita y se ayuda a los ancianos, mientras se permite que el virus se propague y cree una inmunidad colectiva sin bloquear la vida social. Esto podría evitar más muertes que las actuales medidas draconianas, que, por otra parte, no podemos permitirnos aplicar cada vez que haya una epidemia.
No obstante, el número sorprendentemente bajo de muertes en Corea del Sur, donde se llevó a cabo un enérgico rastreo de los contactos, se hicieron extensas pruebas de laboratorio, se aisló a los infectados y se evitó el hacinamiento de los hospitales ingresando solo a los enfermos más graves, sugiere que este es el mejor enfoque. De hecho, solo han muerto cuatro personas por millón de habitantes. Los países que ignoraron el peligro durante demasiado tiempo han padecido muchas más muertes: 358 y 193 por millón en Italia y el Reino Unido, respectivamente (es demasiado pronto para saber qué ocurrirá en los Estados Unidos, donde también se menospreció el peligro y las muertes están aumentando con rapidez; los últimos datos apuntan a ochenta y siete por millón).[415] El Reino Unido y los Estados Unidos introdujeron el confinamiento bastante tarde, y no tienen la capacidad suficiente para hacer pruebas, rastrear los contactos y aislar a los infectados. No he visto que ningún país formule una estrategia clara de desconfinamiento.
También se tendría que considerar el cierre de los mercados abiertos de animales en el sudeste de Asia, ya que han sido el origen de muchas infecciones víricas mortales, como el coronavirus, la gripe porcina, la gripe aviar, el sida, el ébola, la rabia y la fiebre amarilla.
Deberíamos protegernos mejor.
Por último, y sobre todo, es necesario que los científicos se involucren desde el principio, de tal modo que podamos reunir datos importantes mediante la realización de ensayos aleatorizados y de pruebas repetidas y aleatorias a la población, a fin de detectar infecciones anteriores o actuales. Pocas de las medidas utilizadas se han basado en los hechos, y ni siquiera ha habido debates públicos esclarecedores. Lo que hemos tenido ha sido políticos que, después de consultar a quien les ha dado la gana, han impuesto medidas draconianas que son muy perjudiciales para nuestra sociedad. También se han asegurado de que más adelante sea muy difícil analizar si las medidas han funcionado como se pretendía. No es así como debería ser la asistencia sanitaria.
Entretanto, los conocimientos no han dejado de acumularse, y el Centro de Medicina Basada en la Evidencia de Oxford ha creado un sitio web muy útil con muchos análisis y revisiones que se actualizan regularmente.[416]

 

La política internacional y la censura china
A principios de diciembre de 2019, durante una charla con otros profesionales, el médico chino Li Wenliang advirtió sobre una nueva enfermedad similar al SARS cuyo foco situaba en Wuhan.[417] Unos días más tarde fue detenido por la policía por «difundir falsos rumores» y obligado a firmar un documento en el que admitía que había «perturbado gravemente el orden social» e infringido la ley. Por lo menos otras siete personas fueron sancionadas de manera parecida.
El mismo Li Wenliang contrajo la enfermedad y murió en febrero de 2020. El tratamiento que le dieron las autoridades chinas provocó indignación en todo el país, de modo que, en marzo, un informe oficial declaró que Li no solo no había alterado el orden público, sino que fue un profesional que luchó con valentía y altruismo. Entonces, el Gobierno le echó la culpa a la policía local, lo que echó más leña al fuego. En el Twitter de algunos sitios chinos, como Weibo, la noticia tuvo más de 160 millones de visitas.
A finales de diciembre, Taiwán alertó a la OMS sobre el riesgo de transmisión del nuevo virus de persona a persona, pero la OMS se abstuvo de comunicar el aviso a otros países.[418] Por otra parte, China se ha asegurado de que Taiwán no sea miembro de la OMS, y la amistosa relación que esta organización mantiene con China ha sido objeto de numerosas críticas, en particular cuando elogió en exceso la forma en que el país había manejado el brote de coronavirus, a pesar de haberlo encubierto inicialmente.
El ministerio de Salud chino solo confirmó la transmisión de persona a persona el 20 de enero, después de que la OMS dijera a mediados de mes que podía existir una transmisión
«limitada», aunque se desdijo de este punto de vista el mismo día.
Así las cosas, resulta preocupante comprobar que no disponemos de los recursos necesarios para combatir epidemias letales como la de la COVID-19. En este caso, es probable que la política internacional y la censura aumentaran sustancialmente el número de muertes.
Pasaron casi dos meses antes de que la gente reaccionara, cuando se pudo haber hecho algo a principios de diciembre, tras las declaraciones del médico chino, así como unas semanas más tarde, cuando se denunció en Taiwán.

 

¿Por qué ha habido tantas muertes?

 

Es desconcertante que hayan muerto tantas personas, ya que las pruebas más fiables indican que las tasas de contagio y de mortalidad del coronavirus son similares a las de la gripe. Sin duda, el hacinamiento ha ejercido un papel fundamental, y sabemos por epidemias anteriores que los virus pueden ser particularmente letales cuando se ceban sobre una población que carece de inmunidad. Durante la epidemia de sarampión de las islas Feroe en 1846, el 78 % de los habitantes se vieron afectados, y la tasa de mortalidad fue del 2,8 %,[419] más de diez veces superior a la tasa habitual del 0,2 %.

 

Sobre el autor

 

 

Peter C. Gøtzsche. Næstved (Dinamarca), 1949. Especialista e investigador en medicina interna, trabajó en ensayos clínicos y asuntos regulatorios en la industria farmacéutica de 1975 a 1983 y en hospitales de Copenhague de 1984 a 1995. Fue cofundador, junto a otras ochenta personas, del Centro Nórdico de Colaboración Cochrane en Copenhague en 1993 y formó parte de su junta directiva desde 2017 hasta 2018. Es profesor de la Universidad de Copenhague en Análisis y Diseño de Investigación, y como investigador, es autor de revisiones sistemáticas y evaluaciones de terapias farmacológicas, técnicas de tratamiento y prevención en salud. Es conocido por su crítica hacia la industria farmacéutica, a la que acusa de manipular sistemáticamente a su favor los resultados e influir en los médicos e investigadores. En julio de 2018 firmó, junto con otros dos investigadores, una crítica a los resultados publicados por Cochrane de la eficacia de la vacuna contra el papilomavirus humano, lo que provocó que la junta directiva acordase una moción que finalmente se saldó con su expulsión. Gøtzsche tiene interés en la estadística y la metodología de la investigación. Es coautor de los programas CONSORT para ensayos aleatorios, STROBE para estudios observacionales, PRISMA para revisiones sistemáticas y metanálisis, y SPIRIT para los protocolos de prueba. Ha publicado más de setenta y cinco artículos en «los cinco grandes»: BMJ, Lancet, JAMA, Annals of Internal Medicine y New England Journal of Medicine.

 

 

Table of Contents

Prólogo de Francisco Salmerón

Prólogo de Enrique Gavilán

Agradecimientos

Abreviaturas

Los muchos mensajes contradictorios sobre las vacunas

La desinformación imperante en internet
Muertes y otros daños graves con y sin vacunas
Los conflictos de intereses de las organizaciones provacunas

El sarampión

Un debate cancelado en California
El repugnante fraude de Wakefield
Una película catastróficamente mala de Andrew Wakefield
Wakefield, ese héroe
Las declaraciones de Physicians for Informed Consent (PIC)
¿Por qué es tan importante la vacuna contra el sarampión?

¿Deben ser obligatorias las vacunas?

Principios para la argumentación ética

La gripe

Las recomendaciones oficiales carecen de base científica
Información estacional
Tamiflu y Relenza para el tratamiento de la gripe
¿Hay algún motivo para vacunar a los sanitarios?
Otros mensajes engañosos de los CDC
Más cifras impresionantes pero engañosas
La vacunación durante el embarazo
¿Qué riesgos tienen las vacunas contra la gripe?
Las sorpresas de las vacunas
Conclusiones sobre la vacuna contra la gripe

El papilomavirus humano (PVH)

La deficiente evaluación de la EMA sobre los daños de la vacuna
La EMA confió en las farmacéuticas
Ensayos sin grupo de control con placebo
Se sabe muy poco sobre los daños de los adyuvantes de las vacunas
La mala conducta editorial en los estudios con animales del adyuvante de hidróxido de aluminio
La EMA ocultó sus búsquedas bibliográficas a sus propios expertos
Incidencia de daños graves observada frente a la prevista
La EMA desconfiaba de la investigación independiente
Los conflictos de intereses de la EMA
La caza de brujas posterior
La revisión Cochrane sobre las vacunas contra el PVH fue deficiente e incompleta
El imperio Cochrane contraataca
Nuestra revisión sistemática de los ensayos sobre la vacuna contra el PVH
Las reacciones del público a nuestros resultados
¿Hay que vacunar a las niñas?
¿Hay que vacunar a los niños?

La encefalitis japonesa: un ejemplo práctico

Los programas

La difteria, el tétanos, la polio, la tosferina y la gripe por Haemophilus influenzae de tipo b
Las paperas
La rubéola
La polio
El rotavirus
Las infecciones neumocócicas
La meningitis meningocócica
La hepatitis
La varicela

Otras vacunas

La viruela
La fiebre amarilla
El dengue
La rabia

Conclusiones

La pandemia coronavírica de 2019

¿Hay que hacer todo lo posible?
¿Está justificada la pandemia de pánico?
La política internacional y la censura china
¿Por qué ha habido tantas muertes?

Sobre el autor